Mostrando entradas con la etiqueta Literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Literatura. Mostrar todas las entradas

viernes, 14 de febrero de 2025

San Valentín, el poeta francés y una mujer catalana

[Dedicado a F.C, en el «Día de San Valentín»]

Hoy, día de San Valentín, el supermercado "Condis" nos ha hecho este entrañable regalo:

Hay quien tilda a G.U. de estar aferrado al pasado, de no comulgar mucho con los tiempos que han ido deviniendo en esto que tenemos ahora, poco esperanzador. Un "carroza". Hay cosas del pasado que no se olvidan, nos guste o no. Esta cancioncita de Augusto Algueró es una de ellas. Formaba parte de la banda sonora de una pelicula llamada El día de los enamorados, protagonizada por la gran Conchita Velasco. Ella misma la cantaba, pero se hizo más famosa en la versión de Mona Bell. Hoy la tarareaba este bloguero en la ducha. Un bonito vídeo. «Caspa», como se dice ahora, solo apta para nostálgicos:



Bien, vamos con algo más profundo, aunque relacionado en cierto modo con lo que estamos glosando.

Hoy, en esta entrañable jornada, les vamos a contar una historia de amor. A finales del S.XIX (1892), un conocido poeta francés se cruzó en el puerto de Génova, en una noche muy húmeda y fría, con una mujer catalana. Intercambiaron miradas, nada más. Según confesó algunos años después a un amigo, «su languidez y una coquetería de turbadora soltura lo habían herido y luego enamorado, cada día más, con desgarramientos, obsesiones y presagios muy extraños». Nunca supo su nombre.

El caso es que no llegaron a conocerse nunca, pero el poeta siguió «profundamente enamorado» (como P. Sánchez) de esa misteriosa mujer durante mucho tiempo. No sabemos cómo supo que esa mujer era catalana, pero es igual. Como resultado del suceso y de esa obsesión que marcaría su vida, comprendió que no podía seguir así y decidió separarse de sí mismo. A esa crisis existencial se ha dado en llamarla «La noche de Génova».
En el puerto de Génova, una mujer catalana rompió el corazón del poeta francés
Primeramente se separó del ídolo del amor, concentrado en una imagen que desarticulaba su intelecto (la mujer catalana); después, de la literatura, de la religión y de toda emotividad, que destruía el equilibrio de la inteligencia. Pero a continuación, su sensibilidad lo obligó a buscar un sitio existencial estable. Eligió, el intelecto, el ídolo «intelecto». No desvelamos el nombre de ese poeta, que no era ni metafísico ni positivista. Pero sabemos que en Francia l´amour y el intelecto son algo muy serio.

miércoles, 12 de febrero de 2025

Recuerdos y reflexiones en una tarde lluviosa

En este día lluvioso, a G.U. le ha dado por recordar. Y ha recordado que Julio Cortázar murió tal día como hoy en París, en el año 1984. Una tarde de domingo de un día muy triste, como el de hoy, que G.U. no olvida por la tremenda congoja que le invadió, tanto disfrutaba con todo lo que escribía y tan acostumbrado estaba a verlo perpetuamente joven, como si el tiempo no pasara para él...
Julio Cortázar con su gata «Flanelle», en París
El caso es que él escribía «No hay que tener miedo a los recuerdos. Vivimos de ellos, nos definen y nos hacen ser quienes somos. Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso».



Pues en ello estamos hoy, recordando. Reproducimos esta foto porque es la del último día en que G.U. pisó el aula del instituto de enseñanza secundaria en el que había dado clase durante los veintiocho años anteriores. Eso pasó el día que marca la pizarra, la misma en la que había realizado cientos de dibujos, en muchos casos baldíos. Allí, atornillado al techo, se puede ver el proyector con el que mostró muchas diapositivas a sus discípulos, por lo general también de manera baldía.

Le gustaba bastante dar clase, pero los años no perdonan, el físico ya no aguantaba como antes y uno, además, estaba hasta los cataplines de las autoridades educativas, de la asfixiante burocracia, de bastantes profesores/as, de las guardias vigilando el patio y del alumnado, cada vez más asilvestrado, más consentido y menos interesado, todo en un ámbito de progresiva y galopante degradación general. Estaba a punto de iniciarse el procés, ojo al dato.



Relacionado con esto —y puestos a recordar— recuerda estas respuestas de Gilles Lipovetsky en una entrevista que se le hacía ahora hace exactamente cinco años en EL PAÍS SEMANAL.

Fotografía: Léa Crespi
[...] «La escuela pública no es un gasto, es una inversión de futuro. Hay que pagar bien a los profesores, y enseñar al alumno a respetarlos. Esto no lo digo yo, ¿eh?, ya lo dijo Platón. Si creemos que los ordenadores y las tabletas van a arreglar todos los problemas, estamos en un grave error. El profesor es imprescindible. Y hay que formar a los jóvenes de manera que sean más adaptables, con menos miedo a los cambios. Así habrá menos frustración. Y muy importante: hay que otorgar mucha más importancia al arte y a la cultura. ¡Si no, solo nos quedará el centro comercial! [...]
Es indispensable que el profesor recobre la autoridad. Hay alumnos que insultan al profesor, y es inadmisible. Educar no es seducir. Hay obligaciones. En un momento dado, hay que obligar a cosas. No todo puede ser flexible, agradable, discutible. Hay que trabajar duro, y obligar a trabajar. El hombre es Homo faber, hay que enseñar a hacer. Y hay que recuperar la retórica, enseñar a los chicos a expresarse, y a razonar, porque el ordenador no lo va a hacer por ellos. El hombre es Homo loquens, el ser que habla»

domingo, 5 de enero de 2025

De ilusiones y desilusiones

Esta tarde hablamos, cómo no, de los Reyes Magos de Oriente. Un primo de G.U. le contaba su experiencia cuando preguntó al hijo de la portera qué le habían traído los Reyes. Le contestó: «A mí nada porque somos pobres». Es algo que siempre nos inquietó, esa "injusticia" de sus majestades. A unos, unos regalazos tremendos, a otros, lo que explicaremos más abajo y, finalmente, a otros, NADA. Era un poco raro, pero G.U. no indagó más; se ve que no le había entrado aún su vena investigadora...

Hoy en día no sabe cómo está el asunto. En las imágenes de la cabalgata de esta tarde se ven niños ya bastante mayores. Antiguamente era fácil mantener el engaño, porque no había TV, solo la radio. Pero hoy en día es difícil entender cómo esos niños no se han enterado todavía (algunos tal vez disimulan). 

Algunos de los juguetes de Luis Miguel Martínez-Gómez, coleccionista de Albacete
En nuestro caso, hablamos de hace tropecientos años, la tarde había sido de muchos nervios, bastante hiperventilada, aunque la mayor parte de ella la solíamos pasar en el cine Adriano, poco concentrados en la película, la verdad. Y ya por la noche nuestros esforzados padres montaban una compleja puesta en escena que incluía toses, arrastre de sillas, pieles de naranja (como si se las hubieran zampado los Reyes) y cagarrutas de caballo simulando las de camello (algo que niega su hermano, "El Tapir"; quizá eso lo haya soñado G.U., pero es que en las calles abundaba por entonces ese tipo de excrementos). 

