«De joven, compartí piso con una chica que lo primero que me dijo fue que le reventaba fregar los cacharros, de manera que me tocó a mí. Al principio me parecía un engorro, creo que porque me empeñaba en terminar en seguida, pero luego le cogí gusto y limpiaba en una hora el mismo número de platos que cualquier persona normal habría liquidado en media. Lo que me gustaba de aquella actividad era que me ponía intelectualmente en marcha. A los diez minutos de estar sacándole brillo a una cacerola de aluminio, las neuronas trababan amistad entre sí y resolvía problemas que en la mesa de trabajo me habrían llevado días. Fregar me ayudaba a entrar en un raro estado de concentración del que obtenía beneficios increíbles. Sin embargo, a mi compañera le sentaba fatal verme disfrutar de ese modo y comenzó a pensar que compartía piso con un depravado. —¿Pero tú por qué no protestas cuando te toca fregar? —Porque me gusta. —No gastes bromas. Cómo te va a gustar. —Es cierto. El correr del agua y el ver cómo se marcha la porquería de las sartenes por el sumidero me hunde en una especie de éxtasis que me ayuda a reflexionar sobre la existencia. Al principio pensó que le tomaba el pelo, y luego que era un pervertido. Cuando teníamos invitados y me veía levantarme después de comer para recoger la cocina, la oía murmurar cosas sobre mí. Una vez llevó a su madre, quien tras observarme de arriba abajo me preguntó si era yo ese al que le gustaba fregar. —Soy uno de ellos —respondí sintiéndome miembro de una secta secreta de fregadores repartidos por el mundo. Vino una estudiante de medicina que lo que no podía soportar de ningún modo era tender la ropa. Yo nunca me había ocupado de eso, pero a las pocas semanas empezó a gustarme y estaba deseando encontrar algo mojado para colgarlo de las cuerdas. Bien es cierto que teníamos un patio interior muy sugerente, y que a mí me apasionaba imaginar las vidas que discurrían al otro lado de las ventanas que se veían desde la nuestra. Al poco, me pasaba la vida tendiendo y mi compañera empezó a sospechar que había ido a caer con un mirón o un psicópata, así que se fue y tuve que poner otro anuncio gracias al que aprendí a cocinar, y así de forma sucesiva. Evidentemente, tengo una rara capacidad para que acabe gustándome lo que he de hacer por obligación. Ello me ha creado fama de bicho raro entre mis conocidos. También eso me encanta, y lo cultivo, lo mismo que tender la ropa o fregar cacharros. ¿Es grave, doctor?»
J. J. Millás, ¿Es grave, doctor?, Una vocación imposible, Seix Barral, 2019
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lunes, 2 de diciembre de 2019
No sé si es normal lo que me pasa, doctor
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No le hago ascos.
ResponderEliminar¡Qué suerte tiene Millás! Por lo que a mí respecta, las tareas domésticas siempre las he hecho por obligación y algunas son para mí un verdadero suplicio (por ejemplo cocinar), pero hago lo que me toca. Por eso casi siempre he tenido ayudas para esas cosas. De todos modos, un poco tarde, pero voy a intentar el "Método Millás". MJ
ResponderEliminarNo me gustan esas actividades caseras. Lo de cocinar, pase. Incluso me salen bien cinco o seis platos, además de la tortilla a la francesa, pero soy tremendamente desorganizado para este oficio. Lo de la ropa, coincido con Millás: me gusta chafardear qué se cuece en pisos ajenos y esa es una buena oportunidad. Lo de los cacharros, veo difícil concentrarme frotando sartenes, pero si hay que hacerlo lo hago también sin problemas. Planchar, no he planchado nunca y coser... me falla la vista y tengo el pulso... así así.
EliminarPero lo que más detesto es el bricolaje casero: arreglar enchufes, barnizar una silla, colgar estanterías manejando el taladro, pegar objetos que se han roto (con pegamentos que se te enganchan en los dedos), arreglar cisternas de WC que gotean, visitar las tiendas especializadas del estilo Servicio Estación, Leroy Merlin, etc.
¡Huy! Es verdad, eso que enumera del bricolaje es realmente horrible, pero es que, como no tengo ni idea, ni me lo planteo.
EliminarMe casé hace muchos años sin haber tenido hasta entonces contacto alguno con las actividades digamos que caseras . Defecto de educación, falta de interés por mi parte, qué sé yo. El caso es que de la noche a la mañana me encontré de sopetón con mi ignorancia y la necesidad urgente de ponerle remedio. Descartada la opción de la ayuda domiciliaria por penuria económica más que por criterio propio, no tuve más remedio que espabilar y apañármelas como pude. Pasadas tres cuartas partes de mi vida en estos menesteres, tengo que confesar que de la casa solo ha conseguido interesarme de verdad la cocina. Eso después de un comienzo difícil, y después de muchos traspiés, fracasos y desengaños varios. Cuando digo la cocina me refiero a la comida de diario, no la sofisticada ni la comida de celebraciones y festejos, que me repatea. Eso sí, todo lo demás que conlleva la buena marcha de una casa sigue fastidiándome como el primer día.
EliminarCreo que en sus inicios le ayudaron bastante las "1080 recetas de cocina" de Simone Ortega. A mí, también. En cuanto a sus dotes de cocinillas, doy fe de que son muy aceptables, casi diría que excelsas.
EliminarDice usted bien, el libro de Simone Ortega fue algo así como mi salvación durante bastante tiempo. Hasta el punto que me lo llevaba a Asturias, donde por aquella época pasábamos el verano. Tuve que renovarlo dos veces porque el pobre, con tanto trajín, quedaba lleno de manchas de grasa y de las sustancias varias que se manejan en una cocina. Ahora, muchos años después, aunque cuento con una bastante bien surtida biblioteca culinaria, sigue siendo mi libro de referencia en estos menesteres.
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