Las experiencias no han sido favorables, en general, y no ha vuelto más, aunque la densidad humana no alcanzara ni por asomo la de la fotografía que comenta Millás o la de las otras que añadimos al final, que más bien evocan lo que debe de ser, por ejemplo y sin ir más lejos, un baño en el delta del Ganges durante las peregrinaciones.
«Si
en lugar de a miles de personas, hubiéramos reunido en esta playa a miles de
chimpancés, habrían sido al poco tiempo víctimas del caos, pues estos animales
solo pueden convivir en comunidades reducidas. Lo explica muy bien Yuval Noah
Harari en Sapiens (Debate), donde señala que nuestro secreto para cooperar en
grupos cientos de miles o millones de individuos se debió al advenimiento de la
ficción. Desde el instante en el que nuestro cerebro fue capaz de alumbrar
realidades imaginadas como la religión, el código civil, la patria o El Corte
Inglés, los seres humanos, fusionados en torno a tales mitos, pudimos superar
el umbral crítico de cooperantes que en nuestros parientes, los chimpancés, no
pasa de 50.
Fotografía: José Jordan |
Del
mismo modo, en fin, que creemos en Dios o en el dólar, creemos en la idea de ir
a la playa. Gracias a esa ficción la gente puede convivir en espacios
reducidísimos sin que la violencia estalle. Al llegar a casa, asegurarán que
vienen de la playa sin conciencia alguna de mentir. De hecho al día siguiente
de que se publicara esta foto en El País, me telefoneó un amigo de Barcelona
para que lo buscara con una lupa, pues había estado allí en el momento en el
que se sacaba la instantánea. Es uno de los que creen estar bañándose. Este
amigo también estuvo entre la multitud cuando vino el Papa a España porque es
muy católico. Ahora es independentista, pero hasta hace poco llevaba una
banderita española en la muñeca. A veces saltamos de una ficción a otra como el
chimpancé de una a otra rama. Todo esto gracias a la versatilidad de nuestras
redes neuronales».
Juan José Millás, Redes neuronales, EL PAÍS SEMANAL (17/9/2017)
¿Dónde va Vicente? Donde va la gente.
ResponderEliminarNo es lo mio...
ResponderEliminarPues fíjese, G.U., curiosamente yo soy fan de la playa de Castelldefels. Desde 2006 hasta hoy he ido allí unos días en siete ocasiones. Y es que no me gustan demasiado las playas, pero en esa siempre tenemos sitio al lado de la orilla, sobre todo entre semana. Además, por la noche hay sitios tan buenos como el CheChe donde se come de maravilla y con un servicio muy profesional. Luego un paseíto por su largo Paseo Marítimo y tan contentos.
ResponderEliminarMateo M.
Me encanta ese lugar porque conserva un cierto aire intemporal y muchos edificios todavía son los de mi época adolescente, se ha construido poco y bajo, siempre hay sitio, la gente es tranquila, los atardeceres son mágicos, con el sol poniente sobre la montaña de Garraf, qué más pedir a un lugar que tengo a tiro de piedra de Barcelona. Lo único que echo en falta son aquellos chiringos como el "bar Marín", el "bar del Carmen", el "Lancaster" y tantos otros que desaparecieron para unificar todo con un diseño único, una obsesión de nuestros munícipes.
EliminarLas playas a las que me refiero no son esa, evidentemente, porque casi no he estado por aquí este verano.
Desconozco ese lugar que cita, CheChe, pero lo buscaré, descuide.