Pero todo eso lo veíamos al día siguiente. Ya muy temprano, a través de la cerradura, se intuía la prometedora silueta de los indios a caballo asaltando el fuerte, los soldados de azul, las caravanas, todo eso. Magia pura. Y al entrar en la sala, en efecto, todo eso más algún libro de Salgari (El Corsario Negro, Sandokán, etc.) o algún juego como "Detectives" (ahora lo llaman "Cluedo"), con el que nos divertimos muchos años. Pero el tren eléctrico "Marklin", nunca. Y nunca se lo echamos en cara.

Fragmento de la colección de libros de Emilio Salgari, de Editorial Molino: piratas, tuaregs, brahmanes, cowboys, de todo...

La verdad es que G.U. no conserva recuerdos posteriores que le evoquen una emoción parecida a la de aquellos días. En efecto, nada fue igual después... En fin, hay muchas maneras de entender el asunto. Hay quien dice que es una p*tada tener engañado al niño. G.U. no lo ve así. La ilusión de esos años no la cambia por nada. Y la desilusión posterior, no es más que la primera que tenemos, pero no la última. La vida también se compone de eso: ilusiones, que buena falta hacen, y... desilusiones, qué se le va a hacer. La verdad es que tampoco nunca se le ocurrió echar en cara el engaño a sus padres; por contra, solo agradecimiento por el esfuerzo de todo tipo que les suponía y las alegrías que nos dieron.

Miguel de Unamuno, Agranda la puerta
Aquí les dejamos con Telemann y la Siciliana de su Concierto para Oboe d´Amore. Paz y tranquilidad.
 

domingo, 8 de diciembre de 2024

Ignacio Martínez de Pisón es un buen novelista

Ignacio Martínez de Pisón / [Fotografía: Iván Giménez]
Ha pasado el "cumple" sin pena ni gloria [(solo felicitaron los que siguen el blog, nadie más), aunque justo es decir que nos zampamos dos piernecitas de cordero magníficas, una por barba]. 

Vamos a otros asuntos. Durante este infame mes de noviembre, los únicos momentos de desenganche de la realidad más cruda han sido los de la lectura de la novela de Ignacio Martínezde Pisón, La buena reputación, de 2015. Recibió el Premio Nacional de Narrativa, y los premios nacionales de narrativa suelen ser fiables, ya que siempre apuestan sobre seguro. Y Martínez de Pisón es uno de los pocos escritores españoles en los que aún confía G.U., aunque sea muy escéptico con los premios.
 

Le da igual que se la criticara en su momento por "no innovadora", un punto decimonónica y poco original, porque en esto de la literatura hay muy pocas cosas que sean originales. Todo suele basarse en  algo preexistente. En ella, cuenta la historia de tres generaciones de una misma familia. En efecto, ¿qué puede haber más decimonónico que eso? En este caso se trata de una familia de origen judío que reside en Melilla: los padres, Samuel y Mercedes; las dos hijas, Miriam y Sara, y más adelante, los nietos, Elías y Daniel. A cada uno de estos personajes (salvo Sara, por algún motivo) se dedica una de las secciones del libro,: "La novela de Samuel", "La novela de Mercedes", "La novela de Miriam, etc.

Es una obra estupenda —en opinión de G.U. y de doña Perpetua—, con una prosa magnífica, carente de inventivas metáforas y otros recursos. Sujeto, verbo, predicado y punto, o algo así. La historia siempre nos es presentada por un narrador omnisciente, levemente irónico pero en general poco interventivo, y con un estilo cuidado y libre de clichés, sin ornamentos. Es raro que nuestro muy querido Javier Marías lo acogiera como alumno aventajado (hasta que se distanciaron por motivos que no vienen al caso), siendo así que su estilo (al menos el de esta novela) es muy diferente. Releeremos otras, a ver.

Quizás sea porque el exotismo los hace más atractivos, o porque tienen mayor carga épica, pero los capítulos que más enganchan son los dedicados a la estancia de la familia en Melilla, hasta que por miedo a una posible anexión a Marruecos deciden trasladarse a Málaga, y poco después a Zaragoza. 


Algunas frases, así, tomadas a vuela pluma (ojo al dato, la novela tiene 650 páginas), de esas que a uno le llaman la atención, por los motivos que sea, pero que no quieren expresar lo que es la novela:

—Su matrimonio había llegado a ese estado en el que las adversidades no unen sino que distancian aún más.
—Tenía todo un aire incongruente, con cosas demasiado nuevas junto a cosas demasiado viejas, con cosas fuera de sitio y sitios sin nada.
—El problema era que en su rostro habían empezado a asomar los rasgos de una anciana. Como si la lozanía y la belleza fueran una capa de maquillaje que hubiera empezado a borrarse.
—¿A todo el mundo le ocurría que, en un momento dado, empezaba a tener mucho menos futuro que pasado y que, por eso mismo, las decisiones que pudiera adoptar adquirían la trascendencia de lo definitivo?
—Miriam pensó que, en su familia, los grandes reproches se escondían detrás de los pequeños y que, en todo caso, siempre se expresaban por gestos.
—¡Qué difícil era tratar con gente que se atribuía supuestos sacrificios y que, desde esa posición de víctima, se sentía legitimada para juzgar sin ser juzgada!
—El mundo a veces se le presentaba sencillo, ligero, armonioso, como un juego que se atuviera a unas reglas claras y precisas, y entonces todo cobraba un sentido especial y se incorporaba a una escala más amable, en la que lo arduo se volvía llevadero y lo llevadero gustoso.




PARÉNTESIS DEL «ABUELO CEBOLLETA»
El "abuelo Cebolleta" y sus batallitas / [viñeta de Manuel Vázquez]

Le ha ayudado mucho a este bloguero, y después a doña Perpetua, a cambiar el chip. No olvidemos que G.U pasó trece meses en Melilla haciendo la mili (en el cuartel de "Regulares 2" —abandonado actualmente— y en el Fuerte de la Purísima Concepción, en la frontera). Así que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, nos vamos a poner un poco en plan «abuelo Cebolleta».

El caso es que—ahora que no nos lee nadie— este bloguero guarda globalmente un buen recuerdo de aquella experiencia. No olvidemos que por esa época conoció a doña Perpetua, que le fue a visitar allí, volando en una precaria avioneta que hoy quizá no se atrevería a tomar. Es la historia, amigos.

Es una ciudad muy hermosa, llena de contrastes; la recorrió G.U. infinidad de tardes y de domingos. La parte modernista (espléndida, gracias al arquitecto Enrique Nieto, al que daremos de comer aparte otro día, que bien lo merece), el parque Hernández, la parte mora, los bares y tascas (con esas tapas estupendas), los bazares, los mercadillos, la omnipresencia del mar tan cercano...

