Fotografía: María Maarbes |
«Hacer un crucero es una experiencia de ciencia-ficción. Como estar en un Benidorm flotante o en un Marina-Waterworld. En el satélite donde se han quedado a vivir los humanos sedentarios de Wall-E. Por los salones desfilan niñas disfrazadas de princesas por un día; chinos que juegan a la ruleta; animadores con gorros de alce que chapurrean cinco idiomas y al despedirse gritan: “Chau, chau”; sexagenarias parejas amarteladas que se miran con arrobo mientras escuchan duetos melódicos que cada día entonan Strangers in the Night a la misma hora; gente de todas las edades que acumula cruceros y recorre el mundo mientras charla no solo de si Palermo es más hermosa que Alejandría, sino también de si el embarque de los Royal Caribbean es más rápido que el de los Costa. Los cruceristas profesionales tienen dos reglas de oro: saber enseguida si te ha correspondido el primer o el segundo turno para la cena y contratar las excursiones inmediatamente para poder visitar las ciudades en las que se hace escala».[...]
Enlace: La fiesta, en cubierta
Pues yo hice un crucero por el Mediterráneo y me gustó. Igual es que tuve suerte.
ResponderEliminarUn tema muy adecuado para esta romántica jornada de San Valentín, Uribe, en la que aumenta de modo exponencial el número de clientes para este tipo de vacaciones.
ResponderEliminarQuizá tuvo usted suerte, MJ, o quizá no. En cualquier caso, viendo esa siniestra fotografía, espero no apuntarme nunca a un viaje así. Antes me quedo en casa.