Carlos II el Hechizado Juan Carreño de Miranda (1685) |
Según las crónicas de la época, aquel 6 de noviembre de 1661 nació "un robusto varón, de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes". No lo vió así el embajador de Francia, que escribió a Luis XIV, a la sazón rey de Francia: "El Príncipe parece bastante débil; muestra signos de degeneración; tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura [...], en fin, asusta de feo". Bien, belleza o feldad física aparte, parece acreditado que el futuro rey era un tipo débil y aquejado por todo tipo de enfermedades, además de poseer una capacidad mental escasa, por no decir nula. Con el fin de mantener con vida a ese frágil sujeto, fue alimentado por 14 amas de cría distintas, que le amamantaron hasta la edad de 4 años. El hecho es que no fue capaz de aguantarse de pie hasta los 6 años de edad, quizá debido a un raquitismo por déficit de vitamina D, agravado también por la falta de luz solar, ya que no se sacó casi nunca al niño a tomar el aire por temor a que se enfriara. Un nene criado entre algodones y bastante mimado, sin duda.
El profesor "Cametes", del que hablamos el otro día, decía de él que "se pasaba todo el día llorando detrás de las columnas de palacio", frase que nos dejaba muy apenados. Como era básico que tuviera descendencia, le buscaron esposa. Tuvo dos, y la segunda, Mariana de Neoburgo, era una individua de armas tomar. Según Juan Eslava Galán, era "ambiciosa, calculadora, altanera, desabrida e insatisfecha sexual, que hoy hubiera sido la gobernanta ideal de un local sado-maso".
Carlos II el Hechizado y Mariana de Neoburgo (autor anónimo) |
"Y así, en noviembre de 1700, último año de un siglo que los españoles habíamos empezado como amos del universo [...], el último de los Austrias bajó a la tumba fría, el trono quedó vacante y España se vio de nuevo, para no perder la costumbre, en vísperas de otra bonita guerra civil. Ya nos lo estaba pidiendo el cuerpo", concluía su reseña Arturo Pérez-Reverte.
En efecto, poco antes de morir firmó que fuera su heredero un borbón, y "la suerte"(es un decir) recayó en el que sería Felipe V, nieto de Luis XIV, y la que se lió...
El último Austria era, en sus facciones, la expresión de una dinastía agotada. El fin de una época de estigmatizados y colonizadores chulescos, de hidalgos holgazanes y vividores. La ilustración quedaba lejos y solo un hálito de ella llegó a esta piel de toro después de una guerra. Los borbones trajeron una modernidad raquítica que duró casi nada, algunos artistas, algunos ilustrados hicieron lo que pudieron, pudimos vivir una historia de pena que nos dio, sin embargo y entre otras cosas, el catastro, la lotería nacional, la Biblioteca, la Real Academia, los jardines botánicos...
ResponderEliminarSaludos
¡Qué razón tienes, Francesc! La nueva dinastía había abierto con Francia puertas que permitieron la entrada de ideas nuevas y de cosas interesantes. Las academias de la Lengua, de la Historia, de Medicina, la Biblioteca Nacional, el catastro, los jardines botánicos y, con el marqués de la Ensenada, se abrieron canales de riego, se fomentó la agricultura, mejoraron los transportes. Pero era "una modernidad raquítica" que duró poco y la cosa degeneró pronto.
EliminarAún así, los manuales de Historia de la época de mi adolescencia rezaban frases de este estilo: «el extranjerismo y las malsanas doctrinas se infiltraron en nuestra patria», y otras más cutres.
.... Un adefesio. Con perdón y llamando a las cosas por su nombre.
EliminarComo muestra de lo que rezaban los manuales de la época, un botón:
Eliminar[img]https://3.bp.blogspot.com/-gwvHwtZmv_g/W-IHvaxbs4I/AAAAAAAAnC4/L6oVEfNjYtMD7kpZ8drlTSHxsKMh_YEQgCLcBGAs/s1600/alvarez_1.jpg[/img]
La iglesia queria continuar con una España de conventos y monjas extasiadas. Aquellos capellanes y obispos se opusieron con uñas y dientes a la entrada de aire puro y otros capellanes, doscientos cincuenta años más tarde escribían libros de texto para adoctrinar a los niños.
ResponderEliminarSaludos
Y, sobre todo, lo que molestó mucho a los jesuitas que me adoctrinaron en mis años mozos fue, como repetían los libros de texto que nos fijaban como obligatorios, lo de Carlos III: "Un borrón ennegrece el reinado de Carlos III. La expulsión de los jesuitas". Eso no lo pudieron digerir, aunque los hubieran expulsado dos veces en ocasiones posteriores.
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