Gran Uribe posa ufano en el cuartel de Regulares 2
(Foto "institucional")
Melilla, abril de 1976 / [Fotografía: Anónimo]
Aprovechando que hoy es la Purísima Concepción, henos aquí, junto al Fuerte que lleva ese nombre:
Gran Uribe posa también ufano en el exterior del Fuerte de la Purísima Concepción
Melilla (julio de 1976) / [Fotografía: Francesc Martí Gibert]
Melilla, 1976. Instrucción en Rostrogordo / Fuerte de la Purísima
[Fotografías: Anónimo / Francesc Martí Gibert]
Exterior del Fuerte de la Purísima Concepción; al fondo, el monte Gurugú / Melilla (julio de 1976)
[Fotografía: Francesc Martí Gibert]
Melilla. Situación del Fuerte de la Purísima  (hoy "Centro de menores") y del cuartel de Regulares 2 (hoy abandonado)


Quizá ese homenaje a Melilla sea, en parte, por lo que le ha gustado esta novela, pese a que el final parece precipitado y no esté a la altura, después de 650 páginas; quién sabe si el editor no le dio prisas para acabarla antes de Sant Jordi... A pesar de ello, un NUEVE; a cada uno le gusta lo que le gusta, cada cual es cada quien, sus vivencias y circunstancias también, y a unos les agrada o desagrada una cosa por un motivo u otro. En fin, aquí refleja G.U. su experiencia literaria de estos últimas días.

miércoles, 24 de julio de 2024

Creedence Clearwater Revival y su «Proud Mary»

Ya les contó G.U. hace unas semanas cosas de la novela de Tim Gautreaux Desaparecidos. Ahora la está leyendo doña Perpetua, que sabe más de eso (fue profesora de literatura), y le he está gustando también. Gautreaux es un creador de mundos literarios, en general centrado en las orillas del Misisipi.

Tal como les explicábamos entonces, transcurre ésta en un barco de esos a vapor con ruedas detrás, que giran y giran para que pueda navegar por ese río, con las calderas quemando carbón a tope. Allí el protagonista trabaja duro atendiendo a la gente que monta en él para pasarlo bien y bailar, pero con la mente puesta en liberar a una niña que desapareció por culpa suya en un almacén de Nueva Orleans.

[Toho Riverboat Adventures / granuribe50]
Pues bien, y a eso vamos hoy. La canción Proud Mary, compuesta por John Fogerty, el alma de los Creedence Claearwater Revival (CCR), nos habla de una persona que trabajó duramente tanto en Memphis como en New Orleans, hasta que finalmente deja un buen trabajo que tenía en esa ciudad y comienza a desempeñar tareas a bordo de un barco ribereño a vapor que rueda y rueda por el Misisipi; un barco que presuntamente se llama «RIVERBOAT QUEEN PROUD MARY», o algo así.


Dejé un buen trabajo en la ciudad [Left a good job in the city] / Trabajando para el gobierno día y noche [Workin' for the man ev'ry night and day] 7 Y nunca perdí un minuto de sueño [And I never lost one minute of sleepin'] / Preocupándome por lo cómo las cosas podrían haber sido [Worryin' 'bout the way things might have been] / La gran rueda sigue girando [Big wheel, keep on turnin'] / Orgullosa Mary sigue ardiendo [Proud Mary, keep on burnin'] / Deslizando, deslizando [Rollin', rollin'] / Deslizando sobre el río [Rollin' on the river] / Lavé muchos platos en Memphis [Cleaned a lot of plates in Memphis] / Bombée mucho gas propano en Nueva Orleans / [Pumped a lot of 'pane down in New Orleans] / Pero nunca vi el lado bueno de la ciudad [But I never saw the good side of the city] / Hasta que tomé un viaje en un barco conocido como la Reina del Río ['Til I hitched a ride on a Riverboat Queen] / La gran rueda sigue girando [Big wheel, keep on turnin'] / Orgullosa Mary sigue ardiendo [Proud Mary, keep on burnin'] / Deslizando, deslizando [Rollin', rollin'] / Deslizando sobre el río [Rollin' on the river] / Deslizando, deslizando [Rollin', rollin'] / Deslizando sobre el río [Rollin' on the river] / Si bajas hasta el río [If you come down to the river] / Apuesto a que encontrarás personas que viven realmente [Bet you gonna find some people who live] / No necesitas preocuparte por no tener dinero [You don't have to worry 'cause you have no money] / La gente en el río está feliz de compartir [People on the river are happy to give] / La gran rueda sigue girando [Big wheel, keep on turnin'] /  Orgullosa Mary sigue ardiendo [Proud Mary, keep on burnin'] / Deslizando, deslizando [Rollin', rollin'] /  Deslizando sobre el río [Rollin' on the river] / Deslizando (deslizando), deslizando [Rollin' (rollin'), rollin'] / Deslizando sobre el río [Rollin' on the river] / Deslizando, deslizando [Rollin', rollin'] / Deslizando sobre el río [Rollin' on the river]
Etc.


Con ocasión del fallecimiento de Teresa Gimpera, G.U. ha podido apreciar que muy poca gente —salvo algún que otro dinosaurio— sabe realmente quién era esa mujer, o no tiene ni idea de lo que significó para muchos de nosotros en la Barcelona de finales de los sesenta. Pero era muy conocida entonces.

Poco más o menos pasará igual con esta canción, más o menos de esa misma época, de un grupo que nos entusiasmó entonces y nos sigue entusiasmando, Creedence Clearwater Revival (CCR). Amigos, qué gran canción de cuando uno era más joven, que si se hizo muy popular fue gracias a la enorme y ciclónica versión que hicieron en 1971 Ike y Tina Turner, con las Ikettes.


Que ha sido interpretada en muchas ocasiones, hasta con guitarra eléctrica, orquesta sinfónica y coro...


jueves, 11 de julio de 2024

Sobre una novela: "Desaparecidos" (Tim Gautreaux)

¡Cómo les diría! En tiempos complicados, G.U. tiene un antídoto para no caer en situaciones anímicas no deseables. Él sabe que, cuando se sienta en una butaca o ya en la cama, tiene grandes compañeros. Las buenas novelas.
Y esta que comentamos es una de ellas. Hay que empezar por decir que Tim Gautreaux (1947) es un auténtico "creador de mundos", como lo fueron otros grandes autores. Ya los creó en su novela El paso siguiente en el baile y en sus relatos breves El mismo sitio, las mismas cosas, ya comentados aquí.

Ahora incide otra vez, con Desaparecidos. Su mundo es el de Louisiana y el Misisipi, sin duda. Tras el inicio, con unas pinceladas en Francia, al final de la guerra del 14, en la que hiere por error a una niña, el protagonista, Sam, vuelve a Louisiana, donde ejerce de encargado de un gran almacén. Pero la desaparición allí, por secuestro, de una niña que se había alejado de sus padres, provoca su despido. 

