sábado, 28 de diciembre de 2019

Al «procés» le quedan dos telediarios

Leemos en la prensa de hoy la siguiente información, que no ha dejado de sorprendernos:

Fragmento de la portada de Diario de Ibiza de hoy, 28 de diciembre de 2019 / [granuribe50]

martes, 24 de diciembre de 2019

La Navidad en el Arte

¡Feliz Navidad a todos los que se dan una vuelta por aquí! ¡Gracias!

Música: Enya («Silent Night» in Irish)

lunes, 23 de diciembre de 2019

Casi un cuento de Navidad

RELACIONES PERSONALES

Augusto Ferrer-Dalmau
[Ilustración para Perros e hijos de perra (Arturo Pérez-Reverte)]
Nunca había creído en la compañía que proporcionaban los perros, ni en su fidelidad. Pero llevaba ya dos años solo y había fracasado en todos sus intentos de encontrar a alguien no ya con quien vivir, sino con quien verse los sábados o los domingos para no olvidar su propio idioma. Cuando su mujer, al poco de que se marcharan los hijos, se fue también de casa, él se hundió en la tristeza, pero luego pensó que la vida le daba otra oportunidad. Después de todo, no era tan mayor, así que fantaseó con la idea de tener nuevas relaciones, quizá de volver a emparejarse, de ir al cine, de hacer el amor (él lo llamaba así, hacer el amor) y de ver la tele con alguien a su lado. Pero la realidad había demostrado que en el ámbito de las relaciones sociales era un incompetente. Así las cosas, cada día estaría más solo, hablaría menos, saldría menos, sonreiría menos. Envejecería solo, enfermaría solo, se moriría solo, en el sofá, quizá con la televisión encendida, como una mujer de su barrio cuyo caso había salido en los periódicos.



           Entonces empezó a pensar en lo del perro. Tal vez resultara más fácil la comunicación con un animal que con un ser humano. Llevaba varios meses observando a una mujer que al caer la tarde pasaba por debajo de su ventana dándole conversación a un mastín que parecía entenderla, pues de vez en cuando levantaba la cabeza y ladraba como en señal de asentimiento. Al principio la había observado con lástima, como si se tratara de una pobre loca, pero a medida que pasaban las semanas le fue pareciendo más verosímil la posibilidad de que entre ella y el animal hubiera algún tipo de comunicación. Un día salió a la calle cuando la mujer pasaba por debajo de su ventana y acarició la cabeza del perro al tiempo que decía algo agradable sobre él. Luego comentó que estaba dándole vueltas la idea de comprarse un perro para que le hiciera compañía. Añadió que tenía un piso de tamaño medio y quería saber qué raza le convenía. La mujer le respondió con desdén que los perros no se elegían.

—¿Tiene usted hijos? —añadió.
—Dos —respondió él—, ya mayores.
—¿Acaso los eligió?
—Bueno, no.
—Pues los perros, lo mismo.

El hombre balbuceó unas disculpas y continuó andando. Durante los días siguientes recorrió algunas tiendas de animales donde los perros le ladraban y le movían la cola desde sus jaulas. Eran cachorros y transmitían esa energía especial con la que tarde o temprano acaba la experiencia. Se los habría llevado a todos y por eso mismo era incapaz de decidirse por ninguno. Además, cuando ya estaba a punto de dar el paso, pensaba en las vacunas, en las enfermedades, en la obligación de sacarlo a pasear por la mañana y por la tarde, de prepararle la comida, de asearlo (él mismo pasaba días enteros sin peinarse)… Pero algo, en su interior, le decía que se trataba precisamente de eso, de trabajar para alguien a cambio de un poco de afecto.
  
Augusto Ferrer-Dalmau
[Ilustraciones para Perros e hijos de perra (Arturo Pérez-Reverte), Ed. Alfaguara, 2014]
Pasaron varios meses, y un día, al regresar de la compra cargado de bolsas, se cruzó con un perro de raza y edad indefinidas, un chucho de pelo corto y patas largas. Se detuvo a observarlo, pues parecía que estaba solo, y en un momento dado el perro volvió la cabeza y dirigió una mirada cargada de sentido al hombre, que continuó andando presa de una turbación excitante. El animal lo siguió. El hombre sentía su presencia detrás de sí. «Enseguida —se dijo— se dará la vuelta y tomará otra dirección.» Pero cada vez que miraba de reojo, la sombra del chucho continuaba pegada a la suya, como si ya entre las sombras hubieran llegado a un acuerdo. La mitad de él rezaba para que desapareciera antes de llegar al portal, mientras que la otra mitad rogaba que no lo abandonara. Se dio cuenta de que había pensado en el perro en los términos de un animal abandonado, cuando el abandonado era él. Llevaba meses recorriendo las calles, los bares, los cines, con la esperanza de ser recogido por alguien. ¿Por qué no por este perro?

Llegó al portal, entró y el animal se coló detrás de él. Abrió la puerta del ascensor y el perro se metió dentro como si llevara haciéndolo toda la vida. Una vez en casa, el hombre dejó las bolsas en el suelo, se dirigió al chucho y le dijo:

—¿Se puede saber qué quieres?

          El can movió el rabo y ladró. El hombre fue a la cocina, sacó una lata de comida para perros que había comprado hacía meses, para hacer frente a una emergencia de este tipo, la vació en un plato y, mientras lo veía comer, comprendió que acababa de tener un perro.

