martes, 20 de enero de 2015

El cordón lingüístico-umbilical

Un artículo de Francisco M. Toro, profesor de Historia en un instituto de San Adrián del Besós, que ha interesado mucho a Gran Uribe porque describe una realidad que ha detectado a menudo en el entorno en que se mueve, muy especialmente en su etapa como docente en el extrarradio de Barcelona pero también en otros ámbitos.
Aquí está en su totalidad, aunque en dos partes separadas por el "Leer más".


El cordón lingüístico

Francisco M. ToroPermítanme que les escriba acerca de un tema peliagudo y delicado, al menos para mí, porque afecta a personas con las que me he criado y a las que aprecio profundamente, personas que me producen, sin ellos pretenderlo, cierto desasosiego. No puedo achacarles el sentimiento que despiertan en mí porque, en todo caso, será algo que deba resolver yo mismo con el psicólogo. Créanme si les digo que lejos de mi intención está el que se crean juzgadas por un servidor. Acepten, sencillamente, que empiece con mi propia terapia.

Son, en muchos casos, los primeros catalanes de la familia, los hijos del éxodo rural, de la inmigración de los años 60
Mucha gente, ante la perspectiva de convertirse en padres, realizan propósitos de enmienda. Algunas personas dejan de fumar. Otras se convencen firmemente de que deberían dedicar menos horas al trabajo para estar más en casa con su familia. Paralelamente a estas decisiones, hay parejas conformadas por individuos castellanohablantes que, simplemente, deciden hablar a sus hijos, de manera única y exclusiva, en catalán. Y digo deciden, porque cuando una persona ha estado más de veinte años de su vida sin decir ni una palabra en catalán, el hecho de optar por esta lengua para la comunicación exclusiva con un hijo sólo puede responder a una decisión meditada y tomada a priori. Ni natural, ni innata, ni espontánea. Ni revelaciones divinas, ni santos caídos del caballo.

Desde hace unos años me he dado de bruces con esta realidad que me produce, por qué no admitirlo, cierta perplejidad. No utilizaré el término epidemia por las connotaciones obvias de la palabra, pero a la vista está, por el número de casos con los que casualmente me he ido encontrando, de que no se trata de una anécdota, sino que ha extendido a lo que podríamos llamar fenómeno. Pero antes de que subrayen mi nombre con un grueso rotulador fluorescente en la lista de “malos catalanes” permitan que les trace el perfil, generalizaciones mediante, de las personas a las que me estoy refiriendo.

Se trata de parejas cuyos miembros responden al mismo patrón. Ambos han nacido durante los años 70 o a principios de los 80. Ambos son castellanohablantes porque ambos son de familia castellanohablante. Ambos fueron escolarizados en la EGB, buena parte del tiempo bajo el amparo del sistema democrático. Ambos han crecido y se han criado en ciudades, barrios y ambientes de mayoría social castellanohablante, los extrarradios de Javier Pérez Andújar, en los que la presencia del catalán quedaba relegada a una posición residual, en concreto a un reducido número de vecinos y a la televisión. Ambos tienen estudios superiores. De hecho, pertenecen probablemente a la primera generación en sus familias en tenerlos. Son, en muchos casos, los primeros catalanes de la familia, los hijos del éxodo rural, de la inmigración de los años 60, de los que llegaron en trenes como El Sevillano, de Andalucía, de las Castillas, de Galicia, de Extremadura, de lo que algunos denominan en la actualidad la “España subsidiada”. Estas personas llegadas del resto de España no tuvieron la necesidad de hablar en catalán por la realidad y la composición social de los barrios y las ciudades que les acogieron y, por qué no decirlo, porque no existía la asfixia psicológica y mediática nacionalista actual. Aún así, esto no quiere decir que renegasen de lo catalán ni de la nueva tierra de acogida.

¿Cuántas de estas familias, en homenaje y agradecimiento a la tierra que les había recibido, no dudaron en llamar Jordi a sus hijos o Montse a sus hijas? Otro factor que aglutina a los protagonistas del fenómeno es que, a grandes rasgos, suelen emplear un catalán, académica y normativamente hablando, penoso. Lógicamente, esto responde a que debe de resultar muy difícil hablar una lengua de buenas a primeras e intentar hacer ver que es tu propia lengua materna cuando no lo es. Pero, ¿por qué?

