En las reuniones de familiares, amigos o conocidos es frecuente que surja una conversación en la que se debate sobre algún dato en el que difieren los contertulios; con el alcohol la cosa sube de tono y acaba convirtiéndose en una acalorada discusión. En realidad, con frecuencia el dato en cuestión da igual, lo importante es estar allí hablando, aunque solo sea para pasar el tiempo. Pero en los últimos tiempos ha surgido un personaje, ese al que Vicent califica como "
el más tonto del grupo", que a la chita callando consulta secretamente en Google con dedos hábiles y acaba formulando el dato exacto e incontrovertible, con lo que allí se acaba la controversia, valga la redundancia.
Todo suele suceder deprisa. Verbigracia: "
de Barcelona a Zamora hay 750 Km", afirma uno, pongamos por caso. "
¡Qué dices, son lo menos 850!", dice el otro. "
Vosotros flipáis, es muy poco más que a Madrit, 650 como mucho", tercia el de más allá. Y la cosa se va liando con asuntos colaterales que amueblan el asunto, hasta que el personaje de Manuel Vicent acaba concluyendo: "
Son 802,52 Km". Zanjada la polémica y a buscar otro tema... ¡Qué pereza! En fin. Peligro con ese personajillo que sabe "manejar mejor y más rápidas las cinco yemas para extraer la razón del Google".
Bien, dejemos que lo cuente él, que sabe de lo que habla y siempre lo hace mejor:
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Manuel Vicent en una tertulia del café Gijón (1987) |
«En las tertulias de antaño siempre había un erudito que lo sabía todo. Recordaba nombres, fechas y datos con absoluta precisión gracias a su privilegiada memoria alimentada por múltiples, diversas y a veces inútiles lecturas. Ante cualquier discusión se recurría a él en última estancia para que ejerciera de tribunal de casación. Hoy el prestigio de esta clase de sabios, ganado a pulso después de quemarse las pestañas leyendo montones de libros, ha desaparecido. La erudición ya no sirve de nada. Ahora en cualquier debate en que las partes se obstinan por tener razón, mientras la disputa se alarga y adquiere una elevada temperatura, tal vez el más tonto del grupo que ha permanecido callado picotea discretamente en el iPhone y cuando la discusión alcanza un encono sin salida, exhibe el veredicto inapelable que dicta la pantalla del móvil como si fuera el ojo de halcón. He aquí la verdad sacada con la punta de los dedos del légamo digital. El prestigio está en manos de cualquier garrulo que sepa manejar mejor y más rápidas las cinco yemas para extraer la razón del Google.
El inicio de la Edad Moderna lo marcó el invento de la imprenta. La edición masiva de libros terminó con el argumento de autoridad, que estaba en manos hasta entonces de clérigos, leguleyos y sanadores, como una fuente de poder frente a la ignorancia de la gente. Una revolución semejante se produce ahora en medio del bosque digital donde el alumno puede sacarle el ojo de halcón al profesor, el paciente al médico, el analfabeto al filólogo, el idiota al científico y el reo al juez. La cultura es hoy una enloquecida barra de bar que circunda el planeta y la política mundial está presidida por un venado con una cornamenta de 14 puntas, toda de oro, un Calígula que gobierna el imperio con los dedos movidos por el odio, la ignorancia y la estupidez».
El último párrafo no tiene desperdicio. Por ejemplo, a los médicos a menudo les dicen lo que en Internet han leído relacionado con la enfermedad. El médico pregunta que si saben algo de medicina y el paciente o acompañante contesta que no. Alucinante ¿no? Una cosa es que uno lea algo en Internet si quiere mortificarse más de la cuenta y otra que se lo diga al médico.
ResponderEliminarPero del último párrafo me quedo con la última frase. Lúcida descripción. MJ