En Barcelona quedan pocas tiendas convencionales, sustituidas en muchos casos por bares o supermercados orientales, con sus escaparates y letreros de diseño manifiestamente mejorable, o comercios de multinacionales, iguales en todas partes; cosas de la globalización que afecta a tantas ciudades. El resto de locales, sobre todo muchos de las zonas menos turísticas, cerrados están, quién sabe si para siempre.
Quedan, por supuesto, algunas hermosas farmacias antiguas y también alguna de las tiendas "históricas" (pocas), esas que salen incluso en las guías turísticas y que sobreviven heroicamente, aunque no sabemos por cuánto tiempo. Un caso lo tenemos en el colmado Múrria (QUEVIURES J. MÚRRIA), en un chaflán de la calle Lauria con calle Valencia. Tiene un bien compuesto escaparate, con la reproducción de uno de los famosos carteles que realizó Ramón Casas para "ANÍS DEL MONO" (1898) y algún otro de aire modernista también, como el de Marqués de Monistrol.
Carteles de Ramón Casas (algunos junto con Miguel Utrillo) / [granuribe50] |
Parte de la fachada de QUEVIURES MÚRRIA |
Joan Múrria, en el interior de QUEVIURES MÚRRIA, antes de la reforma / [Fotografía: JOAN PUIG (BCN)] |
El señor Joan Múrria posa ufano ante el escaparate de su tienda / Visit just looking (inside): 5 € x pers. Thank you. [granuribe50] |
El caso es que ayer G.U. tuvo que darse una vuelta por el Ensanche de Barcelona, algo que ahora ya no hace a menudo. El resultado fue de nuevo deprimente para su sensibilidad, aunque sabe que a algunos les agrada mucho como está ahora. Aparte de las calles que llaman "pacificadas" y de las llamadas "superillas", que desvían todo el tráfico, el ruido y la polución a las zonas más cercanas, y tienen "huertos urbanos" ecológicos (?), ahora maltrechos por la sequía, esto es lo que se está haciendo en el resto nuestras calles. Más o menos algo así:
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Locales comerciales de los de siempre, de los "de toda la vida", quedan pocos. Muchos dueños se jubilaron. Otros, ante la subida de alquileres y la falta de habitantes lugareños (muchos fallecieron o marcharon a lugares más tranquilos o económicos) y, por tanto, de clientela, han tenido que bajar las persianas. Ahora éstas aparecen pintarrajeadas con abigarrados y chirriantes grafitis, bordeadas por los desvencijados restos de los antiguos letreros. Nadie alquila esos locales. Da un poco de pena. Por lo demás, grandes atascos, bastante suciedad, mucho ruido y muchísimo peligro para caminar sin ser atropellado por veloces bicicletas eléctricas y patinetes o por sujetos resoplantes haciendo footing.
Y ¿qué pasa con los turistas? Hay muchísimos, llenan las terrazas de los bares día y noche o caminan cansinamente por esas calles, después de haber soportado las
aglomeraciones de las Ramblas, la Sagrada Familia, las fachadas de las casas
Batlló y Milà o el parque Güell. Suben a sus pisos turísticos (hay muchísimos también)
y se toman una cerveza extra en el balcón en sus sillitas de tijera, mirando distraídamente a la calle, que pocos alicientes les ofrece.
[2ª imagen: granuribe50] |
Pues bien, no solo pasa con París. Hay muchas ciudades que hoy en día decepcionan mucho al visitante, aunque no sabemos si hasta el punto de que éste pueda llegar a sufrir ese síndrome de París, de efectos parecidos a los del síndrome de Sthendal, pero provocado por motivos opuestos.