¿Cuántas de estas familias, en homenaje y agradecimiento a la tierra que les había recibido, no dudaron en llamar Jordi a sus hijos o Montse a sus hijas?
¿Acaso lo hacen por un complejo de inferioridad no resuelto? Quizás acepten su propia incompetencia en cuanto a la expresión oral en catalán. Quizás pretendan evitar a sus hijos ese mal trago, y por ese motivo opten por introducir el catalán en el hogar, como si de una política de inmersión lingüística casera se tratase. Quizás los nuevos padres aprovechen la ocasión para recibir clases particulares de catalán por parte de sus hijos.

Por otra parte, quizás también hayan asumido como propia la idea de que el catalán es una lengua maltratada, sumida a lo largo de la Historia a las más ignominiosas de las humillaciones. Quizás al sentimiento de inferioridad haya de añadírsele una absurda culpabilidad, como si el mal que ellos y sus ancestros le hicieron al catalán debiera ser compensado. Quizás por ello se crean en el deber de ponerse al servicio del espíritu de la lengua catalana, ofreciéndoles en ritual y como ofrenda un catalanohablante casto, puro e inmaculado: su propio hijo.

Seguramente reconozcan que su catalán oral ha sido (o es), durante buena parte de su vida, deficiente, pero ¿les lleva eso a pensar que si aplican la inmersión lingüística en el hogar van a experimentar un ascenso social repentino, que van a conquistar a través de su hijo un hipotético estatus de catalán de primera categoría, de pata negra como la Moreneta? ¿Asumen, por tanto, la idea de que lo catalán ha de ser en catalán, de que se es más catalán en catalán, de que es menos catalán en castellano? ¿Asumen, por tanto, que ellos mismos, que han sido catalanes en castellano, son menos catalanes, catalanes de segunda?

No es que no lo respete, sino que, simplemente, no lo entiendo. ¿Cuándo y cómo tomaron la decisión? ¿Fue durante la primera cita, con el primer beso, o quizás en el sofá bajo una manta durante una noche fría de sábado? ¿Lo vieron claro con la primera ecografía? ¿Ante el primer pañal? ¿Lo plantea uno? ¿Lo plantea el otro? ¿Se echa a suertes? ¿Es fruto de una apuesta? ¿De una promesa? ¿En qué momento se decide sacrificar el “¡cómo te quiero!” por el “com t’estimo!”? ¿Suena igual? ¿Se siente igual?

¿De qué manera, en qué lugar, cuándo y por qué se decide renegar de la propia lengua materna y cortar el cordón lingüístico-umbilical?
[Publicado en Crónica Global el 13/01/2015]

No dejéis de leer los comentarios. Hay uno muy revelador de Vicehereu relatando su experiencia en Portugal.

5 comentarios:

  1. Cuestión de supervivencia, diría yo.

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  2. Estimado Gran Uribe,
    El artículo que nos ofrece viene a confirmar un hecho que me llama la atención desde hace unos años.
    Vivo en una pequeña isla del mediterráneo destino usual de turismo barcelonés y, atento al comportamiento de mis antiguos vecinos barceloneses, había detectado el comportamiento descrito. Al ser los indígenas insulares catalanoparlantes, la sorpresa de muchos de los mencionados turistas al comprobar la robusta salud lingüística local, les obligaba, creo, a acentuar más si cabe esta manera de actuar, hasta el punto de recordarme una anécdota que no puedo evitar trasladarle.
    Por motivos académicos viví unos años en un pueblo del interior del norte de Portugal. Era curioso observar que en verano, cuando los emigrados a Francia, Alemania, Suiza, etc., volvían, además de hacerlo en grandes mercedes, de alquiler estival supe luego, procuraban hablar en público la lengua del país de acogida, para darse tono, decían los que se habían quedado. El problema es que la comunicación paterno-filial no se decide tan libremente como algunos quieren pensar. La pareja de Portugueses que tomaba un café mi lado dejaron levantar a su hijo de seis o siete años y lógicamente no paraba de incordiar a todo el personal. La madre, muy estirada ella, le llamaba suavemente: - Michele, viens ici.- Nada. El niño ni puñetero caso. -Michel, viens ici.- El angelito ni pestañeaba hasta que a la madre se le inflaron los ovarios y con un grito perfectamente dirigido: - ¡Miguelinho, caralho, já para aquí!-, puso fin al enredo. La verdad es que me moría de risa.

