domingo, 20 de septiembre de 2015

¡Feliz cumple!, Javier Marías

Hoy, 20 de septiembre, es el "cumple" de Javier Marías, persona muy apreciada por el Gran Uribe, de su misma edad como es sabido. Se ve que este verano se ha dedicado a hacer turismo por España con su compañera Carme. En su columna de hoy nos relata, con su maestría habitual, una de las escenas veraniegas que tuvo que soportar. En ella se hace, eso sí, un comentario un poco despectivo de la prenda que suele ponerse un servidor el día 21 de junio, cuando comienza el verano, y no se la quita hasta el 23 de septiembre, cuando se acaba: el pantaloncito corto.
Con tal motivo, se adjunta una imagen del maestro luciendo esa prenda, un obsequio de Gran Uribe con todo cariño.

Javier Marías
El pasado agosto viajé por España, un país en el que cada ciudad, cada aldea y hasta cada barrio montan festejos más o menos brutos, más o menos despilfarradores, todos con el denominador común de lo que aquí más priva: el ruido, el estruendo, el estrépito, sea en forma de petardos y tracas o de la omnipresente música atronadora.
Bien, ya se sabe, es el mes de la Virgen de los Jolgorios. Pero a la vez se ven con frecuencia escenas como la siguiente. 

Un pequeño y agradable pueblo marino, asolado –como todos– por masas interesadas sólo en comer a dos carrillos (los insoportables programas de cocina de las televisiones no hacen sino reflejar la realidad de numerosos compatriotas: gente que ha dejado de lado casi cualquier inquietud para dedicarse a engullir animalescamente). La terraza de un local, en una plaza muy grata, está de bote en bote, pero no hay muchas personas esperando de pie a que se quede libre alguna mesa. Carme y yo decidimos aguardar un poco, a ver si hay suerte.


Javier ejerciendo de guiri
(De una obra de Duane Hanson)
[regalo de granuribe50]
Delante sólo tenemos a un grupo, eso sí, de ocho o nueve, como son ahora todas las familias, que no se separan ni a tiros, la española pasión por el gregarismo. Por fin se liberan las suficientes mesas (cercanas, un milagro) para juntarlas y dar cabida a la patulea. Las camareras las están preparando, y de vez en cuando se aproxima a ellas “el padre”: un tipo de cuarenta y tantos años, con aspecto innoble: pantalones de esa longitud criminal que aniquila al más apuesto, por encima o por debajo de las rodillas, y que por tanto lleva hoy todo el mundo; una camisola por fuera, a la vez holgada y prieta (quiero decir que no le contenía las grasas y sin embargo le realzaba los vergonzosos pechos que estaba desarrollando); un sombrerito ridículo; chanclas; una barriga infame que le impediría verse los pies desde hace tiempo.
Este sujeto había decidido supervisar el trabajo de las camareras, les daba órdenes impertinentes y sobre todo les ponía pegas. No era hora ni lugar para poner ninguna, conseguir mesa para tantos era para darse con un canto en los dientes. Regresaba a la “cola” y alardeaba de sus intervenciones ante su mujer y una cuñada (supongo), con no mejor aspecto ni tampoco más educadas. “¿Qué les has dicho a esas tías, qué pasa?”, le preguntaban ellas. “Qué coño les voy a decir, que no nos gusta esa mesa, que queda fuera de los toldos; que la corran para allá, no nos va a dar esta puta solanera”. Aquello era imposible, no había hueco para correr nada. “Y ni siquiera nos ponen mantel”, agregaba, “les he mandado ir por uno”.

Aquel no era sitio de manteles, si acaso de mantelitos de papel, el típico lugar de tapas y raciones. “¿Qué se creerán las tías?”, exclamaba una de las mujeres, como si estuvieran en el Ritz y les hubieran faltado al respeto, a ellos, que tenían dinero. Porque iban hechos unos pingos, como se decía antes, faltando al respeto a cuantos tuviéramos la mala pata de verlos, pero era indudable que les sobraba el dinero. Y a demasiada gente que aún lo conserva, en esta España depauperada, no hay manera de enseñarle modales. Al contrario, cuanto más empobrecidos a su alrededor, más se crece y más exige y más molesta y desprecia. No hace falta añadir que la familiola formó tal tapón con sus demandas que dimos por imposible que nos llegara alguna vez el turno.[...]

4 comentarios:

  1. Es que en Agosto yo creo que donde mejor se está es en las ciudades. Que conste que yo vivo en un pueblo. MJ

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  2. Por Dios, Uribe, no creo que a Javier Marías le haya hecho mucha ilusión ese regalo. ¡Está fatal el hombre!

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  3. Vista la foto, francamente, comprendo que no le guste ponerse pantaloncito corto... Aunque la camisa..., déjala correr
    El Tapir

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    Respuestas
    1. Señor Tapir: el día 29 de septiembre espero volver a lucir el pantaloncito corto para ir a "El Bigotes", aunque caigan chuzos de punta.

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