El caso es que los padres de la niña desaparecida trabajan en uno de esos barcos de vapor con ruedas que navegan por el Misisipi y el Ohio, el Ambassador, en los que hay baile y diversión. Un precursor de los siniestros party boats que atruenan nuestras costas, vaya. Sam se siente culpable y, como deduce que los secuestradores andan por esas riberas, busca trabajo y lo encuentra en ese barco, con ánimo de recuperar a la niña. En él y en las orillas del río transcurre la novela.

Más abajo presentamos una pequeña muestra de la vida del protagonista a bordo de ese buque de ruedas, el Ambassador, recuperado de la chatarra  a los efectos de llevar a la gente río arriba río abajo, bailando la música de Nueva Orleans y armando bulla. Ragtimes, foxtrots, jazz de Nueva Orleans, todo eso tan evocador, hablamos de los años veinte. Se citan en el libro muchas músicas, muy de aquella época, entre otras el clásico de Jelly Roll Morton Grandpa´s Spells, por ejemplo.


«Su trabajo de la noche consistía en pasearse por las cubiertas para detectar cualquier indicio de problemas, desde una pelea hasta un incendio. En la parte delantera de la cubierta de abajo, detrás de la escalera principal, había una especie de salón al aire libre, una zona delimitada por muebles de mimbre y macetas de plantas, ocupada por personas de avanzada edad a las que servían cuatro camareros que les llevaban bebidas heladas en cubiteras plateadas mojadas por la condensación. El barco se deslizaba río abajo, a la velocidad de la corriente, entre cargueros fondeados por cuarentena, y una brisa subía desde el agua como una bendición; por mucho que los pasajeros desearan con ansia la música y la bebida, el principal motivo por el que se embarcaban era huir de las recalentadas aceras de la ciudad y del tórrido calor de sus casas, que no se refrescaban hasta media noche. 

A las ocho y media, subió a la alargada pista de baile, que parecía un ancho túnel de madera a rebosar de música. De cada arco del techo colgaban mortecinas lámparas de color amarillo, rojo y azul, y la banda se había acomodado en un foxtrot de tempo moderato adornado con improvisaciones de clarinete. La brisa se fundió con la melodía y pareció acompasarse al ritmo de la música, proporcionando a las cuatrocientas parejas un respiro en sus vidas, transidas de una humedad que solía cubrir de moho verde los zapatos de baile que guardaban en el fondo del armario. A través de las ventanas, se veía el reflejo de las luces de la costa en el agua y se oía el ruido de la corriente mezclado con las exhortaciones de las bocinas, mientras todos sentían el balanceo del agua bajo los pies, que seguían los pasos del baile y hacían que las parejas viraran y navegaran por la pista bajo las luces de colores. Sam recordó el crujido de las maderas y el caos estático de aquella sala unos días atrás. Ahora se había convertido en una nube que se desplazaba al territorio de los sueños, y pronto sería, en la mente de aquellos bailarines, un recuerdo que sobreviviría al barco muchos años».

El trabajo del protagonista, Sam, es el de vigilar y detener todos los altercados que se producen, limpiar los resultados de la juerga, que suelen ser bastante desagradables (los usuarios se traen el alcohol de casa y suelen ser bastante cafres) y evitar incendios a bordo, que los hay con frecuencia. Y en eso consisten sus avatares. Pero sobre todo, se trata de recuperar a la niña secuestrada.

Y eso le lleva a diversas aventuras y tribulaciones varias, con momentos de ironía y humor alternando con otros de cierto dramatismo. Quizá le sobran algunas páginas al libro, en nuestra modesta opinión, pero da igual, se lee bien. Gautreaux crea un mundo poblado de personajes de toda condición a lo largo de la peculiar singladura fluvial del Ambassador; un formidable elenco de seres humanos en unos escenarios complejos, que su talento de escritor eleva a cotas narrativas de altura, en opinión de G.U. Y, sin ánimo de hacer spoiler, el personaje protagonista, Sam, se comportará según mandan los cánones del auténtico héroe: un tipo ejemplar. Y... con un final abierto que se intuye feliz. ¡Mejor!

Aunque no nos gusta nada recomendar lecturas —eso es un arma que la carga el diablo y a cada cual le gusta lo que le gusta—, lo hacemos por esta vez, sin que sirva de precedente: si tienen horas libres este verano y les gusta que les cuenten buenas historias, no duden en asomarse a este novelón. No creemos que encuentren muchos así en autores actuales (Tim Gautreaux es un maestro, aunque nunca abusa de los recursos literarios más comunes; al contrario, es escueto, eficaz y explica bien todo).

martes, 18 de junio de 2024

Pío Baroja: un estilo inexplicable

Pío Baroja era un personaje de una sinceridad un tanto brusca, un tipo independiente y bastante difícil de contentar. Protestaba, con cierta acritud no exenta de ironía, de todo lo que consideraba falso y convencional. Un poco cascarrabias. Permaneció siempre fiel al inconformismo inicial de la generación del 98. En el fondo, tenía algo de anarquista. Da la impresión de que no le interesaba en absoluto cómo reconstruir esa sociedad que no le gustaba nada. Se diría que solamente le movía la actitud crítica, que mantuvo siempre. Era un hombre escéptico, pesimista y un punto amargo, con bastante mala leche, la verdad, aunque en el fondo se reía hasta de su propia sombra. Hay quien no lo soporta y echa pestes.

Pío Baroja, según un apunte del poeta Moreno Villa

Él no aspiraba a reformar nada; veía la vida como un caos absurdo, sin remedio, y así lo expresó en muchas de sus obras. Sus ideas pueden ser un poco simples, quizá sí; no parecen sustentarse en bases muy sólidas, aunque Nietzsche y Schopenhauer no le sean ajenos. Pero su honradez y sinceridad se lo hacen especialmente simpático a G.U. ¡Qué decir! ¡Le encanta Baroja! En eso sale a su padre, "Tirano", que le guardaba gran veneración y hasta se le parecía incluso físicamente, siempre ajustada la boina. En fin, cada quién es cada cual y cada uno le gusta lo que le gusta.

Da la impresión de que compone sus novelas sin plan previo, improvisando según se le va ocurriendo. Son relatos algo desarticulados, incluso a veces no parecen sometidos a revisión, pero son espontáneos y vivaces. ¿Qué estilo tiene Baroja? No lo sabemos explicar. Ni siquiera Azorín, su buen amigo, acertaba a descifrarlo. No hay grandes metáforas ni frases grandilocuentes; surgen naturales, son más bien sencillas, pero es muy  certero en la adjetivación. Leyendo una página sin mirar quién es el autor, en seguida sabemos quién la escribió. Resulta inconfundible y la lectura fluye. Eso no nos pasa con todos.

