sábado, 2 de diciembre de 2017

Nadie pretendía ser ningún mártir

Para ver cómo piensa la gente más lúcida por aquí (no en Madrit), nada mejor que leer nuevamente a Ponç Puigdevall (ojo, no confundir con el prófugo Puigdemont). Se trata de un habitual de este blog, un tipo que escribe periódicamente en Quaderns, un suplemento muy recomendable siempre [siempre (valga la redundancia) que ustedes entiendan el catalán escrito]. En fin, nadie pretendía ser ningún mártir, pero la mejor baza del orante y asimétrico Junqueras parece ser que es ahora la de continuar alojado en el hotel de Estremera (tiene capilla).

Gran Uribe discrepa de cuando dice "no sería raro que [la gente] dictaminara que estos políticos —Junqueras, Puigdemont— no están capacitados para llevar adelante hacia empresa política". No caerá esa breva, pero no despistarse: vamos a lo que íbamos; vean qué dice Puigdevall en su artículo La incògnita (en catalán en el original):

«Consiguieron que una efemérides esperada con ansia por cientos de miles de personas se convirtiera en una de las fiestas más tristes de la política actual: en las escaleras del Parlament, después de que la alcaldesa de Badalona propiciase que los otros alcaldes reunidos proclamaran su fidelidad a la nueva república, los gestos de los dirigentes nacionalistas catalanes transformaban la realidad que aparentemente estaban viviendo, como si fueran incapaces de representar una situación insólita o una materialidad imposible. Hacían recordar al individuo desesperado que sube a lo alto de un rascacielos y, ante la multitud que lo contempla desde la calle, amenaza con suicidarse con la esperanza —y la convicción— que las autoridades pertinentes se encargarán de impedir que cumpla con su palabra.

Ahora se sabe que todo era una ficción infantil perpetrada por un grupo de políticos imprudentes que no habían sido capaces de calibrar las consecuencias de dirigir una de las agresiones más inverosímiles y anacrónicas contra el Estado, ahora se sabe que no había nadie del élite nacionalista que no entendiera que sus promesas de redención nacional eran falsas —con la excepción, seguramente, del pobre Rufián: para entender las cosas hay un poco de materia gris—, ahora se sabe que nadie pretendía ser ningún mártir ni héroe de verdad. Aunque se desconocen, sin embargo, los detalles exactos de las desavenencias que se produjeron entre Junqueras y Puigdemont, el alcance de las heridas que debían provocar las palabras que se decían mientras iban subiendo a la azotea del rascacielos para lanzarse al vacío.

No tenían ideas claras, no había ningún plan —pero necesitaban insensatamente ir adelante—, les faltaba creatividad, y el talento era una virtud que ni siquiera buscaban. Despojados de la mayoría de los elementos que se necesitan para alcanzar el éxito —el empuje de la inteligencia, la compañía del pensamiento, la autocrítica, la evaluación realista de las circunstancias, la exigencia, la visión del presente y el sentido común—, era lógico que las cosas no les salieran bien ni por casualidad, y lo será también que los siga saliendo igual de mal, o peor, hasta que se den cuenta que les conviene plegar. Ahora, el 21-D habrá que ver de qué manera responden los votantes, no la minoría independentista de siempre, sino la masa teledirigida: no sería raro que dictaminara que estos políticos —Junqueras, Puigdemont— no están capacitados para llevar adelante hacia empresa política.

La incompetencia, la vanidad, la mentira, la falsificación de la realidad, la falta de precauciones que llevan a actos que son delitos, no necesariamente deben ser valorados como unos méritos, como un ejemplo de vigor moral, potencia y eficacia. El día de la escena a las escaleras del Parlamento, en la calle, había gente que lloraba».

3 comentarios:

  1. Porque se está ya en la vertiente religiosa del milagro, estilo Fátima, y esto no es bueno.
    Mezclar moral con ley es un error y aquí lo estamos embolicando todo.
    No vamos a llegar a buen puerto. Lo denoto.
    Salut

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  2. A mí esas escenas del Parlament, como otras muchas imágenes, me dan grima, pero hay algo que realmente me eriza los pelos. Según las encuestas, aún hay un porcentaje muy grande de personas que siguen creyendo que ésa es la mejor opción para Cataluña. Las certezas que expone, de maravilla, Ponç Puigdeval sobre los dirigentes processistas, ¿cómo las ven esos votantes? ¿No les importa o es que los llevan al huerto? MJ

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