Pero esto no es de ahora. En los años del reinado de Fernando VII, hace ahora dos siglos, cambiaban a los ministros varias veces al año, para ver de acomodarse a lo que iba pasando. Pipaón, uno de los personajes de los "Episodios nacionales" de Galdós, es un pelotilla del rey que pisa fuerte, brujulea mucho por allí, hace de correveidile y se mueve en los aledaños del poder como pez en el agua. Él cree que, en justa reciprocidad, le ha llegado el momento de recibir una recompensa, pero no ve claro que eso vaya a ser así, a pesar de que —de manera un pelín imprudente—ya ha comunicado a los amiguetes el chollo que le iba a caer, y éstos, a su vez, ya le han hecho regalos y empezado a formularle peticiones.
Pasa una noche fatal y, al fin, va a ver al ministro de turno a ver si le dan ese ansiado cargo de Consejero. Lo que le dan... es que "le dan por el saco" (le ofrecen exportarlo a "Indias") y, por tanto, no es raro que ese sujeto acabe cambiando de casaca (hoy diríamos chaqueta), de ahí el título de "La segunda casaca". Pero dejemos que nos lo cuente Galdós, que lo hará mejor...
[...] Hízome sentar a su lado; ofrecióme un polvo, que rehusé;
dióme después un cigarrillo, y tras un par de toses, habló de esta manera:
—Querido Pipaón, anoche me habló largamente de usted Su
Majestad. Conviene en la precisión de dar a usted un puesto correspondiente a sus
dilatados... a sus dilatados servicios.
—En efecto -repuse-; la última vez que tuve el honor de
entrar en la cámara real Su Majestad me dijo que la plaza vacante del Consejo
Real sería para mí.
El ministro cerró fuertemente un ojo, torciendo con extraño
mohín la boca.
—¿La vacante del Consejo?... -balbuceó-. Sí...en efecto; yo mismo prometí a usted... Si de mí solo dependiese; pero...
—¿La vacante del Consejo?... -balbuceó-. Sí...en efecto; yo mismo prometí a usted... Si de mí solo dependiese; pero...
—¿Pero qué... pero qué? -dije remedando la perplejidad de
Lozano-. ¿Es esto formal? ¿Se puede decir hoy una cosa y mañana otra? Si se me cree
indigno de formar parte de una corporación en la cual han entrado peluqueros,
boticarios y mozos de caballerizas, díganlo de una vez... ¿Por ventura la he
pretendido yo?
—No, ya sé que es usted modesto.
—Yo no he pedido la plaza... han venido a ofrecérmela,
empezando por el Rey; me han estado pinchando mucho tiempo; me han sacado de
mis casillas... Si yo no quiero ser consejero, si no quiero figurar... Por todo
el oro del mundo no sacrificaría mi dignidad en cambio de una posición.
—Vaya, Sr. de Pipaón, no se amosque por tan poca cosa -dijo
el buen Torres-. ¿Por qué no espera usted ocasión más favorable? Siendo usted
quien es, no tardará en ser consejero. Pronto habrá más vacantes. Aguarde usted
unos meses... Su Majestad la Reina Doña Amalia estará embarazada bien pronto.
Cuando venga lo que ha de venir, se repartirán muchas mercedes, sobre todo si
es Príncipe...
—Señor Ministro -repuse, sin poder contener mi sofocación-; se han burlado ustedes de mí. Esto no se hace con un hombre que ha prestado tantos y tan difíciles servicios al Reino, al Rey, a los amigos, a usted mismo.
—Señor Ministro -repuse, sin poder contener mi sofocación-; se han burlado ustedes de mí. Esto no se hace con un hombre que ha prestado tantos y tan difíciles servicios al Reino, al Rey, a los amigos, a usted mismo.
—Es verdad, por eso dije que anoche acordamos darle a usted
una recompensa magnífica -afirmó su excelencia melifluamente.
—¿Cuál?
—¿Cuál?
—Puede usted escoger. La Superintendencia de la Moneda en
Méjico, la...
—¿Indias, Sr. Lozano? -exclamé con el mayor desdén-. Ya sabe usted que no me gusta viajar por mar. Puesto que se me trata de ese modo, renunciaré a servir en la Administración. Para ir a América y labrarme en cinco años una fortuna, no necesito que el Gobierno me dé un destino con visos de destierro.
—¿Indias, Sr. Lozano? -exclamé con el mayor desdén-. Ya sabe usted que no me gusta viajar por mar. Puesto que se me trata de ese modo, renunciaré a servir en la Administración. Para ir a América y labrarme en cinco años una fortuna, no necesito que el Gobierno me dé un destino con visos de destierro.
Ilustración: Enrique Mélida |
—Es raro -respondí-. La última vez que nos vimos, Su
Majestad no me dio un canastillo de cerezas como a Campo Sagrado, ni un mazo de
cigarros como a Villamil. Yo no pretendí la plaza de consejero; yo no la
quería; yo no di paso alguno para que se me diera; pero me la ofrecieron: se ha
dicho que yo iba a entrar en el Consejo; he recibido ya las felicitaciones y
aun algunos regalos anticipados como previa acción de gracias por beneficios
que no he hecho todavía... por consiguiente, si ahora salimos con que no hay
nada, mi situación no puede ser más grotesca. Mi dignidad, mi honor, indúcenme
a no admitir otro destino que el de Consejero.
—Pues hijo -repuso Lozano, dando un suspiro-. Lo que es
eso... La vacante está ya provista.
Y me alargó un papel que tomó de la próxima mesa.
Y me alargó un papel que tomó de la próxima mesa.
Benito Pérez Galdós, La segunda casaca, (Madrid, 1883), fragmento del capítulo V
[Momento en que el señor Pipaón cambió una vez más de casaca y dejó de ser de los de Fernando VII]
Porque quiere estar o seguir estando en el candelero.
ResponderEliminarLos tiempos pasan, pero las cosas de palacio cambian poco. Magnífico fragmento que le viene que ni pintado a la situación actual, de renovación de personal en la Administración.
ResponderEliminarnvts
Un Galdós en plena forma, el de "La segunda casaca", con un humor finísimo.
EliminarPues sí, de rabiosa actualidad para recolocados y, no lo olvidemos, para chaqueteros de toda índole.
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