sábado, 8 de julio de 2023

5 € por entrar a chafardear en un colmado "histórico"

En Barcelona quedan pocas tiendas convencionales, sustituidas en muchos casos por bares o supermercados orientales, con sus escaparates y letreros de diseño manifiestamente mejorable, o comercios de multinacionales, iguales en todas partes; cosas de la globalización que afecta a tantas ciudades. El resto de locales, sobre todo muchos de las zonas menos turísticas, cerrados están, quién sabe si para siempre.

Quedan, por supuesto, algunas hermosas farmacias antiguas y también alguna de las tiendas "históricas" (pocas), esas que salen incluso en las guías turísticas y que sobreviven heroicamente, aunque no sabemos por cuánto tiempo. Un caso lo tenemos en el colmado Múrria (QUEVIURES J. MÚRRIA), en un chaflán de la calle Lauria con calle Valencia. Tiene un bien compuesto escaparate, con la reproducción de uno de los famosos carteles que realizó Ramón Casas para "ANÍS DEL MONO" (1898) y algún otro de aire modernista también, como el de Marqués de Monistrol.

Carteles de Ramón Casas (algunos junto con Miguel Utrillo) / [granuribe50]
Parte de la fachada de QUEVIURES MÚRRIA
Joan Múrria, en el interior de QUEVIURES MÚRRIA, antes de la reforma / [Fotografía: JOAN PUIG (BCN)]
El interior, ahora bastante reformado (incluso con dos mesitas para comer), sigue evocando bastante los tiempos de la Barcelona pretérita. Pero el problema es que, ante la avalancha de turistas que entran allí a mirar, hacer unas fotitos y selfies y se van sin comprar nada, el señor Múrria se ha mosqueado, dice que su tienda parece las Ramblas y ha decidido cobrar un peaje de cinco euros —ni más ni menos— a aquellos que pretendan irse del colmado con las manos vacías. Ahí lo tienen ustedes, mostrando muy ufano el cartel que advierte del precio de entrada a su tienda.
El señor Joan Múrria posa ufano ante el escaparate de su tienda / Visit just looking (inside): 5 € x pers. Thank you.  
[granuribe50]



El caso es que ayer G.U. tuvo que darse una vuelta por el Ensanche de Barcelona, algo que ahora ya no hace a menudo. El resultado fue de nuevo deprimente para su sensibilidad, aunque sabe que a algunos les agrada mucho como está ahora. Aparte de las calles que llaman "pacificadas" y de las llamadas "superillas", que desvían todo el tráfico, el ruido y la polución a las zonas más cercanas, y tienen "huertos urbanos" ecológicos (?), ahora maltrechos por la sequía, esto es lo que se está haciendo en el resto nuestras calles. Más o menos algo así:

[granuribe50]
Trocearlas por funciones: este carril para la circulación de los coches, este carril para los autobuses, este carril para las bicis y patinetes, este trozo para que aparquen algunos coches (pocos), este trozo para que aparquen las motos (muchas), este trozo para los peatones, este trozo para las terrazas de los bares (muchas), debidamente acotadas por vallas de hormigón amarillo. Hay hasta algún trocillo para poner un par de banquitos individuales para sentarse y otro trocillo (pequeño) para la carga y descarga. Todo muy compartimentado, como gusta a los ediles, y todavía muchos colorinchis, círculos y rayas por doquier. Pero lo que llamaban hace un par de años "urbanismo estratégico" de bajo coste, con aquel despilfarro pictórico en el suelo, ahora está derivando en obras definitivas, ruidosas y muy caras. Además, se han suprimido muchos de los chaflanes de Cerdà, que eran y son tan útiles para el día a día de la ciudad. 

Locales comerciales de los de siempre, de los "de toda la vida", quedan pocos. Muchos dueños se jubilaron. Otros, ante la subida de alquileres y la falta de habitantes lugareños (muchos fallecieron o marcharon a lugares más tranquilos o económicos) y, por tanto, de clientela, han tenido que bajar las persianas. Ahora éstas aparecen pintarrajeadas con abigarrados y chirriantes grafitis, bordeadas por los desvencijados restos de los antiguos letreros. Nadie alquila esos locales. Da un poco de pena. Por lo demás, grandes atascos, bastante suciedad, mucho ruido y muchísimo peligro para caminar sin ser atropellado por veloces bicicletas eléctricas y patinetes o por sujetos resoplantes haciendo footing.

Y ¿qué pasa con los turistas? Hay muchísimos, llenan las terrazas de los bares día y noche o caminan cansinamente por esas calles, después de haber soportado las aglomeraciones de las Ramblas, la Sagrada Familia, las fachadas de las casas Batlló y Milà o el parque Güell. Suben a sus pisos turísticos (hay muchísimos también) y se toman una cerveza extra en el balcón en sus sillitas de tijera, mirando distraídamente a la calle, que pocos alicientes les ofrece.

[2ª imagen: granuribe50]
Casi se diría que padecen el "síndrome de Barcelona", por similitud al conocido como "síndrome de París", ese que sufren bastantes visitantes, en especial japoneses, al llegar a la ciudad del Sena: tienen pocas vacaciones y el contraste entre la ciudad idílica que imaginaron y la verdadera París actual que se encuentran puede ser enorme. Esta decepción extrema deriva en algunos casos en ansiedad severa, sudoración, taquicardia e incluso alucinaciones.

Pues bien, no solo pasa con París. Hay muchas ciudades que hoy en día decepcionan mucho al visitante, aunque no sabemos si hasta el punto de que éste pueda llegar a sufrir ese síndrome de París, de efectos parecidos a los del síndrome de Sthendal, pero provocado por motivos opuestos. 

En España, aunque no hay que hacer demasiado caso a estas cosas, alguna encuesta señala que con la que más sucede es precisamente con Barcelona. Entre sus atractivos turísticos, el que más frustración produce es el parque Güell, quizá por lo cansado que es llegar allí, montaña arriba, para estar como sardinas en lata después de pagar los diez euritos de rigor para entrar. [Cuando estudiaba doctorado, a finales de los setenta, G.U. dibujó para la cátedra Gaudí, junto con un compañero, una parte del parque (la plaza de la Naturaleza y un plano de conjunto) y no había allí "ni Dios", salvo algún japonés que ya era fan de Gaudí por entonces. Y delante de la Pedrera y de casa Batlló, lo mismo].

G.U. deja el blog por una temporada. ¡Buen verano!