viernes, 11 de noviembre de 2016

El emocionante discurso de un caballerazo

Leonard Cohen agradece el Premio Príncipe de Asturias (2011)
Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades,
Miembros del Jurado,
Distinguidos premiados,
Señoras y señores,
Es un gran honor estar aquí ante ustedes esta noche. Quizás, como el gran maestro Riccardo Muti, no estoy acostumbrado a estar ante un público sin orquesta tras de mí, pero lo haré lo mejor que pueda como artista en solitario hoy.
Anoche me quedé en vela, pensando qué podía decir aquí, en esta asamblea de distinguidas personas. Y después de comerme todas las chocolatinas, todos los cacahuetes del minibar, garabateé unas pocas palabras. No creo que tenga que atenerme a ellas. Obviamente, estoy muy emocionado por ser reconocido por la Fundación. Pero he venido aquí esta noche para expresar otra dimensión de mi gratitud; creo que puedo hacerlo en tres o cuatro minutos y voy a intentarlo.
Cuando estaba haciendo el equipaje en Los Ángeles, tenía cierta sensación de inquietud porque siempre he sentido cierta ambigüedad sobre un premio a la poesía. La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento como un charlatán al aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera de dónde vienen las buenas canciones, me iría allí más a menudo.
Mientras hacía el equipaje, cogí mi guitarra. Tengo una guitarra Conde que está hecha en el gran taller de la calle Gravina, 7, en España. Es un instrumento que adquirí hace más de 40 años. La saqué de la caja, la alcé, y era como si estuviera llena de helio, era muy ligera. Y me la acerqué a la cara, miré de cerca el rosetón, tan bellamente diseñado, y aspiré la fragancia de la madera viva. Ya saben que la madera nunca llega a morir. Y olí la fragancia del cedro, tan fresco como si fuera el primer día, cuando la compré. Y una voz parecía decirme: «Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a la tierra de donde surgió esta fragancia». Así que vengo hoy, aquí, esta noche, a agradecer a la tierra y al alma de este pueblo que me ha dado tanto. Porque sé que un hombre no es un carnet de identidad y un país no es solo la calificación de su deuda.
Ustedes saben de mi profunda conexión y confraternización con el poeta Federico García Lorca. Puedo decir que cuando era joven, un adolescente, y buscaba una voz en mí, estudié a los poetas ingleses y conocí bien su obra y copié sus estilos, pero no encontraba mi voz. Solamente cuando leí, aunque traducidas, las obras de Federico García Lorca, comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia.Y conforme me iba haciendo mayor comprendí que con esa voz venían enseñanzas. ¿Qué enseñanzas eran esas? Nunca lamentarnos gratuitamente. Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y de la belleza.
Y entonces ya tenía una voz, pero no tenía el instrumento para expresarla, no tenía una canción.
Y ahora voy a contarles muy brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.
Porque era un guitarrista mediocre, aporreaba la guitarra, solo sabía unos cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos, mis colegas, bebiendo y cantando canciones, pero en mil años nunca me vi a mí mismo como músico o como cantante.
Pero un día, a principios de los 60, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal. Su casa está junto a un parque y en el parque hay una pista de tenis y allí va mucha gente a ver a los jóvenes tenistas disfrutar de su deporte. Fui a ese parque, que conocía de mi infancia, y había un joven tocando la guitarra. Tocaba una guitarra flamenca y estaba rodeado de dos o tres chicas y chicos que le escuchaban. Y me encantó cómo tocaba. Había algo en su manera de tocar que me cautivó. Yo quería tocar así y sabía que nunca sería capaz.
Así que me senté allí un rato con los que le escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio apropiado, le pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven de España, y solo podíamos entendernos en un poquito de francés, él no hablaba inglés. Y accedió a darme clases de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que se veía desde las pistas de tenis, quedamos y establecimos el precio de las clases.
Vino a casa de mi madre al día siguiente y dijo: «Déjame oírte tocar algo». Yo intenté tocar algo, y él dijo: «No tienes ni idea de cómo tocar, ¿verdad?». Yo le dije: «No, la verdad es que no sé tocar». «En primer lugar déjame que afine la guitarra, porque está desafinada», dijo él. Cogió la guitarra y la afinó. Y dijo: «No es una mala guitarra». No era la Conde, pero no era una guitarra mala. Me la devolvió y dijo: «Toca ahora». No pude tocar mejor, la verdad.
Me dijo: «Deja que te enseñe algunos acordes». Y cogió la guitarra y produjo un sonido con aquella guitarra que yo jamás había oído. Y tocó una secuencia de acordes en trémolo, y dijo: «Ahora hazlo tú». Yo respondí: «No hay duda alguna de que no sé hacerlo». Y él dijo: «Déjame que ponga tus dedos en los trastes», y lo hizo «y ahora toca», volvió a decir. Fue un desastre. «Volveré mañana», me dijo.
Volvió al día siguiente, me puso las manos en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé otra vez con esos seis acordes –una progresión de seis acordes en la que se basan muchas canciones flamencas–. Lo hice un poco mejor ese día. Al tercer día la cosa, de alguna, manera mejoró. Yo ya sabía los acordes. Y sabía que aunque no podía coordinar los dedos para producir el trémolo correcto, conocía los acordes, los sabía muy, muy bien.
Al día siguiente no vino, él no vino. Yo tenía el número de la pensión en la que se hospedaba en Montreal. Llamé por teléfono para ver por qué no había venido a la cita y me dijeron que se había quitado la vida, que se había suicidado.
Yo no sabía nada de aquel hombre. No sabía de qué parte de España procedía. Desconocía por qué había venido a Montreal, por qué se quedó allí. No sabía por qué estaba en aquella pista de tenis. No tenía ni idea de por qué se había quitado la vida. Estaba muy triste, evidentemente.
Pero ahora desvelo algo que nunca había contado en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido de la guitarra han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Y ahora podrán comenzar a entender las dimensiones de mi gratitud a este país.
Todo lo que han encontrado de bueno en mi trabajo, en mi obra, viene de este lugar. Todo lo que ustedes han encontrado de bueno en mis canciones y en mi poesía está inspirado por esta tierra.
Y, por tanto, les agradezco enormemente esta cálida hospitalidad que han mostrado a mi obra, porque es realmente suya, y ustedes me han permitido añadir mi firma al final de la página.
Muchas gracias, señoras y señores.
Guitarras "Conde"


