domingo, 12 de noviembre de 2017

¿Por qué se tapan la boca?

La verdad es que no solo lo hacen los políticos, eso de taparse la boca al hablar. También los futbolistas, aunque estos ya sabemos que, además de para comentar sandeces y con qué chavalas se encontrarán en el hotel al acabar el partido, lo hacen antes de tirar una falta o un penalty para dilucidar en secreto cómo lo van a hacer para sorprender al rival.


Pero volvamos a los políticos, gente en teoría (solo en teoría) más preparada y que vela por el interés general (también en teoría). ¿De qué coño hablan cuando se tapan la boca? Fuigdemont, sin ir más lejos, ¿le comenta a Junqueras que se escapará al día siguiente a Bruselas? Ignacio González ¿le recomienda a Granados un lugar seguro donde albergar la pasta robada? O acaso sea solo para hacerse los interesantes. Quizá nunca lo lleguemos a saber del todo. Lo dejamos para los historiadores, una profesión que vuelve a tener bastante futuro, visto cómo está el asunto.

Y, ya puestos en el tema, ¿de qué habla en secreto Mariano Rajoy con Donald Trump?: ¿le estará, acaso, quizá o quizás, recomendando leer el MARCA o que adquiera una determinada marca de puros habanos? Trump, por su parte, lo mira desde arriba con cara de preguntarse ¿"quién c*** es este sujeto"?

Veamos lo que nos dice J.J. Millás, un hombre de ironía perpetua, aunque a veces sea un poco ininteligible. Hoy no es el caso: se li entén tot, como se dice por aquí, aunque quizás se quede corto.

«La manía de los políticos de taparse la boca delante de las cámaras no tiene que ver con el miedo a que se les pille diciendo algo de interés. La moda arrancó cuando los expertos les empezaron a leer los labios y descubrieron que o no decían nada o soltaban alguna impertinencia. Ahí nació esa práctica que ha devenido en un gesto mecánico. Trump debe de ser de los pocos que no se la tapa porque le da lo mismo ocho que ochenta. De ahí su expresión de extrañeza ante el gesto de Rajoy. Le ocurre lo mismo que a nosotros cuando vamos por la calle y percibimos que nos observan más de lo normal. 

¿Llevaré una mancha en la camisa? ¿Me habrá cagado un pájaro? ¿Iré con la bragueta abierta? —¿Llevo la bragueta abierta? —parece preguntar. 
—No, no, me tapo por si acaso —podría estar respondiéndole Rajoy desde detrás del muro formado los dedos.
Fotografía de Evan Vucci (AP)
¿Por si acaso qué?, cabría preguntarse. ¿Por si acaso le pillamos recomendándole la lectura de Platón al indigente intelectual que dirige el mundo? ¿Por si acaso se le escapa un bostezo debido a la diferencia horaria? Nada de eso. Por si acaso le sale de las entrañas una banalidad. 

Levanto la vista del periódico en el que acabo de descubrir esta imagen, pues voy leyéndolo en el metro, y observo que los cónyuges de la pareja de enfrente hablan cubriéndose también los labios, como si todo el mundo estuviera interesado en su conversación. Nadie los mira, excepto yo, pero tal vez imaginan que se encuentran frente a un pelotón de fotógrafos. Así son las cosas: la gente se desnuda en Twitter o en Facebook y se viste en el metro».
Juan José Millás, Vestirse o desnudarse

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