martes, 31 de marzo de 2020

Una visita de G.U. al súper

En estas visitas al súper se acumula un gran tensión, sobre todo si hay muchas cosas que comprar y la lista no está elaborada por zonas: vas tachando, pero cada cosa está lejos de la siguiente de la lista y caminas más de lo deseado, a mil por hora para abreviar las posibilidades de contagio y sin respirar cuando te cruzas con alguien. Hay que hacerlas así, por zonas si conoces el lugar; si no lo conoces estás frito, como narra Íñigo Domínguez en el texto que adjuntamos.

Con el agravante de que hay imbéciles que te dicen que esperes para tomar lo que quieres, que has de estar a dos metros, y (sin duda nerviosos) te lo dicen con muy malas maneras, como si fuéramos sus peores enemigos. Y esa gente se piensa mucho lo que escoge y tarda un montón en irse a otro sitio. Además, hay cosas a las que no estás nada acostumbrado: a ponerte una mascarilla, los guantes (que caben justitos y no acaban de entrar en la mano), a ir a toda leche, a marchar cuanto antes de allí, a limpiarte las manos al salir con el gel que llevas en el bolsillo del tabardo, etc.



Y al llegar G.U. a casa de esa aventura del sábado pasado, ya le ven ustedes Sanytol en mano desinfectando cosas como un loco (esto es idea de la familia de doña Perpetua, no de G.U.) y solo le faltaba ducharse, como estipula Torra que hay que hacer. Pasó mala tarde (la hipocondría, además, no perdona, y cree intuir síntomas sospechosos diversos), cansado y con dolor de garganta, aunque con ¡36º de temperatura! y sin apenas tos, y el domingo comenzó a recuperarse.

No inquietarse: ahora, está aceptablemente bien. Caminando por el pasillo, leyendo mucho (es un un «lletraferit», lee hasta ¡a Torra!), oyendo música, haciendo cosas para el blog, viendo teleseries y el canal TCM y saliendo a aplaudir a las 20:00 a esos héroes y heroínas que permiten que sigamos viviendo. Eso sí: poco teléfono móvil (va justito de GB y lo tiene colapsado por los vídeos que ha recibido en las últimas semanas). Y telediarios=0: no los sigue (número de infectados, de cadáveres, movimientos solidarios, performances diversas, etc.); tampoco los plúmbeos "speech" del doctor Sánchez respondiendo a preguntas enlatadas. Solo sigue lo que recomienda la OMS y punto. Y en esas estamos.


[EUROPA PRESS / Chordi / granuribe50]
Bueno, sigamos. Íñigo Domínguez lo cuenta mejor que este modesto bloguero, «que no entiende ni sabe de letra», como cantaba Manolo Escobar. Dejémosle, pues, explicarnos cómo vive el asunto, aunque es de suponer que hay algunos recursos literarios incorporados a su experiencia personal. Su crónica se titula Hasta el súper y más allá.

He aquí algunos fragmentos:

[...] «Bien, yo no había pasado en dos semanas de un escaso perímetro de tiendas del barrio, pero tenía que hacer una gran compra en un supermercado enorme que está más lejos. Pertrechado como para una misión espacial —mascarilla, guantes, botellita de jabón, carrito— me dirigí al objetivo. Con una lista interminable de cosas y un encargo de mis vecinos, un matrimonio muy simpático que al decirles si necesitaban algo, me dijeron sin pensarlo: “Sí, una botella de ron”.

Dentro del súper había una atmósfera que por un momento te devolvía a la normalidad, aunque todo el mundo llevaba lista de la compra de un folio. Y al rato te dabas cuenta de que parte de la gente no es real. Eran dobles: son los empleados que hacen la compra a quien la pide por Internet. Al final de la cadena siempre hay un tipo currando. Se notaba que muchos eran nuevos y no se conocían los pasillos, un laberinto donde puedes quedar atrapado en un bucle espacio-temporal en busca del puré de patatas. Estaban tan perdidos como yo. “A ver, queso semicurado de oveja Don Ismael. ¿Y dónde estará? Ha pedido un montón, se ve que a este le gusta el queso, o esta, no sé qué será”, decía la mujer. Se volvía loca repasando la heráldica de los nombres de quesos: condes, capitanes, cardenales.

[...] En la caja me gasté más de 200 euros, no he hecho una compra así en mi vida, tres o cuatro unidades de cada cosa. Y, de hecho, al salir me di cuenta de que no podía con todo. Temí no poder regresar. Pero divisé más que estaban como yo, algunos como si fueran a un carguero interestelar de papel higiénico. Renqueando a lo largo de la calle, desperdigados, como en una etapa alpina del Tour. Sentía mi jadeo en la mascarilla y cómo me sudaban las manos bajo los guantes de látex. Me propuse adelantar a uno, pero acabé tan hecho polvo que tuve que parar. Sentado en medio de la nada, anhelaba que pasara un coche de la policía para detenerme y que de paso me llevara a casa.

En el portal me vi en el dilema de coger o no el ascensor, y utilicé la frase comodín de nuestra especie: "Malo será". Al abrir la puerta de casa fue como si llegara el séptimo de caballería con refuerzos. Todo el mundo eufórico a ver las cosas que había traído. Pero me mandaron vestido a la ducha, como un agente Blade Runner que viniera del mundo exterior tóxico de cazar replicantes, no lasañas. Además, como dice un amigo, estas misiones son muy desagradecidas, da igual lo que te esmeres, siempre te dirán: "Te había dicho semidesnatada".

Por fin me sentí seguro, pero al día siguiente, al ver mi móvil, caí en un descuido, siempre hay algo que haces mal: lo estuve manoseando en la compra y luego lo fui dejando por todas partes. ¿Habré metido el alien en casa?

