domingo, 4 de noviembre de 2018

Nuestro adiós a un tocayo: "El algarrobo"

Se nos fueron ya los tres. Sancho Gracia ("Curro Jiménez"), José Sancho ("El Estudiante") y ahora... el tocayo de un servidor de ustedes, Álvaro de Luna ("El Algarrobo").

Tres actores de casta, aunque de calidad irregular (¡ojo!, un Pepe Sancho excelso en la serie de televisión "Crematorio", basada en la novela de Rafael Chirbes, un monstruo), pero que forman parte de "la crónica sentimental de nuestras vidas", como hemos podido leer en algún obituario de esos que circulan por ahí.

Aunque, si quieren leer unas palabras de más nivel, pero sentidas y entrañables, aquí tenemos las que le dedica Manuel Vicent, buen amigo suyo, en su columna de los domingos en EL PAÍS. Se titula "Álvaro", "como no podía ser de otra manera", tal cual se dice ahora. Pues eso. DEP, Álvaro de Luna. Aquí les dejo con Vicent:


«Al galope cabalgando la muerte se ha ido Álvaro de Luna, un gran amigo a quien he tenido al lado siempre dispuesto al rescate, desde los días de gloria, de risas y de juego del café Gijón, en los veranos en el mar de Denia, en la llamada de teléfono de cada mañana durante tanto tiempo. Era un tipo legal, con un cuerpo rocoso que despedía bonhomía y una fortaleza más allá de toda imaginación. Con mis propios ojos vi un día que levantaba a pulso un coche Renault 18 para que el propietario, que carecía de gato, pudiera cambiar la rueda. Comenzó de especialista en el cine tirándose del caballo, asaltando diligencias, arrojándose al vacío desde una quinta planta, y terminó como protagonista en películas y obras de teatro, un caso insólito, muy difícil, por eso en su profesión era querido y respetado. 

He sido testigo de hasta qué punto lo adoraba la gente sencilla en la calle. Su imagen de El Algarrobo hizo estragos en los niños, pero también entre camioneros, guardias, taxistas, ministros y presidentes del Gobierno. Ya no sonarán sus carcajadas llenas de euforia, rematadas a veces con un grito de Tarzán, ni le oiremos la forma en que se aliviaba sus neuras y con todo pormenor gesticulaba, dramatizaba, imitaba, montaba escenas y se apoderaba por derecho de la tertulia. Se ha ido cabalgando en busca de su maestro Manuel Aleixandre, de Curro Jiménez, del Estudiante para compartir con ellos la hogaza de pan que sacará del zurrón y cortará con una navaja cabritera. Solo queda llorar por la memoria de una profunda amistad. Pese a todo, aun con lágrimas sobre las hojas amarillas de otoño, hay que brindar por tantos pequeños placeres compartidos, de cuando nos creíamos inmortales. Si la inmortalidad es ese don que los dioses depositan en la memoria de los amigos, Álvaro de Luna la tiene asegurada. Serán legión los que le recuerden siempre».

Manuel Vicent, Álvaro, EL PAÍS , 4/1172018)


3 comentarios:

  1. Gracias por publicar en su blog la dedicatoria de Manuel Vicent a Álvaro de Luna. No se puede decir más y mejor con menos palabras.

    Muchas gracias
    F.G.

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  2. Una dedicatoria muy bonita. Excelente la frase que relaciona la inmortalidad con el don que los dioses depositan en la memoria de los amigos. MJ

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    1. Excelente. Ese tipo de escritos tan sentidos solo están al alcance de maestros de la pluma, sobre todo cuando hablan de gente a la que apreciaban de verdad.

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