[Juan José Millás, Relaciones personales; extraído de Una vocación imposible, Ed Seix Barral (2019), pág 682]

domingo, 22 de diciembre de 2019

Feliz invierno

Un poco saturado de emoticones alegres, de vídeos ingeniosos, de montajes y de fotitos aludiendo a estas «entrañables fechas» que se avecinan (recibido casi todo ello vía WhatsApp, ya que los christmas pasaron a mejor vida), G.U. ha encontrado en el blog de Lluís Bosch Daisy, casi un cuento de Navidad para 2019. Aprovechando que se acerca la Navidad, les invita a leerlo atentamente, si no lo han hecho ya.

Y, por lo demás, tomo prestadas unas palabras del colega Francesc Cornadó, que se va de aquí unos días y hace bien:

«Os deseo que las cosas os vayan bien, que tengáis una buena compañía, que nadie os estorbe y que estéis tranquilos y que el año que viene os sea propicio, que se cumplan todos vuestros deseos. [...] Y sobre todo, lo más importante: que tengáis una buena salud». Amén.



Aprovechamos también el solsticio de invierno para adjuntar otras frases de Lluís Bosch. Hace ya un tiempo, él escribía estas líneas, perfectamente utilizables otra vez ya que resumen el estado de ánimo en que se encuentra ahora G.U.:

«Esta noche es la noche más larga del año: solsticio de invierno, la noche ideal para la magia negra, los nigromantes y los espectros, a los cuales los astros les dan más cancha. En Cataluña la vamos a celebrar con un desfile de espectros por las pantallas y las emisoras. Recé para que este solsticio fuese un solsticio de veras, fin de ciclo, renovación. Pero algo me dice que voy muy equivocado, igual como al príncipe algo le olía a podrido en el reino. Hay algo que me deprime en esta noche tan larga. Esta madrugada he intuido algo muy fatigoso, muy espeso, muy oscuro en el aire, justo antes del alba. 

 Cuando un conflicto no tiene solución buena, solo nos queda rezar por el éxito de la menos mala. Y eso es muy triste. O quizás irte, marcharte a otra parte casi con lo puesto. Marcharte, sí, pero ¿adónde? [...]

De momento, G.U. huye de la magia negra y los espectros, y parte para la «isla mágica». Que pasen un buen invierno...


sábado, 21 de diciembre de 2019

Otra Navidad (los belenes de Ramón Gómez de la Serna)

¡Ay, la Navidad, la Navidad! ¡Qué días tan siniestros hoy en día!, pero que a G.U. le traen muchos recuerdos de infancia, que le están atacando últimamente cual vulgares «salteadores de caminos», como diría Miquel Cartisano. Más pronto que tarde esperamos hablar en el blog de esas fechas; ya saben que hemos abierto una especie de sección titulada Recuerdos, y allí estarán sin duda los belenes que montaba Patiña, que poco tenían que envidiar a los del tío Aníbal.

Pero, mientras llega ese día, de momento dejamos pista libre a una pluma bastante más autorizada, como es la de Ramón Gómez de la Serna, que nos explica esta historia, titulada El creador de los Nacimientos, contenida en sus Cuentos de fin de año publicados por Carel Ediciones en 1991. Como el cuento es un poco largo, se lo sintetizamos a ustedes, sobre todo para los que no tienen tiempo que perder, que haberlos haylos. Y a los que sí pueden perderlo, al final se lo ofrecemos íntegro. Vale la pena. Hace un par de años publicamos otro, en la entrada ¿Faltarán dos copas?




Portada de Cuentos de fin de año
Cuando llegaba la Navidad, el tío Aníbal aparecía por la casa de su cuñado y en un cuarto sobrante preparaba un enorme Nacimiento en el que no faltaba de nada. Es que el tío Aníbal era "el gran preparador de Nacimientos". Los tres niños de la casa lo adoraban, por esta afición y también por su exótica barba. Cuando aparecía por la casa, no se separaban de él y conformaban una réplica de "El Nilo y sus afluentes", grupo escultórico en que el río está representado por un barbado personaje.

 Y así, al llegar la Navidad, el tío Aníbal llegaba cargado de todo lo necesario para crear, encerrado en el cuarto sobrante, su poético y fascinante mundo en miniatura. Por fin, en Nochebuena se abría el cuarto vedado y allí estaba el ansiado prodigio, con todos, todos los detalles: la estrella errante, los espejos haciendo de ríos, el talco y la sal para la nieve, un molino de agua de verdad, los pastores... y el portal de Belén. Pero de repente el tío Aníbal dejó de frecuentar la casa... para consternación de los admiradores del poeta de los Nacimientos, los niños, que no alcanzaban a comprender cómo las desavenencias que surgen entre los adultos podían dar al traste con algo tan maravilloso.


