Lázaro de Tormes explica ante "vuestra merced" —se narra en primera en primera persona— lo poco que sabe (o dice saber) de las andanzas de su esposa con un arcipreste, de la que ella es sirvienta y que a él le suministra negocietes. Pero para ello considera necesario explicarle previamente a "vuestra merced" su vida al servicio de pillastres de todo tipo desde su infancia. Esa es la esencia y la estructura de la novela "Lazarillo de Tormes" (autor anónimo), similar a la de los "Años lentos" de Fernado Aramburu, como ya comentamos en la entrada "
Lazarillo de Tormes"y "Años lentos".
Es una gran novela, en la que la clerecía no queda bien parada, la verdad. No es raro que el autor quisiera pasar en el anonimato, ya que la Inquisición estaba plenamente operativa en el siglo XVI y el firmante hubiera acabado fácilmente chamuscado en la hoguera. Es por todo ello que detrás de esa obra se supone que estaba un erasmista de tomo y lomo.
Especialmente sangrante es el episodio del clérigo que intenta vender bulas y, para conseguirlo, organiza (en connivencia con el alguacil del pueblo) una estafa muy bien teatralizada. Un momento genial (Tratado quinto).
La novela retrata años difíciles y de gran miseria dentro de la España Imperial, que gastaba los dineros de América en eso, en el Imperio, lo que quizá explica el picaresco ambiente en que se desarrolla. Todos son unos vivales, y Lázaro aprende muy bien la lección.
Gran Uribe recuerda la película (de 1959), que vio en "su más tierna infancia", no en Francia sino en el cine de Hostalets de Balenyá, el lugar donde pasaba el verano. Y una de las escenas más simpáticas que recuerda pertenece a la época en que Lázaro de Tormes hace de sirviente de un engolado hidalgo, pobre de solemnidad pero que intenta mantener una imagen pública de estar forrado (Tratado tercero). El personaje en cuestión lo representaba Juanjo Menéndez.
La edición que ha manejado Gran Uribe (la vigésima de Austral) está prologada desde la primera, de 1940, por el doctor Gregorio Marañón. Le gustaba la obra en lo literario, pero vean lo que decía al final de su prólogo, no se lo pierdan.
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Gregorio Marañón (1887-1960) |
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«Mucho mal nos han hecho estas historias picarescas, en las que el ingenio inigualado de sus autores dio patente de corso a la bellaquería, y creó en las gentes el desaliento que produce la injusticia entronizada, y ante el mundo engendró la falsa idea de una España desarrapada y cínica.
A muchos extrañará mi diatriba contra los libros de la picaresca. Lo malo es que sea tan humilde su vapuleador y que no hayan encontrado todavía para arrojarlos –en hipótesis- al fuego una mano genial, como aquella que arremetiera con mucha menos razón contra los libros de caballería.
La historia de España, de la España eterna, se ha de continuar sobre valores de ética rigurosa. Hay para ello que hacer muchas cosas. Una es escarbar valientemente en nuestra conciencia tradicional y arrancarle la buena hierba de la picaresca, el espíritu de LAZARILLO, vivo todavía; arrancarle de nuestra alma, a pesar del yelmo intangible con que le protege la magia todopoderosa del ingenio».
Comentario de texto, a cargo de Gran Uribe
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Gran Uribe |
La novela no deja bien al clero, una de las clases predominantes en el XVI (y después), aunque aquí lo que sale mayormente son curitas de medio pelo y truhancillos diversos. Gregorio Marañón acusa el golpe, no en vano escribió su prólogo en 1940 (ojo al dato), y en él afirma que esa obra
dio patente de corso a la bellaquería, y creó en las gentes el desaliento que produce la injusticia entronizada, y ante el mundo engendró la falsa idea de una España desarrapada y cínica (sic)
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Se ha dicho muchas veces que si España está llena de sinvergüenzas, que lo está, es porque somos dignos herederos de aquella picaresca del XVI. No lo sabemos, pero lo que se relata en esos libros no le llega ni a la solapa a la siniestra sordidez y negrura de lo que estamos viviendo. Y, por cierto: los mangantes catalanes de hoy en día, que los hay, ¿son también herederos de esa consolidada tradición hispánica?
Aquellos pobres que salen reflejados en "Lazarillo de Tormes" y en otros libros de la novela picaresca del XVI lo hacían, en general, por pura necesidad, en un país que estaba sumido en la más absoluta miseria a causa de los fastos imperiales. Estos mangantones de ahora lo hacen por pura codicia que, como es sabido, no conoce limitación alguna.
Pero pícaros de "perfil bajo", de los que se habla en "Lazarillo de Tormes", haylos, húbolos y habrálos (aquí, allá y acullá). De los otros, de los de más monta, también.