miércoles, 18 de diciembre de 2019

Recuerdos (1)

I

Esta historia comienza el día en que volvíamos en tren a Barcelona a finales de septiembre, después de pasar tres meses de vacaciones en Hostalets de Balenyà al aire libre, haciendo el salvaje. De eso ya hemos hablado alguna vez en este blog, y mucho más que lo haremos en futuras entradas, bajo el título «Recuerdos».

Llegábamos a la Estación de Francia o al apeadero de plaza de Cataluña; pero lo que yo recuerdo sobre todo es que lo primero que veía al asomar la cabeza desde el subterráneo de plaza Cataluña, ya anochecida y a veces lloviendo, eran los anuncios luminosos que parpadeaban en las azoteas: "Tío Pepe", "Danone", "Flan Potax", "Cerebrino Mandri", todo eso. Y en seguida el ajetreo de gente presurosa, coches, tranvías. Yo apenas podía caminar sobre el asfalto, de tan acostumbrado como estaba a hacerlo por los caminos de tierra y los descampados; era una sensación muy rara.

Miguel Tomás Romero / granuribe50
Pero, como solíamos llegar con un «maletamen» que ni les cuento, mi madre —Patiña, a partir de ahora— se permitía el lujo de contratar un taxi para llevarnos a casa. Bueno, ni que decir tiene que eso me levantaba mucho el ánimo, bastante alicaído durante todo el día. Y es que aquello nos permitía sentarnos en lo que llamaban «estrapontines», y eso siempre producía mucha emoción y gran alborozo. No era tonta Patiña: creo que ella sabía mejor que nadie que ese momento del desembarco era muy duro para mí, aunque supongo que también para ella: en Hostalets se sentía una mujer libre, y allí pintaba paisajes luminosos y unos preciosos cuadritos al óleo con flores que para sí querría el mismísimo Monet, o Degas, pero con una pincelada más detallista. Aunque quizá sea que los tengo idealizados, ya que no conservo ninguno, ni siquiera en fotografía. En realidad, yo creo que estaba un poco enamorado de Patiña, y quizá aún lo estoy; me da a mí que padezco todavía un cierto complejo de Edipo.


Pero no nos despistemos. Llegamos a la lúgubre casa de la calle Muntaner 561, un lugar que siempre rememoro como en blanco y negro. «Mierda, otra vez aquí» —pensaba para mis adentros, quizá en los inicios de una depresión—. Lo siguiente que recuerdo es la entrada al piso; su olor a cerrado y una extraña sensación de aire detenido no me los he quitado nunca de encima. «Mierda, —quizá me repetía—, otros nueve meses en este túnel». Y es que así lo vivía yo, una especie de túnel que aún puedo recorrer a lo largo del pasillo con los ojos cerrados y habitación por habitación, como si no hubieran pasado sesenta años.

5 comentarios:

  1. Recuerdo a mi madre todos los días. A mi padre intento no recordarlo.
    Los recuerdos son salteadores de caminos. Están allí cuando menos te lo esperas, y hoy han ido a por ti.
    Uno ha de procurar ser buen fajador.
    Es curioso lo de la regla de tres, cuanto más años cumplo más me acuerdo de la niñez y menos de lo que cené el día anterior.
    Sigue con la historia, me gusta.
    Salut

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    1. En efecto, son salteadores de caminos y me pasa como a ti: cada vez recuerdo más mi niñez y menos lo que hice ayer o de qué iba la película que vi anteayer.
      Cuando vuelva a por mí el salteador, continuaré adelante...

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  2. Esas sensaciones de la vuelta de vacaciones que rememora, la diferencia de entorno, tipo de vida...
    Es curioso, si me pongo a pensar, recuerdo con todo lujo de detalles nuestra ida de veraneo en junio, sin embargo la vuelta a Madrid a finales de septiembre, estación de Atocha, taxi, llegada a la calle de Fuencarral, nada, en serio. No sé ni siquiera si mi padre iba a buscarnos. Lo comentaré con mi hermana a ver si me da detalles. MJ

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    1. Yo la ida también la recuerdo perfectamente, pero lo que me ha venido ahora a la memoria es la antesala de los meses del curso, ya en aquel piso. El verano es otra historia...
      Y de eso hablaré cuando me ataquen de nuevo los «salteadores de caminos». Se trata de recuerdos, sensaciones, imágenes. Momentos de una vida. Nada más.

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  3. Yo también recuerdo más la ida que la vuelta. De la vuelta, si acaso, solo bultos y maletas. Un tostón. Y las tormentas que anunciaban el final del verano. Eso sí. En el campo, donde yo pasaba el final del veraneo, eran espectaculares.

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