Baroja decía que la novela "es un saco donde cabe todo". Las descripciones tienen valor por sí mismas y una extraordinaria sugestión. En sus obras hay acción, con ese desfile "arrevistado" de personajes que aparecen y desaparecen, descritos en general con pocas pinceladas. También reflexión intelectual y digresiones críticas. Algo de esto último aparece en la página adjunta, tomada al azar. Pertenece a El gran torbellino del mundo (1926). primera obra de trilogía "Agonías de nuestro tiempo".

Una novela que le ha gustado a G.U. Son los paseos que se da por la Europa de entreguerras José Larrañaga, que viene a ser una especie de alter ego del propio Baroja, con unas entradillas a cada capítulo muy sugerentes. Aunque, hacemos spoiler (porque no la leerán ustedes): el final es triste.

Portada de El gran torbellino del mundo, con ilustración de Ricardo Baroja / Editorial Caro Raggio

viernes, 10 de mayo de 2024

Pío Baroja y «El hombre de la Puerta del Sol»

Pío Baroja. Grabado de Ricardo Baroja
Disculparán ustedes, pero G.U. les prometió que insertaría algo de Aurora roja y es un tipo que suele cumplir sus compromisos siempre que puede. Pero veces se olvida y a veces se le pasa el arroz para hacerlo. El caso es que no le gusta tener deudas pendientes. Por tanto, vamos al asunto sin demora.

Cuando Pío Baroja empieza a escribir la trilogía La lucha por la vida (1904) sabe que no va a hablar de su familia ni de nada parecido, sino de lo que ha conocido como paseante inveterado por Madrid, por los desmontes que rodean la ciudad —tal como lo retrató su hermano Ricardo en un aguafuerte— y por sus bajos fondos. Por cierto, Ricardo Baroja era un buen dibujante, grabador y pintor. Sabemos que  también escribía ensayos, novelas y obras de teatro, aunque G.U. no ha leído nada de él. 

Aurora roja es la novela con la que Pío Baroja cierra la trilogía de La lucha por la vida, tras La busca y Mala hierba. Está muy bien también, opina G.U, que no es un experto, ojo al dato. Sigue siendo un buen retrato del Madrid de los desheredados, en el que no faltan los golfillos, rufianes y buscavidas diversos, en una época de gran depresión. Pero ahora se adentra en el mundo del anarquismo, que se reúne en la taberna que lleva precisamente ese nombre, "Aurora roja". Baroja nos presenta aquí el movimiento obrero como una buena posibilidad de salida para las masas desfavorecidas, aunque lo hace con unos tintes bastante escépticos, algo que apenas puede sorprendernos en él.

Portadas de Aurora Roja, con ilustración de Ricardo Baroja / Ediciones de Caro Raggio
La verdad es que se trata de una obra muy diferente a las otras dos. Abundan los párrafos acerca de los movimientos revolucionarios del momento (1905), a veces un punto farragosos, pero es también muy buena en la descripción sencilla de paisajes, casi siempre crepusculares, de situaciones y de personajes, por lo general con cierta dosis de humor. Es el caso, por ejemplo, del retrato que hace de un sujeto llamado Silvio Fernández Trascanejo, bastante más prolijo que en otras ocasiones:

«Los anarquistas padecen además la obsesión de la traición. En cualquier sitio donde se reúnan más de cinco anarquistas, hay casi siempre, según ellos, un confidente o un traidor.

Muchas veces este traidor no es tal traidor, sino un pobre diablo a quien algún, truchimán de la policía, haciéndose pasar por dinamitero feroz, le saca todos los datos necesarios para meter en la cárcel a unos cuantos.

Al acercarse el periodo de la coronación, los periódicos, por hablar de algo, dijeron que se preparaban a venir a Madrid policías extranjeros por si llegaban anarquistas con fines siniestros.

Al leer esto hubo un hombre que pensó que la tal noticia podía valer dinero. Éste hombre no era un hombre vulgar, era Silvio Fernández Trascanejo, el hombre de la Puerta del Sol.

Madrid, la Puerta del Sol (1900)
Entre los muchos Fernández más o menos ilustres del mundo, Fernández Trascanejo, el hombre de la Puerta del Sol, era indudablemente el más conocido. No había más que preguntar por él en la acera del café Oriental, en cualquiera de esos clubs al aire libre que en la Puerta del Sol se forman junto a los urinarios; todo el mundo le conocía.
Madrid, urinario en la Puerta del Sol, frente al Café Oriental (hacia 1900)
[antiguoscafesdemadrid.blogspot.com.es]
Trascanejo era un hombre alto y barbudo, con un sombrero blando de ala ancha a lo mosquetero que le cubría media cara, una chaqueta de alpaca en verano, un abrigo seboso en invierno, y en las dos estaciones una sonrisa suntuosa y un bastón. Era un desarrapado que se las echaba de marqués.

— No me gustan los términos medios, ¿está usted? — decía —, o voy hecho un andrajoso, o elegante hasta el paroxismo.

El hombre de la Puerta del Sol vestía y calzaba indudablemente de prestado, y el que le prestaba las ropas debía ser más grueso que él, porque siempre estaba holgado en ellas; pero en cambio, el donador tenía el pie más pequeño, porque a Trascanejo los tacones le caían hacia la mitad de la planta del pie, con lo cual solía caminar a modo de bailarina.

Trascanejo no trabajaba, no había trabajado nunca. ¿Por qué?

Un sociólogo de estos que ahora se estilan me ha dicho en secreto que piensa escribir una memoria para demostrar casi científicamente, que el 80 al 90 por 100 de la golfería en España, literatos, cómicos, periodistas, políticos, etc., proviene en línea directa de los hidalguillos de las aldeas españolas en el siglo XVII y XVIII. La tendencia a la holganza, según el tal sociólogo, se ha transmitido pura e incólume de padres a hijos, y según él, la clase media española es una prolongación de esta caterva de hidalgos de gotera, hambrones y gangueros.

Trascanejo era hidalgo a cuatro vientos y por eso no trabajaba; su familia había tenido casa solariega y un escudo, con más cuarteles que Prusia, entre los cuales había un jefe que representaba tres conejos en campo de azur.

El hidalgo se pasaba el día en ese foro que tenemos en el centro de Madrid, al que llamamos la Puerta del Sol.

Siempre tenía este hombre, que era un pozo de embustes y de malicias, alguna noticia estupenda para solazar a sus amigos íntimos.

— Mañana se subleva la guarnición de Madrid —decía con gran misterio—. Tenga usted cuidado. Están comprometidos la Montaña, San Gil y algunos sargentos de los Doks. ¿Tiene usted un pitillo? Yo iré a la estación del Mediodía con los de los barrios bajos.

Pío Baroja, retrato de Ramón Casas (fragmento), 1905
Este hombre, almacén de noticias falsas, que anunciaba revoluciones y pedía cigarros, tenía una vida interesante. Vivía con su novia, señorita ya vieja, entre cuero y mojama, y la madre de ella, señora pensionista, viuda de un militar. Con la pensión y con lo que trabajaban las dos damas, pasaban con cierta holgura y hasta tenían bastante para convidar a comer a Silvio a diario.

