martes, 15 de marzo de 2016

Elena Fortún, Celia y Carmen Martín Gaite

La enhorabuena de Gran Uribe a Félix de Azúa por su entrada en la RAE, sustituyendo a Martín de Riquer; un nombramiento muy merecido. A él dedicaremos una próxima entrada. En su columna de EL PAÍS de hoy, titulada Una niña, nos recuerda a una escritora estupenda pero absolutamente olvidada, a pesar de los esfuerzos que hizo Carmen Martín Gaite por reivindicar su figura: nos referimos a Elena Fortún, creadora de su personaje Celia, una niña, y de otros como Cuchifritín, Mila, etc. Dice así:

«Si es usted persona entrada en años o tiene padres en semejante situación, pero, sobre todo, si su madre o abuela van alcanzando los 80, es posible que conozca o le suene el nombre de Elena Fortún. Fue una de las mujeres más destacadas de la Segunda República y ha sido del todo olvidada. Ganó notoriedad gracias a unos cuentos infantiles protagonizados por una niña llamada Celia que se convirtió en ídolo de la población femenina.


Novelas de Elena Fortún, en el domicilio de Gran Uribe / [granuribe50.blogspot.com.es]

La vida de Fortún fue bastante agobiada, en parte por su relación con Matilde Ras en una época poco educada. Eso no le impidió llevarse bien con su marido (Madrid era Bloomsbury), de quien tuvo dos hijos. Los tres murieron de mala manera, pero lo que la derribó a ella fue la revolución. 

Acaba de publicarse una novela, la última de Celia, que nunca antes pudo ver la luz, excepto en una rareza bibliófila de 1987. Su título, Celia en la revolución, pone un final tristísimo a aquella muchacha sensible, lista, ingenua y amable a la que la revolución comunista torturó y la revolución fascista expulsó al exilio.

¿Y cómo ha tardado 70 años en publicarse un documento tan interesante sobre la Guerra Civil? Pues porque Elena Fortún, como explica Andrés Trapiello en su prólogo, aunque leal a la República, no era ni comunista ni fascista y eso entonces te costaba la vida. Todavía hoy está bastante penado, aunque los actuales fratricidas adopten nombres majos.

El libro es un documento conmovedor porque asistimos al horror desde los ojos de una niña y sabemos que todo lo que cuenta es verdad. Hambre, fusilamientos, enfermedad, asesinatos, frío, persecución, latrocinio, todos los caballos del Apocalipsis cabalgaron sobre aquella dulce criatura hasta aplastarla. Es honroso devolverle algo de dignidad».
Enlace: Una niña




Así nos hablaba Carmen Martín Gaite, la autora de Retahílas, en el texto "Elena Fortún y su tiempo", aparecida en el libro Pido la palabra (Anagrama, 2002), que es una recopilación de sus conferencias:

Portada de "Pido la palabra" de Carmen Martín Gaite
«Muchos de los niños españoles nacidos antes de la guerra civil, que crecimos acompañados por Celia y su hermano Cuchifritín, al ver años más tarde que también nuestros hijos disfrutaban con el relato de sus andanzas, nos quedábamos en blanco si se les ocurría preguntarnos quién fue o dónde estaba ahora esa Elena Fortún que escribió unos cuentos tan preciosos. Yo también se lo había preguntado a mi padre al principio de los años cuarenta, cuando empezaron a dejarse de publicar en la editorial Aguilar títulos de la serie. ¿Qué había pasado? Y él se encogió de hombros. "No sé", dijo, "supongo que le pillaría en zona republicana [mi padre nunca decía 'zona roja'], y se habrá exiliado, como han tenido que hacer muchos escritores". Así era, en efecto, según supe hace relativamente poco, cuando Elena Fortún, que me había hecho pasar ratos tan deliciosos en la infancia, ya se había muerto. La guerra civil, que quebró el hilo de tantas historias, había marcado a fuego la de esta señora e interrumpido, como consecuencia, las que nos contaba sobre Celia y su hermano».



