Portada de la decimosexta edición (1994) |
Para quien no lo sepa, Ernst Gombrich (Viena,1909 — Londres, 2001) fue un historiador de arte británico de mucho prestigio. Nació en Viena, en el seno de una acomodada familia judía, y en esa ciudad finalizó sus estudios de Historia del Arte en 1933. Pero, a la llegada de los nazis, se trasladó en 1936 a Gran Bretaña, donde pasó el resto de su vida.
LA HISTORIA DEL ARTE CONTADA POR E. H. GOMBRICH, fue publicada por primera vez en 1950 (es contemporánea de la obra de Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte), y ha sido ampliamente difundida, ya que es un texto de divulgación originalmente dirigida a lectores jóvenes. Y, en efecto, joven era G.U. cuando la leyó por primera vez en 1971, recién aprobado el segundo curso de Arquitectura; lo hizo entonces a instancias del inolvidable profesor Sostres, quizá consciente de nuestra «inutilidad».
El caso es que, al hilo de las emociones patrióticas del día, G.U. ha releído la disertación que hizo Gombrich en 1992, cuando recibió el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid. En esa ocasión ya se produjeron episodios que nos pueden evocar a algunos de los que se producen hoy en día. En efecto, pese a tratarse del elevado ámbito universitario, la ceremonia tuvo rasgos de comedia celtibérica, a la que somos tan adictos; grupos de «estudiantes» recibieron al rector de la Complutense en la calle de San Bernardo al grito de «¡Villapalos, chorizo, cumple tus compromisos!», hubo también boicots en la iluminación del acto, con apagados de luz y otras imbecilidades. En fin, las cosas que vivimos ahora vienen de lejos, como pueden ver.
Pero, ojo, gran enemigo como era de los sistemas totalitarios, Ernst Gombrich ya nos lo advirtió ese día en su disertación de agradecimiento. Allí, entre otras cosas, nos alertó también sobre los peligros del resurgir de los nacionalismos, añadiendo que la una de las pocas pócimas contra ese delirio debería residir, precisamente,... ¡en el arte!
Dijo en esa ocasión, entre otras cosas:
«Hoy siento que la República del Saber y de las Letras está nuevamente amenazada por la locura que invade a la humanidad de tanto en tanto. Hablo de la epidemia de extremo nacionalismo, chauvinismo y por cierto tribalismo que recientemente ha desgarrado a Estados enteros y que amenaza con la desintegración y el caos a otros Estados de Europa y de Asia. [...] El patriotismo, el amor al país propio, es sin duda una virtud, pero el orgullo y la arrogancia que producen odio y desprecio hacia otros también son, sin duda, un vicio. No por nada, después de todo, el orgullo, la soberbia, fue considerado un pecado capital. Es contra este pecado capital de vanidad, esta negación de la hermandad humana, que mi tema, la historia del arte, debería ofrecer un antídoto. Otras ramas de la historia, como la historia de la literatura, pueden abordarse a partir de una estrecha base nacional, dado que sólo aquellos que conocen la lengua nacional pueden apreciar sus obras maestras literarias. El lenguaje de las artes es universal». |
Pues sí. Aquí no hemos inventado nada, excepto el sofisticado «Golpe de Estado 2.0», como lo calificaba Felipe González.