viernes, 6 de marzo de 2015

Una vida sin cultura

Hoy se publica un artículo de Rafael Argullol para pensar un poco. Dice así:

Una vida sin cultura 
«Quizá lleguemos a ver cómo será la vida sin cultura. De momento ya tenemos indicios de lo que está siendo, paulatinamente, un mundo que ha optado, al parecer, por desembarazarse de la cultura de la palabra pese a poseer índices de alfabetización escolar sin precedentes.

Me ha dicho el editor que me deje de caballeros andantes y que escriba algo con más pegadaHace poco un editor me comentaba que el problema —o, más bien, el síntoma— no eran los bajos niveles de venta de libros sino la drástica disminución del hábito de la leer.
El pseudolector actual rehúye las cinco condiciones mínimas inherentes al acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libertad y soledad. Él abomina de lo complejo como algo insoportablemente pesado; desprecia la memoria, para la que ya tenemos nuestras máquinas; no tiene tiempo que perder en vericuetos textuales; no se atreve a elegir libremente en la soledad que, de modo implacable, exige la lectura. [...]
En definitiva, nuestro pseudolector actual ha sido alfabetizado en la escuela y, en muchos casos, ha acudido a la universidad, pero no está en condiciones de confrontarse con el legado histórico de la cultura humanista e ilustrada construido a lo largo de más de dos milenios. Este pseudolector —en el que se identifica a la mayoría de nuestros contemporáneos— no puede leer un solo libro verdaderamente significativo de lo que hemos llamado, durante siglos, “cultura”.

»Quien escuche una opinión semejante rápidamente alegará que hemos sustituido la cultura de la palabra por la cultura de la imagen, el argumento favorito cuando se conversa de estas cuestiones.[...]
Paradójicamente, nuestra célebre cultura de la imagen alberga una mirada de baja calidad en la que la velocidad del consumo parece proporcionalmente inverso a la captación del sentido.[...]

Selfie ante La Gioconda en el Louvre»Les propongo tres ejemplos de obras maestras sometidas al asedio de dicho turismo: La Gioconda en el Museo del Louvre, El nacimiento de Venus en los Uffizi y La Pietà en la Basílica de San Pedro. No intenten acercarse a las obras con detenimiento porque eso es imposible; apóstense, más bien, a un lado y miren a los que tendrían que mirar. La conclusión es fácil: en su mayoría no miran porque únicamente tienen tiempo de observar, unos segundos, a través de su cámara: de posar para hacerse un selfie. Capturadas las imágenes, los ajetreados cazadores vuelven en tropel a la comitiva que desfila por las galerías.[...]

Rafael Argullol El experimento en los museos, aun con su componente paródico, ilustra bien la orientación presente del acto de mirar: un acto masivo, permanente, que atraviesa fronteras e intimidades, pero, simultáneamente, un acto superficial, amnésico, que apenas proporciona significado al que mira, si este niega las propiedades que exigiría una mirada profunda y que, de alguna manera, se identifican con los que requiere el acto de leer: complejidad, memoria, lentitud, libre elección desde la libertad. Frente a estas propiedades la mirada idolátrica es un vertiginoso consumo de imágenes que se devoran entre sí. Al adicto a esta mirada, al ciego mirón, le ocurre lo que al pseudolector: tampoco está en condiciones de confrontarse con las imágenes creadas a lo largo de milenios, desde una pintura renacentista a una secuencia de Orson Welles: las mira pero no las ve.[...]

»Igual la vida sin cultura es mucho más feliz. O puede que no: puede que la vida sin cultura no sea ni siquiera vida sino un pobre simulacro, un juego que sea aburrido jugar».




