Quizá porque en esta época estaba ya de vacaciones, Gran Uribe guarda buenas imágenes de ella, aunque sean en blanco y negro. Recuerda la casa de la calle Muntaner con su pasillo interminable y frío, atemperado por una estufa de petróleo situada en un extremo, la elaboración del Belén, en la que Patiña —su madre— vertía toda su imaginación, que era mucha, el visiteo de familiares —unos queridos y otros no tanto—, las tardes en el cine Adriano, los partidos de chapas y botones, que en esta época eran diarios, el pegado de cromos en el álbum, la ansiosa espera de los Reyes Magos, con los padres (Patiña y Tirano) haciendo su particular escenografía en la sala mientras colocaban los regalos, con toses y ruidos diversos, pellofas de naranja y boñigas de caballo.
Y después de ese día, las batallas de indios y soldados de azul y también la lectura de los nuevos libros de Salgari, donde estaban otra vez presentes, parafraseando a Michael Ende, 'todas las aventuras, hazañas y peleas posibles, las tormentas en el mar y los países más exóticos'.
Luego, con el fin de la infancia y también de la adolescencia, uno se da cuenta de que se ha acabado la fiesta, y los libros de aventuras van siendo sustituidos por otros más circunspectos. La Navidad se convierte a partir de entonces en la estación del año (por lo que dura) que uno más detesta. Es el momento en que empiezas a hacer una melancólica semblanza de "un tiempo que parece que se te escapó de las manos, de lo que has vivido y empiezas a pensar que no vivirás. A partir de los cuarenta las respuestas a las preguntas existenciales no existen y te asustas al pensar que ya no es lo que viene sino lo que te queda", como decía Loquillo. Y, para colmo, lo de Uriarte.
En fin, para qué seguir. Ahora nos sumiremos estos días de Ibiza en una burbuja diferente, aunque allí habrá un penoso amago de reedición de aquello que iluminó la infancia. Habrá, no lo duden, regalos, 'alegría' y 'comidas familiares' con pavo, y a eso trataremos de aferrarnos, pero uno preferiría quedarse aquí recordando todo aquello con sus hermanos, sentimental que es uno.
Ay, GU, a mí me pasa lo mismo. Preferiría recordar lo que eran aquellas modestísimas Navidades en la calle Muntaner. Te has olvidado incluir la aportación "técnica" de Tirano en la confección de las montañas (corcho) del fondo, de sus advertencias sobre nuestros errores de perspectiva cuando colocábamos las casitas más grandes en último término, y las pequeñitas delante...No teníamos caganer, pero los Reyes avanzaban cada día un poquito hacia el portal...Para cubrir los caballetes utilizábamos (¡horror, anatema!) una bandera española supongo que procedente de algún antiguo desfile. Colgábamos un horrible espumillón de la no menos espantosa lámpara de hierro del comedor y eso parecía que alegraba las comidas. En fin, para qué seguir. Era nuestra infancia y a medida que se aleja en el tiempo más la añoramos. Pásalo lo mejor posible estos días y no tardes en volver. Te necesitamos.
ResponderEliminarnvts
Pues sí, la fantasía la ponía Patiña y el rigor técnico Tirano con sus apuntes de perspectiva. Recuerdo todavía el olor del musgo y de los polvos de talco que poníamos para simular la nieve, pero no recuerdo lo de la bandera española tapando las patitas de los caballetes ni el espumillón en la lámpara.
EliminarEn cuanto a las figuras, una maravilla, qué diferencia con las birrias que venden ahora.
Es verdad que llega un momento en el que se le empieza a coger manía a la Navidad, hasta que al final se le tiene de veras. Quizás eso ocurre cuando uno tiene que llevar la voz cantante. Pero de todos modos, yo he seguido celebrándola. Ahora, claro, por las nietas, antes no sé por qué. Las Navidades de mi infancia me quedan tan lejos en el espacio y en el tiempo que casi nunca las evoco. Sólo cuando estoy hasta la gorra de comprar y cocinar, entonces esos flashes me muestran una Navidad divertida, alegre, mágica. MJ
ResponderEliminarYo, en cambio, las evoco con cierta frecuencia, y más en estas fechas. Debe de ser que me hago mayor...
Eliminar¿Mayor que yo?
EliminarQue haya paz. Simplemente eso.
ResponderEliminarsalut
Yo también me conformo con eso, con que haya paz, y eso no siempre es fácil de conseguir en este tipo de eventos familiares, en los que no siempre todos los presentes son del agrado de uno y suele ser una buena oportunidad de demostrarlo por parte de los más puñeteros [que siempre cae alguno o (alguna)].
EliminarY, vaya usted a saber por qué, muchas veces esas fechas tan "entrañables" coincidían con grandes discusiones discusiones -en realidad, riñas- familiares. Y a pesar de la "mala prensa" que tienen últimamente, estas fechas me siguen produciendo una cierta añoranza. Mañana, en el ayuntamiento de ibiza, donde El Tapir trabaja desde hace casi 15 años, se celebra el llamado "pleno de la sobrasada", el último pleno municipal del año y el más breve, ya que tiene un carácter puramente simbólico. Ese día no se discute de nada, ni siquiera entre los rivales políticos más enconadod. En realidad ese pleno es el anticipo de un pantagruélico aperitivo que se celebra en el claustro del ayuntamiento viejo (el antiguo convento dominico donde hoy trabaja El Tapir), en el que la sobrasada la sobrasada (de ahí su nombre) es la reina, junto al vino payés (imbebible, por cierto), el "butifarró",las empanadas ibicencas, etc. A mí me encanta esta fiesta en el marco del viejo claustro, entre otras cosas porque es el anticipo de las idealizadas fiestas navideñas. Y también porque te da la oportunidad de ver reunidos a muchos compañeros (y compañeras) que no tienes ocasión de ver en todo el año por la dispersión de las oficinas municipales. Y ahora, algo realmente original: ¡Felices fiestas a todos (y todas)!
EliminarEl Tapir
La verdad es que yo también estoy un poco hartita de comprar y cocinar. Hasta el moño, vaya. Pero, bueno, por los hijos, y sobre todo por los nietos, a seguir comprando y cocinando, y armando detalles navideños y demás... En fin, que haya paz, eso es lo principal, en la familia, y fuera de la familia. Y que dure.
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