martes, 29 de diciembre de 2020

Antología de El Roto 2020 (1)

[Es lo que se publicó de El Roto en el blog del gran Uribe entre enero y junio 2020. Habrá otra entrega más, en breve]
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lunes, 28 de diciembre de 2020

domingo, 27 de diciembre de 2020

Ahora toca... ponerse medallas.

[Quizá cantaba demasiado ponérsela a Araceli el lunes... ¡28 de diciembre!]

¿Por qué hablan tan bien el español?

Muchas veces G.U. se ha preguntado por qué los sudamericanos (sudacas, panchitos, etc., por aquí) , incluso los de las clases más humildes, hablan tan bien en español y en España lo hablamos tan puñeteramente mal. También lo escriben mejor. Algo harían nuestros conquistadores, en su mayoría unos tarugos de tomo y lomo, para que nuestra lengua arraigara allí de ese modo tan perdurable. Hicieran lo que hicieran, bueno, regular o malo, no sé, el resultado es patente.

Pérez-Reverte lo comentaba en su columna de ayer, “Sois la hostia, la hostia”, enfocado desde otro punto de vista:

[...] «En su mayor parte son muy corteses y hablan un español excelente, mejor que el de los nacidos a este lado del Atlántico. Aunque luego, al vivir aquí, ya en contacto con la zafia idiosincrasia nacional, se les vaya pasando. 

Alguna vez comenté mi admiración por las palabras que un campesino peruano o ecuatoriano dijo en la tele tras un terremoto: "Pues verá, señor, hubo un temblor de tierra espantoso, el techo oscilaba, y agarré a mi familia para ponerlos a salvo y salvar nuestras vidas". Una situación que, no me cabe duda –y a ustedes tampoco–, un español medio habría resuelto seguramente con: «Joder, se lió parda, hubo un terremoto del copón y salimos cagando leches». Y no digan que exagero. Hace unos días, una española responsable de no sé qué departamento de sanidad expresaba así su admiración por el trabajo de sus colegas durante la pandemia: «Sois la hostia, la hostia. Flipo, flipo, flipo».

Lo comento con mi amiga y editora Pilar Reyes, nacida en Colombia, y dice algo que me deja pensativo: "Hay una parte de tradición, de la antigua cortesía y habla de las clases dominantes españolas, que ha sido referencia social durante siglos. Pero es que, además, en España se es posmoderno, pero en América se es todavía moderno. La cortesía, el buen hablar, son herramientas prácticas. Allí, donde hay lugares de una pobreza extrema, aún se cree en ellas para la vida diaria, para mejorar el futuro. Van en un mismo paquete llamado educación".

Ésa es la palabra que me queda bailando en la cabeza: educación. Y poco tiene que ver con la posición social. La educación y sus consecuencias visibles, como la cortesía o el buen hablar, se manifiestan de muchas maneras en Hispanoamérica. Incluso entre gente humilde. [...]

En mi opinión, ese respeto por el lenguaje, y en especial su culto entre las clases humildes de allí, tiene mucho que ver con la esperanza de un futuro mejor. En lugares donde la pobreza es tan intensa que la movilidad social resulta difícil o casi imposible, la educación en su sentido amplio ha sido, durante siglos, la única posibilidad.

Deberíamos recordar eso cada vez que un mensajero con cara de maya o azteca llama a la puerta para dejar un paquete. Cuando oímos su «buenos días, señor» al entrar en un taxi, un bar o un restaurante. Cuando una chica con pelo negro y rostro de Malinche dice «¿me regala su pin?» al acercarle la tarjeta de crédito. No es servilismo ni humildad, sino una visión del mundo más sufrida y noble que la nuestra: la huella del esfuerzo y sacrificio de quienes los educaron para que su futuro fuese diferente. Ojalá conservaran esa nobleza de maneras en vez de perderla al vivir aquí.

Aprendieron de la vieja España, cuya sangre llevan y cuya lengua hablan, cuando todavía éramos alguien de quien se podía aprender; y ahora están aquí porque tienen derecho a estar. Son tan nuestros como nosotros suyos. No los hagamos avergonzarse de lo que somos. No les defraudemos la memoria».

jueves, 24 de diciembre de 2020

Navidad 2020


Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha / Hispánicos Planeta, edición a cargo de Martín de Riquer, 1977 (pág. 182)

Un clásico de Lluís Bosch en estas fechas

Un clásico de la Navidad, ya publicado aquí un par de veces, con Lluís Bosch. Un maestro. Quién pillara su arte.

[granuribe50]

Un relato que transcurre en una especie de motel de carretera de la España profunda, frecuentado por camioneros...