P.D.
Al hilo de esta última frase, la Historia de un buen brahmín, de Voltaire (que cita un/a comentarista del blog), acaba así:

[...] «Más golpe me dió esta respuesta del brahma, que todo cuanto primero me había dicho; y examinándome a mí propio, vi que efectivamente no quisiera yo ser feliz a trueque de ser un majadero. Propuse el caso a varios filósofos, y todos fueron de mi parecer. No obstante, decía yo entre mí, rara contradicción es pensar así, porque al cabo lo que importa es ser feliz, y nada monta tener entendimiento, o ser necio. Mas digo: los que viven satisfechos con su suerte bien ciertos están de que viven satisfechos; y los que discurren no lo están de que discurren bien. Luego cosa es clara, añadía yo, que debiera uno escoger no tener migaja de razón, si en algo contribuye la razón a nuestra infelicidad. Todo el mundo fue de mi mismo dictamen, mas ninguno hubo que quisiese entrar en el ajuste de volverse tonto por vivir contento. De aquí saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, más aprecio hacemos todavía de la razón. Mas, reflexionándolo bien, parece que preferir la razón a la felicidad, es garrafal desatino. ¿Pues cómo hemos de explicar esta contradicción? Lo mismo que todas las demás, y sería el cuento de nunca acabar»


6 comentarios:

  1. Es posible que la vida sin cultura sea más feliz -la felicidad del burro-, pero una felicidad adormecida y poco estimulante. El ejemplo de los museos que pone Argullol es de lo más significativo: "miran pero no ven". Viajar, seguramente, es una de las cosas que más me gusta, pero a mi manera, deleitándome en las cosas que me gustan y rehuyendo caer en la obsesión de "verlo todo". Cuando al volver de un viaje me encuentro a un conocido que también ha estado en el mismo sitio, suelo acabar con una sensación un poco molesta de "no haber estado en el lugar". "Ah, ¿has estado en Roma?, entonces habrás ido a ver tal, cosa"; "Ah, pues no". ¿Y tal otra?; "no, mira no me dio tiempo". "Lo que no te habrás perdido es el museo tal"; "caramba, tuve tan mala suerte que ese día estaba cerrado"; y así sucesivamente. Hemos estado en la misma ciudad, pero la otra persona parece conocerlo todo, mientras que yo, pobre de mí, es como si no hubiera ido. Uno se encuentra en la absurda situación de estar justificándose de no haber hecho el "mismo" viaje que el ubicuo personaje...Y, sin embargo, he disfrutado profundamente de la visita a esa ciudad o paraje... Bueno, no me enrollo más, que está quedando largo... Saludos,
    El Tapir

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    1. No le ha quedado largo, Tapir. Yo cada vez veo menos cosas en los viajes y, aún así, los disfruto cada vez más. Sé que ya nunca superaré con nota un interrogatorio de ese estilo ni puñetera falta que hace.
      Roma es un caso claro, aunque le pasa a todas las ciudades turísticas. Hay que dejarse ir por su pulso y vivir la vida, que son dos días.
      Y si no voy a un museo, "ya compraré unas diapositivas en el estanco".

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    2. Hay una variante, sobre todo en lo que respecta a viajes por España: el gastrónomo "enterado" que te indica qué restaurantes imprescindibles tienes que visitar en tu viaje. Tú a lo mejor tienes previsto ir de bocata y esas cosas, o desayunar "fuerte" en el hotel (y si puedes "robar" un par de croissants y dos manzanas, mejor) para no tener que comer luego, pero... a la vuelta: ¿Fuiste a "Casa XXX"? ¿Tampoco estuviste en "El rincón de XXXX"? Bueno, allí sí pero estaba lleno.
      Mentira podrida. Ni fuiste ni nada que se le parezca.

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  2. Este artículo me ha recordado un cuento de Voltaire: "Histotia del buen brahmím". Es un cuento cortito y que da mucho que pensar. A mí siempre me ha gustado mucho y aquí viene al pelo.
    Yo me quedo con el brahmín, y con Argullol.

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  3. A mí me gusta repetir. Muchas veces no me acuerdo de cosas que he visto y cuando repito, me encanta la sensación esa de yo ya he estado aquí y reconocer un paisaje, una calle, plaza u obra de arte y captar detalles nuevos. Por cierto, si comento con alguien el viaje normalmente el otro sabe más.

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    1. Hay quien, cuando ya ha estado en un sitio, dice: "no, si ya lo conozco".
      A mí, como a usted, me gusta repetir, reconocer, revivir sensaciones, buscar nuevos registros. Y, respecto a lo de comentar, siempre todos saben más.

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