Ese día una amiga fue a hacer la compra a un Lidl de Bravo Murillo y mientras estaba esperando en la cola, todos en silencio, porque hay un extraño silencio, de personas solas, incluso donde hay gente, una señora dijo mirando a las cajeras: "Yo creo que estas personas se merecen un aplauso". Y la comunidad humana del supermercado respondió con una gran ovación a estas heroínas galácticas».

domingo, 29 de marzo de 2020

Encerrado releyendo a Gombrich

Gran Uribe no pierde el tiempo, entre caminata y caminata por el pasillo de su casa. Ya les dijo que estaba leyendo o releyendo cosas diversas. Y, entre las lecturas antiguas que más aprecia, está la «Historia del Arte, contada por E. H. Gombrich», en la versión que publicó DEBATE. Ya habíamos hablado de él en la entrada El arte, un antídoto contra los nacionalismos y, después de leer a Torra, qué mejor para oxigenarse las meninges. Hoy G.U. está con el capítulo XV, titulado «La conquista de la realidad; primera mitad del S.XV», en el que aborda los comienzos del Quattrocento.

El capítulo empieza así:

«El término renacimiento significa volver a nacer o instaurar de nuevo, y la idea de semejante renacimiento comenzó a ganar terreno en Italia desde la época de Giotto. Cuando la gente de entonces deseaba elogiar a un poeta o a un artista decía que su obra era tan buena como la de los antiguos. Giotto fue exaltado, en este sentido, como un maestro que condujo el arte a su verdadero renacer; con lo que se quiso significar que su arte fue tan bueno como el de los famosos maestros cuyos elogios hallaron los renacentistas en los escritores clásicos de Grecia y Roma. No es de extrañar que esta idea se hiciera popular en Italia. Los italianos se daban perfecta cuenta del hecho de que, en un remoto pasado, Italia, con Roma su capital, había sido el centro del mundo civilizado, y que su poder y su gloria decayeron desde el momento en que las tribus germánicas de godos y vándalos invadieron su territorio y abatieron el Imperio romano. La idea de un renacer se hallaba íntimamente ligada en el espíritu de los italianos a la de una recuperación de «la grandeza de Roma». El período entre la edad clásica, a la que volvían los ojos con orgullo, y la nueva era de renacimiento que esperaban fue, simplemente, un lastimoso intervalo, la edad intermedia. De este modo, la esperanza en un renacimiento motivó la idea de que el período de intervalo era una edad media, un medievo, y nosotros seguimos aún empleando esta terminología. Puesto que los italianos reprocharon a los godos el hundimiento del Imperio romano, comenzaron por hablar del arte de aquella época denominándolo gótico, lo que quiere decir bárbaro, tal como nosotros seguimos hablando de vandalismo al referirnos a la destrucción inútil de las cosas bellas.

Actualmente sabemos que esas ideas de los italianos tenían escaso fundamento. Eran, a lo sumo, una ruda y muy simplificada expresión de la verdadera marcha de los acontecimientos. Hemos visto que unos setecientos años separaban la irrupción de los godos del nacimiento del arte que llamamos gótico. Sabemos también que el renacimiento del arte, después de la conmoción y el tumulto de la edad de las tinieblas, llegó gradualmente, y que el propio período gótico vio acercarse a grandes pasos este renacer. Posiblemente seamos capaces de explicarnos la razón de que los italianos se dieran menos cuenta de este crecimiento y desarrollo gradual del arte que las gentes que vivían más al norte. Hemos visto que aquéllos se rezagaron durante buena parte del medievo, de tal modo que lo conseguido por Giotto les llegó como una tremenda innovación, un renacimiento de todo lo grandioso y noble en arte. Los italianos del siglo XIV creían que el arte, la ciencia y la cultura habían florecido en la época clásica, que todas esas cosas habían sido casi destruidas por los bárbaros del norte y que a ellos les correspondía reavivar el glorioso pasado trayéndolo a una nueva época.

En ninguna ciudad fue más intenso este sentimiento de fe y confianza que en la opulenta ciudad mercantil de Florencia. Fue allí, en las primeras décadas del siglo XV, donde un grupo de artistas se puso a crear deliberadamente un arte nuevo rompiendo con las ideas del pasado.


Filippo Bruneleschi; Duomo de Florencia
(h. 1420-1436)
El lider del grupo de jóvenes artistas florentinos fue un arquitecto, Filippo Brunelleschi (1377-1446). Brunelleschi estuvo encargado de terminar la catedral de Florencia. Era en el estilo gótico, y Brunelleschi tuvo que dominar totalmente los principios que formaron parte de la tradición a que aquélla pertenecía. Su fama, en efecto, se debe en parte a principios de construcción y de concepción que no habrían sido posibles sin su conocimiento del sistema gótico de abovedar. Los florentinos desearon que su catedral fuera coronada por una cúpula enorme, pero ningún artista era capaz de cubrir el inmenso espacio abierto entre los pilares sobre los que debía descansar dicha cúpula, hasta que Brunelleschi imaginó un método pata realizarla (ilustración adjunta). Cuando fue requerido para planear nuevas iglesias y otros edificios, decidió dejar a un lado el estilo tradicional, adoptando el programa de aquellos que añoraban un renacimiento de la grandiosidad romana. Se dice que se trasladó a Roma y midió las ruinas de templos y palacios, tomando apuntes de sus formas y adornos. Nunca fue su intención copiar esos antiguos edificios abiertamente. Difícilmente hubieran podido ser adaptados a las necesidades de la Florencia del siglo XV. 



Lo que se propuso fue conseguir un nuevo modo de construcción, en el cual las formas de la arquitectura clásica se empleasen libremente con objeto de crear modalidades nuevas de belleza y armonía. Lo que sigue siendo más sorprendente en lo conseguido por Brunelleschi es que realmente logró imponer este programa. Durante casi cinco siglos los arquitectos de Europa y de América siguieron sus pasos. Por dondequiera que vayamos en nuestras ciudades y villas encontraremos edificios en los que se han empleado formas clásicas tales como columnas y fachadas. Ha sido sólo en el siglo XX cuando los arquitectos empiezan a poner en duda el programa de Brunelleschi y a reaccionar contra la tradición arquitectónica renacentista, del mismo modo que ésta reaccionó contra la tradición gótica. Pero la mayoría de las casas que se construyen ahora, incluso aquellas que no tienen columnas ni adornos semejantes, aún conservan residuos de formas clásicas en las molduras sobre las puertas o en los encuadramientos de las ventanas, o en las proporciones del edificio. Si Brunelleschi se propuso crear la arquitectura de una era nueva, ciertamente lo consiguió.[...]


