viernes, 10 de mayo de 2024

Pío Baroja y «El hombre de la Puerta del Sol»

Pío Baroja. Grabado de Ricardo Baroja
Disculparán ustedes, pero G.U. les prometió que insertaría algo de Aurora roja y es un tipo que suele cumplir sus compromisos siempre que puede. Pero veces se olvida y a veces se le pasa el arroz para hacerlo. El caso es que no le gusta tener deudas pendientes. Por tanto, vamos al asunto sin demora.

Cuando Pío Baroja empieza a escribir la trilogía La lucha por la vida (1904) sabe que no va a hablar de su familia ni de nada parecido, sino de lo que ha conocido como paseante inveterado por Madrid, por los desmontes que rodean la ciudad —tal como lo retrató su hermano Ricardo en un aguafuerte— y por sus bajos fondos. Por cierto, Ricardo Baroja era un buen dibujante, grabador y pintor. Sabemos que  también escribía ensayos, novelas y obras de teatro, aunque G.U. no ha leído nada de él. 

Aurora roja es la novela con la que Pío Baroja cierra la trilogía de La lucha por la vida, tras La busca y Mala hierba. Está muy bien también, opina G.U, que no es un experto, ojo al dato. Sigue siendo un buen retrato del Madrid de los desheredados, en el que no faltan los golfillos, rufianes y buscavidas diversos, en una época de gran depresión. Pero ahora se adentra en el mundo del anarquismo, que se reúne en la taberna que lleva precisamente ese nombre, "Aurora roja". Baroja nos presenta aquí el movimiento obrero como una buena posibilidad de salida para las masas desfavorecidas, aunque lo hace con unos tintes bastante escépticos, algo que apenas puede sorprendernos en él.

Portadas de Aurora Roja, con ilustración de Ricardo Baroja / Ediciones de Caro Raggio
La verdad es que se trata de una obra muy diferente a las otras dos. Abundan los párrafos acerca de los movimientos revolucionarios del momento (1905), a veces un punto farragosos, pero es también muy buena en la descripción sencilla de paisajes, casi siempre crepusculares, de situaciones y de personajes, por lo general con cierta dosis de humor. Es el caso, por ejemplo, del retrato que hace de un sujeto llamado Silvio Fernández Trascanejo, bastante más prolijo que en otras ocasiones:

«Los anarquistas padecen además la obsesión de la traición. En cualquier sitio donde se reúnan más de cinco anarquistas, hay casi siempre, según ellos, un confidente o un traidor.

Muchas veces este traidor no es tal traidor, sino un pobre diablo a quien algún, truchimán de la policía, haciéndose pasar por dinamitero feroz, le saca todos los datos necesarios para meter en la cárcel a unos cuantos.

Al acercarse el periodo de la coronación, los periódicos, por hablar de algo, dijeron que se preparaban a venir a Madrid policías extranjeros por si llegaban anarquistas con fines siniestros.

Al leer esto hubo un hombre que pensó que la tal noticia podía valer dinero. Éste hombre no era un hombre vulgar, era Silvio Fernández Trascanejo, el hombre de la Puerta del Sol.

Madrid, la Puerta del Sol (1900)
Entre los muchos Fernández más o menos ilustres del mundo, Fernández Trascanejo, el hombre de la Puerta del Sol, era indudablemente el más conocido. No había más que preguntar por él en la acera del café Oriental, en cualquiera de esos clubs al aire libre que en la Puerta del Sol se forman junto a los urinarios; todo el mundo le conocía.
Madrid, urinario en la Puerta del Sol, frente al Café Oriental (hacia 1900)
[antiguoscafesdemadrid.blogspot.com.es]
Trascanejo era un hombre alto y barbudo, con un sombrero blando de ala ancha a lo mosquetero que le cubría media cara, una chaqueta de alpaca en verano, un abrigo seboso en invierno, y en las dos estaciones una sonrisa suntuosa y un bastón. Era un desarrapado que se las echaba de marqués.

— No me gustan los términos medios, ¿está usted? — decía —, o voy hecho un andrajoso, o elegante hasta el paroxismo.

El hombre de la Puerta del Sol vestía y calzaba indudablemente de prestado, y el que le prestaba las ropas debía ser más grueso que él, porque siempre estaba holgado en ellas; pero en cambio, el donador tenía el pie más pequeño, porque a Trascanejo los tacones le caían hacia la mitad de la planta del pie, con lo cual solía caminar a modo de bailarina.

Trascanejo no trabajaba, no había trabajado nunca. ¿Por qué?