«Pasé la Nochebuena de hace algunos años en una pensión de carretera. Estaba casi vacía. Salvo un par de camioneros, de países que antaño fueron comunistas, no había nadie más. Y la familia que regenta la pensión, claro, una madre cansada y muy mayor y su hijo discapacitado, que ejercía de recepcionista con una sonrisa triste. La pensión está en un lugar de la Meseta, azotada por el cierzo, y sobre la cual se abatía un aliento gélido y apesadumbrado, lleno de pena.

Yo iba camino de una casita que me habían prestado, en un pueblecino a mil kilómetros de mi ciudad. Eso sucedió hace años, en la edad de la vida cuando todavía me llamaban "joven". Había decidido vivir con lo mínimo, casi con nada. Me quise desprender de todo lo que me sobraba, y como resultaba difícil tirar muebles y ropa y objetos, lo que hice fue irme yo, dejándolo todo. Con el coche avejentado que tenía entonces me lancé a la carretera. Solo me llevé lo que cabía en el maletero.

Quería ser pobre en una tierra de pobres, y sabe Dios que lo conseguí.

La casa que me habían prestado era una casa casi abandonada que está en la ribera del Tajo, muy cerca de la frontera con Portugal. A medio camino y antes de llegar a Madrid, ya entrada la noche, un coche de la Guardia Civil me obligó a pararme, con un juego de luces multicolores.
-¿Sabe usted que lleva una luz trasera fundida? -me dijo el hombre, bastante joven, metido dentro de un anorak que le llegaba hasta las orejas. -¿Va muy lejos?

Le respondí con la verdad. Incluso le confesé el nombre del pueblo adonde me dirigía. Me faltaban algo más de 500 kilómetros, según me dijo después de un cálculo muy rápido. Luego se quedó en silencio, meditando, como si algo le hubiese ensimismado. "Conozco el pueblo", dijo. "Vaya qué casualidad. Y ¿que le lleva allí?".

Le dije la verdad otra vez: que estaba huyendo de Cataluña y posiblemente de mi. El tipo se quedó pensativo de nuevo, y a mi se me hizo evidente que le había tocado una fibra del alma. Pero entonces hubo algo que se le pasó por la cabeza y le llevó a dudar. Creo que, por un instante, la posible simpatía dejó paso a la sospecha. Al fin y al cabo, su trabajo es sospechar. "Abra el maletero", dijo, ahora en un tono más serio, repentinamente profesional.

Contempló el maletero repleto hasta arriba. Lo alumbraba con la linterna. Intenté mirar mi maletero con sus ojos y me di cuenta de que aquello era un contenedor de basura: libros desparramados, ropa en fardos mal pertrechados, zapatos viejos, un ordenador anticuado, y mi títere descoyuntado encima de todos los trastos, medio envuelto en una mantita gris con una cenefa roja.

Su sospecha se convirtió en algo parecido a la pena. Me miró con compasión, creo. Cuando un hombre más joven te mira así sucede algo muy difícil de explicar, y es algo que solo sabe quién lo ha vivido. Quizás los emigrantes ilegales pueden contar eso.
-Mis padres se marcharon de ahí y jamás volvieron -murmuró- Es curioso... y usted se va para allá...
-He decidido cambiar de vida -dije mientras intentaba esbozar una sonrisa- Bueno, empezar otra vez. Por eso no me llevo nada.

¡Nada! Escuché esa palabra pronunciada por mis labios y avergoncé enseguida de haberla pronunciado. "Nada" significaba un maletero lleno hasta arriba, además de un coche que, por más desvencijado que estuviese, todavía era un coche que anda. Es muy posible que un africano, un peruano o un afgano tengan otro concepto de "no llevarse nada", un concepto bastante más ajustado al significado de la expresión. Creo que ellos son más precisos cuando hablan. Por eso me reí por dentro: en ese instante me di cuenta de que uno no se libra nunca de ciertas manías, de ciertos tics, de eso que llaman "cultura" y que es lo que hemos heredado de las generaciones precedentes. ¡Qué difícil es dejar de ser catalán! estuve a punto de pronunciar en voz alta.

-Supongo que no pretenderá usted conducir hasta el pueblo sin parar ¿verdad? Con una luz fundida no es buen plan, y además seguro que otra patrulla le va a parar y quizás le multen... Mire, a sólo unos diez minutos de aquí hay una pensión. Barata, apañada. Para transportistas. Quédese a dormir allí.

