viernes, 21 de octubre de 2022

El Nobel, García Márquez, Cadaqués y la tramontana

Ya que estamos en ello, sigamos con premios. Tal día como hoy, hace cuarenta años, el 21 de octubre de 1982, se le otorgó el premio Nobel a Gabriel García Márquez, la verdad es que muy merecidamente. La ideología es una cosa y la literatura es otra, afortunadamente. A G.U. se la trae al pairo la primera si le gusta la segunda, como es el caso.

Estuvo seis años viviendo en Barcelona, de 1969 a 1975, cuando ésta era una ciudad abierta y cosmopolita, que acogía sin problema a intelectuales y artistas de toda procedencia. El hombre era un habitual de Cadaqués, donde se solía reunir la gente de la denominada "gauche divine". Un pueblo precioso, sobre todo en la época en que fue escrito el cuento, pero que antes y ahora tenía y tiene un enemigo muy temible: ¡la tramontana! (G.U. lo sabe porque la padeció en bastantes ocasiones allá por los años setenta, y al parecer García Márquez también, por eso se fue de allí para no volver). Según escribe en el cuento del que hablaremos luego, se trata de: «un viento de tierra inclemente y tenaz, que según piensan los nativos y algunos escritores escarmentados, lleva consigo los gérmenes de la locura».

Eliseo Meifrén (1859-1940),
Cadaqués; Es Piló de la platja i ses voltes d'es Podritxó. 1899. Óleo sobre tela. Colección particular

No, no vamos a hablar aquí del archiconocido comienzo de Cien años de soledad («Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo»). Tampoco a reproducir ningún fragmento de alguna otra de sus novelas sino el inicio de un breve cuento llamado "Tramontana", que acabó de escribir en 1982 pero que se gestó un tiempo antes. Se publicó en una recopilación que hizo el autor, titulada Doce cuentos peregrinos, que editó Mondadori en 1992. 

[Lo ilustramos con una obra de Eliseo Meifrén, un pintor excelente, que visitó Cadaqués por primera vez en 1886. A partir de entonces ese lugar se convertirá en uno de los principales escenarios de su pintura].

«Lo vi una sola vez en Boccacio, el cabaret de moda en Barcelona, pocas horas antes de su mala muerte. Estaba acosado por una pandilla de jóvenes suecos que trataban de llevárselo a las dos de la madrugada para terminar la fiesta en Cadaqués. Eran once, y costaba trabajo distinguirlos, porque los hombres y las mujeres parecían iguales: bellos de caderas estrechas y largas cabelleras doradas.

Él no debía ser mayor de veinte años. Tenía la cabeza cubierta de rizos empavonados, el cutis cetrino y terso de los caribes acostumbrados por sus mamás a caminar por la sombra, y una mirada árabe como para trastornar a las suecas, y tal vez a varios de los suecos. Lo habían sentado en el mostrador como a un muñeco de ventrílocuo, y le cantaban canciones de moda acompañándose con las palmas, para convencerlo de que se fuera con ellos. Él, aterrorizado, les explicaba sus motivos. Alguien intervino a gritos para exigir que lo dejaran en paz, y uno de los suecos se le enfrentó muerto de risa.

-Es nuestro -gritó-. Nos lo encontramos en el cajón de la basura.

Yo había entrado poco antes con un grupo de amigos después del último concierto que dio David Oistrakh en el Palau de la Música, y se me erizó la piel con la incredulidad de los suecos. Pues los motivos del chico eran sagrados. Había vivido en Cadaqués hasta el verano anterior, donde lo contrataron para cantar canciones de las Antillas en una cantina de moda, hasta que lo derrotó la tramontana. Logró escapar al segundo día con la decisión de no volver nunca, con tramontana o sin ella, seguro de que si volvía alguna vez lo esperaba la muerte. Era una certidumbre caribe que no podía ser entendida por una banda de nórdicos racionalistas, enardecidos por el verano y por los duros vinos catalanes de aquel tiempo, que sembraban ideas desaforadas en el corazón». [...]

