Esto se acerca y no hay quien lo pare, seguidores/as del blog. G.U. ya está un poco saturado, y eso que aún no han entrado en campaña. El caso es que la lucha continúa: para las próximas elecciones hay que conseguir situarse a toda costa en un lugar en el que sea posible conseguir butaca o que algún amiguete la consiga y nos enchufe, sea un sofá de tres o dos plazas, chaise-longue, sillón, silla, lo que haga falta con el que pasar tan ricamente los próximos cuatro años.
Le Corbusier, un arquitecto al que dedicamos dos entradas hace varias semanas, también diseñó muebles; entre ellos, varios artefactos que pueden servir incluso para aquellos que no obtengan nada y se tengan que ir a su casa a pasar el rato esperando a que suene el teléfono, aunque son productos muy caros, ojo al dato... En fin, veamos algunos de ellos:
Le Corbusier, Pierre Jeanneret y Charlotte Perriand, Sofás de tres y dos plazas y sillón gran confort, 1928 |
Le Corbusier y Charlotte Perriand, Chaise Longue, 1928 |
Charlotte Perriand, tumbada en la Chaise Longue durante el Salon d´Automne, París, 1929 |
Le Corbusier y Charlotte Perriand, Salon d´Automne, París, 1929 |
Le Corbusier y Charlotte Perriand, Sillón basculante y silla giratoria, 1928 |
Juan José Millás enfoca el asunto en su columna Pánico desde otro punto de vista: la gente que no ha conseguido estar en las listas (no solo los que estando en ellas no pillen escaño) y tendrá que acudir a buscar curro a la Oficina de Empleo, algo bastante duro para el o la que no ha trabajado nunca. Pero, que no cunda el pánico, esos serán los menos. Siempre habrá alguna puerta giratoria a la que acogerse.
«Ir o no ir en las listas, he ahí la cuestión. Dentro de la lista no
llueve, no hace frío, no se pasan necesidades. Quedarte fuera cuando
has estado dentro equivale a un desahucio. Los contribuyentes de a pie
no comprendemos los dramas personales que se mueven alrededor de su
confección. Se cuenta de un ministro de Felipe González que al caerse
de una lista exclamó:
—¿Cómo se lo explico a mi mujer?
Para explicárselo a su mujer tenía explicárselo antes a sí mismo
y no lo conseguía pese a haberle dado mil vueltas al asunto. Una
de las expresiones más comunes de nuestra lengua es la de “no me
lo explico”. Venimos inexplicablemente al mundo y nos marchamos de
él sin haber entendido por qué no nos han metido en las listas: en
la de las elecciones generales o municipales, la del éxito, la del
reconocimiento profesional, la de buen padre o buena madre, la de
excelente hijo, la de comerciante agudo, la de medalla olímpica de
algo…
Si no logras entrar en una lista, lo más probable es que acabes
en una cola: la del hambre o la de la pescadería o la del autobús.
La cola es cosa de pobres. Personalmente, me he curtido en las
colas, a las que mi madre me enviaba de pequeño mientras ella
hacía las camas. El desarrollo de un país puede medirse en su
cantidad de colas. Allá donde la riqueza está mejor repartida, le
llega a cada cual su turno sin necesidad de pedir la vez. “Pedir
la vez”, por cierto, es, cuando la piensas, una expresión
extraña.
—¿Quién da la vez?
—El señor de las muletas.
Hay gente de una formación política equis que, ante el peligro de
quedarse fuera de las listas, cambia de partido del mismo modo que
en los grandes naufragios algunos se disfrazan de ancianitas para
no hacer cola frente a las barcas salvavidas. Cualquiera que
alcance la vejez sin haber hecho cola alguna, puede calificarse de
triunfador. El pánico que muestran estos días algunos (o algunas,
que el genérico no alcanza) a no entrar en las listas tiene que
ver con el peligro de ingresar en la cola del paro, que no es la
única en la que se puede caer, pero sí una de las más duras,
especialmente cuando el currículum del que se dispone no es muy
brillante».
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