¡Ay!, no imaginan ustedes lo bien que se está aquí, sin televisión (especialmente TV3, que la pagamos todos para que nos adoctrine bien), sin banderas en los balcones, sin lacitos amarillos ni toda esa porquería, ya saben. Tras acabar con las actividades que nos han traído aquí, hoy tocaba acabar la jornada en el último confín de la isla, Santa Inés, casi donde Cristo perdió la boina, aunque todo es relativo, claro (hablamos de ¡20 kilómetros!).
Allí hay un bar, "La Palmera", que parece extraído de la California profunda. Si tienen suerte y está el dueño, podrán oír a volumen discreto, mientras saborean el gin-tonic de media tarde, a Mark Knoffler, Los Creedence, Eric Clapton, Lou Reed, BB King, Norah Jones, en fin, casi nada; y todo eso mientras los pajarillos empiezan a recogerse en la palmera con cierta algarabía, piando como locos en un revoltoso concierto.
En frente está la iglesia, donde pueden disfrutar (si tienen suerte y está el cura) de los dulces cánticos de Enya y otras músicas de aire céltico. Por cierto, la plaza no ha sido peatonalizada todavía para que se instalen las terrazas de los bares, con las románticas velitas, los acordeonistas pertinaces y todo eso, como en tantos otros sitios. Es más, todavía se pueden ver esos desvencijados coches que ya no se encuentran en ninguna parte más que en esta "isla mágica": "Cuatro latas", "Simca 1000", "Dos caballos", etc. Esperemos que siga así muchos años.
Y para concluir este mágico atardecer de mayo, solo falta entrar en el templo de "Can Cosmi" y encargar una maravillosa tortilla paisana, marca de la casa, que nos zamparemos debidamente presentada en un elegante plato de "La Cartuja".
¿Qué sitios tan bonitos! Además no se priva usted de nada.
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