«Los latinoamericanos de mi medio —escritores, editores, periodistas— están abandonando Barcelona. He pasado tiempo creyendo que se marchaban de España por la crisis. Pero ahí me encontré con que muchos de ellos se han trasladado a la capital. En cambio, ya ninguno hace la ruta contraria, la que yo mismo hice, la que antes era normal. Ninguno de estos amigos y conocidos se ha marchado por ser anticatalán o antinacionalista. Ninguno diría que la política ha tenido algo que ver con su decisión, Simplemente, han encontrado trabajo allá. Pero precisamente eso es la consecuencia de lo que está pasando en la política catalana: hoy, si escribes en español, tu vida está en otra parte.
Cuando comento estas cosas en Cataluña, los más nacionalistas me responden que eso ocurre porque Madrid es la capital: hay más dinero, más movimiento, más todo. Pero ese argumento ignora su propia historia. Para los escritores en lengua española, Barcelona siempre fue mucho más importante que cualquier capital. Como recuerda Xavi Ayén en su monumental Aquellos años del boom, el gran momento de la literatura latinoamericana se forjó en Cataluña. [...] Los intelectuales que hoy abandonan Barcelona prueban precisamente que antes estaban aquí. Madrid nunca había podido llevárselos. Hoy Barcelona se los regala, renunciando con convicción a su propio lugar de privilegio.
Ilustración de Raquel Marín |
En este gigantesco universo, lleno de energía creativa, Barcelona siempre fue la Nueva York. Hoy está empeñada en convertirse en la Letonia. [...] Como todo nacionalismo, el catalán se basa en el convencimiento de su propia superioridad respecto de quienes lo rodean. El nacionalista catalán cree que los suyos son más eficientes, modernos y cultos que un andaluz o un gallego, y resume todas esas cualidades en el concepto “más europeo”. [...] No reparan en el tufillo xenófobo de considerar su origen como una cualidad. [...] ¿Qué podemos esperar los americanos? Todo lo que un nacionalista catalán desprecia de España es lo que nosotros representamos. [...] En la medida en que Cataluña defiende su identidad como diferente de la de todos los demás, pierde referentes para hacerse oír en el mundo.
Hay una fiesta allá afuera. Y los que vivimos aquí nos la estamos perdiendo. Cataluña nunca fue esa provincia encerrada en sí misma que los nacionalistas quieren construir. [...] Durante décadas, su bilingüismo perfecto ha sido la señal de una sociedad culta, orgullosa de sí misma y dialogante a la vez. [...] Los nacionalistas están construyendo una sociedad más provinciana. Por enormes que sean sus banderas en plazas y estadios. Por fuerte que griten en catalán e inglés. Por muchas embajadas que quieran abrir. Su único proyecto cultural es precipitar a Cataluña orgullosamente hacia la irrelevancia».
Enlace: Perdiéndonos la fiesta
¡Qué tiempos! En parte gracias a Carmen Balcells y Carlos Barral, García Márquez, Vargas Llosa, José Donoso, Bryce Echenique, etc. vivieron en Barcelona, más aquellos que la visitaban continuamente, Carlos Fuentes, Julio Cortázar...
ResponderEliminarRepito: ¡Qué tiempos!
Durante la forja del "boom" de la literatura latinoamericana, Barcelona fue el faro, La Meca, el París del movimiento. La absurda política de ataque al español llevada a cabodurante los últimos años por un nacionalismo catalán miope ya está teniendo consecuencias. Y las que tendrá... ¡Qué pena! Por cierto, me encanta el choteo que se trae Forges en El País con sus "Efemérides agostís" (¿o es agostíes?), a costa de ese nacionalismo catalán inculto y provinciano. Forges ha abandonado una vía muerta e ininteligible en que se había metido hace un tiempo y ha vuelto a sus mejores tiempos. Celebro sinceramente esta recuperación.
ResponderEliminarEl Tapir
Señores "Anónimo 20.30" y "El Tapir 20.49": Barcelona era una fiesta y el aire estaba limpio, se notaba ventilado. Cabíamos todos. Pero llegó Pujol y empezó a oler a cerrado, aunque al principio no nos diéramos cuenta, y ese fue nuestro pecado.
EliminarY ahora... esto.
Pues sí, ahí empezó a oler a cerrado, y empezó "La cultureta". Claro que, aunque nos diéramos cuenta, tampoco valió de mucho. De nada, diría yo.
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