lunes, 15 de mayo de 2017

Va de fútbol, pero también de nostalgias

Ravella 5 revisitada


A Gran Uribe le suele pasar cuando abandona un lugar para siempre. Y es que... para siempre se le queda algo allí. Ya el hecho de reunir en cajas de cartón lo que decide llevarse (y dejar fuera lo que se quedará abandonado a su suerte) le supone un pequeño-gran trauma. Sentimental que es uno, un sentimiento —valga la redundancia— más bien poco productivo, sobre todo si uno no se dedica a la literatura, como es el caso de este modesto bloguero.

Muntaner 561 revisitado
Le pasó cuando cerró por última vez la puerta del piso de la calle Muntaner 561, de las casas de Hostalets de Balenyá (en la última dejó los botones con los que jugábamos), del piso de Ravella 5, también del que habitaba Doña Perpetua en Vilafranca del Penedés, incluso cuando cerró por última vez el aula de Ripollet donde "impartió doctrina " durante casi treinta años; en fin...


El Tapir en San Mamés (18/7/1970)
Y, en otro plano, algo de ese sentimiento le invadió cuando tiraron abajo el campo de Sarriá, en el que estuvo un montón de veces con Tapir en 'jubilosas' tardes de domingo, utilizando una entrada "para militar o niño", que nos conseguía nuestro padre en connivencia con un sujeto llamado Izu. En cuanto al de San Mamés, por desgracia estuvo una sola vez, y fue con el susodicho Tapir: desde fuera, en verano y festivo (18 de julio, ojo). Pero su reciente destrucción le dolió un montón. Bien, sigamos. Ahora le toca el turno al Estadio Vicente Calderón, un lugar que G.U. visitó también una sola vez en su vida, pero que no olvidará nunca, no en vano fue en una final de Copa (del Generalísimo se llamaba entonces) que ganó el Atlético de Bilbao (ahora Athletic).




Pues bien, Juan Tallón es un colchonero (así se les llama a los del Atlético de Madrid) empedernido y, escribe muy bien, como puede apreciarse en sus crónicas futboleras de EL PAÍS o en su blog, titulado Descartemos el revólver. Por eso su despedida del Calderón encierra una nostalgia infinita, que no podemos dejar de compartir desde aquí.

[...] «Tal vez parezca poca cosa, pero unas cajas de cartón, sobre las que escribes a bolígrafo “cacharros”, “discos”, “ropa” o “libros”, son a veces todo lo que necesitas salvar cuando cambias de domicilio y empaquetas rápido media vida. Algunas personas lo hacen una vez año, con cierto sentido del desarraigo. Para ellas resulta sencillo acabar y empezar capítulos. Pero un equipo de fútbol significa justamente lo contrario al desarraigo: equivale al lugar del que su hincha nunca se va. Es para siempre. Representa algo tan seguro e inmutable que ni las malas rachas, ni los dirigentes corruptos, ni las desilusiones enfrían el amor que le profesan sus aficionados. Todos estamos condenados a nuestro equipo.

Entre las muchas formas que esa fidelidad adopta, una de las más genuinas es la visita al estadio, que se vuelve un espacio cotidiano y sagrado, desde el que se ve pasar la vida en días alternos con gran intensidad. Por eso es natural sentirse desolado ante el cierre definitivo del Calderón. Su historia ocupa muchas líneas en la biografía de los atléticos. ¿Y si, como dice aquel verso de Luis Chaves, “las promesas de la casa nueva quedaron en la casa vieja”? [...] 

Nada de eso sobrevivirá. Siempre hay algo, relativo a la forma, que no es posible llevarse con uno, que no entra en ninguna caja de cartón. Lo creamos o no, la arquitectura genera costumbres, sentimientos, fidelidades. No importa lo imperfecta que sea. Cuando se acumulan muchas vivencias, uno llega a sentirse a gusto en una casa incómoda, antigua o fea.

[...] Los estadios también se construyen así: están las paredes, las columnas, el hormigón, y después están los vivos y los muertos que pasaron por la grada, en cuyos asientos aprendieron que una de las cosas más absurdas y hermosas es sentirse de un equipo con valores muy particulares, y una casa propia que, a partir del domingo, será sustituirá por una nueva, que aún no tiene recuerdos que guardar en una caja. Pero ya los tendrá».


5 comentarios:

  1. Entiendo lo que dice.
    Yo acompañé a mi hijo, Icaro, a la despedida de Sarrià y le vi llorar.
    Siempre le gustó el equipo pequeño de la ciudad y en casa, en su habitación, todo está encarado al equipo blanquiblau. De hecho le sigo pagando el abono, a él, , a mi hija, (su señora) y a mi nieto.
    Ya sabe ud. que huyo del fútbol, pero intento entender que hay un sentimiento identitario en aquel grupo de personas que gritan tras un balón.

    Sólo me da miedo la homogeinización.
    Se supone que los cambios son para mejor..
    salut

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  2. Aunque a estos aficionados fieles a un equipo para toda la vida les resulte difícil creerlo, algunas personas cambian de equipo (quizás porque no entienden, se aburren, se fijan en otras cosas y no son muy aficionadas al fútbol) .
    Por ejemplo, ahora éste tiene un entrenador muermo, mal educado o poco agradable, pues hay otros equipos. Los jugadores hacen teatro cuando les hacen una falta, hablan más de la cuenta o insultan, ya no gustan, se acabó, que les aguante su madre y así ... a otra cosa mariposa (a otro equipo, mejor dicho).
    Puede que me digan que en todos los equipos se dan estos casos, bueno, pues yo voy cambiando mis preferencias a medida que me voy enterando. Debe de ser que eso no es la esencia del fútbol y que me fijo en tonterías, pero he sido como de diez o doce equipos o más. MJ

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    1. Para mí, eso sería imposible. Supongo que se podría decir que no me gusta el fútbol, ya que no disfruto nada cuando gana el rival (y mucho menos según qué rival sea...). Pero, amiga mía, fútbol es fútbol...
      El Tapir

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    2. Al comentario anterior se me ha olvidado añadir (cuando gana el rival) por muy buen fútbol que practique. Creo que así se entiende mejor lo que quería decir.
      El Tapir

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  3. Comparto al cien por cien el sentimiento de nostalgia que señala Gran Uribe y que, para mi sorpresa, ha ido en aumento con los años. Sufrí un auténtico desgarro sentimental cuando abandoné mi pisito de la calle Aribau, 30, 5º-1ª...
    El Tapir

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