lunes, 6 de noviembre de 2017

Xavier Trías y la "Promulgación de dignidades"

Leemos en la prensa lo siguiente:

«La súbita conversión de Xavier Trías y Vidal de Llobatera al independentismo se produjo tras un conato de investigación de hace unos años sobre el patrimonio del susodicho, supuestamente depositado en la siempre "confiable" banca helvética. Trias se rasgó entonces las vestiduras. Todo era mentira. Había que ver al señor Trias, viva estampa de la indignación contenida, perorar sobre la maldad intrínseca de la España negra capaz de urdir toda clase de mentiras contra los adversarios políticos, incluido el clan Pujol. Era (y es) urgente abandonar de inmediato el Reino y fundar una república en que esas cosas no pasaran. No era independentismo sí o no, sino la calidad de la democracia».

El caso es que ahora, unos años después, han venido los Paradise Papers de las Virgin Islands y se dice que nuestro esforzado exalcalde figura en ellos como beneficiario de un vehículo 'offshore' que presuntamente ocultaba dinero en Suiza durante parte de su carrera política. Su nombre aparece junto al de sus padres y sus hermanos en una especie de estructura opaca a Hacienda que se habría mantenido operativa hasta 2008. ¡Malditas herencias, como la de Pujol!

Pero no son los únicos: están la reina Isabel, el cantante Bono, el yerno de Trump y uno de los de Mecano, aunque de ellos tampoco nos consta que se trate de herencias.




Salón de Actos de los jesuitas de Sarriá, en Barcelona
¡Vaya con Xavier Trías! G.U. aún lo recuerda de sus años mozos en los jesuitas de Sarriá, en especial en los días en que se celebraba una ceremonia bastante singular, llena de 'pompa y circunstancia', en el ampuloso y neogótico Salón de Actos: la solemne "Promulgación de Dignidades", que tenía lugar el último día de cada trimestre y al final de curso y al que era obligatorio acudir, a ser posible acompañado por padres y familiares diversos. La cosa empezaba con el siguiente parlamento de un jesuita de engolada voz y sibilantes eses:

"A mayor gloria de Dios y para mayor esplendor de las Ciencias y de las Letras proclamamos aquí los nombres de aquellos alumnos que por su ejemplar conducta, acendrada aplicación y acreditado aprovechamiento se han hecho merecedores de recibir este galardón". O algo así.


Entonces sonaba una orquesta de cuerda comandada por el maestro Tomás, a la sazón subdirector del Orfeó Català, interpretando alguna obertura de Händel. Y a partir de ese momento comenzaba un interminable y soporífero trasiego de los aventajados alumnos conforme los iba nombrando el mencionado curita a recibir su premio.

Éste podía ser en forma de coronita de laurel para el "Emperador" (los de 10), medallas, bandas y fajas diversas para los "cónsules", "cuestores", "tribunos", "bibliotecarios", "ediles", "decuriones", etc., para acabar en una bandera para los "abanderados" o un lacito para los "académicos". Para todas las asignaturas de cada curso había ese reparto de "dignidades". También las había para lo que llamaban "brigada". El alumno la recogía de una bandeja y se la imponía el padre rector o alguno de los familiares en el patio de butacas. Y entre curso y curso, una nueva obertura de Händel y el recitado de algún poema. Era el peaje que había que pagar para poder empezar las vacaciones de una puñetera vez.

Añadir que, por si fuera poco, las "dignidades" eran por duplicado: las de Roma (que eran los "buenos") y las de Cartago (los "malos"). Un poco como en las películas del oeste los soldados de azul y los indios... Gran Uribe recibió una vez una gran bandera, no recuerda si de Roma (roja) o de Cartago (azul), y no sabía qué c*** hacer con ella, hasta que decidió caminar pasillo adelante para presentarla a sus padres, que la recibieron con gestos de aprobación y singular alborozo.

Xavier Trías con su banda de alcalde
El caso es que los alumnos más destacados acumulaban coronas, bandas y... tantas medallas que se las tenían que sujetar con la mano para que no golpearan unas con otras. Los menos vanidosos de entre ellos (los había hinchados como pavos reales) solían decir, como disculpándose: "Esta de latín no me la esperaba" o cosas así. Al acabar la ceremonia se devolvían. Y los menos afortunados volvíamos a casa con el rabo entre piernas, para acabar recibiendo una amarga amonestación por parte de nuestros progenitores: "Parece mentira, tu amigo César lleno de medallas y tú ni una sola. ¡Qué vergüenza nos has hecho pasar!". Todo ello muy edificante, como se ve. Pues bien, el nombre de Javier Trías y Vidal de Llobatera y el de sus numerosos hermanos no dejaba de sonar en toda la tarde, porque eran alumnos muy aplicados o muy listos y las coronas de laurel de emperador no les cabían todas en la cabeza.

Solo añadir que nuestros padres se esforzaron mucho para poder llevarnos a estudiar allí, y es de agradecer, pero había bastantes cosas de este estilo (o peores) y algunos 'capullos', aunque no faltaba la gente normal, todo sea dicho.

Salón de Actos de los jesuitas de Sarrià, obra del arquitecto Joan Martorell (1893)

5 comentarios:

  1. El señor Trías, concejal del ayuntamiento de Barcelona, otrora de dignidad promulgada, no sabe ni de qué le hablan cuando le preguntan por esas cuestiones relacionadas con los chanchullos "offshore y Paradise Papers". Lo tiene que averiguar. Otro más (podría ser con mayúscula y sin acento). MJ

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  2. Al igual tiene un abuelo de nombre Florenci ¡¡¡

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  3. Yo viví eso en los jesuitas de la calle Caspe, con la diferencia de que ese acto se hacía en el "incomparable marco" del Palau de la Música. Olvida usted a los "jefes de fila" (los que dirigían la formación al dirigirse al patio o a las aulas) y que los tribunos eran "tribunos de juegos" (los encargados de llevar el balón de fútbol y de que estuviera en condiciones).

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  4. Hay que reconocer que el salón de actos de los jesuitas de Sarriá tenía una cierta prestancia (entonces no se la veíamos), aunque no tanta como el Palau de la Música, claro. En cuanto a lo de la gran bandera de GU, la verdad, no lo recuerdo (quizás ya habría salido del colegio). Ah, y que conste en acta, ese día del "Parece mentira, tu amigo César lleno de medallas y tú ni una sola. ¡Qué vergüenza nos has hecho pasar!", tengo que decir, modestamente, que no es cierto que no tuviera ninguna medalla: había obtenido dos ridículos lacitos, con los que estaba bastante contento, hasta el despiadado jarro de agua fría de mis padres al llegar a casa...
    El Tapir

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    1. Pues yo lo que no recordaba eran esos dos ridículos lacitos que usted cita, obtenidos sin duda por su condición de "académico" en alguna asignatura.
      Pero en cuanto a la quincallería más preciada, jamás obtuvimos ninguna muestra, para disgusto de nuestros progenitores. ¡Qué tiempos!

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