domingo, 13 de marzo de 2016

Lejanas y perdidas batallas

¿Qué es el estilo literario de un autor? Gran Uribe no entiende mucho de esto, pero cuando lee unas líneas de Manuel Vicent, hable de lo que hable, sabría que las ha escrito él aunque no apareciera escrito su nombre por ninguna parte. ¿Será eso el estilo?

Aquí nos cuenta cosas que uno conoce perfectamente: los colchones de lana apelmazada, los juegos en la calle, las guerras a pedradas, la carta de baraja en la rueda de la bicicleta para que suene como una moto... No llevábamos reloj pero sabíamos a ciencia cierta a qué hora ir a comer o a cenar, nadie nos vigilaba ni nos echó la bronca nunca si volvíamos a casa magullados. En efecto, tal como dice Vicent, pertenecemos a una generación —la nacida en la autarquía pero que alcanzó la democracia— que ahora contempla, desde la altura del tiempo, el paso de la juventud airada que nos ningunea, ya que el pasado no parece servir de nada. Por eso contamos aquí estas lejanas y perdidas batallas...

En fin... Dejemos hablar a Manolo Vicent, que seguro que lo hace mucho mejor:

«La generación que llegamos a este mundo entre la Guerra Civil y el final de la autarquía en 1960, sobrevivimos de milagro al parto de nuestras madres, que apenas se cuidaron durante el embarazo. Crecimos bajo la amenaza del infierno y de la represión moral, pero entonces las puertas de las casas, incluso de noche, nunca estaban cerradas con llave. Dormimos en colchones de borra o de lana apelmazada y sobre ellos soñábamos con El Hombre Enmascarado; bebíamos agua pura de la fuente y jugábamos todo el día en la calle con patinetes, aros y flechas que habíamos fabricado con nuestras manos; hacíamos la guerra a pedradas contra la pandilla contraria y si volvías herido a casa nadie te regañaba, pero la idea de que tu padre se enfrentara en tu defensa al maestro, al párroco, al alcalde o al policía era impensable; nuestras madres nos bañaban en un barreño con agua caliente una vez a la semana en invierno, pero en verano íbamos al río o a la playa en una bicicleta en cuyos radios habíamos colocado una carta de la baraja, a menudo el as de oros, para que sonara a motor. Siempre entrábamos sin llamar en casa de un compañero con el que nos iniciamos en el sexo bajo los limoneros y compartíamos nidos y nombres de los pájaros, tebeos y gusanos de seda con aquel niño silencioso cuyo padre estaba en la cárcel o había sido fusilado. 

Manuel VicentEsta generación nacida durante la autarquía franquista consiguió romper los hierros de la dictadura y entre la libertad conquistada y la corrupción sobrevenida, ha dado a este país, pese a todo, grandes científicos, líderes empresariales y artistas internacionales. Ahora desde la altura del tiempo contempla el paso de la juventud airada sin adivinar hasta dónde llevará a este país la cólera social y puesto que el pasado no parece servir de nada, se limita a contar a sus nietos estas lejanas y perdidas batallas».


Enlace: Batallas

2 comentarios:

  1. Al leer este artículo rememoro un montón de "batallitas"de aquella época. Me produce un punto de nostalgia y ganas de contar algunas de ellas. Pero no lo hago porque creo que aún no he alcanzado la edad esa. Me lo guardo para más adelante. MJ

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    1. Yo, por desgracia, sí he alcanzado y rebasado con creces "la edad esa" y me he sentido totalmente identificado con esas actividades y esos juegos surgidos como de la nada, que tan magistralmente describe Vicent sin ánimo de ser exhaustivo (no cita "el escondite", las chapas, los botones, los "moros y cristianos", etc.). Respecto al sexo, nuestros "logros" eran bastante modestos: ver de qué color eran las bragas de tal o cual niña, colarnos a ver películas del "3R" o del "4" (con nuestro "experto" criterio, considerábamos que las del "3" "no tenían nada"), y cosas así. Evidentemente, en este campo es en el que veo más diferencias con los niños de hoy...
      El Tapir.

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