viernes, 6 de noviembre de 2015

Ay, Portugal...

Andrés Trapiello, junto a su mesa de trabajo
 FOTO: BERNARDO PÉREZ
«Los portugueses son tan discretos que incluso para declarar el amor que sienten por su país lo hacen de una manera afligida, delicada: “Ay, Portugal, por qué te quiero tanto...”. En cientos de fados está esta misma idea: ¿qué fatalidad nos lleva a amar un país como este que, desde Alcazarquivir, parece haber ido de derrota en derrota? ¿De dónde le nace esta pena tan profunda que representa como nadie el rey don Sebastián? 
Pocos sentimientos más conmovedores que esa fatalidad que les lleva a una especie de hospitalaria desesperación, cuando tienen que vivir en su país, o a una saudade insalvable cuando han de hacerlo lejos de él. 

De eso hablan sus fados, eso se preguntan sus íntimos soliloquios: “Ay, Portugal, por qué te quiero tanto...”. Si dejaran hacerse portugués en alguna oficina, iría corriendo. No hay vez que llegue uno a Portugal, que no nos preguntemos: ¿y por qué no nos pareceremos más a los portugueses? ¿Por qué hemos de ser tan ruidosos, folloneros y entusiastas? ¡Con cuánta solicitud hemos visto estos días a taxistas, camareros, comerciantes y hoteleros hablándonos castellano! ¡Cuánta ilusión ponían en hacerlo correctamente! Cuando se les preguntaba dónde habían aprendido a hablarlo tan bien, decían risueños: hablándolo, por el gusto de hacerlo... Así que nos quedábamos un poco abochornados por no saber corresponder en su lengua, tan hermosa, a tantas atenciones espontáneas, movidas a menudo sólo por el deseo de agradar. 

Reloj del "British Bar", de LisboaLa idea de una federación ibérica, formada por Portugal y España, es antigua, muy anterior incluso a la de la Unión Europea. Desaparecidas hoy las fronteras entre nuestros dos países, sólo quedan un puñado de abandonadas casamatas y dependencias aduaneras en ruinas. Cuando cruza uno la Raya de Portugal, los alcornocales, encinares y olivares que dejamos en Extremadura o en el Alentejo, según el sentido de la marcha, nos confirman que seguimos en un mismo país. ¿El mismo? No, desde luego. El suyo está formado por gentes discretas, silenciosas, generosas, pacientes, y, sí, melancólicas, pero joviales. Algo más pobres, pero mucho más nobles. 

Han llegado a un punto de refinamiento tal (no en vano están emparentados con Inglaterra y con Oriente) que han hecho suya la enseñanza de Bernardo Soares: “El entusiasmo es una ordinariez”. Lo saben desde hace siglos».

 Enlace al blog de Andrés Trapiello: Ay, Portugal...


    MadreDeus        Álbum: "O espírito da paz" (1994) 
Nº 1 — Concertino: Minueto



    MadreDeus             Álbum: "O espírito da paz" (1994)
Nº 2Concertino: Allegro




3 comentarios:

  1. Artículo relajante, con final musical exquisito que viene muy bien para los tiempos que corren. Yo también me he encontrado en Portugal con gente como la que describe Andrés Trapiello. Igual iría bien para los dos, Portugal y España, juntarse. Cada uno aportaría lo suyo y puede que nos complementáramos. MJ

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  2. Tiene toda la razón el artículista. ¡Tan juntos y tan distintos! Esa grosería, esa agresividad, esa chulería de las que parecemos sentirnos tan orgullosos y que en muchas ocasiones hace desagradable la convivencia. Algo de todo eso les cambiaría a gusto por un carácter más apacible, sosegado, incluso delicado. No hay duda de que también nosotros les podríamos regalar algo de alegría, unas castañuelas... En fin, no estaría mal una combinación de nuestras maneras de ser.
    El Tapir

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  3. Sí, los portugueses son gente tranquila,
    Bien por Trapiello.

    Vh

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