EL CREADOR DE LOS NACIMIENTOS
I
Cuando llegaba esta época, tío Aníbal aparecía por casa y tomaba posesión del gran cuarto sobrante. Mi padre le abrazaba con mucho cariño. No era su hermano; no era siquiera el marido de su hermana: era sólo el cuñado por parte de nuestra pobre madre, muerta hacía tres años. Y, sin embargo, le quería como si fuese un verdadero hermano.
Durante el resto del año parecía que tío Aníbal se preparaba para la época pascual y navideña, cuando en el cuarto destartalado y gris preparaba el Nacimiento, un Nacimiento enorme, con cordilleras, valles, ventisqueros, ríos, bosques, casitas y un suntuoso portal de Belén, en el que nacía el Niño Dios.
Era el gran preparador de Nacimientos, y durante los once meses restantes era como un poeta soñando con su poema.
Buscaba en sus visitas el sillón más horizontal, y tumbándose en él cruzaba sus largas piernas y parecía repanchingado en un sillón de dentista.
Nosotros estábamos convencidos de que siempre estaba pensando en crear Nacimientos, panoramas lejanos, sobre los que cruzaba el avión de luz de la estrella de rabo.
Eso unido al prestigio de que era nuestro único tío con barba, con toda la barba, una barba con tres ondulaciones, que la convertían en barba en cascada, nos hacía tener por él una predilección sin reservas.
Alegoría del río NiloEl Nilo y sus afluentes (copia romana de un grupo escultórico helenístico) / Museos Vaticanos
Tía Blanca, que se parecía a nuestra madre y que no se separaba nunca de él, no lograba arrancarnos de los alrededores de su marido, con el que componíamos una especie de réplica al grupo escultórico clásico que se llama «El Nilo y sus afluentes», y en el que aparece un simpático barbudo rodeado de niños.
Cuando tío Aníbal miraba al techo nos imaginábamos que pensaba en el futuro sistema estelar del Nacimiento de aquel año y distribuía las constelaciones.
Tía Casilda, la otra hermana de mi madre, la viuda, no le quería bien a tío Aníbal, y un día oímos que decía:
—Aníbal es una nulidad.
Mi padre, conciliador y justiciero, replicó:
—Es buenísimo y simpatiquísimo... Lo único que pasa es que es perezoso como un poeta.
—¡Y cómo sabe hacer Nacimientos! ¿No es eso un mérito? —preguntó Pepe, el más niño de nosotros.
Mi padre sonrió, y con cierta sorna dijo dirigiéndose a mi tía Casilda:
—¿Y eso? ¿Te parece poco? Es el gran poeta de los Nacimientos.
Ahora que lo recuerdo en lo remoto, me parece que tenía hasta un poco de melena para ser más y mejor el poeta de los Nacimientos.
El caso es que al llegar esta época recababa toda su autoridad en la casa y venía cargado de paquetes y con grandes rollos de cartón y de papeles de colores.
Dos o tres días se quedaban a comer en casa él y su mujer, porque en su casa no le esperaban los niños, ya que no había tenido descendencia.
—¿Cómo va eso? —le preguntaba mi padre.
—Hasta el día de Navidad no podrá saberse.
Nadie podía entrar en el cuarto del Génesis, y cuando se iba se llevaba la llave.
Sólo por el montante que tenía la puerta en lo alto se podía haber sorprendido el secreto, pero no nos atrevíamos nunca a acercar a la puerta esa mesa que con una silla encima permite que los niños sepan lo que sucede detrás del cristal de las banderolas.
A lo más, mirábamos desde abajo la opalescencia que iba apareciendo en el alargado ventanillo, como si el alba de Oriente fuese despuntando por allí arriba, según se acercaba el día de Nochebuena.
El tío Aníbal traía hasta elementos de instalación eléctrica, y veíamos los relámpagos de la gestación de aquel mundo en miniatura.
Alguna vez, al abrir la puerta, se le divisaba como un Gulliver en el país de los enanos, subido a la pradera de musgos que era el altar del Nacimiento, y su gran estatura, abierta en tijera, era como una sombra gigantesca.

II
El día de Nochebuena, llegado el atardecer, se abría la puerta del cuarto del misterio y penetrábamos todos detrás de tío Aníbal.
¡Aquello era prodigioso! Aquel año había logrado la estrella errante, que se movía desde el lejano horizonte hasta el portal del establo divinizada con lenta marcha de lazarillo de Reyes.
Nadie como él para hacer ríos de espejo —espejos de criada, de los que hacen muchas aguas—, y era un maestro en nieves y escarchas, que lograba con sal y talco.
Todo el ancho y alto horizonte era azul con estrellas de plata y oro, y en su colina estaba el molino, con servicio de agua auténtico, en combinación con un surtidor continuo, siendo el misterio del panorama la casita con luces adentro, sola en la espesura, como posada del caminante extraviado.
Ilustración del cuento El Creador de los Nacimientos ((Ramón Gómez de la Serna) / A.R.
Las lavanderas estaban en su sitio, como lavando con urgencia en la noche.
—¿Y los comilones de gachas?
—Aquí.
Y se veían los pastores glotones y un poco incrédulos, que sólo gracias al aviso del ángel abandonaron su sartén y se dirigieron al portal.
—¿Y la que lleva huevos?
—Aquí.
—¿Y el que le regala un pavo?
—Allá.
—¿Y el viejo con el saco de harina?
—Junto al castillo.
Y así le llenábamos de preguntas, y él no escatimaba las respuestas.
—Habían venido otros niños para ver nuestro Nacimiento, y ante todos se movía como un semidiós el tío Aníbal, radiante de haber logrado un año más aquel milagro de superación.
¡No hay nadie como Aníbal para crear un paisaje inolvidable! —decía su mujer, que le admiraba ese día más que nunca.
Mi padre le abrazaba y le decía como si le felicitase por haber cumplido la gran misión:
—¡Chico, estupendo!
Y era verdad. Todos parecíamos asomados a las ventanillas de uno de esos trenes que pasan por un puesto de la sierra y ven en lo bajo lo que entonces también llaman «un paisaje de Nacimientos».
Después de la primera emoción proponíamos encender las velas, y lentamente íbamos poniendo fuego a los palitos nuevos de las cien velillas distribuidas en vegas y desfiladeros.
Era un momento trascendental, como de alumbramiento de un nuevo año o de una nueva era, y cuando estaba todo encendido se apagaba la luz eléctrica, y entonces ya éramos nosotros mismos como figurillas de barro que entraban en la realidad de aquel mundo disminuido y parpadeante. El Portal de Belén resplandecía con sus candelabros de varios brazos, y una nota conmovedora del sentido escénico de Tío Aníbal era que el Niño Dios no aparecía hasta las doce de la noche, pues lo guardaba en el bolsillo hasta esa hora, que señalaba el verdadero natalicio.
Mientras nosotros jugábamos al borde de la superrealidad del Nacimiento, tío Aníbal, satisfecho, como si hubiese realizado su ensueño de todo el año, se sentaba en una silla y contemplaba con los ojos entornados y acariciándose la barba su obra miniaturesca y magna. Tía Blanca acercaba otra silla a la de él, y reclinándose en su hombro, contemplaba con sin igual deleitación el panóptico, como si la maternidad de ella y la paternidad de él se sintiesen colmadas y satisfechas.