Cada día este hombre, de una imaginación volcánica, preparaba un nuevo embuste para explicar que no le hubiesen dado un cargo de  gobernador o de cosa parecida, y  ellas le creían y tenían confianza en él. El hombre de la Puerta del Sol, que en la calle era el prototipo del hablar cínico, desvergonzado e insultante, en casa de su novia era un hombre delicado, tímido, que trataba a su prometida y a la madre de ella con un gran miramiento. Entre la señorita ya acartonada y el golfo callejero se había desarrollado desde hacía veinte años un amor platónico y puro. Algún beso en la mano y una porción de cartas, ya arrugadas, eran las únicas prendas cambiadas de su amor.

Silvio había cobrado algunas veces por servicios prestados a la policía, y la noticia de los posibles atentados anarquistas le puso en guardia.

Hay un complot que explotar —se dijo—. Este complot está incubándose, en cuyo caso no hay más que descubrirlo, o no hay nada pensado, y en este caso la cuestión está en organizarlo».




En fin. En un texto de los primeros cincuenta, Soledad, Baroja escribe: «Al fin me he habituado y la soledad ya no me pesa y muchas veces me encanta [...]. Ya para mí todo es pura nostalgia que empieza y acaba en ella misma y que no arrastra ni ambición ni ilusión, ni pretende realidades auténticas».

Lo ilustra bien Nicolás Muller en esa conocida fotografía en la que el escritor avanza —abrigo, bufanda, sombrero flexible— entre los árboles del Retiro, muy próximo a su domicilio en Ruiz de Alarcón 12.
Pío Baroja paseando por El Retiro. Madrid, 1950. Fotografía de Nicolás Muller

miércoles, 1 de mayo de 2024

Paul Auster, DEP

Sí, Paul Auster, DEP. Él sostenía en su La trilogía de Nueva York que las historias les suceden a quien sabe contarlas. En realidad, las cosas nos pasan a todos, por nimias que sean éstas. Hay quien sabe contarlas (tengan éxito con sus libros o películas —como es el caso de Paul Auster— o no lo tengan) y hay quien no sabe contarlas, aunque sean trascendentes o vendan mucho (no miramos a nadie).

En cualquier caso, narrar bien ¡no es nada fácil, vive Dios!

He aquí una escena de su película Smoke, de 1995, dirigida por Wayne Wang y Paul Auster, en la que Auggie (Harvey Keitel) enseña su proyecto de una foto al día a su amigo Paul (William Hurt).

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, recordemos que el gran novelista gráfico Paco Roca sacaba a Paul Auster con esa frase en una de sus historias de la serie Un hombre en Pijama, de 2015.
Enlace: HUÉRFANOS EN AUSTERLANDIA (La Vanguardia, Antonio Lozano)

lunes, 29 de abril de 2024

Hoy no hablamos de Sánchez, sino de Baroja

No, no lo piensen. Hoy no vamos a glosar —tiempo habrá de hacerlo, quizá— la aclamada vuelta de nuestro amado líder, ese sujeto "profundamente enamorado" de su mujer, con todos los y las pelotillas  reunidos en el Comité para adorar al gurú ausente, cual si de una secta se tratase. Finalizada esa reunión, salieron varios de los participantes a la calle, donde les esperaban exaltados los 12.500 seguidores del Mesías. «No te vayas, Señor, quédate con nosotros» y «Begoña, compañera, estamos contigo», clamaban, al tiempo que una lloriqueante Mariajezú predecía: «No pueden ganar los malos». 

La verdad es que «profundamente enamorado» es un escalón superior a «enamorado» a secas, cierto, pero más liviano que «perdidamente enamorado» y bastante inferior a «locamente enamorado». Se nos ha quedado a medias el hombre. Una pena.


No sabemos qué pensaría Baroja de esas performances pergeñadas por el presidente, aunque uno ya puede imaginarse la carita que pondría, dado que era un descreído total, tal cual, y "políticamente incorrecto" siempre. Cualquier día de estos nos lo "cancelan". Hoy hablamos de él, de don Pío Baroja.

¡Ah! aquella colección RTV-Salvat. Cada tomo costaba cinco duros, una cantidad asequible para los que "no teníamos ni un duro" (como afirmaba la señora Ferrusola acerca de la famiglia). Salía uno cada semana. Allí leyó G.U. La busca (1904) por primera vez. Y muchas otras obras (piensa que se zampó una buena parte de las cien de la colección). Ahora ha vuelto a leerla, y ha añadido las otras dos de la terna La lucha por la vida, a saber: Mala hierba y Aurora roja. Aunque Pío Baroja afirmaba que "escribir es muy difícil", parecía que le saliera el texto de la pluma sin dificultad alguna, fluye bien.

Después, uno ha intentado leer una novela de algún autor actual y se le ha caído el mundo a los pies. No ha soportado su lectura. Algo tiene Baroja que le cautiva. ¿Qué? No lo sabe expresar con palabras.
Algunos libros de la Biblioteca Básica Salvat de libros RTV publicada por Editorial Salvat
(en colaboración con Alianza Editorial)​ entre 1969 y 1971.

Dice José Carlos Mainer, un exégeta del escritor: «Pío Baroja debe mucho más a sus lectores que a sus críticos». Y añade: «A Baroja lo han leído siempre gentes poco convencionales: solitarios, rebeldes, estudiantes, burgueses pesimistas u obreros disconformes... No es difícil hallar un denominador común a la hora de proclamarse barojiano: casi siempre comporta el desvelamiento o la confesión de alguna contradicción vital latente». Pues quizá G.U. está en alguno de esos ítems, quién sabe, tal vez sea eso.

De La busca, rescatamos algunos de los párrafos de su inicio. La sordidez imprega toda la saga, aunque siempre con un deje de ironía. Baroja tenía mejor humor de lo que pensamos y conocía bien esos ambientes, sin duda. En próximas entregas pondremos algún fragmento del final, de Aurora Roja.

«El portal, largo, obscuro, mal oliente, era más bien un corredor angosto, a uno de cuyos lados estaba la portería.

Al pasar junto a esta última, si se echaba una mirada a su interior, ahogado y repleto de muebles, se veía constantemente una mujer gorda, inmóvil, muy morena, en cuyos brazos descansaba un niño enteco, pálido y larguirucho, como una lombriz blanca. Encima de la ventana, se figuraba uno que, en vez de «Portería», debía poner: «La mujer cañón con su hijo», o un letrero semejante de barraca de feria.

Si a esta mujer voluminosa se la preguntaba algo, contestaba con una voz muy chillona, acompañada de un gesto desdeñoso bastante desagradable. Se seguía adelante, dejando a un lado el antro de la mujer-cañón, y a la izquierda del portal, daba comienzo la escalera, siempre a obscuras, sin más ventilación que la de unas ventanas altas, con rejas, que daban a un patio estrecho, de paredes sucias, llenas de ventiladores redondos. Para una nariz amplia y espaciosa, dotada de una pituitaria perspicaz, hubiese sido un curioso sport el de descubrir e investigar la procedencia y la especie de todos los malos olores, constitutivos de aquel tufo pesado, propio y característico de la casa.