Hice lo que me había sugerido, más por cansancio que por obediencia. Encontré la pensión y dejé el coche en el aparcamiento junto al edificio, me metí un cepillo de dientes en un bolsillo y unos calzoncillos limpios en el otro y entré, pedí una cama y me quedé dormido al cabo de pocos minutos. Recuerdo que me cobraron mil pesetas. Pero no tengo ningún otro recuerdo de aquella noche. En mi memoria, es como si hubiese dormido en una cama que flotaba en una nada negra, insípida, inodora. Sabía que era Nochebuena y mañana Navidad, pero ese pensamiento no me inspiraba nada. Nada en absoluto. Solo se que floté en una oscuridad abisal.

A la mañana siguiente bajé a tomar un café. El hombre estaba abstraído contemplando el televisor, en donde pasaban un inventario de los sucesos más mortíferos del año que terminaba. Cuando salí al exterior me di cuenta de que había algo raro en el coche. Atrapada por el limpiaparabrisas, una hojita de papel se agitaba con la brisa, como un insecto torpe que pretende volar. El cierzo había cejado. Era una nota escrita en letra azul y menuda, sin firma. "Debe cuidar mejor de sus cosas. El maletero estaba abierto". El texto de la nota quizás no es exacto, ya que no me fío de una memoria que jamás ha sido muy de fiar. Pero el sentido era este, exactamente este.

Abrí el maletero, temiendo que lo iba a encontrar vacío. En los brevísimos segundos que transcurrieron mientras me precipitaba hasta la portezuela, intenté escudriñar dentro de mi para saber si prefería encontrarme sin nada -pero ahora de verdad de la buena- o si prefería conservar mis cositas. Lo abrí. Estaba todo ahí, tal como lo recordaba. Sólo había una única diferencia: la linterna del guardia civil encima del títere. Le había cogido las manitas y se las había puesto como abrazando a la linterna, tal como se abraza a un niño muy pequeño, a un perrito o a cualquier ser desvalido.

Hoy todavía conservo el títere y la linterna».

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La primera versión de este cuento de navidad se publicó, en el blog, en las navidades de 2017. La versión presente está revisada y modificada aunque los cambios son sutiles y parecen remitir al juego de "Encuentre las 7 diferencias". A medida que uno cumple años, tiende a pensar que todo lo que acontece ya está visto, aunque siempre se puede jugar a encontrar las siete (o las 3) diferencias.

sábado, 19 de diciembre de 2020

Pero si la gente ya no sabe qué es la Navidad...

Pues sí. La entrada anterior no fue muy alegre que digamos, y no es descartable que las próximas, si las hay, lo sean menos; la cosa no pinta muy bien. Por eso intentamos hoy cambiar de tema, para no amargarnos más de lo necesario. 

La Iglesia es para G.U. una de esas cosas que... cuanto más lejos mejor (otra cosa son las creencias que uno tenga, y tenerlas siempre ayuda), aunque reconoce que algunos elementos sueltos de esa institución ejercen una gran labor, impagable, que nadie hace en su lugar, aunque debería. El resto de la Iglesia no le atañe ya ahora (la soportó de niño y adolescente), salvo cuando invade territorios políticos (y claro, eso sucede muy a menudo, muchas veces jaleando y promocionando el nacionalismo, como siempre hace), o quiere sacar los dinerillos a los contribuyentes (a los incautos) o impone sus intolerantes criterios fuera de su competencia (y eso lo intenta sin pausa).
El Cristo de Velázquez, en el Museo del Prado, copiado por un artista chino, en presencia de un grupo de zagales 
Por tanto, ve con buenos ojos que la asignatura de Religión NO consista en hacer apología del cristianismo, ni por supuesto del catolicismo, pero... no es por nada, quizá alguien tendría que enseñar a nuestros zagales (no sabemos en qué asignatura) quién fue Jesucristo o la Virgen María y algo del antiguo y nuevo Testamento. La cultura occidental está pringada de ello hasta el tuétano, y no digamos la historia del arte, que también, y de qué manera. ¡Tanto festejo navideño, tanto almíbar, tanto "operativo" autonómico, tanto riesgo, todo eso sin saber la mayoría de qué va esa fiesta!

Asombran las visitas multitudinarias a los museos para ver cuadros que la gente de las generaciones más jóvenes no tiene ni la más remota idea de lo que están representando. No es raro, en efecto, que ante el Cristo de Velázquez vean a un tipo en gayumbos, con barba y con las manos y los pies ensangrentados, pasándolas canutas clavado en una cruz, y quizá por eso los jóvenes se hinchan a hacerse selfies ante él; o los más pequeños se extrañen de ver a un sujeto (el chino de la foto) copiando esa "estampa" y luego le pregunten a la "seño" qué es lo que copia eses señol (quizá con más interés que los mayores lo hacen al guía del artículo de Javier Marías, titulado Dos escenas didácticas).

