Nos lo cuenta Guillem Martínez en un artículo muy socarrón (como suelen ser los suyos) titulado
Se acabó, me temo:
«Cristian Segura, periodista de El País, que se dedica a ir a actos internos de la ANC [importante: ya sólo van pensionistas; no se puede construir un Estado sustentado en la tercera edad, pues ese Estado, glups, ya existe] disfrazado de lagarterana, ha reproducido declaraciones de este cantante con voz de párroco, en las que, en plena sesión de televenta, describía el —sumamente hipotético— Estado Catalán en ciernes como, glups indeep, un Estado autoritario».
Pues bien, ese "cantante con voz de párroco" —Lluis Llach— al que se refiere Guillem Martínez está recibiendo muchos abrazos y parabienes varios en el
Parlament por haber hecho público que se sancionará a
mossos d´esquadra y funcionarios diversos (profesores, médicos, etc.) si no acatan la Ley de Desconexión que nuestros demócratas procesistas tienen guardada en una caja fuerte. ¡Ojo! se refería también a los que prefieran seguir pagando sus impuestos a
Madrit.
El caso es que nuestro duermeovejas favorito (con sus entrañables balidos de cabrita), ese depresivo bodeguero que estaba al borde del retiro dado que no vendía ni una botella, que nadie le compraba ya sus discos, que su teléfono dejó de sonar y ni dios le contrataba para conciertos, se ha venido arriba últimamente. En efecto: ha revivido, va como una moto, está totalmente enloquecido y la caja registradora le funciona ahora a pleno rendimiento.
Por ello se ha radicalizado, en el sentido de que ha vuelto a sus orígenes, al terruño (del que nunca se fue del todo), que eso vende bien ahora, a sus raíces más profundas y a esgrimir la estaca, aunque parece ser que no le acaba de agradar que se divulgue mucho su letra de "
Companys, no es això", con eso de los garrotes y los barrotes...
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Fragmento de la letra de Companys no es això
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Veamos cómo enfoca el asunto uno de nuestros blogueros favoritos, Lluís Bosch, en un artículo de hoy mismo. Ya dijimos que nunca obtendrá el
Premi d´Honor de les Lletres Catalanes, y nos reafirmamos en ello. La glosa del vinatero Llach es atinada pero larga, por lo que extraemos unos párrafos, aunque estará bien leerla entera (dejamos el enlace). En concreto, no tiene desperdicio la comparación que establece entre Serrat y Llach, pero como no nos viene al caso de lo de hoy, búsquenla en el enlace,
please...
[...] «Cuando supe que el viejo cantautor Lluís
Llach se había metido a traficante de vinos caros sentí un estremecimiento:
¿era nuestro Rimbaud bajo el microscopio catalanet? Años más tarde Llach dejó
los vinos y se puso a defender nobles causas allende los mares, y fundó una
organización, en Senegal, para ayudar a los chavales de la zona a labrarse un
futuro más digno. De nuevo me chocó el cambio, puesto que esa nueva encarnación
contenía algo de romanticismo, aunque muy residual.
Más tarde supe que Llach se había apuntado a
las listas electorales de un partido de la derecha nacionalista catalana y
entonces pensé que al final todo vuelve a su cauce, que quién tuvo retuvo y que
la vida es eso, un lento y laberintico regreso a los origenes. La cabra siempre
tira al monte y el niño bonito a la mansión de papá. Llach fue niño de casa
buena y por fin regresa con los suyos, pensé. El engendro electoral al cual se
apuntó el viejo cantautor se autodenomina "Junts pel Sí", y es eso,
el retorno al hogar, una elíptica apelación a la (re)unión de la clase, de la
familia.
Pasaron los años y Llach devino diputado
regional, como antaño Rimbaud contrabandista. Y hoy, cuando la derecha
nacionalista catalana se transforma en independentista para reinventarse -como
forma de supervivencia in articulo mortis-, va el antiguo cantautor y amenaza a
los pobres trabajadores públicos (enfermeras y médicos, policías, maestros,
asistentes sociales, conductores de autobuses) con sanciones y represalias si
no obedecen a las leyes del gobierno regional que todavía no existen. ¡Vamos!
Ahora si que ya no entiendo nada de las transformaciones de Llach: justo cuando
termina de promover la desobediencia civil, va y amenaza a los posibles
desobedientes. Si desobedecer a la Constitución española es legítimo (y
democrático, y fantástico y genial), desobedecer a la legislación regional
debería ser lo mismo, ¿no?. ¿Se puede construir una desobediencia "transitoria"
y caducable?
¿Se puede defender que es bueno desobedecer a
las leyes de España pero que es malo desobedecer a las leyes de la región
catalana? ¿Qué principios morales argumentan eso? El señorito Llach, antes
cantautor y ahora martillo de herejes, debería pensar un poco más antes de
hablar. Pero debe creer que su pasado de artista le habilita para soltar lo que
sea, incluso sin fondo de piano y violines. El señorito Llach canta de nuevo pero ahora
desafina mucho, ya que debería recordar que los trabajadores públicos (clase
por la cual los bohemios de rancio abolengo como él sienten un desprecio
profundo, lo sé) han prometido -o jurado- acatar la Constitución. Y en virtud
de esa promesa cobran a final de mes, pagan sus alquileres, los colegios de sus
hijos, compran en en el Mercadona del barrio. Los trabajadores públicos han
prometido lealtad a la Constitución que es la misma Constitución que le permite
al señoret Llach ser diputado regional y disfrutar de su sueldo y privilegios,
por si no lo recuerda.
El viaje a Ítaca, que es palabra esdrújula y
no llana, tal como él la cantó por desidia, toma un giro chungo, feo y
autoritario, una deriva amenazante y chulesca que no parece encajar con el
lirismo humanista internacionalista de algunas de sus canciones. Debo decir que
aplaudo ese gesto de Llach, esa desfachatez autoritaria que revela el rostro
oculto tras el discursito hiperdemocrático de los secesionistas, la sonrisa de
la hiena oculta tras la revolución de las sonrisas. Es bueno que se muestre lo
que hay: cada vez somos más los que no tan solo no queremos la independencia de
la pobre Cataluña si no que además nos provoca mucha grima el asunto. Los
independentistas han conseguido tomar un aire como de Donald Trump, aunque el
tupé de Mas decaiga y el de Llach esté ausente -bajo ese bonete casi papal.
Quién le iba a decir al viejo vinatero del Priorat (a 75 euros la botella de
Masia Llach en el súper) que con su diarrea verbal iba a hacer mucho más petit
a su país petit».