Y continúa con otras reflexiones de gran interés. Seguiremos en otra ocasión. Gombrich es un experto historiador, que supo contar muy bien la historia del arte para estudiantes y aficionados. Sus escritos han sido siempre cuestionados por otros expertos, pero ahí están y nadie explica esas cosas mejor que él (otros son un peñazo, por lo general).

viernes, 27 de marzo de 2020

Encerrado ¡leyendo a Torra!

Ya obra en poder de G.U. el Quadern suís, de Torra (¡ojo!, no confundirlo con el Quadern gris, de Josep Pla). Lluís Bosch ha tenido el cuajo de leerlo en su totalidad —véase Video-reseña de «El quadern suís», de Joaquim Torra, pero como a uno no le apetece mucho su lectura ni tampoco escribir nada esta tarde, le cede la palabra a Albert Soler, quien viene a decirnos que solo estaría dispuesto a leerlo si le pagaran. Así lo explica en Ell ve a parlar del seu llibre.

«El gran problema de Cataluña es que durante años hemos estado acostumbrados a que nombraban para ocupar altos cargos a cualquiera; era sólo un premio o la devolución de un favor, no era necesario que quien ocupara puestos de responsabilidad fuera ni inteligente ni responsable ni tuviera capacidad, porque su único trabajo era cobrar a fin de mes. Eran unas vacaciones pagadas y muy bien pagadas, el país ya funcionaba por su cuenta. De esta manera quizás algún día incluso nosotros o un familiar nuestro sería consejero, quién sabe si presidente. 


Pero hete aquí que ha llegado el día en que se requerían políticos de talla para hacer frente a un problema serio. Hemos mirado y lo que tenemos son la Budó, la Vergés o Buch —que más que a quedarse confinados, a lo que nos invita su sola visión es a echar a correr y no parar hasta Tahití—, y por encima de ellos, Presidentorra. El que, por si no fuera suficiente el pánico que los catalanes sufren al darse cuenta —en buena hora— de que quizás ni las consejerías ni la presidencia deberían ser un regalo a los amigos, se dedica a decirnos que, ya que no podemos salir de casa, aprovechemos para leer el Quadern suís, obra que pergeñó él mismo. Para animarnos a leerlo, nos remarca que es gratis, lo que para mí es más bien una ofensa, porque sólo estaría dispuesto a leer tal cosa si me pagaran. Gratis, ni borracho.[...] 


El libro trata de la vida gris que lleva un gris empleado de una gris compañía de seguros en la gris Suiza, narrada por su propio protagonista, un gris escritor a quien el azar convertirá en gris presidente de la Generalitat. Con tanta mediocridad, es natural que Presidentorra aproveche las desgracias de sus ciudadanos para intentar que lo lean, y si no fuera porque alguien le dijo —ante su incredulitad— que el nombre de Quadern gris ya estaba cogido, así la habría titulado».



EPÍLOGO


«Diez años después, celebrado un referéndum de autodeterminación el 1 de octubre y proclamada la República Catalana el 27 de octubre de 2017, los catalanes volvemos a luchar por nuestros derechos y libertades, volvemos a tener exiliados en Suiza y, ahora sí, estamos y se nos espera.

Espero que haya quedado patente para todos los lectores que han conseguido llegar hasta aquí que, en una primera vida, trabajé durante dieciocho años en una compañía multinacional de seguros. Primero como abogado, después como "ejecutivo" y, los dos últimos años, como miembro de un equipo internacional con sede en Suiza, donde viví durante esos años.

Acostumbrábamos a planificar la estrategia por objetivos y la ejecución por proyectos de trabajo. A menudo intervenían colegas de todo Europa. Los proyectos tenían una organización compleja, con su Steering Committee y todo un arsenal de pasos a llevar a cabo, una vez iniciado (kick off) y evaluado el DAFO correspondiente». [...]

Etc., etc., etc.

martes, 24 de marzo de 2020

Y mientras tanto... la primavera allí afuera

Aun a sabiendas de que esto que sigue puede interesar a muy poca gente (o a nadie), ya que cada uno tiene su propia agenda que cumple a rajatabla, Gran Uribe les explica cómo transcurre un día cualquiera de su vida, a día de hoy.



Vamos a ello. Se levanta y a veces va a la compra (hoy, una señora se ha llevado cuarenta kilos de naranjas y otros tantos de hortalizas diversas, o sea que G.U. ha vuelto sin frutas ni verduras a casa); «teletrabaja» (para entendernos: prepara algo para el blog, lee blogs amigos y asoma la nariz por algunos de los diarios digitales —pocos, no quiere ponerse de los nervios más de la cuenta, por eso sigue bastante a tipos como R. de E., que no pierden el humor—).

La hipocondría le asalta con frecuencia, «como no podía ser de otra manera», y lo hace de maneras diferentes, siempre dañinas; se toma la temperatura (y la de doña Perpetua) con más frecuencia de la deseable. Quizá para obviar eso, pone música en su butaca preferida —estos días predomina "La primavera"— y lee cosas varias (pronto hablaremos de ello). Y se asoma con frecuencia al balcón a respirar aire puro, pero solo pasan por la calle sujetos con perro o con bolsas.

Sigamos. Al cabo de un rato, prepara un pequeño aperitivo, en el que no suelen faltar ni las almendras fritas ni una cervecita, y ejerce de cocinillas con guisos de legumbres (con tropiezos, ojo). Después, dormita un ratito, viendo alguna película de aventuras del canal TRECE o documentales de TVE2 sobre animales; lee otro rato, prepara un té, camina en procesión media horita (junto a doña Perpetua) por el pasillo y prepara la cena; va a tirar la basura al container más lejano y después ve alguna serie o película del canal TCM, que a veces ofrece perlas que teníamos casi olvidadas. Y para acabar la jornada «laboral»... a la piltra, donde aprovecha para leer un rato más. No es para «tirar cohetes», pero...

[Battì / granuribe50]

Quizá se pregunte alguno de ustedes, pocos: ¿Y qué passsa tío con la primavera, esa estación que tanto le gusta? Bueno, qué se le va a hacer, la primavera está alli afuera y nos la estamos perdiendo, encerrados en la jaula, con la atmósfera más limpia desde hace décadas. Pero desde el balcón oímos el canto de los pájaros y eso nos congratula...


