Una de las actrices preferidas de Gran Uribe, Amparo Baró (1937-2015), pero pocos nos la han recordado estos días en su etapa de los años 60 en TVE, en los no menos "heroicos tiempos del Paseo de la Habana", en palabras de El Tapir.
Lo hizo un buen amigo de quien esto escribe, el susurrante Ferran Mascarell, pero prefiere con creces el recuerdo que le dedica hoy Marcos Ordóñez, quien hace unos días dedicó también un emocionante artículo a Gil de Biedma en EL PAÍS, con motivo del 25 aniversario de su muerte.
«Los más jóvenes la recordarán por su personaje de Sole en 7 vidas, o como la terrible matriarca Violet Weston, su formidable creación dramática en Agosto, de Tracy Letts, dirigida por Gerardo Vera, con la que volvió al teatro tras doce años de ausencia. A mí siempre me recordó a la enorme Thelma Ritter: siempre pienso en Amparo Baró cuando vuelvo a ver a la Birdie de Eva al desnudo, o a la Ellen McNulty de Casado y con dos suegras (The Mating Season), esa obra maestra olvidada de Mitchell Leisen.
La noche de su muerte quise celebrar su enorme talento para la comedia y vi de nuevo Cuatro corazones con freno y marcha atrás, una de las mejores obras de Jardiel, en un Estudio Uno de Pérez Puig, donde la rodeaban Ismael Merlo, Luis Varela y Pablo Sanz, todos en plenísima forma. Háganse un favor y rescátenla (en YouTube, en RTVE): ¡qué delicia de interpretación, qué gracia, qué ligereza!
Varias veces hablé con Jaime de Armiñán de los comienzos teatrales de la Baró (para siempre ya “la” Baró) porque él fue, a finales de los cincuenta, su principal valedor. Me contó que había dejado Filosofía para convertirse en actriz tras ver actuar a Asunción Sancho en Seis personajes en busca de autor. No fue un camino fácil. Sé, por algunos compañeros, de sus inseguridades de entonces, nacidas de una extrema timidez que a veces disfrazaba de hosquedad. Armiñán la impuso en Café del Liceo, una de sus primeras comedias, donde solo decía un rotundo “Te quiero” al final. Luego sustituyó a otra Amparo, la Soler Leal, cabecera de cartel junto a Marsillach en Harvey, la historia del conejo gigante e invisible. En aquel Windsor de la Diagonal, pequeño templo de la alta comedia, hizo también George y Margaret, Bobosse, y Mi adorado Juan, de Mihura. Todas ellas pasaron luego a Madrid, con notable éxito. En 1957, Armiñán la llamó para hacer televisión (Galería de maridos, con Marsillach) y desde entonces estuvo en todas sus series de la época: Mujeres solas, Cuarto de estar, Confidencias, Tiempo y hora …
En Madrid hizo una pieza “difícil”, que disparó su carrera: La calumnia (The Children’s Hour), de Lillian Hellman, dirigida por Luca de Tena, en el Beatriz, en 1961, con Josefina Díaz, Mayrata O’Wisiedo y Montserrat Salvador. En septiembre de 1965 volvió a Barcelona, su ciudad natal, y se presentó, ya con compañía propia, en el diminuto Candilejas de la Rambla de Cataluña, con Frankie y la boda (The Member of the Wedding), la novela de Carson McCullers que había triunfado en Broadway (500 representaciones), con Ethel Waters, Julie Harris y el niño Brandon de Wilde, en los papeles que harían Pilar Muñoz, la Baró y Quique San Francisco. Armiñán firmó la versión española, que dirigió Victor Andrés Catena. Frankie y la boda tuvo una acogida sensacional, que revalidó en el Goya madrileño, con Cándida Losada sustituyendo a Pilar Muñoz.
En 1966 volvió al Candilejas con La dama boba, y la temporada siguiente protagonizó Cita los sábados, una comedia ligera de Jaime Salom, donde cantaba y bailaba, dirigida por José María Loperena. A la función se le quedó pequeño el Candilejas: pasó al Poliorama y le valió a la actriz el Premio de la Crítica barcelonesa. Pero su carrera, ya en órbita, estaba definitivamente orientada hacia Madrid, donde trabajó el resto de su vida».
Reconozco que el teatro no entra dentro de mis primeras debilidades. Normalmente, tardo en "entrar" en la obra; me distraigo con el ruido de los pasos sobre el escenario, me pregunto a cada momento por qué gritarán tanto y cosas así. Seguramente es por falta de costumbre. Dicho esto, mi recuerdo de Amparo Baró está relacionado con sus frecuentes intervenciones en la televisión, especialmente las inolvidables series de Armiñán o las obras de Estudio 1. Entre el magnífico elenco de actores que intervenían en las obras de "fabricación propia", Amparo Baró era de las actrices más fiables. Su modestia, sencillez y falta total de pedantería hacían de ella una persona entrañable que se hacía querer y respetar... Ese es mi recuerdo de Amparo Baró.
ResponderEliminarEl Tapir
A veces el teatro en televisión, cuando lo "echaban", tenía eso diferente. Al haber micrófonos por medio (lo llamaban "la jirafa", creo recordar), los actores no se veían obligados a gritar desaforadamente para ser oídos, con lo que podían modular el mensaje un poco más, sobre todo en obras aquellas más intimistas o menos épicas. Y eso en aquella época de Estudio1 lo hacían bien, aunque entre los secundarios hubiera auténticos "maletas" (ahora también). Concretamente, Ordóñez cita a Luis Varela, Pablo Sanz y Mayrata O´Wisiedo: muy en forma debían de estar en esa representación de Jardiel Poncela, porque lo que es en otras...
EliminarEntre los "maletas" se ha olvidado usted citar a un tal Pedro Osinaga, que creo que superaba con creces a los citados. Hay actores que, con el tiempo, aprenden; otros, con el tiempo, aprenden pero se hacen más aburridos; y otros que no aprenden nunca. Tal vez Osinaga se encuentre entre estos últimos.
EliminarEl Tapir
En la primera entrega de Amparo Baró, un anónimo comunicante citaba a Osinaga en un plano inferior y Gran Uribe lo corroboraba, aunque para ser justos y objetivos, estaba realmente también en el pelotón de los torpes.
EliminarOtros integrantes del pelotón de los torpes en aquellos Estudio 1 eran Pablo Sanz, Elvira Quintillá, Fernando Guillén (que posteriormente fue mejorando a base de oficio), una de las dos hermanas Prendes (la que murió comiendo rosbif), en fin, etcétera...
ResponderEliminarnvts