III
Después de los años de Nacimientos sobrenaturales, vino el año estéril, con un Nacimiento hecho de retazos del último Nacimiento y con el musgo cuarteado, pues sólo el tío Aníbal sabía preparar las praderas compactas con ese pelo de las piedras que es el musgo, siempre con algo de bisoñé.
Nuestro padre había querido imitar la obra de tío Aníbal, pero no lo había podido lograr, porque el poeta de los Nacimientos tenía inspiración y numen.
¿Qué había pasado con tío Aníbal, que no iba ya por casa y parecía haber sido ascendido a constructor de paisajes suizos en remotas tierras? ¿Es que la muerte de tía Blanca le podía haber apartado así de sus sobrinos?
A través del siguiente año nos fuimos enterando de algo de lo que había sucedido. Eran noticias vagas, que no tuvieron su comprobación hasta una tarde calurosa de mitad de verano. Todavía estaba su fotografía en el portarretratos que tenía mi padre frente a su mesa.
Tía Casilda había llegado muy sulfurada y vimos cruzar por el pasillo el vaso de agua fresca que necesitaba su sofoco.
De pronto oímos la voz un tanto encolerizada de nuestro padre, que gritaba:
—No, no... Casilda... ¡No hagas eso!...
Nos acercamos a la puerta del despacho y vimos que nuestros padre quitaba de manos de tía Casilda, como si fuese un puñal, el manguillero de la pluma que usaba corrientemente.
—¡Ese retrato que has rayado me pertenece!... Con los retratos de Aníbal que tú tengas puedes hacer lo que quieras.
Después vimos que nuestro padre cubría con papel secante el retrato de tío Aníbal, como practicándole una primera cura de urgencia.
A la criada, que volvía con el vaso de agua vacío, le preguntamos:
—¿Por qué ha hecho eso tía Casilda?
—Porque tío Aníbal se ha casado de nuevo y dice que por eso ya no es pariente suyo.
Nosotros sabíamos que era un odio de antes, ese odio a tío Aníbal, y no la quisimos besar al irse, porque había herido para siempre, como una navaja de afeitar, el rostro pálido y barbudo del poeta de los Nacimientos, sin que hubiese valido nada más que para borrar la tinta la rápida intervención del algodón del secante.
¡Con qué asombro los tres hermanitos, sigilosos, nos asomamos al despacho en cuanto amainó la cuestión y fuimos directos al retrato de tío Aníbal, comprobando el atentado de tía Casilda!
En la confusa apreciación infantil de los hechos comprendíamos que había estado mal olvidar a aquella segunda madre de nuestra niñez, pero un creador de Nacimientos, con aquella barba neptúnica, no podía quedarse solo; necesitaba otra señora que le acompañase en sus largos éxtasis, mientras soñaba los países de su creación, los futuros Nacimientos, que seguramente hacía ahora para otros niños, ya que a nosotros, por aquella arbitraria hostilidad familiar, no se atrevía a visitarnos.
Por el teléfono de la infancia le hubiéramos gritado muchas veces:
—¡Tío Aníbal! ¡Tío Aníbal! ¡Poeta de los Nacimientos, ven!

viernes, 20 de diciembre de 2019

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Recuerdos (1)

I

Esta historia comienza el día en que volvíamos en tren a Barcelona a finales de septiembre, después de pasar tres meses de vacaciones en Hostalets de Balenyà al aire libre, haciendo el salvaje. De eso ya hemos hablado alguna vez en este blog, y mucho más que lo haremos en futuras entradas, bajo el título «Recuerdos».

Llegábamos a la Estación de Francia o al apeadero de plaza de Cataluña; pero lo que yo recuerdo sobre todo es que lo primero que veía al asomar la cabeza desde el subterráneo de plaza Cataluña, ya anochecida y a veces lloviendo, eran los anuncios luminosos que parpadeaban en las azoteas: "Tío Pepe", "Danone", "Flan Potax", "Cerebrino Mandri", todo eso. Y en seguida el ajetreo de gente presurosa, coches, tranvías. Yo apenas podía caminar sobre el asfalto, de tan acostumbrado como estaba a hacerlo por los caminos de tierra y los descampados; era una sensación muy rara.

Miguel Tomás Romero / granuribe50
Pero, como solíamos llegar con un «maletamen» que ni les cuento, mi madre —Patiña, a partir de ahora— se permitía el lujo de contratar un taxi para llevarnos a casa. Bueno, ni que decir tiene que eso me levantaba mucho el ánimo, bastante alicaído durante todo el día. Y es que aquello nos permitía sentarnos en lo que llamaban «estrapontines», y eso siempre producía mucha emoción y gran alborozo. No era tonta Patiña: creo que ella sabía mejor que nadie que ese momento del desembarco era muy duro para mí, aunque supongo que también para ella: en Hostalets se sentía una mujer libre, y allí pintaba paisajes luminosos y unos preciosos cuadritos al óleo con flores que para sí querría el mismísimo Monet, o Degas, pero con una pincelada más detallista. Aunque quizá sea que los tengo idealizados, ya que no conservo ninguno, ni siquiera en fotografía. En realidad, yo creo que estaba un poco enamorado de Patiña, y quizá aún lo estoy; me da a mí que padezco todavía un cierto complejo de Edipo.