Antonio Vivaldi  Spring "Allegro-Largo-Allegro" (The Four Seasons)
Julia Fischer, violin, with the "Academy of St Martin in the Fields"
[from The National Botanical Gardens of Wales]

sábado, 21 de marzo de 2020

viernes, 20 de marzo de 2020

Encerrado dando vueltas por el pasillo

Bueno, bueno, bueno. Quizá alguno de ustedes se pregunte qué pasa con G.U., que está tan calladito. Les cuenta: tiene problemas con su dolorida garganta (doña Perpetua también) y el caso es que, hipocondríaco como es, se pasa el día dándole vueltas al asunto y preguntándose si no debería llamar a las asistencias para que le realicen un test Covid-19 de esos que hacen a politiquillos y famosetes de medio pelo. Eso le pone cardíaco perdido. En cuanto al termómetro, pronto agotará las pilas de tanto usarlo y no sabe dónde proveerse de otro (como las mascarillas y el gel, están agotados).

Pero no inquietarse, de momento todo OK. Tiene la nevera llena a rebosar, Sanytol para limpiar superficies diversas y papel de water como para un regimiento. Eso sí, anda escaso de huevos en la nevera, pese a haber intentado reponer sus existencias varias veces, pero es que en el súper nos dicen que a las gallinas no les ha dado tiempo de poner más.

Fragmento del pasillo de casa de G.U. (21/3/2020)
Por lo demás, lamenta no tener perro que pasear y camina como un poseso por el pasillo, que es bastante largo, arriba y abajo, una vez y otra. Sale de casa lo justo: para comprar el pan (lleva la barra a modo de salvoconducto, ya que le permite dar una vuelta por barrio sin ser detenido por la policía) y, por la noche, va a tirar la basura, que procura que sea en una bolsa liviana que le permita dar otra vueltecita hasta el contenedor más lejano que pille, sin que eso suponga un menoscabo para sus decrépitas lumbares. ¡Qué pena que los días en que la atmósfera está más limpia desde hace décadas, solo pueda salir de casa para desarrollar estas dos actividades tan prosaicas, en lugar de para celebrar el principio de la primavera como se merece. Porque lo de subir a la azotea del edificio para ver Venus y las estrellas, que están más luminosas que nunca, ni se le ocurre, no sea que algún histérico vecino lo denuncie a la autoridad competente. Hay mucho paranoico suelto.

Y en esas estamos, pero... ¿eso es todo? No, no se inquieten ustedes. Hace otras cosas. Soporta sin rechistar chistecitos (valga la redundancia) y vídeos con consejos médicos contradictorios de grupos de WhatsApp; oye música como hacía tiempo que no lo hacía y... noticias de televisión=0 (comparencencias del doctor Sánchez, número de contagiados del día o de cadáveres, performances que organiza la gente en los balcones dando el coñazo, etc.). Pero ve algunas películas o series y lee varios libros a la vez, de diferentes disciplinas: arte (Gombrich), arquitectura, diseño (Milá), algo de poesía (poca, a día de hoy todo lo que vive es muy prosaico) y, por supuesto, novela, aunque rechaza sistemáticamente la ciencia ficción sobre imaginarias catástrofes planetarias, aunque nos preparen para lo que puede venir.



Reconoce que le cuesta un poco releer obras antiguas, ya que le suelen producir una sensación rara, como de paso del tiempo, de decrepitud, qué sé yo, pero tendrá que recurrir a ello en breve cuando se le acabe lo más reciente. Pero acerca de lo que lee G.U. en estos días hablaremos próximamente. Y también nos volveremos a preguntar, una vez más, por qué estamos condenados a estar siempre gobernados en este país por «los últimos de la clase», como afirma siempre Tot Barcelona (aunque el © lo tenga Pedro Ruiz), pero «avui no toca». Que acaben de pasar una buena tarde.

domingo, 15 de marzo de 2020

¿Qué pasa con las consignas? ¿Cuántos ministros/as enfermarán?

Se lo preguntaba Lluís Bosch anteayer (en Virus y experimentos sociales) y G.U. también ahora: «¿Llegará el pánico? ¿Nos mataremos por una lechuga? ¿Obedeceremos las consignas? ¿Volverá el estraperlo? ¿Qué sucederá con los fumadores si cierran los estancos? ¿Soportarán la convivencia forzosa las familias encerradas en casa durante varios días? ¿Aumentarán los divorcios? ¿Se dispararán las cifras de violencia machista? ¿Practicaremos la picaresca?» (Vg: si la poli cierra esta salida, me iré por la otra, que no me verán), etc. Y...«¿se disparará el índice de lectores en España?»

De todo menos lo último. Hay millones de hogares en que no hay ni un solo libro ni lo ha habido nunca, incluso de gente con carrera superior, y millones de personas que nunca han leído nada, salvo el HOLA, el MARCA y el móvil. Y es tarde para ir a comprarlos o buscarlos en las bibliotecas públicas. Puedes pasarte todo el día viendo la tele o series de Netflix y Movistar, pero eso te puede llegar a poner de los nervios y no agiliza las circuitos cerebrales, al contrario. Solo queda... practicar el yoga o el bricolage.

Viñeta de El Roto (13/3/2020)
Se impone, pues, un cambio de aires. Como solidarios que somos, los catalanes, vascos y madrileños estamos exportando el virus a las regiones no contaminadas (todavía), y éstas se están empezando a inquietar: La Cerdaña, Cantabria, Benidorm y el Mar Menor, etc. (la Rioja, que tanto gusta a los vascos, está vedada desde hace tiempo) se pusieron contentas al principio, con un turismo sobrevenido que no esperaban, pero ahora están de los nervios. (Albacete, no se contempla, ya que es un lugar que no puede despertar interés vacacional alguno en el dominguero).

Aprovechando que los zagales no tienen cole y los padres no saben qué hacer con ellos, pretenden llevar vida de vacaciones allí, en las zonas turísticas, con la excusa del teletrabajo y toda esa engañifa (¡ojo!, vivimos en el país del ladrillo —obreros— y del sector servicios —camareros—, a ver cómo se lo montan por internet). Pero resulta que les están empezando a cerrar los restaurantes, los bares y les dicen que se han de quedar encerrados en el hostal, en apartamentito o en el chalet de segunda residencia (no muy acondicionado para el frío), por lo que están muy enfadados con esas medidas y con el gobierno que las ha adoptado (tarde). ¡Esto es tercermundista!, claman coléricos, pero los tercermundistas son ellos, aunque no solo ellos.