    No puedo evitar pensar que esta mudanza lingüística responde a cierto complejo de inferioridad, aunque bien mirado, en Cataluña no deja de ser lógico ya que el referente social imperante en este aspecto es el del catalán catalanoparlante, "i la resta, xarnegos i botiflers". Triste pero cierto.

    Un saludo.

    Vicehereu

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    1. Muy de agradecer su aportación, Vicehereu. Gran Uribe lo ha pasado muy bien leyéndola.

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    2. El Tapir también, se ha reído solo, cosa que no le ocurre frecuentemente... El artículo de marras incide en un tema que siempre me había llamado la atención, aunque coincido con Vicehereu en que ese comportamiento responde a un cierto complejo de inferioridad, pero también a la creencia de que de esta forma sus hijos podrían ascender en la "escala social". Por lo que yo sé, algo parecido ocurre con muchos chicanos en Estados Unidos, siendo bastante frecuente que sus hijos no sepan una puñetera palabra de español. También es verdad que hace unos años se produjo una cierta reacción contra estos comportamientos, sobre todo en ambientes relacionados con la universidad en estados como California, donde se daban muchas facilidades a la lengua española. En esas universidades (que no creo que fueran muchas) lo hispano "vendía", estaba primado. Pero bueno, perdón, me he desviado bastante del artículo de marras, que me ha parecido muy interesante y digno de posterior debate. Saludos,
      El Tapir

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    3. Se presta al debate, en efecto, tal como señala usted.
      Cuando se publicó en Crónica Global hubo muchos comentarios. Aquí están los últimos (no caben más en este espacio), aunque quizá no sean los mejores:
      santillobet 13/01/2015 - 12:11h
      Como he disfrutado leyendo este artículo por favor. Está genial !!!
      Pepitox 13/01/2015 - 12:27h
      No hay cosa que más me indigne que asistir a la situación que describe el autor del artículo. Lo veo muy a menudo en el barrio donde vivo. Por suerte no son todos los que lo hacen: seguimos siendo muchos aún los castellanohablantes que hablamos a nuestros hijos en español. Pero sí, resulta increíble y difícil de entender... ¿por qué directamente renuncian a su identidad? No tiene ni pies ni cabeza.
      m.a. 13/01/2015 - 13:15h
      Y una complementaria, la de castellanohablantes dialogando entre sí en catalán. La he practicado durante casi cuarenta años, pero se acabó.
      CARLOSQUE 13/01/2015 - 13:40h
      Me ha encantado el artículo por contenido y sensibilidad. Entiendo que esta actitus está motivada por un complejo de agradar, de inferioridad. Muchas veces en familias habitualmente castellanoparlantes cuando hay alguna persona ajena, catalonoparlante se utiliza el catalán. El éxito de la politica nacionalista de inmersión linguistica no es tanto que los niños tengan una lengua única sino que los adultos se crean que es superior.
      fereyes 13/01/2015 - 14:31h
      Excelente artículo que da en el clavo. Esta es una situación que yo también he visto en algunos matrimonios de "charnegos". Esa especie de complejo de inferioridad entre los castellanohablantes y de superioridad de todo lo catalán que han conseguido inocular los medios afines al régimen, a base de mensajes subliminales, ha calado muy profundamente en el subconsciente de muchas personas. Por lo que he podido ver se trata de distinguirse de la población inmigrante y no parecer como "ellos", darse un toque de distinción no vaya a ser que los confundan con "españoles". Es muy lamentable y a veces jocoso ver a padres castellanos que hablan catalán pero sin la riqueza de lenguaje que se esfuerzan en simular que su lengua materna es el catalán cuando no lo es, nunca lo ha sido y nunca lo será.

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