Pero no nos despistemos. Llegamos a la lúgubre casa de la calle Muntaner 561, un lugar que siempre rememoro como en blanco y negro. «Mierda, otra vez aquí» —pensaba para mis adentros, quizá en los inicios de una depresión—. Lo siguiente que recuerdo es la entrada al piso; su olor a cerrado y una extraña sensación de aire detenido no me los he quitado nunca de encima. «Mierda, —quizá me repetía—, otros nueve meses en este túnel». Y es que así lo vivía yo, una especie de túnel que aún puedo recorrer a lo largo del pasillo con los ojos cerrados y habitación por habitación, como si no hubieran pasado sesenta años.

martes, 17 de diciembre de 2019

Dedicado al "Defensor del Pueblo de Cataluña"

En la política catalana no hay ningún cargo vitalicio, por lo menos en teoría, aunque el que ostenta el señor Rafael Ribó se le parece mucho. Se trata de un tipo perteneciente a la «izquierda fricandó», como la llama Gregorio Morán, o la «gauche caviar», en palabras de Ramón de España. Esa que ha transitado rápidamente a lo identitario, que es lo que reparte las prebendas a día de hoy. Pero Ribó estuvo listo y vio el chollo antes que otros. Él lo hizo en 2004, ya en época del tripartit, y obtuvo como premio el cargo de "Defensor del Pueblo de Cataluña" (Síndic de greuges). ¡Ah!, «el pueblo», ¡qué bien suena esa música!: compiten derecha, izquierda, populistas varios y nacionalismos diversos por ensalzarlo.

Como dice el susodicho Morán en su artículo El precio:

Gregorio Morán
«Ahí tenemos a Rafael Ribó, de familia financiera, que por esas singularidades de la política en Cataluña se hizo con la secretaría general del PSUC —la facción comunista catalana— y que logró cambiar el nombre del partido: de PSUC a Iniciativa por Cataluña. Se veía venir la deriva y acabó de Defensor del Pueblo catalán-Síndic de Greuges- con el apoyo del catalanismo unido; los conservadores y los menos conservadores. Acaba de dar una lección de cinismo político, de esas que salen gratis, al señalar que el deterioro de la Sanidad Pública catalana se debe al uso que de ella hacen el resto de los españoles. No es sólo una falsedad, sino una querencia ideológica que rasgaría las vestiduras enunciada por Vox pero que pronunciada por él o por el president Torra debe ser blanqueada, o como dicen los taxidermistas de la ideología, "analizada en su contexto"».


Ya había «enseñado la patita» con la bronca que le pegó a la Policía Nacional (y a los mossos también, para disimular) porque, según él, se habían excedido con la porra contra los pobres CDR que pusieron patas arriba Barcelona hace dos meses (con la bendición de MHP Torra, ya que lo hacían «por Cataluña» y estaban ejerciendo su sacrosanto derecho de manifestación y de expresión). Ribó no necesitó hablar con ningún poli implicado para hacer su informe: con las declaraciones de los presuntos apaleados se bastó y sobró para redactarlo.



Un satisfecho Rafael Ribó, Síndic vitalicio
Es precisamente «analizado en su contexto» que Gran Uribe recuerda algo que ocurrió en 2004. Cuando se estaba acabando el edificio del Alberg Pere Tarrés (una institución religiosa bien situada en las esferas de poder), enfrente de su casa, varios vecinos apreciamos que había adquirido un volumen y una altura que vulneraba de modo flagrante las ordenanzas en vigor en esa zona. Uno de ellos, el "enteradillo", a modo de brillante iniciativa anunció solemne: «Voy a emitir una queja al Síndic de Greuges —que a la sazón ya era Ribó— y se van a enterar de lo que vale un peine».

G.U. —un «escéptico sarcástico», aunque menos que su colega Francesc Cornadó— declinó sumarse a esa peregrina idea del vecino de rellano. Y el tiempo no tardó en darle la razón.¡Ja, ja, ja! Al cabo de unos meses, le preguntamos al vecino qué le había contestado el "Defensor del Pueblo". «Nada, ha dicho que había consultado el asunto al Ay Untamiento y allí le habían asegurado que todo estaba en regla; por tanto, daba por cerrado el caso» —fue su compungida respuesta. Buen trabajo, Ribó.



Bueno, ya lo ven, allí tenemos todavía a ese vivales (con 138.000€ de sueldo, 22 asesores y 6,3 millones en gastos). El espabilado sujeto del viajecito con su secretaria-novia y algunos de sus asesores a ver la final de la Champions del Barça a cuerpo de rey —un error, según reconoce ahora—, con todos los gastos pagados (39000€ del ala) por un empresario procesista, un tal Jordi Soler Paredes, no sabemos a cambio de qué (quizá "tema tres per cent").

