Hablábamos antes de Pablo Iglesias, un espabiladillo "más falso que Judas" que dispara las "balas de plata" que le suministra Monedero, ese lloriqueante sujeto que se inspira en el mejor (o el peor) Perales de los años 80, buscando muñir todavía la vaca del 15M. Ninguno de los dos sabe lo que son aquellos barrios, hasta que acuden a esos actos electorales por el extrarradio a decir frases y levantar el puñito para pillar algún voto.
Nadie como Javier Pérez Andújar hace crónicas más poéticas de mitines tan desolados, en ese lúgubre atardecer de diciembre allí donde la ciudad pierde su nombre. Él sí que sabe de lo que habla y es un maestro en ese campo. Gran Uribe le agradece estas pinceladas... Su artículo (en la sección de EL PAÍS titulada "Paté de Campaña") se titula: Líneas rojas.
«La línea roja, la delgada línea roja del metro que atraviesa Barcelona desde Fondo hasta Bellvitge, emerge por un momento del subsuelo (el subsuelo tiene memoria, lo dijo Dostoievski), y toma aire como las ballenas. Así se ve caer la noche en esta tarde de diciembre, y también que Barcelona empieza a ser aquí una ciudad desnuda en la que aún quedan hierros y descampados. Faltan pocas estaciones para llegar al pabellón polideportivo de Bellvitge, donde en un rato va a pedir el voto a la gente de esos bloques una izquierda que hace todo lo posible para no llamarse izquierda sino es poniéndose un “nueva” delante o cualquier palabra acabada en “-ista” detrás. No hay una izquierda desnuda para una Barcelona desnuda.
Antes de empezar el mitin, ya se ve en la cola que crece por la acera que no va a poder pasar todo el personal. Los que se queden fuera protestarán asomando la cabeza a la puerta, diciendo que aún hay sitio, que podría entrar más gente. Mogollón de pañuelos morados de Podemos, de sudaderas de Podemos, de globos de Podemos, en realidad parece más un acto de Podemos que de En Comú Podem.
La policía municipal vigila el orden en la calle, y un hombre mayor recita a gritos versos de teatro barroco para entretener la espera. Luego dentro, se dividen los asistentes en los de arriba y los de abajo. Los de abajo en las sillas de la pista, a pie de tarima, la multitud de empañuelados. Los de arriba en las gradas, fuera de tiro de cámara, los descamisetados, los que no van con camisetas de Podemos. Pero todos comparten ese anonimato duro que tiene la gente de los barrios, la gente del paro, de los trabajos precarios, de la exclusión del mundo de los guays. El ser normal y corriente. Ancianas y ancianos luchadores, padres cansados y chavalas y chavales orgullosos de sus abuelos. De vez en cuando, se pone en pie el pabellón en pleno al grito emocionado y también anónimo de ¡Sí se puede! Pero ¿qué es lo que se puede?
Quienes se han quedado fuera escuchan en la plaza con los brazos cruzados mirando fijamente a los altavoces. Las farolas proyectan su luz hepática sobre el cemento roto, y las palabras de un orador que está diciendo “sanidad pública” trepan como una enredadera rizomática por las paredes de los bloques de enfrente, de 13 pisos de altura».
Dicen que aquí van a ganar. MJ
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