Pío Baroja, pintado por Sorolla en 1914
Hispanic Society of America

El autor no llegó a conocer los inquilinos que habitaban los pisos altos; tiene una idea vaga de que había dos o tres patronas, alguna familia que alquilaba cuartos a caballeros estables, pero nada más. Por esta causa el autor no se remota a las alturas y se detiene en el piso principal.

En éste, de día apenas si se divisaba, por la obscuridad reinante, una puerta pequeña; de noche, en cambio, a la luz de un farol de petróleo, podía verse una chapa de hoja de lata, pintada de rojo, en la cual se leía escrito con letras negras: «Casiana Fernández».

A un lado de la puerta colgaba un trozo de cadena negruzco, que sólo poniéndose de puntillas y alargando el brazo se alcanzaba; pero como la puerta estaba siempre entornada, los huéspedes podían entrar y salir sin necesidad de llamar.

Se pasaba dentro de la casa. Si era de día, encontrábase uno sumergido en las profundas tinieblas; lo único que denotaba el cambio de lugar era el olor, no precisamente por ser más agradable que el de la escalera, pero sí distinto; en cambio, de noche, a la vaga claridad difundida por una mariposa de corcho, que nadaba sobre el agua y el aceite de un vaso, sujeto por una anilla de latón a la pared, se advertían, con cierta vaga nebulosidad, los muebles, cuadros y demás trastos que ocupaban el recibimiento de la casa.

Frente a la entrada había una mesa ancha y sólida, y sobre ella una caja de música de las antiguas, con unos cilindros de acero erizados de pinchos, y junto a ella una estatua de yeso: una figura ennegrecida y sin nariz, que no se conocía fácilmente si era de algún dios, de algún semidiós o de algún mortal.

En la pared del recibimiento y en la del pasillo se destacaban cuadros pintados al óleo, grandes y negruzcos. Un inteligente quizá los hubiese encontrado detestables; pero la patrona, que se figuraba que cuadro muy obscuro debía de ser muy bueno, se recreaba, a veces, pensando que quizá aquellos cuadros, vendidos a un inglés, le sacarían algún día de apuros.

Eran unos lienzos en donde el pintor había desarrollado escenas bíblicas tremebundas: matanzas, asolamientos, fieros males; pero de tal manera, que a pesar de la prodigalidad del artista en sangre, llagas y cabezas cortadas, aquellos lienzos, en vez de horrorizar, producían una impresión alegre. Uno de ellos representaba la hija de Herodes contemplando la cabeza de San Juan Bautista. Las figuras todas eran de amable jovialidad; el rey, con una indumentaria de rey de baraja y en la postura de un jugador de naipes, sonreía; su hija, una señora coloradota, sonreía; los familiares, metidos en sus grandes cascos, sonreían, y hasta la misma cabeza de San Juan Bautista sonreía, colocada en un plato repujado. Indudablemente el autor de aquellos cuadros, si no el mérito del dibujo ni el del colorido, tenía el de la jovialidad.

A derecha e izquierda de la puerta de la casa corría el pasillo, de cuyas paredes colgaban otra porción de lienzos negros, la mayoría sin marco, en los cuales no se veía absolutamente nada, y sólo en uno se adivinaba, después de fijarse mucho, un gallo rojizo picoteando en las hojas de una verde col.

Portadas de La busca, con ilustración de Ricardo Baroja  Editorial Caro Raggio

A este pasillo daban las alcobas, en las que hasta muy entrada la tarde solían verse por el suelo calcetines sucios, zapatillas rotas, y, sobre las camas sin hacer, cuellos y puños postizos.

Casi todos los huéspedes se levantaban en aquella casa tarde, excepto dos comisionistas, un tenedor de libros y un cura, los cuales madrugaban por mor del oficio, y un señor viejo, que lo hacía por costumbre o por higiene.

El tenedor de libros se largaba a las ocho de la mañana sin desayunarse; el cura salía in albis para decir misa; pero los comisionistas tenían la audaz pretensión de tomar algo en casa, y la patrona empleaba un procedimiento muy sencillo para no darles ni agua: los dos comisionistas comenzaban su trabajo de nueve y media a diez; se acostaban muy tarde, y encargaban a la patrona que les despertase a las ocho y media; ella cuidaba de no llamarles hasta las diez. Al despertarse los viajantes y ver la hora, se levantaban, se vestían de prisa y escapaban disparados, renegando de la patrona.

Luego, cuando el elemento femenino de la casa daba señales de vida, se oían por todas partes gritos, voces destempladas, conversaciones de una alcoba a otra, y se veía salir de los cuartos, la mano armada con el servicio de noche, a la patrona, a alguna de las hijas de doña Violante, a una vizcaína alta y gorda, y a otra señora, a la que llamaban la Baronesa.

La patrona llevaba invariablemente un cubrecorsé de bayeta amarilla; la Baronesa, un peinador lleno de manchas de cosmético, y la vizcaína, un corpiño rojo, por cuya abertura solía presentar a la admiración de los que transitaban por el corredor una ubre monstruosa y blanca con gruesas venas azules...

Después de aquella ceremonia matinal, y muchas veces durante la misma, se iniciaban murmuraciones, disputas, chismes y líos, que servían de comidilla para las horas restantes».

domingo, 28 de abril de 2024

Modesto homenaje a Francisco Rico (y a Javier Marías)

Francisco Rico, en una imagen de archivo, presenta la edición de Don Quijote de la Mancha / ACN
Como sabrán algunos de ustedes, ayer falleció Francisco Rico. A él debemos sus "Mil años de poesía española" y su edición de el Quijote, ambas inconmensurables. A ellas volvemos con cierta frecuencia. Un gran erudito que lo sabía todo del Lazarillo de Tormes, del Quijote, de Cervantes... DEP.

Aunque a veces pudiera no parecerlo, Javier Marías —un escritor al que aún echa de menos G.U.— y él eran buenos amigos. Hasta el punto de que figuró como personaje secundario en varias de sus novelas; al principio como "Profesor Del Diestro", luego como "Profesor Villalobos" y ya al final, a instancias del propio Francisco Rico, como "Profesor Rico". Son apariciones episódicas, siempre un tanto irónicas.

Extraemos de Así empieza lo malo, una descripción que hace Marías del personaje "Profesor Rico":
Javier Marías, Así empieza lo malo, Alfaguara (2014), pág. 108
A este respecto, le preguntaba Josep Masot a Rico en La Vanguardia, el 12 de abril de 2012:

P.—¿Qué le parece el Paco Rico de Javier Marías?