Y con pinta ese sujeto de convertirse en «Defensor del Pueblo de Cataluña» vitalicio. El hombre se lo está currando, al menos. De Laura Borràs ya hablaremos, aunque ya conocemos de antemano la línea de defensa que adoptará ante sus correligionarios: «el Estado opresor (Madrit) me persigue para desacreditar al procés». Y si no, al tiempo.


jueves, 12 de diciembre de 2019

El control y los "containers con chip"

G.U. les va a contar algo personal. Eso, el hecho de relatar cosas propias, es uno de los objetivos que tuvo a la hora de crear "El blog del gran Uribe", pero practica poco tal aspecto, quizá porque se percató rápidamente de que es algo que no puede interesar a casi nadie, al tratarse de un sujeto totalmente desconocido "a nivel mediático", como se dice ahora.

Miquel Cartisano
[granuribe50]
Pero lo de anteayer es diferente. Les cuenta. Estuvo tomando en las Ramblas de Barcelona, cerca del Liceo, un cortado (tallat) y un crujiente croissant con Miquel Cartisano (Tot Barcelona), un tipo honesto y entrañable, que es muy conocido —aquí, allá y acullá— por su blog. El motivo era que Tot se había ofrecido a pasarle a este bloguero un libro que G.U. tuvo en su día pero del que se desprendió. Como suele pasar con los que uno abandona, acaba queriendo revisitarlo (con los que conserva, pocas veces sucede tal milagro). Hablamos de Gertrud Stein y su autobiografía (escrita por ella, pero tomando en préstamo para ello el nombre de su amante Alice B. Toklas).

El caso es que Miquel (autor del excelente Las sombras se equivocaron de dueño) le transmitió a G.U., entre sorbo y sorbo de cortado, su profunda inquietud por el control al que estamos sometidos, especialmente desde la irrupción de Google y de los telefoninos "inteligentes". Pues sí, estamos localizados al minuto, al segundo, con todo el pormenor posible; se sabe dónde estamos, qué compramos, en qué bar nos hemos tomado el último gin tonic de media tarde, con quién... No es raro que un asesino com cal (como dicen por aquí), horas antes antes de cometer alguna fechoría tire el móvil en cualquier alejada cuneta. G.U. también lo haría (no es el caso).


Bueno, tan efectiva es esta herramienta de control que sin ella, sin un número de móvil que responda por ti, ya eres un auténtico despojo humano. Con ese número ya puedes adquirir lo que sea, no así con el DNI. No falta mucho para que tengamos que usarlo hasta para comprar el periódico en el kiosko, y así se sabrá qué diario impreso leemos (el digital ya lo saben). Mientras duren los diarios en papel es un buen dato que añadir a los que ya obran en su poder...

Propuesta del nuevo sistema de tontainers con chip en el puerto de Barcelona, ante el Costa Concordia (su capitán ya no es Schettino)
[Simulación infográfica: granuribe50]
Nuestro hombre, Tot Barcelona, está preocupado ahora —y con razón, tal como explica en su blog— porque se quiere digitalizar también el asunto de los desechos que uno genera; dónde los tira, con qué periodicidad y en qué "tontainer" —así los llama él—, cuánto pesan. La coartada es la de que así, si actúa correctamente, se colabora mucho a reducir el calentamiento global (?) y, además, con esa cívica actitud el ciudadano puede reducir un poco su cuota en el impuesto correspondiente. O... (eso no se dice, pero se implantará) puede sufrir la correspondiente multa por no hacer las cosas bien, o por no hacerlas. De quiénes se benefician del reciclaje que hacemos, es difícil enterarse, pero haberlos, haylos.



Ya ven. Quizá por ese afán de control, nuestros concejales ya están empezando a implantar el sistema de que para tirar la basura haya que introducir previamente una tarjeta de identificación (o el número del móvil). Lo que contamine un crucero, un millón de veces lo que pueda contaminar un solo individuo, da igual: "traen riqueza (porten calés)", se dice.



Bueno, sigamos adelante. Si quieren que les diga la verdad, dado que todo esto es una mierda pinchada en un palo, que somos unos monigotes en manos de sujetos e instituciones que nos exceden, G.U. les tiene que confesar que, visto lo visto y ya puestos, no le haría ascos a elecciones repetidas al infinito, hasta que salga lo que él quiere. Total, le gusta ir a votar, sentirse partícipe de una "fiesta de la democracia" (como rezan los telediarios) y... el día que salga lo suyo disfrutará de unos días (pocos) sin agobios ni arritmias recurrentes como ahora. Y es que ahora... está muy preocupado.

Votar nos une11.12.2019 | 19:32

«Mi vecina es atea, pero acude todos los domingos a misa de doce porque le tranquiliza encontrarse en la iglesia con personas junto a las que pasa media hora en silenciosa comunicación. Le gusta, dice, charlar a la salida con la gente. A veces se toma un vermú con un grupo de fieles con los que ha establecido cierta amistad.

—Una sociedad sin rituales –me asegura–, se descompone en cuatro días.

Frente a mi gesto de escepticismo, añade que votar es un modo de ir a misa.
—No compares —me quejo.

—El otro día —arguye— Bono, José Bono, que sabe un poco de esto, dijo en la tele que quien manda en la política es el dinero. Tú puedes votar a quien te dé la gana, pero salga quien salga, gobernará el Ibex 35. Quien dice el Ibex 35 dice el Dow Jones o la Troika, lo que prefieras. La jornada electoral es ya lo más parecido a un rito religioso dirigido a calmar un poco la ansiedad de la gente, que es lo que hace la misa de doce, así que no me vengas con cuentos.


