sábado, 20 de febrero de 2016

Un modesto recuerdo para Umberto Eco

Se nos ha ido toda una figura, qué le vamos a hacer. Una verdadera pérdida, porque gente tan lúcida como él quizá nos sea más necesaria que nunca en los tiempos que corren, de banalización galopante. En fin, nos vamos quedando sin cómplices, tal vez diría Mario Benedetti...

Umberto Eco fue un intelectual muy representativo del último tercio del siglo XX: un experto en el medioevo transformado en semiólogo. Fue autor de textos teóricos que han sido objeto de sesudos debates en las universidades de todo el mundo, pero, a la vez, un escritor de ficciones que tuvieron una difusión muy grande, como su larguísima novela El nombre de la rosa (Ed. Lumen, 1982), buenísima, sobre todo si uno hacía caso omiso de los "latinajos" y de las parrafadas en latín y sabía saltarse esas páginas sin complejo alguno. De cualquier forma, es difícil explicarse que lo compraran (y quizá leyeran) treinta millones de personas.
En fin, además de todo, "un caballerazo como de aquí a Lima", como diría un pariente de un servidor de ustedes.

Portada de la edición de Ed. LumenA Gran Uribe le impactó mucho, en sus tiempos de estudiante, su ensayo (o colección de ensayos) titulado Apocalípticos e integrados (Ed. Lumen, 1965)una obra de referencia en todas las facultades de filosofía y en las escuelas de arte y de arquitectura de aquí, allá y acullá.

En la primera parte, trataba de la cultura de masas y de los niveles de cultura, diferenciando entre "apocalípticos" e "integrados". Según la perspectiva de Eco, para la aristocracia, la idea de compartir la cultura (de tal modo que pueda llegar y ser apreciada por todos) es un contrasentido, por lo tanto, no se trataría de una cultura sino de una "anti-cultura". Los aristócratas serán pues, los pesimistas, o los apocalípticos.  Por el contrario, aquellos que son entusiastas defensores de la difusión masiva de la cultura y solo le ven ventajas de todo tipo a ese fenómeno, serían los optimistas, los integrados.

En la segunda parte, se ocupaba de la que él llama "estructura del mal gusto" y analizaba la estilística del Kitsch. En este aspecto, nos venía casi a enunciar las que él entendía que eran sus cinco características básicas, a saber:

Fotografía: Sarah Lee (for The Guardian)1. Toma procedimientos de la vanguardia artística, esto es, de las expresiones artísticas más innovadoras, y los “adapta” a un nivel accesible a las grandes masas. O sea, que simplifica y superficializa la manifestación artística para ampliar las audiencias.

2. Tales procedimientos son empleados solo cuando las vanguardias se han difundido lo sufienciente hasta ser aceptadas (es decir, cuando dejaron de ser innovadoras); de esta forma, se evita el riesgo de rechazo.

3. Busca siempre un efecto inmediato y fácil, para lo cual, apela a los lugares comunes, ésto es imágenes y palabras de reconocida efectividad. Por ello, recurre a la redundancia, insistiendo machaconamente en un mismo recurso.

4. Pretende engañar al consumidor pasando tales productos por manifestaciones artísticas genuinas, cuando, en realidad, solo se trata de versiones vulgarizadas.

5. Como el consumidor cree haber accedido a la cultura, el kitsch cumple una función “paliativa” que desvía el interés por otro tipo de inquietudes.

El resto de la obra está enfocado a analizar el mundo del cómic, de la canción de consumo y también de la televisión, a la que dedica un sustancioso capítulo. Una gran obra. Descanse en paz, Umberto Eco.





POSTDATA (27/2/2016)

Para acabar, un entrañable artículo de Antonio Muñoz Molina, que siempre anduvo cerca de conocer a Umberto Eco pero nunca llegó a conseguirlo, en alguna ocasión por el ego de quienes renunciaban a presentárselo. Acaba con una mención a Apocalípticos e Integrados, de la que hablábamos al principio.



4 comentarios:

  1. Magistral Umberto Eco. Su novela "El nombre de la Rosa" ´se publicó mientras estábamos en Macondo, cuyo nombre real era "Pompeu Fabra". Un nombre absurdo para aquel instituto que bautizó un compañero con mucho acierto. Bueno, pues recuerdo a Mari Carmen Casanova con ese libro tan grueso que leí muchos años más tarde. Admirado Umberto Eco.

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  2. Inolvidable Umberto Eco. Jamás nos olvidaremos de él, ni del placer con que leímos "El nombre de la rosa". Un caballero, y quedan pocos.

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  3. Tuve el placer de leer "El nombre de la Rosa" en un trayecto diurno de barco desde Ibiza a Barcelona que entonces duraba nada más y nada menos que doce horas. Había acabado mis vacaciones de verano y me esperaba Macondo, lleno de risas y también de trabajo, todo compartido con unos compañeros inolvidables. Así que este libro tan especial me retrotrae a lo más parecido a la felicidad.

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