Spoiler: los suecos se lo llevaron al fin para acabar la fiesta en Cadaqués, pero el hombre, «despavorido por la inminencia del regreso, aprovechó un descuido de los suecos venáticos y se lanzó al abismo desde la camioneta en marcha, tratando de escapar de una muerte ineluctable». ¡Caramba con Cadaqués y la tramontana!

Enlace al cuento "Tramontana"

martes, 18 de octubre de 2022

Recordando a Vázquez Montalbán (y "El premio")

Tal día como hoy, en 2003, Manuel Vázquez Montalbán fallecía en el aeropuerto de Bangkok, ciudad escenario de su novela Los pájaros de Bangkok, de la que ya hemos hablado aquí alguna vez. Un autor muy prolífico al que siguió G.U. en toda su andadura literaria (no siempre de igual nivel, algo atribuible a lo mucho que escribió) y al que profesaba cierta simpatía. Su columna en la última página de EL PAÍS de los lunes estaba llena lucidez, ingenio e ironía. 

Con este motivo, y al hilo de la concesión en el día de Santa Teresa de un conocido y bien dotado premio literario (un premio que, por cierto, obtuvo nuestro autor en 1979 por Los mares del sur), traemos aquí un breve extracto de su novela El Premio (Ed. Planeta, 1996), quizá no su mejor obra, que está también lleno de la susodicha ironía (y de una cierta dosis de mala baba). La verdad es que el segundo párrafo se las trae...


«A quince metros de su suite estaba la de los jurados y a ella se dirigió Conesal empuñando la llave maestra. Al abrir, los jurados fueron constatados en una fotofija que les describía expertos en llevarse canapés de caviar y salmón marinado a la boca, con una precisión de animales omnívoros de cóctel que les permitía capturar la presa a medio camino entre el sutil vuelo del brazo y el adelantamiento depredador del hocico, sin descomponer el gesto de personajes inteligentes, conscientes de que hemos venido a este mundo a hacer cosas más serias que comer canapés y beber champán Cristal Roederer. [...]

«De uno de los bolsillos interiores de su americana sacó tantos sobres como miembros del jurado y los fue entregando uno a uno, sin atender el gesto de extrañeza con el que todos asumían el pago de sus servicios, del que ya tenían constancia pero que tomaban con dedos ágiles y el cerebro distante: ¿Qué hace usted? No sé si debo. ¡Ah! Pero ¿esto se paga? Algunos llevaban la teatralidad hasta el punto de rechazar el sobre levemente pero si Lázaro hacía el gesto de devolverlo a su lugar de origen lanzaban las manos como garras para apoderarse del estipendio, sin que los ojos testimoniaran avaricia. La avaricia iba por dentro, desde la íntima convicción de que el pagano era un ladrón de guante blanco, con la fortuna cimentada sobre un millón de muertos. 

—Francamente, Lázaro. Nos aturde cobrar por no actuar de jurados. 

—Tomadlo como una situación literaria —contestó Conesal a Bastenier y antes de dejarles con sus canapés y sus copas de champán, les recordó—: Cuando tenga decidido el ganador, seréis los primeros en saberlo. Hemos hablado repetidamente de la especial lógica de este premio. De mi lógica. No creo humillaros. Sabíais a qué jugabais."».


miércoles, 5 de octubre de 2022

Adiós, "Loco de la Colina"

«Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza. Nunca como ahora, la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate»

Así empezaba el speech de "El loco de la Colina" por el que cerraron de manera fulminante su programa en Canal Sur. Se ve que ya corrían entonces "Malos tiempos para la lírica", como cantaba aquel grupo llamado Golpes Bajos en 1983. Y para la cultura. El breve monólogo del vídeo no tiene desperdicio. No le faltaba razón en lo que decía hace ya años. Ahora, ni les cuento. 

Aún recordamos sus respetuosas entrevistas, plagadas de largos silencios mirando fijamente al interlocutor, y la última que se le hizo a Rafi Escobedo, el condenado por asesinato de los marqueses de Urquijo, pocos días antes de que éste se suicidara. Un caso que nunca quedó aclarado del todo.

 En fin, qué decir, otro referente que se nos marcha. DEP, Jesús Quintero.