Monedero, Iglesias y su hijita, el 8M
Foto: Santi Burgos / granuribe50
Hasta hace diez o quince días, parecía que el presidente fuera Iglesias, con doctor Sánchez en un segundo plano. Pero desde la crisis, un ufano Sánchez (quizá por sentirse presidente), aunque un poco sudoroso (tal vez preocupado por la salud de los de su entorno), copa todas las fotos y portadas, mientras el pobre Iglesias está en cuarentena, encerradito en su casa por culpa suya, de su señora y de toda esa inutilidad de mani del 8M, celebrada ya en plena psicosis del coronavirus. Una vergüenza: ¡menuda partida de irresponsables! Ya irán cayendo poco a poco muchos de los que estuvieron allí. Enfermar, podemos enfermar todos, pero ellos tenían ya más información que nosotros. 

El caso es que ese protagonismo de su rival no lo ha podido soportar Iglesias y ha tenido que ir con mascarilla al Consejo de ministras, contraviniendo todo lo establecido y dando un ejemplo malísimo a la ciudadanía, que ahora tiene que seguir instrucciones muy estrictas. Pero, claro, también él quiere decir esta boca es mía, salir en la foto y dejar su impronta en todo el asunto, «como no podía ser de otra manera».


Aunque, a decir verdad, ambos (Sánchez e Iglesias) se deben de estar arrepintiendo de haber echado a Rajoy, ya que hubiera sido él quien cargara con el marronazo y así le podrían dar la culpa de todo, eso que tanto gusta hacer cuando estás en la oposición. Ahora la situación será a la inversa, quizá. Y, mientras tanto, nuestro mostrenco de cabecera (Torra) está en plena pataleta, denunciando que esto es un 155 encubierto y que le están «confiscando competencias» (podría decirse con más propiedad «incompetencias», ya que son muchas las que reúne ese sujeto, más corto que las mangas de un chaleco). Si inútiles son los otros, que lo son, este descerebrado ni les cuento...

sábado, 14 de marzo de 2020

Encerrado leyendo «Terra Alta», de Cercas

Portada de Terra Alta (Planeta, 2019)
G.U. aprovecha el enclaustramiento forzoso de estos días para leer más de lo habitual, aunque tiene que recurrir a libros que tiene por casa desde antiguo, además de algunas adquisiciones recientes, como es el caso que nos ocupa.

Ahora está con Terra Alta, de Javier Cercas, un escritor al que tiene en gran estima por su labor desenmascadora del procesismo y por algunas obras de calidad, como Soldados de Salamina o El impostor. No parece desenvolverse con tanta soltura en el ámbito de la novela negra, y Terra Alta, la ganadora del Planeta 2019, lo es; parecía que estaba predestinada al premio. Contiene algunas descripciones un poco adocenadas y diálogos faltos de vigor, como de quien no está muy acostumbrado a ese registro, pero se lee bien y tiene interés. Todo esto en la modesta opinión de un lego en la materia como es G.U.

Hay momentos muy curiosos, que casi podrían formar parte de un relato breve. Uno de ellos transcurre en la prisión de Quatre Camins, donde cumplía condena el protagonista (Melchor), un tipo de pasado oscuro que al salir de allí decide hacerse policía para encontrar culpables. El director, haciéndose el magnánimo, ha invitado a la cárcel a un escritor de éxito, que acude junto junto con una crítica literaria muy apuesta, para dar una charla sobre sus novelas a los presos. Entre éstos, solo hay un tipo que lea habitualmente, un sujeto llamado Guille, a quien llaman «el Francés», que es el que se encarga de la biblioteca, lugar donde se da la conferencia y es amigo del protagonista (Melchor).


El escritor empieza su charla haciéndose el humilde, diciendo que él no ha ido allí para enseñarles cosas sino para aprender de ellos, a escucharles; que «la literatura no es más que un juego intelectual, un entretenimiento incapaz de enseñar nada a nadie o de cambiar nada» y que si patatín y que si patatán. Y de esta forma acaba su breve intervención y da comienzo el turno de preguntas. Como es de esperar, nadie le pregunta nada, los presos solo se quejan de las malas condiciones de la trena. Hasta que «el Francés» pide permiso para tomar la palabra. Su perorata es larga, pero seleccionamos el trozo perteneciente a las páginas 58 y 59, aunque luego continúa durante un buen rato.

Javier Cercas, Terra Alta, Ed. Planeta, 2019; págs 58-59
Luego, el Francés le empieza a hablar a Melchor de Los Miserables, de Víctor Hugo, y esa es una de las claves de la novela, del comportamiento posterior del protagonista y de todo lo que sucede después. Como novela negra es solo regular y manifiestamente mejorable; como prueba del nueve, baste decir que G.U. sin ser un sabueso, descubrió a los culpables ya en la página 83 (tiene 375).



Pero hay más cosas, ya que se añaden otros ingredientes al asunto: el atentado yihadista de las Ramblas, el procés, la guerra civil y la batalla del Ebro, metido todo eso un poco con calzador, o esa impresión da. Pero también hay una una especie de novela existencial, ya que Melchor, el protagonista, se identifica con Jauvert, el policía de Los miserables, que es quien mueve los hilos de su vida. A uno le han quedado ganas de leer a Víctor Hugo.

