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Pero visto de frente, la cosa cambia. La barbilla se enroca cautelosa, se repliega con una presteza de murri, moderadamente sentimental. Los ojitos entrecerrados son escrutadores, desconfiados, la sonrisa es delgada y retráctil y las manos no sueltan el timón como no sea para abrazar a un fantasmal horizonte. Se trata de un político que se mueve a piñón fijo, como las bicicletas del pasado, en las que, si parabas de pedalear, te pegabas la gran costalada. De mediana estatura tirando a alto, no se le ve encogido de hombros, pero lo parece, como si los trajes le vinieran estrechos, como si le apretaran las sisas. Sus hombros sugieren también un escalofrío causado por algún aire foráneo, hostil, genuinamente mesetario. En funciones de su cargo, en tránsito engorroso y no deseado por tierras extrañas (Madrid, pongamos por caso) el cuerpo se apacienta y parece aquejado de alguna dolencia lumbar, tocado en lo más íntimo por un frío medular o por la propensión a una hernia discal o financiera, o simplemente afectado por un leve desarreglo intestinal o quizás un estreñimiento nacional, que viene a ser lo mismo.
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Es lo que sugiere la expresión facial habitualmente receptiva, sobria, compacta: una sutil propensión al mármol, al callado estruendo de la materia todavía inerte que sueña adquirir alguna forma perdurable. Hay en efecto una contención y una reserva expectante en la gestualidad de este señor, que no sonríe abiertamente, que no bracea decididamente, que no encabeza manifestaciones callejeras, que no levanta la voz. Camina ligeramente inclinado con la mano en el flato y a ratos puede parecer un robot afectado por un desajuste mecánico. Reúne bastantes semejanzas con el famoso Madelman, y, lo mismo que este aventurero articulado, corre el riesgo de que le pillen con el pie cambiado. Parece dispuesto a achacar la plaga del escarabajo picudo, que está pudriendo las palmeras de Catalunya, a un solapado intento, uno más, de hacer descarrilar el proyecto soberanista y el derecho a decidir si Catalunya es una rosa con espinas o sin espinas. No hay rosas sin capullo.
En resumen: visto de frente, es un señor sin historial político relevante vestido con un traje oscuro que le viene ancho, pero que él siente que le viene estrecho, y visto de espaldas parece ser, (parodiando a G. K. Chesterton una vez más) el hombre que necesita la patria.
(Extraído del libro de Juan Marsé "Señoras y señores", de Ediciones Alfabia (2013)
Uribe, ¡qué bueno, qué bueno, qué bueno! Menuda descripción y menudo hallazgo. ¿Tienes el libro en cuestión? Me gustaría leerlo. Benet, azote de nacionalistas, muy en su punto.
ResponderEliminarMarsé, querrá usted decir. Sí, ese libro obra en mi poder. Se trata de una serie de retratos que hizo Juan Marsé en los años ochenta. Luego dejó de interesarle el género pero, a instancias de la editorial, ha sacado dos nuevos: el de Artur Mas, al que se refiere usted, y el de la señora del finiquito: Cospedal.
EliminarAh, ya recuerdo...creo que lo leí en Pinós. A lo mejor lo tengo yo también. Claro que falta el personaje que nos ocupa. Marsé es un grandísimo retratista de personajes, desde luego.
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