«Si la indecisión fuera una forma de afasia, el alto número de indecisos del que hablan las encuestas dan una idea de hasta qué punto esta campaña nos ha dejado sin palabras. Suele ocurrir frente a los excesos de la realidad. ¿Cómo ponerse a discutir con un tsunami; cómo razonar con una bomba atómica; cómo responder a un discurso sin articulación formal ni contenido semántico? ¿Qué decirle, por ejemplo, a Esperanza Aguirre, cuando acusa de filoetarra a Manuela Carmena; cómo explicarle a Rajoy que el paro, del que “ya nadie habla” existe y ocupa el primer lugar entre las preocupaciones de los españoles; qué escribir frente al espectáculo de las bicicletas o al de los numerosos vídeos de candidatos que nos piden el voto cantando y bailando sin otro objeto que el de provocarnos un estado de parálisis mental al que solo es posible combatir con el mutismo?
No recordamos una campaña más mezquina, más ruin, más desquiciada. Si la indecisión fuera una forma de impotencia, el alto número de indecisos del que hablan las encuestas podría simbolizar la parálisis a la que hemos quedado reducidos tras este largo periodo de embrutecimiento intelectual. He ahí una postración semejante a la de los presos de Guantánamo después de una de esas sesiones de ruido a las que se les somete para que pierdan la cabeza. También nosotros hemos perdido la cabeza al escuchar el borboteo incesante de la corrupción, que fermentaba en la olla del PP mientras Barberá, en la tele, repartía estampitas con la soltura con la que el supuesto Rus contaba los billetes de una mordida cotidiana. No se nos va de la cabeza el soniquete. Mil, dos mil, tres mil, cuatro mil… A ver si la jornada de silencio de mañana nos ayuda a recuperar la paz. Y la palabra».
Juan José Millás (EL PAÍS, 22/5/2015)
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