[...] «Todas las revueltas y revoluciones que han subvertido el orden impuesto en los Estados de nuestro tiempo han germinado en las calles, lugar de la barricada desde la que se defendían las posiciones conquistadas en la ciudad y se emprendía la marcha hacia la conquista de los palacios emblemas del poder. Pero, en relación con el echarse a la calle tradicional, la salida a la calle en la España de 2011, y después, ofreció una notoria originalidad: quienes salieron a ella no era para dirigirse a los centros de poder con el propósito de tomarlos, sino que se quedaban allí, a la intemperie, convirtiendo la calle, espacio de tránsito, en plaza, lugar de encuentro: habían salido a la calle para permanecer en ella.
Brillante operativo de los mossos d´esquadra en Barcelona durante el 15-M |
Comprobaron enseguida que para llevar a su destino, la conquista del poder, todo el potencial acumulado por el movimiento 15-M [...] era necesario articular un nueva fuerza política capaz de triunfar en elecciones. Y así fue, en un primer momento: aborreciendo la voz partido, y despreciando todo lo que se cubría bajo el nombre de izquierda, rechazaron la posibilidad de etiquetar como de izquierdas su invento. Maestros en lo que Paul Piccone llamó populismo posmoderno, lo bautizaron con un desnudo acto de habla situado entre lo constatitivo y lo performativo: Podemos, Sí que podemos, Claro que podemos. Enseguida surgieron los Ahora, los Ganemos, las mareas, los En común. Nada de izquierda, nada de partidos.
Ocurre, sin embargo, que las movilizaciones en la calle se transforman cuando sus líderes franquean las puertas de los despachos institucionales: los lenguajes de revolución cambian a la misma velocidad que los revolucionarios alcanzan el poder. Desde ese momento, ya no se trata de crear aquí y allá contrapoderes ni de alimentar iniciativas contra/régimen, sino de administrar poder —que es dinero— público. [...]
Ilustración de Eduardo Estrada |
El método D’Hont de distribución de escaños no favorece necesariamente y por siempre a los que llegan en cabeza; todo depende de cuántos compiten y de cuán largo sea el trecho que separa a unos de otros. De modo que ha sonado la hora de atrapar votos, o sea, de convertir un movimiento contrapoder en un partido listo para el ejercicio del poder. En democracia, las dos cosas a la vez no puede ser y, además, es imposible. Por eso, en esta competición por el voto, las nuevas izquierdas han hecho exactamente lo mismo que las izquierdas tradicionales —socialistas y comunistas— en los años setenta: girar al centro, que en su lenguaje posmoderno se expresa como ocupación de la centralidad del tablero.[...]
Aún nos queda mucho que oír y no poco que ver en la partida de ajedrez entre nuevas y viejas izquierdas, pero todo apunta a que el sistema electoral del régimen del 78, obligando a alguna forma de confluencia, acabará por convertirse en el mejor aliado para que las izquierdas alcancen un porcentaje de votos que les permita administrar amplias parcelas de poder.
Muy buen artículo que me había pasado desapercibido en una lectura apresurada de El País. Estos muchachos de Podemos creían haber descubierto la sopa de ajo y resulta que ya estaba inventada desde hace siglos...
ResponderEliminarEl Tapir
Y además son arrogantes. Y un poco cursis. MJ
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