Tuve que reconocerle que era verdad, que el mundo está dirigido por potencias económicas fuera de control. ¿Quién se cree que Casado, Sánchez, Iglesias o Inés Arrimadas son capaces de embridar a Google? Quien dice Google dice Apple o el mercado de futuros. Es cierto, pues, que la política está cada día más contaminada de la fe que caracteriza a las creencias religiosas. De ahí, quizá, las pasiones que levanta. Ninguna familia ha roto en la cena de Navidad por culpa de una discusión sobre el teorema de Pitágoras. Las cuestiones relacionadas con la razón provocan conversaciones razonables. Por la fe, en cambio, se mata.


En mi círculo de amigos hay seguidores de diferentes partidos políticos. Lo que caracteriza a todos es el fanatismo por esas formaciones que recuerda el ardor de los creyentes en............... (póngase en la línea de puntos el dios que prefiera cada uno). De modo que quizá unas terceras elecciones tampoco resultaran tan catastróficas. En mi casa votamos en familia, como cuando íbamos a misa con nuestros padres. Votar nos une».

Diario de Ibiza (11/12/2019)

lunes, 9 de diciembre de 2019

Antonio López y sus vistas de Madrid

Al hilo de la entrada de ayer sobre el libro de Óscar Tusquets, vamos a hablar de Antonio López, que bien lo merece.

Antonio López, Madrid desde Torres Blancas (1976-1982)
[Colección privada: adquirido por 1,74 millones de euros en Christie´s, en 2008]
Óscar Tusquets se pregunta cómo es posible que los "expertos" sigan perdiendo el tiempo haciendo cábalas acerca del día del año que representa Antonio López en su vista de Madrid desde las "Torres Blancas", el edificio del arquitecto Sáenz de Oíza. La hora no la ponen en duda —21:40—, pues figura en el reloj digital de la izquierda de la pintura; no iba a dejar el recuadro vacío, claro. Muchos de ellos defienden que se trata de una tarde de verano o de puente, sobre todo porque no hay coches en la avenida de América, algo muy anómalo en esa vía, que es la entrada a Madrid desde Barcelona. Y suelen afinar todavía más, afirmando que a esa hora la luz del cuadro solo puede ser de una tarde de junio.

¡Almas benditas! ¡No os quebrantéis tanto la sesera, "expertos"! A este respecto, afirma el susodicho Tusquets en el capítulo Pintar bien lo imaginado: «Antonio López nunca intenta representar un instante; intenta representar la eternidad. Nunca representa cosas en movimiento, la velocidad no le interesa, es un antifuturista. No pinta coches circulando, ni siquiera aparcados, ya que mañana serán otros y él sabe que el cuadro no le va a llevar meses, sino años. En sus cuadros nunca aparecen nubes pasajeras, [...] sino brumas estáticas, momentos eternos. Cielos de Madrid».



Y acerca de su famoso cuadro de la Gran Vía, que reproducíamos ayer, hay que decir que Antonio López volvió alguna vez al "lugar del crimen", visita que dejó retratada en una ocasión el fotógrafo Claudio Álvarez. Ahí se ve al pobre Antonio, con aire desvalido —no está en su ambiente—, rodeado de un marasmo de coches que circulan a toda pastilla.
Añadir leyendaAntonio López, Gran Vía (1974-1981)
Antonio López posa en medio de la Gran Vía / (Claudio Álvarez)
Nos explicaba muy bien una de esas visitas Antonio Muñoz Molina en su artículo La decisión de la verdad, en 1992.

«En una foto reciente Antonio López García aparece vestido de explorador o de buhonero en la confluencia de la Gran Vía y la calle de Alcalá, justo en el mismo lugar donde durante varios años se apostó con las primeras luces del día para pintar el amanecer desierto de Madrid. Con el pelo canoso y despeinado, con una gabardina que le viene un poco grande, con unas botas rurales y el cinto de una especie de morral cruzándole el pecho, Antonio López García emerge sobre el asfalto de Madrid como un peregrino saludable y arcaico que ha venido a pie desde su provincia para ver con sus propios ojos el alba misteriosa de la capital, y se le nota enseguida que no dejará de ser forastero y que ya nunca se marchará de allí. Antonio López García tiene algo de viajero asombrado, de hombre del campo transterrado a Madrid, de campesino y de artesano absorto que puede pasarse horas y días sumergido en su labor, tan atento a ella que no escucha ruidos ni voces, tan ensimismado en las perfecciones materiales de las cosas que al final no sabe si ha pasado breves horas o años enteros contemplándolas, queriendo tan detalladamente repetirlas que se le escaparán sin remedio en el sigilo de sus mutaciones inmóviles».[...]

domingo, 8 de diciembre de 2019

Tusquets, "Pasando a limpio" y paté de liebre

¡Ah!, qué expresión "pasar a limpio", tan usual pero tan difícil de definir, tanto que ni en el Julio Casares ni en la RAE la encontramos. Recuerdo que los estudiantes de arquitectura la usábamos a menudo, muy especialmente cuando queríamos enseñar al profesor de la asignatura de Proyectos lo que habíamos hecho en casa (por lo general una cosa manifiestamente mejorable, que nos derribaban esos sujetos con cierta displicencia, sin consideración alguna y siempre muy ufanos de sí mismos). En ese contexto, «Hacer comprensible a los demás nuestros bocetos» sería la definición más ajustada de esa expresión que usábamos tanto. Puede pasar también con un poema.

Bien; Oscar Tusquets (no quiere que acentuemos su nombre) es un buen arquitecto (en opinión de G.U.), que cometió el error de asociarse con Núñez y Navarro para algunas promociones inmobiliarias (mal socio, ¡vive Dios!) y que acertó al quitarse de en medio cuando los números de la ampliación del Palau de la Música (lo del Sr. Millet) empezaron a chirriar, por si las moscas lo acababan pillando a él. Un tipo listo.

