EN MI NAVIDAD
Yo sé que mi infancia fue maravillosa, que no teníamos nada. Un árbol de plástico y el pesebre montado sobre la máquina de coser de mi madre. Cuando papá traía algo de contrabando de los muelles donde se dejaba la espalda, nos tocaba el Gordo de Navidad, o eso parecía. En mi adolescencia me lo tomaba como una buena excusa para dejar la disciplina académica.
Cuando la disciplina académica me dejó a mí, ya no era consciente de las fechas del año porque me dedicaba a vivir, y la Navidad era un trámite más hacia el final de mi juventud. Soy de una generación de adultos tardíos... Ya digo, mi infancia fue maravillosa.
El terremoto que sientes al darte cuenta de que la fiesta ha terminado y tienes treintaitantos
El terremoto que sientes al darte cuenta de que la fiesta ha terminado y tienes treintaitantos merece una mirada documental a lo National Geographic. Si te
recuperas de ello y te enfrentas por fin al mundo adulto, la Navidad se convierte en la estación del año -y digo bien estación, porque cada vez dura más-,
que más detestas: tus padres están mayores o acaban de irse, pasas lista de los amigos muertos, de los guiones nunca escritos, las adicciones privadas, los
amores prohibidos, los ideales abandonados, el mundo que conocimos, de la Europa que ganamos y hasta de la España que perdimos y haces una semblanza patética
de un tiempo que parece que se te escapó de las manos. De lo que has vivido y empiezas a pensar que no vivirás. A partir de los cuarenta, las hostias vienen
todas seguidas, las respuestas a las preguntas existenciales no existen y te asustas al pensar que ya no es lo que viene, sino lo que te queda.Ante un panorama tan alentador solo te queda beber la cicuta navideña. En un extraño giro del destino te ves jugando con un niño como el que tú fuiste en el salón de casa intentando montar un jodido barco de Peter Pan ante la mirada de tu hijo, que piensa que eres un tonto a las tres. Y te reencuentras con tu infancia, las imágenes de tu padre sonriendo, de tu madre diciendo que te acabes la sopa, que si no te la acabas no vindran els Reis... la carrera de las uvas, la tele en blanco y negro, las luces de ciudad, la cabalgata de Reyes... ¿Pero quién es ese Santa Claus? Y piensas entonces que la vida no es más que eso, reciclarse o morir. Y ya no eres el hijo, ahora eres el padre.
Ante tal panorama solo te queda beber la cicuta navideña; montaremos un jodido barco de Peter Pan; beberemos vino y comeremos brontosaurio
Así que con vuestro permiso le doy la vuelta al disco de Bing Crosby y Frank Sinatra para recibir a mi familia de hoy, beberemos vino y comeremos
brontosaurio y, cuando mi hijo adolescente se vaya a explorar las calles (porque eso también llega), me sentaré en el sofá con una copa de cava y veré mi
película favorita, protagonizada por mi madre Donna Reed y mi padre James Stewart. Declaración de principios y valores humanos de ayer y hoy que es la
grandiosa ¡Qué bello es vivir! y cuánto nos conviene revisitarla hoy más que nunca, como lección de ciudadanía. En estos tiempos de delirante Navidad, a veces
el pasado se solapa con el presente y te hace reaccionar. Para mí, cada vez que la veo es un chute de coraje del que salgo nuevo.Cada cual tiene sus rituales navideños; sopa de galets, mazapán, cotillones religiosos, furor por el consumo de papel de regalo. Mi Navidad tiene nombre y apellido: el cine son los Reyes Magos; y Papa Noel, Frank Capra».
José María Sanz, alias "Loquillo"
James Stewart y Donna Reed en una escena de ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra (1946) |
¡Caray con Loquillo!, Tenías razón, escribe bien, el tío.
ResponderEliminarnvts
Los artistas es lo que tienen: si dominan el idioma (este es el caso de Loquillo) pueden escribir también textos estupendos. En este texto ni sobra ni falta nada y la escritura tiene una cadencia y un ritmo de buen escritor, aparte del contenido muy propio de una determinada generación, la que nació en los 60.
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