Celia en la revolución, el libro del que nos habla hoy Félix de Azúa, lo escribió ya en el exilio, y es una historia amarga, en la que apenas quedan vestigios de la Celia niña. Nos lo comentaba así Martín Gaite:

[...] «Nadie encuentra palabras ya, ni los niños ni las personas mayores; se habla poco y solamente de asuntos relacionados con la supervivencia. La guerra, protagonista omnipresente del libro, no provoca en quienes la padecen más reacciones que las marcadas estrictamente por la necesidad. Y hay una mordaza perpetua impuesta por el miedo. ¿Dónde ha ido a parar aquella niña rebelde que decía: «No sé dónde llegarían las cosas si hubiera que callarse siempre»? Pues ahí han llegado las cosas, a lo más grave, a cegarle los sueños a Celia, a dejarla descarnada y sin identidad, a negarle el derecho a la palabra y a la protesta en nombre de la razón. En muy pocos pasajes del libro protesta ya de nada. Simplemente se traslada de una ciudad a otra. Huye, llora, trata de ayudar a los demás a sobrevivir, pasa hambre y frío. Pero no tiene tiempo de preguntarse por nada y menos de soñar; ya ni en el cine se puede soñar. Y eso es el colmo. Durante su estancia en Barcelona, comenta:
Por las tardes voy al cine con Lidia. Hay cine en el subsuelo, donde no se oyen las sirenas, pero se sabe que llegan los aviones porque se apaga la luz. A veces en la pantalla aparece un avión, suena el motor, y no puedo soportarlo. ¡No, eso no! ¡En la pantalla no!
Encarnación Aragoneses ("Elena Fortún")
Estos conatos de protesta, cada vez más escasos, se ponen en boca de una Celia en quien su propia autora ya no cree. Seguramente a estas alturas de su peripecia personal, Elena Fortún se esforzaba en vano por ampararse en los sueños de aquella niña de papel a quien en otro tiempo ella se gozara en dar vida. La guerra ha matado a la Celia que nosotros conocíamos. O mejor dicho, su autora, que antes se escondía celosamente tras ella, ahora la ha suplantado para hablar de sus propias heridas, para contar lo suyo. De este libro, pues, quedan excluidos todos los lujos de la imaginación, el humor y la utopía, barquillas abocadas a naufragar en el derrumbamiento general de una España en crisis. Testimonio en verdad inapreciable y de una gran riqueza literaria, pero que, a mi manera de entender, nada o muy poco tiene que ver con la saga de los Gálvez.

Al hilo de su propia odisea, Elena Fortún necesitó desahogarse escribiendo este libro, aunque fuera a expensas de la destrucción definitiva del mito de Celia. Tal vez necesitaba sacrificar a Celia para sobrevivir ella, como testigo inevitable del desplome de sus más preciados ideales».[...]


Enlaces a las conferencias de Carmen Martín Gaite sobre Celia y Elena Fortún que aparecen en Pido la palabra

Elena Fortún y su tiempo
Elena Fortún y sus amigas
Arrojo y descalabros de la lógica infantil
Interpretación poética de la realidad

3 comentarios:

  1. Leí hace poco, gracias a una amiga muy querida, "Celia en la revolución" y me encantó. Una novela entrañable, con personajes de carne y hueso, e igual de entrañables. Con mirada crítica, y serena, Celia nos va adentrando en los tiempos de guerra, sus miserias y sus horrores, sin estridencias, con el sabor, a veces amargo, de lo cotidiano.
    Me aficioné a sus historias y lamenté muy mucho no haberlas descubierto antes. Una injusticia, y una pena, que Elena Furtún sea hoy casi una desconocida. No lo merece. Ni ella, ni sus posibles lectores.

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  2. Yo leí algunos de ellos de pequeña en la biblioteca del pueblo donde pasábamos los veranos. Íbamos todas las tardes a eso de las siete. Nos encantaba aquella sala destartalada y enorme con unas mesas larguísimas colocadas a lo ancho. Nadie nos daba instrucciones. Leíamos lo que queríamos. Celia, Antoñita la fantástica, De los Apeninos a los Andes ...., pero los de Celia eran los mejores. Este invierno, gracias a esa amiga tan querida, he podido leer algunos que me faltaban. Otra vez las aventuras y desventuras de Celia y su familia, contadas de esa manera sencilla y emotiva que explica tantas cosas. Me gustan más que antes. MJ

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  3. Siento una gran envidia de MJ por sus tardes veraniegas pasadas con Celia cuando tocaba, de pequeña. Yo la descubrí de mayor gracias a su entusiasta valedora Carmen Martín Gaite, que se empeñó en que no cayera en el olvido. Cuando aún no se habían reeditado las novelas de Celia, encontré la primera," Celia, lo que dice" en la librería de viejo Cervantes, cercana a la Plaza de la Universidad de Barcelona (recuerdo el momento perfectamente, faltaban muy pocos días para Semana Santa, como ahora). Es un ejemplar muy usado, del que no puedo saber el año de edición porque faltan las primeras hojas. Sentí una gran felicidad y una gran emoción porque había deseado muchísimo encontrar este libro que al leerlo al fin, después de aguardarlo mucho, me pareció prodigioso.

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