R.—Me hace aparecer en varias novelas desde Negra espalda del tiempo. Es unánime la opinión de que son los mejores pasajes de sus novelas y que los demás son un coñazo. Procura tomarme el pelo lo que puede con una consideración amistosa. Cuando ingresó en la Academia, fui yo el encargado del discurso de contestación. Los dos textos han sido editados y creo que han quedado muy bien.

Ingreso de Javier Marías en la RAE / 27 de abril de 2008 (ayer hizo dieciséis años)
Fotografía: Quim Llenas
De hecho, en efecto, fue Francisco Rico quien dio respuesta al discurso de entrada en la RAE de Javier Marías, titulado Sobre la dificultad de contar. Dos textos excelentes que merecen releerse. El caso es que, con ocasión del homenaje que a principios de 2020 se le iba a dedicar a Francisco Rico, y que luego no se pudo llevar a cabo por el confinamiento, Javier Marías escribió otro texto, también muy bueno (como casi todos los suyos, por otra parte), titulado «Del Diestro, Villalobos, Rico». Dice así:

«A Francisco Rico, lamentablemente, le debo mucho, más que sus lectores y alumnos y sus a veces envidiosos colegas. Porque no sólo le debo, como ellos, iluminaciones y agudezas sobre el Quijote y el Lazarillo, sobre Petrarca y Nebrija, así como algunos excelentes poemas semicultos. Le debo un personaje, o quizá varios, y no pocas de las páginas más graciosas y logradas que he escrito, según bastantes personas y, desde luego, según él mismo. No ha tenido reparo en confesarme que, cuando publico una novela, la hojea en busca de su personaje. Si sale, lee sus intervenciones y el resto lo aparca en la mesilla de noche sine die. Si no sale, creo que el destino inmediato de mis libros es la estantería polvorienta. No se lo reprocho, nadie tiene por qué leer lo que alumbro, y menos que nadie Francisco Rico, a quien poco interesa lo posterior a 1615. Él no está para lo pasajero, si no efímero.

La primera vez que lo saqué en una novela, en 1989, lo llamé Profesor Del Diestro. La segunda, Profesor Villalobos. Y aquí vino su protesta. Aunque esta conversación ya la conté en una falsa novela de hace más de veinte años, casi nadie la recordará por eso mismo, así que valga repetirla en esta celebración, con variaciones. Me exigió sin ambages que, si volvía a utilizarlo, debía ser con su propio nombre. En 1998 aún era novedoso, casi insólito, que en una obra de ficción se introdujeran personas reales (hoy es ya un lugar común), de modo que le respondí:

—Eso es imposible. Si estamos en una ficción, no puedes figurar con tu verdadero nombre, como Francisco Rico. Quebraría las convenciones y los pactos.

—¿Por qué no? Qué tontería. ¿Acaso en una obra de ficción no te refieres al Museo del Prado o al Convento de las Descalzas? No te inventarías el Museo del Palo ni el Convento de las Descamisadas.

—Ya, pero eso son monumentos e instituciones, y tú no eres ni lo uno ni lo otro.

—¿Cómo que no? —me interrumpió al instante, ofendido. —Claro que lo soy, y del más alto rango. No veo por qué Francisco Rico no puede estar presente en una ficción. ¿Acaso no llamarías “Cervantes” a Cervantes, “Dante” al Dante y “Maquiavelo” a Maquiavelo?

—Pero no los haría hablar y moverse, como a ti. Vaya, no creo.

—Porque a ellos no los has visto y no resultarían creíbles. Pero como a mí me tienes delante; como tienes a la vista el modelo y te doy medio trabajo hecho, tus lectores futuros (si los hay, lo cual dudo sobremanera), están en su derecho a identificarme con nitidez y sin disfraces ni nombres falsos. Lo contrario sería ridículo.

—No creerás que vas a ser tan conocido, de aquí a unas décadas o a unos siglos, como los autores que has mencionado. Te veo muy optimista.

—Tanto da, tanto da. En todo caso soy inequívoco, casi el creador de un arquetipo. Si en una novela francesa aparece un novelista gordo, mulato y con bigotes, sería grotesco que no fuera Dumas. Si en una inglesa aparece otro de origen polaco, con fuerte acento y puntiaguda barba, sería imbécil que no fuera Conrad. Etc. Si yo soy inconfundiblemente el que soy, ¿qué sentido tiene camuflarme? Soy y seré reconocible, allí donde vaya. La lástima es que de aquí a un tiempo no te leerá nadie. De hecho me extraña que en la actualidad te lea alguien. Más aún tantos como se cuenta, y encima en varios países: incomprensible. Debe ser la fuerza de los vivos, del insoportable presente que nubla los juicios.

Por supuesto satisfice su petición, y desde entonces, en tres o cuatro más de mis novelas, Francisco Rico fue “Francisco Rico”.

Mi problema es que al Rico de carne y hueso, al que veo de vez en cuando en la Academia o escogiendo delicatessen en las tiendas de la ciudad en que vive, no lo distingo ya bien del de mis novelas, o me creo que el segundo es el primero. Me invade una sensación contradictoria: la de tener poder sobre él y dictarle situaciones, frases y gestos, y la de estar a su merced, porque el modelo es tan potente que me brinda ideas y me dicta a mí lo que escribo, cuando lo convoco. Eso, en parte, me ha llevado a prescindir de su personaje últimamente. Para no reconocerle que me tenía un poco “esclavizado” en algunos pasajes (nada le habría gustado más), se lo comuniqué de este modo:

—Ya no das más de ti. Te me has agotado. No evolucionas, no eres lo bastante cambiante. Te faltan ambigüedades, oscuridades, sombras. Y bueno, al fin y al cabo siempre fuiste un personaje secundario, si no episódico. Un “Leporello”. —En referencia al ayudante del Don Giovanni de Mozart.

—¿Episódico yo? ¿Yo episódico? Qué equivocado estás, ni siquiera sabes leer bien lo que escribes. Soy el que salva tus novelas, soy la sal y la gracia, soy el Esperado, el que las hace elevarse un poco, la corriente oscura que las sustenta. Y es Leporello el que lleva la cuenta, y su canto el más recordado. Tú verás, pero sin mi concurso te hundirás del todo.

Lo único que puedo añadir, para no alargarme en esta ocasión u homenaje, es que quizá, como a menudo, el Profesor Rico acierta. Puede que incluso acierten Del Diestro y Villalobos, que figuraron brevemente pero no suelen olvidar los lectores, respectivamente, de Todas las almas y Corazón tan blanco, que inversosímilmente todavía existen. Y aunque acabara abandonando del todo a Rico en mis pobres y futuras páginas (jamás se sabe), la lástima es que ya le debo demasiado, y eso siempre es un fastidio. Por así decir, le debo varios mundos: el de Cervantes, el del Lazarillo, el de Petrarca y el de tantos otros que sin él no serían los que hoy conocemos, irrenunciables. E incluso alguno mucho más modesto que durante unos días de embeleso ante mi máquina, llegué a creer que era mío sin ayuda de nadie».



Sirva esta entrada como modesto homenaje a ambos por parte de este bloguero. DEP.