Un sociólogo de estos que ahora se estilan me ha dicho en secreto que piensa escribir una memoria para demostrar casi científicamente, que el 80 al 90 por 100 de la golfería en España, literatos, cómicos, periodistas, políticos, etc., proviene en línea directa de los hidalguillos de las aldeas españolas en el siglo XVII y XVIII. La tendencia a la holganza, según el tal sociólogo, se ha transmitido pura e incólume de padres a hijos, y según él, la clase media española es una prolongación de esta caterva de hidalgos de gotera, hambrones y gangueros.

Trascanejo era hidalgo a cuatro vientos y por eso no trabajaba; su familia había tenido casa solariega y un escudo, con más cuarteles que Prusia, entre los cuales había un jefe que representaba tres conejos en campo de azur.

El hidalgo se pasaba el día en ese foro que tenemos en el centro de Madrid, al que llamamos la Puerta del Sol.

Siempre tenía este hombre, que era un pozo de embustes y de malicias, alguna noticia estupenda para solazar a sus amigos íntimos.

— Mañana se subleva la guarnición de Madrid —decía con gran misterio—. Tenga usted cuidado. Están comprometidos la Montaña, San Gil y algunos sargentos de los Doks. ¿Tiene usted un pitillo? Yo iré a la estación del Mediodía con los de los barrios bajos.

Pío Baroja, retrato de Ramón Casas (fragmento), 1905
Este hombre, almacén de noticias falsas, que anunciaba revoluciones y pedía cigarros, tenía una vida interesante. Vivía con su novia, señorita ya vieja, entre cuero y mojama, y la madre de ella, señora pensionista, viuda de un militar. Con la pensión y con lo que trabajaban las dos damas, pasaban con cierta holgura y hasta tenían bastante para convidar a comer a Silvio a diario.

Cada día este hombre, de una imaginación volcánica, preparaba un nuevo embuste para explicar que no le hubiesen dado un cargo de  gobernador o de cosa parecida, y  ellas le creían y tenían confianza en él. El hombre de la Puerta del Sol, que en la calle era el prototipo del hablar cínico, desvergonzado e insultante, en casa de su novia era un hombre delicado, tímido, que trataba a su prometida y a la madre de ella con un gran miramiento. Entre la señorita ya acartonada y el golfo callejero se había desarrollado desde hacía veinte años un amor platónico y puro. Algún beso en la mano y una porción de cartas, ya arrugadas, eran las únicas prendas cambiadas de su amor.

Silvio había cobrado algunas veces por servicios prestados a la policía, y la noticia de los posibles atentados anarquistas le puso en guardia.

Hay un complot que explotar —se dijo—. Este complot está incubándose, en cuyo caso no hay más que descubrirlo, o no hay nada pensado, y en este caso la cuestión está en organizarlo».




En fin. En un texto de los primeros cincuenta, Soledad, Baroja escribe: «Al fin me he habituado y la soledad ya no me pesa y muchas veces me encanta [...]. Ya para mí todo es pura nostalgia que empieza y acaba en ella misma y que no arrastra ni ambición ni ilusión, ni pretende realidades auténticas».

Lo ilustra bien Nicolás Muller en esa conocida fotografía en la que el escritor avanza —abrigo, bufanda, sombrero flexible— entre los árboles del Retiro, muy próximo a su domicilio en Ruiz de Alarcón 12.
Pío Baroja paseando por El Retiro. Madrid, 1950. Fotografía de Nicolás Muller

8 comentarios:

  1. He de decir que tengo pendiente, pues no la he leído la novela Aurora Roja, y bien que me interesa.
    Me la has hecho volver a recordar.
    Gracias
    Una entrada muy buena. No sabía lo del buen dibujante de su hermano, si que Casas le había dedicado bocetos, como el que nos enseñas.
    Un abrazo

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    1. ¡Gracias! Hay tantas cosas pendientes, Miquel...
      Un abrazo.

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  2. Un escritor que tengo que descubrir. Un beso

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    1. Yo lo recomendaría, pero ya sabes que en esto de los libros y las películas, a cada uno le gusta lo que le gusta...
      Besos.

