Millás sigue enfadado y no es para menos. El hombre no se corta un pelo. Esta es su última columna, titulada 20 euros.
«¿Se puede vivir en Copenhague o Estocolmo y hacer pis en Madrid? Usted y yo no, pero hay ricos capaces de comer en un país, hacer la digestión en otro, y evacuar en España. Es lo que hacían todos estos defraudadores con el dinero en Suiza. Este país huele tan mal por eso, porque solo lo utilizan para ir al servicio y a veces ni tiran de la cadena. El dinero, en la economía financiera, carece de significado cierto (ignoramos cuál es el respaldo de un billete de 500 euros), pero su valor simbólico no deja de crecer. Cuanto menor es su apoyo real, mayor es su capacidad alegórica. Un millón de euros equivale a un riñón, un riñón que, al contrario del auténtico, puedes guardar fuera de tu cuerpo, incluso fuera de tu patria. De ahí que los Pujol, por poner un ejemplo, pudieran mear en Barcelona el agua de Vichy que se tomaban en Suiza. He ahí un patriotismo de urinario.
»El dinero guarda mucha relación con el cuerpo. Tener el riñón bien forrado o cubierto significa poseer muchas riquezas. A Bárcenas se le ve tranquilo porque sus vísceras están a salvo. Mientras defeca entre nosotros, su dinero (del que están hechas sus entrañas) sigue creciendo en paraísos fiscales situados a miles de quilómetros. Soñábamos con ser la California de Europa y hemos devenido en sus servicios públicos. Cuando un cliente del HSBC en Ginebra pregunta por los baños, lo dirigen hacia nuestro país, que, según coloques el mapa, debe de caer al fondo a la derecha. Para usted y para mí, un billete de 20 euros es un billete de 20 euros, algo con lo que puedes comprar en los chinos equis quilos de fruta o tantas pizzas congeladas. Pero es que usted y yo vivimos en la economía real, en la que el dinero, en vez de ser un riñón, es una mierda».
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