Y hay una historia de amor truncada por la trama policial. «Odiar a alguien es como beberte un vaso de veneno creyendo que así vas a matar a quien odias». Eso le dice Olga, la bibliotecaria de Gandesa que se convierte en su novia y madre de su hija. Será porque G.U. es un poco sentimental, pero esa es la parte de la novela que más le ha llegado, quizá porque el idilio se ha iniciado en una biblioteca y acaba de manera trágica. Y empieza así su relación con Olga, hablando de libros en la biblioteca del pueblo en que el los mandos han recluído Melchor a raíz del atentado, para protegerlo:

Javier Cercas, Terra Alta, Ed. Planeta, 2019; págs 241-242
«Y hasta aquí puedo leer». En resumen, a G.U. le ha gustado bastante a novela, es poliédrica, tiene diversos ingredientes que le dan interés y está bien escrita, aunque se note a la legua que la novela negra no es la especialidad del autor. No tiene ningún reparo en recomendarla a quien haga falta aprovechando estos días de enclaustramiento forzoso. Antes que a Torra, lean a Cercas; no se arrepentirán. ¡Ánimo a todos!

martes, 10 de marzo de 2020

La película «Badlands» y el músico Carl Orff

Les hablaba ayer de los tiempos que pasa G.U. en casa últimamente (ojo, no directamente por tener coronavirus, que se sepa, pero sí por precaución elemental) y de qué modo los emplea (menos en el bricolage, una actividad que detesta practicar él y que la ejerzan sus vecinos sin misericordia alguna), en las otras actividades que reseñaba ayer.

Esta tarde le ha dado por revisitar en el canal TCM la película de 1973 Badlands, con Martin Sheen y Sussy Spacek, en uno de sus primeros papeles ambos. Una dura película de carretera, con unos paisajes desolados estupendos y una hermosa música de cabecera, Gassenhauer, ya empleada en otras películas. Es una sencilla y armoniosa pieza arreglada por Carl Orff, sobre una melodía renacentista atribuida al laudista Hans Neusidler (1536), aunque se parece bastante a una posterior del músico valenciano Juan Cabanilles (1644-1712), que se suele interpretar con gaita hoy en día.


Al muniqués Carl Orff (1892-1982) se le conoce mundialmente por su coral Carmina Burana, pero ese tipo nos dejó mucho más. Hablamos de Das Schulwerk, Musik für Kinder. Schulwerk significa trabajo escolar en alemán. Orff recopiló músicas antiguas y otras de nueva composición para ser tocadas por niños y jóvenes. Hay muchos vídeos de YouTube que reproducen diversas interpretaciones, pero nos remitimos al más breve que hemos encontrado.

Carl Orff's Gassenhauer by Katoomba Childrens Music Ensemble Countrpoint. Directed by Alison Lockwood.

Para acabar: el «Método Orff» es un sistema pedagógico para la enseñanza musical que el propio Orff escribió en 1930. El método, además de ser utilizado para enseñanza, también se usa en musicoterapia (que buena falta le hace a G.U.). Con esta obra Orff introducía con talento los instrumentos de percusión dentro de la enseñanza escolar.

Para iniciarse en el programa, el alumno empieza interpretando patrones rítmicos sencillos, hasta llegar a interpretar piezas de conjunto con xilófonos, como se aprecia en el vídeo. Ya quisiéramos esto para los zagales de nuestros colegios e institutos públicos. G.U. da fe de que tuvo durante diez años a una buena compañera, profesora de música, que hacía todo lo humanamente posible y más, aunque (como mucho) podía contar con un solo xilófono en el aula, por ejemplo.


lunes, 9 de marzo de 2020

Oriol Junqueras en la Universidad de Vic

G.U. no está pasando momentos muy buenos, por motivos que no vienen al caso, por eso prefiere no hablar de asuntos inquietantes de actualidad, como el del coronavirus (que lo hagan los expertos en diferentes ámbitos). Nos ha parecido oír que, por falta de medios y respiradores, los médicos de Italia han de elegir en algunos casos entre salvar la vida a un joven o un anciano, y se prefiere al joven, claro: si fuera así... preocupante panorama, ¡vive Dios!

Por eso G.U. distrae su mente manteniendo a ratos su blog con vida, escuchando música, viendo algunas películas del canal TCM y también leyendo buenos libros de arte o novelas, y artículos de prensa que destilen un poco de buen humor, ya que «bastantes desgracias tiene la vida para...». El de ayer de Lluís Bosch, bastante sombrío, fue la excepción.



Cambiemos, pues, de registro. De todos es sabido que a Oriol Junqueras le gusta dar clase. Aún recordamos su mítica conferencia sobre mecánica cuántica en el monasterio de Poblet y las lecciones que daba a los presos de Estremera acerca de Aristóteles y el nacimiento de la filosofía en Grecia. De ambos asuntos tratamos en su día en estas páginas.

En ese último caso, el de la cárcel de Estremera (Centro Penitenciario Madrid VII), daba la impresión de que no lo estaban pasando tan mal en el trullo los "presos políticos" (como los llaman aquí), aunque la comida fuera algo escasa y un poco flatulenta, según ellos, lo cual quizá influyera en la notable pérdida de peso que se podía advertir en la imagen del filósofo Junqueras, al que ven con una tiza frente al encerado con el dibujo del susodicho Aristóteles.

La conferencia de Junqueras en el monasterio de Poblet / Una clase de filosofía de Junqueras en la cárcel de Estremera
[granuribe50]
Pero parece ser que en la prisión catalana de Lledoners el condumio es menos flatulento, aunque más abundante y rico en calorías; quizá abunden las «mongetes amb botifarra», el copioso menú adjunto a la «calçotada», els «peus de porc», la «crema catalana» o, incluso, no es descartable que corra a raudales el vi ranci o la ratafía de su enemigo Torra.

El caso es que el aumento de peso del profesor Junqueras es más que evidente, y también lo es el trato de favor que recibe en la trena, hasta el punto de que se le permite abandonarla para impartir doctrina en la universidad de Vic, un santuario del procesismo más rancio. Allí es recibido siempre con aplausos por sus alumnos puestos en pie, como no podía ser de otra manera. El agravio comparativo con respecto a otros presos (y también a los aspirantes a profesor) resulta bastante insultante, pero sabemos de sobra que los procesistas siempre gozan aquí de todo tipo de prebendas.

De esas clases trata precisamente la columna de Albert Soler en Diari de Girona, titulada Aplaudiments a Junqueras. Extraemos  de ella unos párrafos, traducidos al castellano con mayor o menor fortuna por este bloguero.

