A eso de las nueve nos presentamos en su casa. Hemos llevado una botella de vino que me da vergüenza entregarle, así que la dejo sobre la encimera de la cocina, como si no fuera mía. Nuestros amigos hablan en voz baja. Nos encontramos ahora en el salón, un poco violentos, compartiendo una tortilla de patata partida a cuadritos que seguramente han comprado hecha en el bar de abajo. De súbito, él dice que si lo queremos ver. Que si queremos ver a qué, digo yo. Al perro, dice él, que si queréis ver al perro. No me podía imaginar que tuvieran el cadáver en casa, pero en el ayuntamiento les han dicho que no pueden recogerlo hasta mañana. Lo han puesto en la terraza, sobre una toalla que le viene un poco pequeña, pues era un San Bernardo. Se sale por los bordes.
Juan José Millás y el perro de San Bernardo, en una terraza frente al Santiago Bernabeu / (granuribe50) |
Los labios del San Bernardo, enormes, se deslizan hacia abajo, pues está de perfil, dejando una baba mortal sobre la toalla. Mi amigo dice que lo han puesto en la terraza por el frío. Es lo que les aconsejaron los del ayuntamiento. Mi mujer y yo nos despedimos enseguida y volvemos a casa sin hablar. Antes de acostarme me tomo un ansiolítico. No sé lo que le ocurre al mundo ni quiero saberlo».
Juan José Millás, Prefiero no saber, Diario de Ibiza (18/3/2018)
No puedo opinar. El animal más grande que he tenido fue un gorrión que recogí en la plaza Sagrada Familia y que no podía volar. Me dió pena, así que lo meti al bolsillo y allí calló. Hasta llegar a casa, donde mi mujer se encargó de darle de comer migas de pan con leche.
ResponderEliminarSe hizo el amo del piso. Uvas, queso, fruta...y siempre te esperaba en la puerta al venir del trabajo y se posaba en el hombro. Un día decidimos que con cinco meses era mayor de edad, y lo llevamos a Montjuïc. Allí mi hijo lo soltó junto con otros de su especie.
No se lo pensó dos veces y voló.
Salut
De la columna de Millás, un tipo que capta como nadie historias al vuelo de gin tonic de media tarde, me llama la atención el momento en que su amigo, tras la triste cena, le pregunta "si lo queremos ver". Me evoca situaciones en tanatorios en las que te ves casi conminado a eso, aunque no entre dentro de tus intenciones (en mi caso casi nunca).
EliminarPor lo demás, me gusta esa historia que nos cuenta usted. Como quizá no ignore, soy un gran amigo de los gorriones. Me he estado imaginando por momentos a ese gorrión campando a sus anchas por su casa (y no en una jaula), y casi me sabe mal que usted se lo sacara de encima en Montjuic.
El caso es que, con un poco más de desarrollo (quizá solo quince líneas adicionales), yo creo que constituiría una buena pieza literaria.
Un abrazo, Tot, seguimos en contacto...
He escrito con todo el romanticismo que la escena merece, pero hay un pero. El pajarillo en cuestión, al estar libre y no llevar Dodotis, lo dejaba todo impregnado allá por donde pasaba. Y pasaba por todos lados. Se hizo el rey de la cocina y protestaba porque sabía donde estaba el alpiste (tal como se lo cuento), al final se convirtió en un tiranozuelo de aldea, y el pueblo llano se sublevó.
EliminarUn abrazo que me voy a Td C, que ya están los fogones al punto y se ha de preparar la manduca para este mal endémico que se ha convertido en el paro y la marginalidad.
Un placer, de verdad, un placer estar con ud.
Salut
Millás cuenta la historia, como siempre, como si nada. Pero la verdad es que da qué pensar. Yo no conecto con los animales y eso que ahora mi hijo me trae su perro a menudo. De momento cubro el expediente. Ya veremos. MJ
ResponderEliminarUna historia cotidiana, menor, pero, amigo, hay que saber contarla... Y Millás lo hace como nadie.
ResponderEliminarY como dice GU, la historia del pajarito adueñándose de la casa "da para una pieza literaria".
El Tapir