A Gran Uribe le ha emocionado leer el escueto discurso de Leonard Cohen en aquella ocasión. Ninguna vanidad en él, solo un saber reconocer sus propias limitaciones, agradecimiento y poesía a raudales, aunque fuera en prosa.

Nos habla de Lorca (ese nombre dio a una hija suya), de la guitarra y de ese parque de Montreal en el que, aunque no nos lo recuerda aquí, su alter ego en "El juego favorito" paseaba por las noches y se sentía como un rey en su dominio. Fue allí donde Cohen conoció a ese misterioso guitarrista que le enseñó los seis acordes en su guitarra flamenca, para desaparecer luego.

Nadie ha podido saber nada de él, ni confirmar su existencia ni su muerte. La propia Marianne, su musa, decía dulcemente: "Con Leonard nunca se sabe qué es poesía y qué es realidad". Poesía, aquello que "procede de un lugar que nadie domina ni nadie conquista", dijo entonces Cohen.

No lo sabremos nunca, pero G.U. procederá a enmarcar las palabras de Cohen, un ejemplo de humildad y poesía, propio de un gran artista y de un "caballerazo como de aquí a Lima", como diría un pariente de quien esto escribe.


3 comentarios:

  1. Muchas gracias, Gran Uribe. Puede que esto parezca demasiado corto para el discurso del caballerazo y para su entrada. Es solo por no desentonar. MJ

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  2. Todo un caballero y un gran poeta, gran Uribe. Mil gracias por recordarnos el discurso. Me ha emocionado. Sobre todo por sus amores, que también son los míos, y por su humildad. Una lección inolvidable.

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  3. Realmente emocionante. Siempre he sido un gran "cohenista", Ayer me recordó mi mujer que la invité al primer concierto que dio en España (Palacio de la Música) ¡en 1974! Yo lo ubicaba hacia los años ochenta, pero leyendo una reseña suya ví que, efectivamente, fue en 1974, es decir, hacía solo unos meses que salía con ella. Hasta hace poco guardaba el programa. Como soy un romántico impenitente, dudo que lo haya perdido. Supongo que algún día aparecerá entre las páginas de algún libro, o quizás dentro del forro de algún viejo LP suyo. Confieso que le traicioné en su último disco. Lo oí hace unos días por internet, pero tenía muy cercanas sus palabras diciendo que sentía que la muerte le rondaba. El caso es que me pareció que sería como comprar algo de ultratumba y no me decidí a hacerlo. Ahora me alegro. Leonard Cohen, descansa en paz. Te lo has ganado.
    El Tapir

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