«No me extrañan los aplausos a Junqueras. A mí también me hubiera gustado, cuando estudiaba en la universidad, que viniera a dar clase un preso en libertad condicional. Aunque fuera en una asignatura optativa, allí que me habría plantado yo, aunque fuera para poder escuchar de primera mano cómo se lo había montado para cometer los delitos y cómo es la vida en prisión.[...] No hay más que ver la reacción de Junqueras en su tuit después del recibimiento con un «Os quiero a todos», para saber cuál será la asignatura maría en la Universidad de Vic.
Oriol Junqueras sale de la cárcel de Lledoners para impartir doctrina en la universidad de Vic [imagen tomada del twitter de Junqueras]
»Si a Capone le hubieran concedido salir de Alcatraz para impartir clases en la Chicago Booth School of Business, los aplausos de los estudiantes se habrían oído hasta en Wall Street, ya que que de hacer negocios y eliminar a la competencia sabía un montón. Desgraciadamente, los jueces federales no se preocupaban por la formación de los estudiantes tanto como los catalanes y el pobre Al se perdió un recibimiento como el de Junqueras. 

Aparte de aprobar por la patilla gracias a los aplausos que le dispensaron, sus alumnos esperan del líder republicano que les enseñe cómo salir de la cárcel por la puerta, y no haciendo un túnel. Ignoro si Junqueras lleva este tema preparado en el temario, o preferirá enseñar a construir la Republiqueta de vuelo gallináceo, ámbito en el que también es un reputado experto. [...]

Se comenta que lo primero que hizo el nuevo profesor fue preguntar dónde estaba la cantina, ya que el viaje entre y Lledoners y la universidad le había abierto el apetito, lo cual provocó muchos aplausos de una parte de los alumnos, animándole a seguir aumentando de peso, mientras el resto cogía apuntes, intuyendo que sería lo más provechoso que saldría de su boca durante el curso».

domingo, 8 de marzo de 2020

Bosch, Goytisolo, Cercas y un «charnego internacional»

Captura de pantalla de la página de la DRAE, acerca de la definición de la palabra «charnego»
En una entrada de Lluís Bosch, titulada Pues bueno, pues vale, pues adiós Cataluña, todavía más amarga que otras suyas, en un momento dado —refiriéndose a un pijotero secesionista de Sant Cugat que ha ido dando leccioncillas patrióticas al deprimido barrio donde él vive— dice el propio Lluís Bosch: «Esa gente, que lo tiene todo y viven como Dios vienen a hacer lo que científicamente se denomina "romper las pelotas" a los que viven peor que ellos (aquí he abandonado el tono antropológico). Y lo hacen en nombre de su propio bien, de su verdad revelada».



Al hilo de esto, ha surgido una interesante ristra de comentarios (siempre tienen nivel en ese blog, aunque no sabemos si Lluís elimina algunos) en la que ha quedado acuñada una nueva denominación, la de «charnego internacional». Y, G.U. piensa que el hallazgo es de Tot Barcelona, que en una de sus intervenciones dice:

«También yo me siento reflejado y, como un apátrida, ya no me considero catalán de las barracas de Can Valero Petit, sino charnego internacional. No le veo solución, siempre seré para "ellos", los de San Cugat revolucionario, un ciudadano de segunda, pues en la viña del Señor ha de haber de todo, y sobre todo si ha de haber, que hayan servidores, pero que hablen catalán».

Pues bueno, pues vale: G.U. quiere proclamar desde esta página que, a su modo, el que esto escribe se considera también un «charnego internacional», aunque —todo sea dicho— le hayan sido dadas muchas cosas sin necesidad de mover un dedo, gracias a la relativamente acomodada situación de sus padres, algo que no ocurre con muchos otros, menos afortunados.



Sigamos. Con ocasión de la exposición del fotógrafo Carlos Pérez Siquier en la Fundación Mapfre —un inciso: pongan una iluminación más potente: sin luz... no existe el color— hemos estado releyendo los Campos de Níjar, de Juan Goytisolo (escrita en 1959), una de las obras mejores y menos pedantes de ese autor, magnífico por otra parte.

Extraemos unos párrafos en los que se relata una situación que G.U. vivió muchas veces en el pasado (ya no, ahora dice que viene de Albacete), en sus viajes por la España deprimida: la admiración que despertaba antes Cataluña entre la gente de allí, hasta el punto de que le hicieran preguntas parecidas a las que le hace el chófer a Goytisolo en su viaje.

Juan Goytisolo, Campos de Níjar, Seix Barral (3ª edición, 1978), pág. 19


Precisamente hoy, Javier Cercas escribe en EL PAÍS SEMANAL de hoy un lúcido artículo, titulado La revolución de los ricos, en el que afronta en cierto modo estos asuntos. Dice, entre otras cosas:

[...] «Basta no cerrar los ojos para verlo: De entrada, recordemos lo obvio: desde que el mundo es mundo son los ricos los que quieren separarse de los pobres, no los pobres de los ricos; ahora ocurre otro tanto: son los europeos del norte los que quieren separarse de los del sur, los italianos del norte de los italianos del sur, los alemanes del sur (los muniqueses, los ricos) de los del norte (los berlineses, los pobres).

La brillante propaganda secesionista apacigua la mala conciencia de sus encantadas víctimas asegurando que los ricos catalanes somos, cómo no, una excepción a esa regla, y que no queremos separarnos de los pobres extremeños  y andaluces, sino sólo del rico Madrid franquista; pero la verdad es que ni Madrid es franquista ni el secesionista más alienado por la propaganda cree en su fuero interno que Cataluña querría separarse ahora mismo de Extremadura si Extremadura fuera más rica que Cataluña. Por otra parte, todos los estudios que conozco —incluidos los del CEO, el CIS catalán— constatan que los votantes separatistas poseen, de media, un mayor poder adquisitivo que los no separatistas».[...]

lunes, 2 de marzo de 2020

Galdós y su novela «Miau»

Con la reciente incorporación a «la casta» de nuevos/as sujetos/as, resulta que hay cada vez más carteras ministeriales y se va a tener que incrementar sustancialmente la plantilla de oficinistas para abarcar tanta demanda. No es el caso del pobre Villaamil, el protagonista de la novela Miau, de Galdós. El hombre está cesante, se lo han quitado de en medio del ministerio —por pelma y porque está ya mayor— y necesita acreditar dos meses más de trabajo para poder cobrar su pensión. Pero no hay manera, aunque el hombre intenta de todos los modos posibles que le llamen para algo.

