Ya en Albacete, sumido en un ambiente harto distinto, se ha encontrado con un artículo que, no porque diga cosas que no sepamos, ha llamado la atención de uno. Lo escribe Carmen Riera, personaje apreciado por un servidor por ser usuaria de la misma piscina, por lo bien que escribe, por lo lúcida que es y por el mérito que tiene hacer lo que hace viviendo en Barcelona, ciudad en la que es absolutamente ignorada (es académica ¡de la RAE!), cuando no despreciada (no es nada partidaria del procés y muchas veces escribe en castellano —algún día ese Jair Domínguez nos la llamará retrasadita—).
Dice así:
«Escribe Walter Benjamin, en 'Infancia en Berlín', que no saberse orientar en una ciudad no tiene importancia. Por el contrario, perderse en una ciudad, como si se tratara de perderse en un bosque, requiere un cierto aprendizaje. Sin embargo, a estas alturas de siglo XXI, poner en práctica la propuesta de Benjamin resulta inviable. Pocas ciudades de Europa permiten que nos perdamos en ellas y menos ahora, durante el verano. París, Roma, Venecia, Praga, Brujas, entre otras muchas, parecen haber malogrado su identidad. Abarrotadas por el gentío, dominadas por los tours operators, como ocurre también con Barcelona, se han convertido en una especie de parques temáticos.
Nadie ignora que en el mundo de hoy el turismo es una industria primordial. En Catalunya, igual que en España, la más importante. Genera, como es obvio, innumerables puestos de trabajo y no seré yo quien abogue por su supresión. [...] No obstante, creo que por lo menos la Unión Europea debería debatir con urgencia sobre los peligros que para la sostenibilidad de muchas de sus ciudades y de sus paisajes comporta la industria turística, tratando de establecer unas pautas de obligado cumplimiento por parte de los estados miembros. En Barcelona los turistas nos han ganado la partida a todos, a los autóctonos y a los viajeros, aquellos que llegan a nuestra ciudad para conocerla y no olvidarla, sin el ánimo depredador de los que a menudo parecen sentirse en un terreno conquistado, cosa que les permite imponer sus bárbaras leyes por donde pasan. De noche, basta recorrer ciertos barrios para observar que, igual que los perros, han ido marcando un maloliente territorio. De día, pasear a cualquier hora por el centro de la ciudad resulta casi heroico. Infestado de turistas ruidosos y bobalicones, de esos que compran horrendos sombreros mexicanos como si se tratara de una prenda típica nacional y beben una pócima infecta llamada sangría en las terrazas de lo que hace tiempo eran bares normales para gente normal, ahora colonizados por esos nuevos invasores.
Las Ramblas barcelonesas, uno de los espacios más representativos de la ciudad, antes abigarradas, cosmopolitas, diversas y divertidas, transitadas por todo tipo de gentes, nacionales y forasteras, se han homogenizado. Apenas nos cruzamos con nadie que no sea un turista. Fruto de esa invasión, no siempre tan pacífica como pudiera pensarse —y si no que se lo pregunten a los vecinos de la Barceloneta—han surgido anodinas cadenas multinacionales donde había pequeños comercios de toda la vida, y negocios horrendos como esas tiendas monstruosas, llamadas de souvenires, que venden objetos disparatados y grotescos: banderillas, trajes de faralaes y vírgenes de Montserrat que nadie compra, quizá una imposición nacionalista catalana frente a tanto casticismo carpetovetónico».[...]
Enlace al artículo en pdf: Contra los turistas
Gran Uribe, en su santa inocencia (que Dios le conserve muchos años), pensaba que los guiris venían a Barcelona a andar en samarreta por la Ramblas y un poco por el Paseo de Gracia hasta plantarse delante de la fachada de la Casa Batlló, luego a la Sagrada Familia y punto. Grave error del que le ha sacado un artículo de La Vanguardia de hoy, firmado por un sujeto llamado Luis Benvenuty, en el que habla de una ruta barcelonesa que desconocía (y Cirici Pellicer —el autor del mítico 'Barcelona pam a pam'—también): se trata de la ruta crawl.
Dice así:
«A la una de la madrugada, en el tercer garito de esta ruta crawl, en uno de la calle Nou de la Rambla, luego de unas cuantas cervezas y bastantes chupitos con aroma a colonia y cierto tono fluorescente, un veinteañero neocelandés se remanga la camiseta, se tumba sobre la barra pringosa. Tan pringosa que uno se queda requetepegado y pegajoso nada más apoyarse. Y una californiana que lleva dos semanas recorriendo Europa se inclina con la boca muy abierta sobre el torso desnudo y... Los jóvenes turistas gritan, aúllan, levantan el puño. Se trata de un clásico de las películas norteamericanas sobre locas juergas universitarias y otros desmadres.
Este verano está muy de moda en Barcelona, entre los jóvenes turistas, en las rutas crawl. Crawl, en inglés, significa gatear. Porque el objetivo de los participantes de un crawl es beber hasta gatear. Y este verano los crawl vuelven a proliferar en Barcelona como casi cada verano. Y los organizadores compiten entre ellos ofreciendo juegos cada vez más sofisticados. Uno se tumba sobre la pringosa barra, se remanga. Le ponen un poco de sal sobre un pezón, una rodaja de limón en el otro, y un chupito de tequila en el ombligo, el vientre, el pubis…, donde mejor se contenga. Luego viene otro y, entre crecientes vítores, con las manos a la espalda, sólo con la boca, chupa la sal, bebe el tequila y muerde el limón…, luce triunfante el trozo de monda entre los dientes. Al respetable le encanta. La gente paga quince euros y la llevan por unos cuantos bares del Gòtic y el Raval donde les dan alguna cerveza y muchos chupitos con aroma a colonia y cierto tono fluorescente. La excursión termina en una discoteca. Los bares son casi siempre los mismos. Los chupitos con aroma a colonia y cierto tono fluorescente también se repiten». [...]
¿Qué contarán luego cuando lleguen esos turistas a sus casas sobre cualquier ciudad que visiten en ese plan? Los de la ruta crawl, a lo mejor se creen que aquí lo normal es eso. Bueno, igual es lo normal y yo no me he enterado. MJ
ResponderEliminarPor cierto, según propone Carmen Riera, se podrían establecer pautas generales a seguir por los turistas. MJ
ResponderEliminarPero...¿será posible? No sabía nada de estos "festejos", creía que se ceñían a Magaluf, Paguera y similares. ¿Y el ayuntamiento qué hace para cortocircuitar (perdón por la palabreja) esta vergüenza?
ResponderEliminarnvts
Parece ser que Barcelona se está "sanantoniendo" o "magalufando". Este proceso, si no lo paráis ya, os acabará arrollando. Ahora bien, ¿quién le pone el cascabel al gato?
ResponderEliminarEl Tapir
Lo que yo me pregunto es quién ha promovido ese tipo de turismo y con qué fin, porque la cosa viene de lejos... Y algunos luego irán de santurrones...
ResponderEliminar"Poderoso caballero..."