«En un paseo por mi barrio, el de los Austrias, me siento ante un convento. Allí está un guía con un grupito de treintañeros de aspecto normal. Les señala la fachada de la iglesia: “Ahí está la Virgen María con el arcángel Gabriel, la Anunciación, ya sabéis”. Cara de pasmo, lo cual lleva al guía a preguntar algo que tiempo atrás habría sido insultante: “¿Sabéis lo que es la Anunciación?” Respuesta unánime: “No, ni idea”. Insisto: treintañeros, no niños ni siquiera estudiantes de instituto. El guía está tentado de abandonar: “Bueno, no importa”. Se lo piensa un instante y lo intenta: “Lo de la concepción de Jesucristo, ¿os suena? A María la visitó el Espíritu Santo como paloma y así se quedó embarazada. Por eso es Inmaculada, es decir, sin mácula”. Dos o tres inquieren sin rubor: “¿Qué es ‘mácula’?” “Pues sin mancha, sin sexo por medio”. “Ah”, cae uno por fin, “sin consumación, ¿no?” El pobre guía pasó pronto a otra cosa.[...]
Fra Angélico, La Anunciación (1426), Museo del Prado
«Ya que ignoraban qué era la Anunciación y su guía había hecho amago de explicárselo, podían haber indagado, pero les traía sin cuidado. ¿De dónde sale tan fantástica historia? ¿Quién la inventó y por qué y cuándo? ¿Se trató de una insólita violación colombina (de “colomba”, no de Colón, sólo faltaría que al descubridor se le atribuyera también esa infamia) o es todo una metáfora? ¿Cómo se lo tomó San José? (Claro que quizá tampoco supieran quién era el marido de María.) ¿Cómo es que la gente ha creído durante siglos semejante cuento para niños? No sé, algo. Dudo que el pobre guía hubiera estado dispuesto a meterse en explicaciones —no era su cometido, les describía el convento—, pero los treintañeros ni probaron a saber más. Como si fueran individuos sin curiosidad ni tal vez mucho intelecto. Me pregunté por qué visitaban el convento. Tal vez porque lo recomienda una página web y basta.

viernes, 18 de diciembre de 2020

«Los principales médicos de nosotros mismos»

«Fue Mark Twain quien tuvo la humorada de leer su propia esquela mortuoria. Estaba haciendo una tournée por Gran Bretaña para acumular unas ganancias que facilitaran su patrimonio de escritor, siempre frágil, cuando leyó que en su natal Estados Unidos acababa de publicarse la noticia de su fallecimiento. Su sentido del humor replicó con una nota donde certificaba que la tal noticia de su muerte era prematura». [...]
(Gregorio Morán / (12/12/2020)
Pues sí, prematura ha sido la presunta defunción de Gregorio Morán, que no ha sido tal, aunque fuera muy celebrada en algunos ámbitos (tiene bastante gente que no le da los buenos días si se lo cruza). Pero ha sido eso, prematura, de lo cual nos alegramos mucho, es un faro que ilumina; en su "Sabatina intempestiva" nos narra el asunto hospitalario, en un hospital privado, ojo. Lo hizo el pasado sábado, bajo el título Una noticia prematura.



Tiempos complejos para los que tenemos problemas de salud y no sabemos muy bien nada de nada.  «Creo que ya me ha pasado otras veces y era 'esto'», «creo que puedo esperar al año que viene», nos decimos. O, si no es así, «¿a quién nos dirigimos?», «¿nuestro problema es grave o no, terminal o no?», «¿será seguro ese lugar donde me he de hacer el análisis?», «¿estará de baja mi médico y habrá otro?»,« ¿y si consulto el asunto por Internet ?, o si llamo por teléfono ¿lo cogerá alguien y podré hablar con algún médico?». Y... si uno tiene tratamientos en marcha inaplazables, o tendría que hacerse alguno pero no se lo hacen por no ser considerado por no se sabe quién como de "extrema necesidad", ¿qué c*** hacer? Etc.

En fin, para qué seguir, demasiadas preguntas para tan pocas respuestas, o solo una: en estos meses nos hemos visto convertidos en los principales médicos de nosotros mismos, algo que está por encima de nuestros conocimientos. Mal pinta la cosa en estos últimos días de este año de mierda. Y "hasta aquí puedo leer», no les queremos amargar el día.