Con el agravante de que hay imbéciles que te dicen que esperes para tomar lo que quieres, que has de estar a dos metros, y (sin duda nerviosos) te lo dicen con muy malas maneras, como si fuéramos sus peores enemigos. Y esa gente se piensa mucho lo que escoge y tarda un montón en irse a otro sitio. Además, hay cosas a las que no estás nada acostumbrado: a ponerte una mascarilla, los guantes (que caben justitos y no acaban de entrar en la mano), a ir a toda leche, a marchar cuanto antes de allí, a limpiarte las manos al salir con el gel que llevas en el bolsillo del tabardo, etc.
Y al llegar G.U. a casa de esa aventura del sábado pasado, ya le ven ustedes Sanytol en mano desinfectando cosas como un loco (esto es idea de la familia de doña Perpetua, no de G.U.) y solo le faltaba ducharse, como estipula Torra que hay que hacer. Pasó mala tarde (la hipocondría, además, no perdona, y cree intuir síntomas sospechosos diversos), cansado y con dolor de garganta, aunque con ¡36º de temperatura! y sin apenas tos, y el domingo comenzó a recuperarse.
No inquietarse: ahora, está aceptablemente bien. Caminando por el pasillo, leyendo mucho (es un un «lletraferit», lee hasta ¡a Torra!), oyendo música, haciendo cosas para el blog, viendo teleseries y el canal TCM y saliendo a aplaudir a las 20:00 a esos héroes y heroínas que permiten que sigamos viviendo. Eso sí: poco teléfono móvil (va justito de GB y lo tiene colapsado por los vídeos que ha recibido en las últimas semanas). Y telediarios=0: no los sigue (número de infectados, de cadáveres, movimientos solidarios, performances diversas, etc.); tampoco los plúmbeos "speech" del doctor Sánchez respondiendo a preguntas enlatadas. Solo sigue lo que recomienda la OMS y punto. Y en esas estamos.
[EUROPA PRESS / Chordi / granuribe50] |
He aquí algunos fragmentos:
[...] «Bien, yo no había pasado en dos semanas de un escaso perímetro de tiendas del barrio, pero tenía que hacer una gran compra en un supermercado enorme que está más lejos. Pertrechado como para una misión espacial —mascarilla, guantes, botellita de jabón, carrito— me dirigí al objetivo. Con una lista interminable de cosas y un encargo de mis vecinos, un matrimonio muy simpático que al decirles si necesitaban algo, me dijeron sin pensarlo: “Sí, una botella de ron”. Dentro del súper había una atmósfera que por un momento te devolvía a la normalidad, aunque todo el mundo llevaba lista de la compra de un folio. Y al rato te dabas cuenta de que parte de la gente no es real. Eran dobles: son los empleados que hacen la compra a quien la pide por Internet. Al final de la cadena siempre hay un tipo currando. Se notaba que muchos eran nuevos y no se conocían los pasillos, un laberinto donde puedes quedar atrapado en un bucle espacio-temporal en busca del puré de patatas. Estaban tan perdidos como yo. “A ver, queso semicurado de oveja Don Ismael. ¿Y dónde estará? Ha pedido un montón, se ve que a este le gusta el queso, o esta, no sé qué será”, decía la mujer. Se volvía loca repasando la heráldica de los nombres de quesos: condes, capitanes, cardenales. [...] En la caja me gasté más de 200 euros, no he hecho una compra así en mi vida, tres o cuatro unidades de cada cosa. Y, de hecho, al salir me di cuenta de que no podía con todo. Temí no poder regresar. Pero divisé más que estaban como yo, algunos como si fueran a un carguero interestelar de papel higiénico. Renqueando a lo largo de la calle, desperdigados, como en una etapa alpina del Tour. Sentía mi jadeo en la mascarilla y cómo me sudaban las manos bajo los guantes de látex. Me propuse adelantar a uno, pero acabé tan hecho polvo que tuve que parar. Sentado en medio de la nada, anhelaba que pasara un coche de la policía para detenerme y que de paso me llevara a casa. En el portal me vi en el dilema de coger o no el ascensor, y utilicé la frase comodín de nuestra especie: "Malo será". Al abrir la puerta de casa fue como si llegara el séptimo de caballería con refuerzos. Todo el mundo eufórico a ver las cosas que había traído. Pero me mandaron vestido a la ducha, como un agente Blade Runner que viniera del mundo exterior tóxico de cazar replicantes, no lasañas. Además, como dice un amigo, estas misiones son muy desagradecidas, da igual lo que te esmeres, siempre te dirán: "Te había dicho semidesnatada". Por fin me sentí seguro, pero al día siguiente, al ver mi móvil, caí en un descuido, siempre hay algo que haces mal: lo estuve manoseando en la compra y luego lo fui dejando por todas partes. ¿Habré metido el alien en casa? Ese día una amiga fue a hacer la compra a un Lidl de Bravo Murillo y mientras estaba esperando en la cola, todos en silencio, porque hay un extraño silencio, de personas solas, incluso donde hay gente, una señora dijo mirando a las cajeras: "Yo creo que estas personas se merecen un aplauso". Y la comunidad humana del supermercado respondió con una gran ovación a estas heroínas galácticas». |