Pone Amón unos ejemplos (tenistas, toreros, jueces, abogados, etc.) a los que G.U. añadiría el de la etiqueta que guardan los músicos cuando actúan en las grandes salas de conciertos. En chándal o con vaqueros no sería lo mismo.
Uno recuerda una ocasión en que un grupo de teatro interpretaba Hamlet, de Shakespeare, en la plaza del Rey, en Barcelona. Cayó un aguacero repentino que interrumpió la función. Cuando escampó, salieron los actores con la misma vestimenta que estaban utilizando en la obra y, armados con mochos y fregonas, procedieron a eliminar el agua caída sobre el escenario, mientras intercambiaban chistecitos y bromitas con la gente del público. Cuando se reanudó la función —la tragedia de Hamlet— la magia y el misterio habían desaparecido por completo... Ya nada fue igual. Pues algo así.
Dice Rubén Amón:
«No hace falta recurrir al videoarbitraje para identificar la reincidencia con que las señorías de Podemos vulneran el reglamento parlamentario en el desdoro de las buenas maneras. Camisetas reivindicativas. Mártires paródicos como Bódalo. Lenguaje soez. Hábitos de tribuna sur que trivializan el espacio sagrado de la Cámara.
Se lo reprocharon ayer los demás partidos. Y lo hizo Ana Pastor con sus galones de colegiada, aunque Pablo Iglesias interpretó que las amonestaciones de la presidenta del Congreso representaban un ejercicio intolerable de partidismo y de intimidación. Como si el árbitro estuviera comprado y fuera Podemos la víctima de una conspiración que han urdido los partidos de la casta para dejar en fuera de juego los humores de la calle.
Pablo Iglesias y Cañamero en un bar de Lavapiés |
Vestir como la gente viste, al límite del chándal, hablar como la gente habla —me la pela, me la bufa— es la manera que ha encontrado Iglesias para reivindicar sus facultades de mediador social privilegiado. No ya convirtiendo la Cámara Baja en un bar de Lavapiés, sino incurriendo en un embarazoso y trágico malentendido litúrgico.
Y prosigue Amón poniendo algunos ejemplos, tal como comentábamos al principio:
»Lo saben los tenistas que juegan en Wimbledon de blanco. Lo demuestran cada tarde los toreros en sus trajes de seda y oro. Lo reivindican los jueces con sus togas. O los abogados con sus pelucas. Y lo experimentan los turistas cuando son constreñidos a vestirse con decoro en el umbral de San Pedro. La basílica vaticana es un espacio de sugestión. [...]
El escrúpulo en la indumentaria y el esmero en la oratoria no aspiran a alejar al político del ciudadano, sino a acercarlo al concepto sagrado de la ley. El Parlamento es un territorio de excepción. Un templo que aloja la devoción a la democracia representativa. Y que los diputados están obligados a observar, no para abusar de la gomina ni de las corbatas de Hermès sino para reconocerse en la categoría de ciudadanos ejemplares. Las formas son el fondo en la superficie. Y el origen de todo misterio».[...]
Enlace: El parlamento no es un bar
Yo diría que es, simplemente, un grosero. Y no es que quiera hablar como el pueblo,es que habla para el público, al que es más fácil comprar con determinadas concesiones, no para el pueblo, que somos todos y no nos dejamos comprar, o engañar, tan fácilmente. El pueblo merece más respeto.
ResponderEliminarNo se me preocupen, esta semana que viene Maduro ya les enviará un talón para que puedan ir a comprar a la Humana alguna cosilla más para su fondo de armario....
ResponderEliminarSalut
A mí me molestan algunas expresiones burdas que utiliza Pablo Iglesias en sus intervenciones. Se puede decir que "Con él llegó el lenguaje chabacano al Parlamento".
ResponderEliminarOtros le siguen de cerca, como Rufián y alguno más. MJ
Se quejan de la obsolescencia de las formas en el Parlamento y están queriendo distinguirse por otras formas "nuevas: el lenguaje soez y barriobajero. ¿Y dónde queda el fondo? De Guatemala a Guatepeor...
ResponderEliminarEl Tapir