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  3. Sin duda muy buenos los gravados de Ricardo Baroja, de hecho hasta me ha parecido preciosa la música que suena en el estupendo video que nos has regalado, no la conocía y he visto en los comentarios ¡ qué casualidad! Que es del coruñés Marcial del Adalid "Serenata para instrumentos de cuerda" así que gracias por este doble regalo ; ) Trado en comentarte estas entradas tuyas porque me gusta disfrutrarlas despacito, no se puede leer a Baroja a la carrera, que es como siempre entro yo en los blogs… soltando lo que me surge, en cada momento, eso me encanta, es como cuando por la olla exprés sale el vapor.. jaja pero a veces, con en esta caso me gusta pararme a disfrutar.. y lo he hecho, estupendo este párrafo de Baroja, no he leído nada de él, así que a trocitos tú me ilustras. Aurora Roja es un título precioso, nunca hubiera imaginado que es el nombre de una taberna, vaya poético! Me ha hecho gracia eso de Fernández ilustres, yo lo soy y no me parece un apellido nada ilustre, más bien absolutamente vulgar, con mucho más empaque “Trascanejo” aunque suene a conejo jajaja ¡ claaaro! Por eso su escudo de armas se representaba con tres conejos en campo de azur.. y vaya personajillo, es verdad casi todos los buscavidas provienen de casas hidalgas venidas a menos, donde vivo es una olla repleta de ese tipo de gente.. mi cuñado, que es muy ingenioso, siempre dice de esta gente “ Don sin din, cojones en latín! Jaja y es verdad aquí todo el mundo proviene de buena familia pero tras esa ampulosa fachada tristemente no tienen donde caerse muertos.. supongo que por eso tienen que dedicarse a instigar y hacer de correveidile, eco de mentideros y fábrica de ellos, por lo que cuentan de este siniestro Trascanejo, que tan bien dibuja Baroja… que efectivamente tenía pinta de ser todo un solitario.. pero qué partidazo sacó a su soledad… tengo que buscar la forma de leer algo de él...En fin, mil gracias , de verdad que he disfrutado, un beso y muy feliz finde!!!

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    1. A mí también me gustó la música que ilustra el vídeo de Ricardo Baroja, pero no supe encontrar quién era el autor. Tú sí. ¡Apúntate un diez (sobre diez)! Se trata, en efecto, de Marcial del Adalid y su Serenata para instrumentos de cuerda.
      [video]https://youtu.be/eWtdONqzH3w?si=7CASIQgRGkpBJzkj&t=2[/video]

      Aquí explican cosas de él:
      [video]https://youtu.be/GLd2gorlhxQ?si=fHlVCD_YQasqKMXh[/video]

      Me gusta —y te lo agradezco mucho— porque te miras y lees las cosas a fondo, hasta el punto de haber dado con el buscavidas Trascanejo y su escudo. Escribes: «“Trascanejo” aunque suene a conejo jajaja ¡ claaaro! Por eso su escudo de armas se representaba con tres conejos en campo de azur.. y vaya personajillo, es verdad casi todos los buscavidas provienen de casas hidalgas venidas a menos, donde vivo es una olla repleta de ese tipo de gente».
      [img]https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwxrCr_8-K_u3V1EkPLFx4x2T5eaWLn2dqG7AQs4BjerNJOT3W-FdzFcTrzRaf8OCLcQCBnNVei95RRQvpP0cL7E1Dvqz1BfTrg9ckcdUwsH355ZMIN0cfJQWFIG8zYym3j1FWPl7hOBO5P8LbErzz3mWPo9Y2dFb7ooRoVKHpd7xBckRN9usWNdWyJIC8/s600/trascanejo.jpg[/img]
      Un abrazo fuerte.

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  4. Muy bien, Uribe. Buena entrada. Leeré esta trilogía de "La lucha por la vida". Veo que transcurre en Madrid, mi ciudad, que Baroja se pateaba incansablemente.
    He seguido el consejo que te daba un comentarista cuando hablaste de "La busca" y me he leído "El escuadrón del brigante", de las "Memorias de un hombre de acción" (Aviraneta). Que sepas que me ha gustado mucho y te lo recomiendo.
    ¡Caray, que escudo te has marcado para los Trascanejo!
    Muchas gracias.
    F.G.

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    1. Muchas gracias a ti. Baroja paseaba mucho por Madrid —ciudad en la que vivió muchos años, como sabes—, por los barrios bajos, medios y altos. Al final se quedó en Ruiz de Alarcón, junto al Retiro. Como era muy curioso, supongo que de ahí sacaba material para sus novelas de ambiente madrileño. Y también viajó mucho por el resto de España y por Europa en el período de entreguerras. También de eso sacó muchos escenarios y personajes. Me gusta su manera de relatar, bastante sencilla, con frases y párrafos más bien breves; me siento cómodo leyéndolo.
      Saludos.

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