martes, 31 de enero de 2017

Galdós y "El equipaje del Rey José"

El equipaje del Rey José
En "El equipaje del Rey José" Galdós empieza a novelar el período entre 1814 y 1833, reinado de Fernando VII, calificado por muchos como el peor rey de la historia de España. Aquí se enfrentan las dos españas de siempre, dos visiones del mundo de entonces: la España de las Cortes de Cádiz y la monarquía absoluta del susodicho rey (lo llamaban "El Deseado" pero acabaron de él hasta el gorro, pasando a llamarle "Narizotas"). Paralelamente, los franceses se retiran llevándose "hasta la enclavación", como dicen en Lorca (o sea, todo, hasta el último clavo). Y así pasamos del enfrentamiento heroico del pueblo contra el invasor a la lucha fratricida de las dos visiones de España. Más o menos lo de siempre... ¿Les suena, no?

Pero, ojo al dato. Galdós es un coñón, con perdón, y trata todo esto con fina pluma e ironía a raudales, haciendo que un tema histórico, en principio plúmbeo, le resulte (al menos a Gran Uribe) de lo más atrayente. Son estupendos sus diálogos y también las descripciones de los personajes, eso tan difícil de hacer para que resulten informativas y amenas. Aquí les dejamos, a modo de muestra, una de un personaje secundario: la de Fernando Navarro, apodado Garrote por la contundencia de sus puños, el padre de uno de los dos protagonistas. En fin, no dejen de leer al gran maestro: no se arrepentirán.


«Allí le tenemos, allí está nuestro gran don Fernando en una sala baja, sentado en ancho sillón de vaqueta con las piernas extendidas sobre un banquillo. Ocúpase en limpiar la hoja de una luenga espada de taza, hoja toledana y grandes gavilanes retorcidos. Frente a él, acurrucada en una silla baja está la que ya conocemos, incomparable y seráfica doña Perpetua, observando con atención prolija al insigne varón.


 Don Fernando Garrote y Doña Perpetua (ilustración de Enrique Mélida, 1883)
Era D. Fernando Navarro, o si se quiere don Fernando Garrote un hombre de más de sesenta años, de elevada estatura y bien proporcionadas carnes, ni gordo ni flaco, arrogante a pesar de su avanzada edad, de frente despejada, ojos vivos, los brazos y las piernas vigorosas, aunque ya nada listos a causa del mucho cansancio, ancha la espalda, curva y airosa la nariz, blancas y pobladas las cejas, así como el cabello, la piel rugosa y con largos bigotes retorcidos entrecanos, que eran singular adorno de su fisonomía en aquellos tiempos en que todo el mundo se rapaba el rostro. 


Ilustración de Enrique Mélida (1883)
Tenía este hombre la apariencia de un veterano de los antiguos tercios, héroe de las batallas de San Quintín y de las Gravelinas, conquistador de medio mundo y saqueador del otro medio desde Roma hasta Maestrich. Uníase a su belleza varonil y majestuosa cierta expresioncilla insolente y de perdona-vidas, y parecía satisfecho de la superioridad que Dios le había dado sobre el resto de los mortales. Observando su vanaglorioso ademán y porte guerrero, viéndole tan convencido de que la humanidad existía para que él probara sobre ella la fuerza de sus puños, se comprendía bien el apodo de Garrote que recibiera del vulgo. Lleváronlo sin ofenderse sus antepasados, que también fueron tremebundos, y el D. Fernando respondía al mote y a veces firmaba con él. 



Durante su juventud Navarro había guerreado bastantes años, primero en la campaña contra Portugal hacia 1762, después en el bloqueo de Gibraltar en 1779, y aún se asegura que por dar desahogo a su grande afición militar tuvo sus amagos y vislumbres de bandolerismo, en tiempo de paz, lo cual es muy propio de españoles; pero esto debe acogerse con prudente desconfianza, y la honra de tan insigne varón nos obliga a no asegurar de un modo terminante lo del latrocinio, consignándolo tan sólo como un simple rumor. 

Lo que sí no deja duda, por constar en papel sellado dentro de los mismos archivos de la audiencia de Pamplona, es que el gran Navarro entretuvo sus ocios y dio alimento a su arrebatada actividad y ardiente fantasía, introduciendo por los Alduides tejidos de hilo y algodón, en lo que según su entender no se ofendía a Dios, siendo claro como el agua que ni en el Decálogo, ni en el Nuevo Testamento, ni en ningún catecismo se dice nada contra el contrabando. Hacía esto nuestro adalid más que por propio lucro, por ayudar a los amigos, por favorecer a unos cuantos pobrecitos que vivían de ello, por armar camorra con los empleados del fisco y por dar palos. Esto era para Garrote fuente de delicias físicas y morales sin término».

Y continúa Galdós describiendo las dotes de Don Juan del señor Garrote, también para no perdérselo. Bueno, es solo una muestra del estilo de este grandísimo autor.




Esa época —la del regreso de "El Deseado" (luego "Narizotas") Fernando VII— la describe con su crudeza habitual Arturo Pérez-Reverte en su "Una historia de España":


1 comentario:

  1. Sabrosonas las descripciones, tanto la de Galdós de Don Fernando Garrote, como la de Pérez-Reverte de Fernando VII y su época, con comentarios que podían ser de rabiosa actualidad. MJ

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