Desde entonces, solo pinta (muy bien, por cierto) y escribe. Ahora ha pasado a limpio algunos de los pensamientos que han marcado su vida. Y lo hace en su libro Pasando a limpio, del que G.U. dispone un ejemplar desde ayer al mediodía, ya saben. Lo abrimos y aquí el hombre nos muestra algunas de sus reflexiones pasadas a limpio.




Ya en las primeras páginas nos dice cosas como las que siguen. Una línea que se podría seguir con otras aportaciones.



Caspar David Friedrich
El caminante sobre el mar de nubes (1817–1818)
«Hasta que Caspar David Friedrich no pasó a limpio su amor por los paisajes alpinos no los supimos ver»



Edward Hooper, Nighthawks (1942)

«Hasta que E. Hooper no pasó a limpio su interés por los suburbios de las ciudades estadounidenses no los valoramos»



David Hockney, A Bigger Splash (1967)

«Hasta que David Hockney no pasó a limpio su fascinación por las piscinas californianas no nos las tomamos en serio»



Antonio López, Gran Vía (Madrid) (1974-1981)
«Hasta que Antonio López no dedicó siete años en pasar a limpio la Gran Vía no nos había parecido tan bella»





Bueno, bueno, bueno, si seguimos esta vía, podríamos añadir muchas cosas de este estilo:

Alberto Durero, Liebre (1502)
«Hasta que Durero no pasó a limpio esta acuarela, no pensamos en las liebres más que para hacer paté»

ETC., ETC, ETC.

sábado, 7 de diciembre de 2019

Google se ha olvidado de G.U.

Detalle de tarta de granuribe50
[G.U.,mestre pastisser]
¡Vaya!, Google este año se ha olvidado de G.U. y no le dedica su habitual Doodle de cumple. ¿Un mal síntoma? ¿Lo ha dejado de hacer con todos? ¿Sólo con él? «No es el único en haberse olvidado, pero da igual: el cumple nunca fue santo de mi devoción», se dice para sí.

Sigamos. Son días en que uno siempre tiene tendencia a sumirse en la melancolía y, en ese estado, la pluma puede gastarle a uno malas pasadas. En efecto, aunque a G.U. le gusta leer, sobre todo lo que está bien escrito, no suele "disfrutar como un enano" cuando escribe. Y en momentos así, todavía menos: las oraciones dejan de fluir limpias y se enredan, la sucesión "sujeto-verbo-predicado" empieza a no resolverse bien, el orden de los verbos y de los adjetivos ya no es el correcto, ni tampoco son éstos los más adecuados (o se quedan cortos o se pasan tres pueblos). O sea, que para estar peleando a brazo partido con el lenguaje, más vale irse a comer por ahí, tomarse un buen vino, disfrutar de la compañía de doña Perpetua y abrir, mientras llega el condumio, los paquetitos que le tiene preparados, y que tienen toda la pinta de ser libros. Ojalá sea así: la lectura es una de las actividades que más aprecia G.U. hoy en día, sobre todo cuando se escoge bien el libro, claro.



Dice Javier Cercas: «Tengo la sospecha (o más bien la certeza) de que quien nunca cita a nadie sólo puede hacerlo por dos razones: una es que no sabe que la mayoría de las cosas que decimos han sido ya dichas, y casi siempre mucho mejor de lo que nosotros podríamos decirlas; otra es que, aunque quien escribe sin citar sepa que no paramos de repetir lo que ya han dicho otros, pretende hacer creer a quien le lee que es de cosecha propia aquello que en realidad es de cosecha ajena, que ha salido de su cabeza aquello que salió de otra».

Por eso, cuando hay alguien que ya ha dicho exactamente lo que uno quisiera decir, pero mucho mejor (como es el caso), lo más pertinente es tomar sus palabras al pie de la letra. En esta ocasión son de Lluís Bosch, un habitual en estas páginas, en su entrada Entre las cosas que importan no está la Patria.

«Vivir en paz conmigo y con los demás. Vivir en paz a secas, en definitiva. Vivir lo mejor posible dentro de lo que cabe. Evitar el dolor. Ayudar a los demás a lo mismo.[...] Llevar una vida lo más digna posible y, cuando toque, morir de la forma más digna posible. Infringir el menor dolor posible a los demás. Cultivar(se) la mente y el espíritu, pensar con buen uso de razón, mantener relaciones sanas, evitar las tóxicas, reírse cuando sea posible, llorar cuando sale el llanto, ejercer la empatía, tener la máxima autonomía posible sobre la vida de uno mismo: tener tiempo para leer, escribir y ver cine (tener buen criterio para escoger lecturas y cintas, y saber cuando lo que se escribe es digno de serlo). Y luego está mantener el cuerpo en condiciones, administrarse los recursos con buen tino, saber escoger el vino, mantenerse lejos de la miseria y la pena en la medida justa, sin ambicionar lujos, cosas superfluas e innecesarias, poseer lo menos posible, solo lo imprescindible: no pretender poseer a nadie ni propiedades que no deberían ser de nadie y sí de todos. Sin lirismos ni melancolías: está bien disfrutar de una bonita puesta de sol, pero también es bueno pasear por un barrio pobre, por un sitio feo. Pensar en la belleza incluso en su ausencia, pensar en el bien incluso en su ausencia.

Esa es una lista medio improvisada sobre las cosas que me importan. Y podría asegurar que, si siguiera, solo añadiría matices de lo anterior, variaciones, adjetivaciones. Como las propiedades superfluas, el adjetivo también lo es. A menudo».