Y así se pasa toda la novela, de ministerio en ministerio, intentando encontrar a alguien que lo enchufe aunque sea de chupatintas de tercera, ante la cuchufleta general. Y todo eso con un panorama familiar bastante oscuro, con el agravio comparativo de un yerno (Cadalso) que va medrando en la administración a base de trapisondas. Por si fuera poco, la esposa de Villamil (Pura) y su cuñada (Milagros) son dos «inutilidades» que no dejan de culpabilizarlo continuamente por su situación, quizá porque necesitan dinero para ir al teatro y fardar por allí.

Además, tiene una hija (Abelarda, hermana de la fallecida mujer de Cadalso) que está hecha polvo, la pobre, porque está enamorada del sinvergüenza de Cadalso, que la torea y la engaña de mala manera; también pulula por allí un pobre zagal del que todos sus compañeros se mofan, al que llaman «Miau», como a toda la familia (o «Cadalsito», porque es hijo del susodicho Cadalso). Él es el que reparte por las tardes por todo Madrid, a personajillos del Ministerio, las cartitas suplicantes escritas por su abuelo Villaamil, pero siempre sin éxito. En fin, para qué seguir, todo un cuadro.

Grupo de oficinistas esperando pacientemente en sus puestos de trabajo a que llegue la hora del ansiado momento de la paga
En los siguientes párrafos, Galdós nos relata el momento en que los funcionarios cobran su paga en presencia del pobre Villaamil, que está por allí para ver si pilla algo, como casi cada día. Bastante mosqueado, se desahoga invocando a «San Garbanzo bendito». ¿Vendrá de allí que Valle-Inclán lo tildara de «garbancero»?

Benito Pérez Galdós, Miau (fragmento del capítulo 37); Alianza Editorial (1985)
Y unos párrafos más allá, describe lo contentitos que salen del ministerio los oficinistas con los duros ya en el bolsillo:

[...] «En la escalera de anchos peldaños desembocaban, como afluentes que engrosan el río principal, las multitudes que a la misma hora chorreaban de todas las oficinas. Contribuciones y Propiedades descargaban su personal en el piso segundo; descendía la corriente uniéndose luego a la numerosa grey de Secretaría, Tesoro y Aduanas. El humano torrente, haciendo un ruido de mil demonios de peldaño en peldaño, apenas cabía en la escalera, y mezclábanse los pisotones con la charla gozosa y chispeante de un día de paga. En los oídos de Villaamil añadíase al murmullo inmenso el tintineo de los duros, recién guardados en tanta faltriquera. Pensó que el metal de los pesos debía de estar frío aún; pero se calentaría pronto al contacto del cuerpo, y aun se derretiría al de las necesidades. Al llegar al vasto ingreso que separa del pórtico la escalera, veíanse en los patios de derecha e izquierda afluir las muchedumbres de Impuestos, Tesorería y Giro Mutuo, y antes de llegar a la calle, las corrientes se confundían. Las capas deslucidas abundaban más que los raídos gabanes; pero también los había flamantes, y chisteras lustrosas, destacándose entre la muchedumbre de hongos chafados y verdinegros. El taconeo ensordecía la casa, y Villaamil oía siempre, por cima del rumor de pisadas, aquel tintín de las piezas de cinco pesetas. «Hoy -se dijo, echando toda su alma en un suspiro-, han dado casi toda la paga en duros nuevecitos, y algo en pesetas dobles con el cuño de Alfonso». 

 Al desaguar la corriente en la calle, iba cesando el ruido, y el edificio se quedaba como vacío, solitario, lleno de un polvo espeso levantado por las pisadas. Pero aún venían de arriba destacamentos rezagados de las multitudes oficinescas. Sumaban entre todos tres mil, tres mil pagas de diversa cuantía, que el Estado lanzaba al tráfico devolviendo por modo parabólico al contribuyente parte de lo que sin piedad le saca. La alegría del cobro, sentimiento característico de la humanidad, daba a la caterva aquella un aspecto simpático y tranquilizador. Era sin duda una honrada plebe anodina, curada del espanto de las revoluciones, sectaria del orden y la estabilidad, pueblo con gabán y sin otra idea política que asegurar y defender la pícara olla; proletariado burocrático, lastre de la famosa nave; masa resultante de la hibridación del pueblo con la mesocracia, formando el cemento que traba y solidifica la arquitectura de las instituciones».

Ésta es la vertiente divertida y digamos «festiva». Pero los cuatro últimos capítulos son espeluznantes, con el pobre Villaamil desesperado dando vueltas por su barrio como alma en pena, pero disfrutando en libertad de los, según él, mejores momentos de su vida, a punto de acabar. «Y hasta aquí puedo leer»...



Gran polémica hay sobre Galdós este año. Que si no es un gran escritor porque en sus novelas nos muestra su ideología (Cercas) o que si es el no va más (Muñoz Molina). Y entre esos dos polos, otros aportan matices «equidistantes». A G.U. le es indiferente todo eso, aunque piensa que cada novelista es libre de expresar en sus novelas lo que le dé la gana y como le dé la gana, y eso no tiene por qué quitarles valor en sí mismas.

Por tanto, digan lo que digan unos y otros, la presunta la objetividad de lo que aporten le importa un pepino a G.U., y se apunta a lo subjetivo: le encanta Galdós y se zampa todo lo que escribió, que es mucho (porque tenía que ganarse la vida) y quizá por eso sea un poco irregular, pero da igual. Ya nos gustaría tener ahora por aquí a un tipo así.

domingo, 1 de marzo de 2020

La información requiere mucha manipulación

Viñeta de El Roto (20/2/2020)


«EL PAÍS sigue la estela de los grandes medios globales y de prestigio. The New York Times, The Washington Post, Financial Times, Le Monde, The Guardian, The Wall Street Journal o Corriere della Sera ya iniciaron este camino, con un notable éxito en la mayoría de los casos. Gracias a esta nueva fuente de ingresos, muchos de ellos han aumentado sus plantillas, reforzado su red de corresponsales, invertido en investigación, en vídeo, en innovación y, sobre todo, se han mantenido a flote mientras la crisis golpeaba a aquellas cabeceras que no han podido reconvertirse bajo la presión de la revolución digital».