RELACIONES PERSONALES
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Augusto Ferrer-Dalmau
[Ilustración para Perros e hijos de perra (Arturo Pérez-Reverte)] |
Nunca había creído en la compañía que proporcionaban los
perros, ni en su fidelidad. Pero llevaba ya dos años solo y había fracasado en
todos sus intentos de encontrar a alguien no ya con quien vivir, sino con quien
verse los sábados o los domingos para no olvidar su propio idioma. Cuando su mujer,
al poco de que se marcharan los hijos, se fue también de casa, él se hundió en
la tristeza, pero luego pensó que la vida le daba otra oportunidad. Después de
todo, no era tan mayor, así que fantaseó con la idea de tener nuevas
relaciones, quizá de volver a emparejarse, de ir al cine, de hacer el amor (él
lo llamaba así, hacer el amor) y de
ver la tele con alguien a su lado. Pero la realidad había demostrado que en el
ámbito de las relaciones sociales era un incompetente. Así las cosas, cada día
estaría más solo, hablaría menos, saldría menos, sonreiría menos. Envejecería
solo, enfermaría solo, se moriría solo, en el sofá, quizá con la televisión
encendida, como una mujer de su barrio cuyo caso había salido en los
periódicos.
Entonces
empezó a pensar en lo del perro. Tal vez resultara más fácil la comunicación
con un animal que con un ser humano. Llevaba varios meses observando a una
mujer que al caer la tarde pasaba por debajo de su ventana dándole conversación
a un mastín que parecía entenderla, pues de vez en cuando levantaba la cabeza y
ladraba como en señal de asentimiento. Al principio la había observado con
lástima, como si se tratara de una pobre loca, pero a medida que pasaban las semanas
le fue pareciendo más verosímil la posibilidad de que entre ella y el animal
hubiera algún tipo de comunicación. Un día salió a la calle cuando la mujer
pasaba por debajo de su ventana y acarició la cabeza del perro al tiempo que decía
algo agradable sobre él. Luego comentó que estaba dándole vueltas la idea de
comprarse un perro para que le hiciera compañía. Añadió que tenía un piso de
tamaño medio y quería saber qué raza le convenía. La mujer le respondió con desdén
que los perros no se elegían.
—¿Tiene usted hijos? —añadió.
—Dos —respondió él—, ya mayores.
—¿Acaso los eligió?
—Bueno, no.
—Pues los perros, lo mismo.
El hombre balbuceó unas disculpas y continuó andando. Durante
los días siguientes recorrió algunas tiendas de animales donde los perros le
ladraban y le movían la cola desde sus jaulas. Eran cachorros y transmitían esa
energía especial con la que tarde o temprano acaba la experiencia. Se los habría
llevado a todos y por eso mismo era incapaz de decidirse por ninguno. Además,
cuando ya estaba a punto de dar el paso, pensaba en las vacunas, en las
enfermedades, en la obligación de sacarlo a pasear por la mañana y por la
tarde, de prepararle la comida, de asearlo (él mismo pasaba días enteros sin
peinarse)… Pero algo, en su interior, le decía que se trataba precisamente de
eso, de trabajar para alguien a cambio de un poco de afecto.
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Augusto Ferrer-Dalmau
[Ilustraciones para Perros e hijos de perra (Arturo Pérez-Reverte), Ed. Alfaguara, 2014] |
Pasaron varios meses, y un día, al regresar de la compra cargado
de bolsas, se cruzó con un perro de raza y edad indefinidas, un chucho de pelo
corto y patas largas. Se detuvo a observarlo, pues parecía que estaba solo, y
en un momento dado el perro volvió la cabeza y dirigió una mirada cargada de sentido
al hombre, que continuó andando presa de una turbación excitante. El animal lo
siguió. El hombre sentía su presencia detrás de sí. «Enseguida —se dijo— se
dará la vuelta y tomará otra dirección.» Pero cada vez que miraba de reojo, la sombra
del chucho continuaba pegada a la suya, como si ya entre las sombras hubieran
llegado a un acuerdo. La mitad de él rezaba para que desapareciera antes de
llegar al portal, mientras que la otra mitad rogaba que no lo abandonara. Se dio
cuenta de que había pensado en el perro en los términos de un animal abandonado,
cuando el abandonado era él. Llevaba meses recorriendo las calles, los bares,
los cines, con la esperanza de ser recogido por alguien. ¿Por qué no por este perro?
Llegó al portal, entró y el animal se coló detrás de él. Abrió
la puerta del ascensor y el perro se metió dentro como si llevara haciéndolo
toda la vida. Una vez en casa, el hombre dejó las bolsas en el suelo, se
dirigió al chucho y le dijo:
—¿Se puede saber qué quieres?
El can movió
el rabo y ladró. El hombre fue a la cocina, sacó una lata de comida para perros
que había comprado hacía meses, para hacer frente a una emergencia de este
tipo, la vació en un plato y, mientras lo veía comer, comprendió que acababa de
tener un perro.
[Juan José Millás, Relaciones personales; extraído de Una vocación imposible, Ed Seix Barral (2019), pág 682]
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Impactante y transmisible a estas fechas que tantos buenos deseos te tan pero que pasadas estas no te los van a desear hasta dentro de 365 días.Paciencia....
ResponderEliminarBuen relato.
ResponderEliminarsalut
Una buena historia, con ritmo y con las palabras justas; no debe de ser fácil escribir así. Me siento identificado en todo, quizá porque tengo un perro que me acompaña, y más que lo hará en estos días.
ResponderEliminarAprovecho para desearte lo mejor para el año que viene, GU. Te sigo, pero últimamente no estoy ligado al ordenador y se me hace más difícil tener continuidad.
Muchas gracias
F.G.
Se me olvidaba: muy bien ilustrado. Los dibujos me parecen muy buenos.
ResponderEliminarMuchas gracias
F.G.
Estupendo escrito sobre relaciones personales. Nunca tuve perro, ni se me ocurría. Ahora mi hijo tiene uno (1 año y pico) que me trae cada dos por tres. Es tan agradecida que es imposible no tenerle cariño. Nunca lo hubiera dicho. Así son las cosas de la vida. Además, luego la recoge y también es una ventaja. MJ
ResponderEliminar¡Qué bonita historia! Pues sí yo también tengo perro, perra en este caso. Se llama Lula (calamar en portugués) y no tiene raza. La rescatamos de la perrera. Era la reclusa número 96. La habían abandonado en un pipican, como a una hermana gemela que ya habían adoptado. Tenía un año escaso. Hace tres que está con nosotros y gracias a ella y a lo que nos aporta estamos sobrellevando bien nuestra vida y los disgustos y problemas de todo tipo a los que inevitablemente nos enfrentamos. Compañía, lealtad y amor incondicional. ¿No es eso suficiente para una vida plena?
ResponderEliminarOlvidaba un detalle. Lula tiene exactamente la misma cara que el primer dibujo que expone usted, Gran Uribe, del libro de Pérez Reverte, que naturalmente poseo.
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