domingo, 6 de noviembre de 2016

La literatura de terror de los prospectos

Gran Uribe debe confesar que es un hipocondríaco de tomo y lomo. Ante cualquier pequeño síntoma piensa ya lo peor. Intenta protegerse de tal síndrome no leyendo los prospectos farmacéuticos ni navegando por internet a la busca de temas de salud (de falta de ella, mejor dicho). Pero a veces cae en la trampa. Con ocasión de un persistente dolor de garganta, el otorrino le ha recetado toda una batería de medicamentos que no solo no le han mejorado sus síntomas sino que se le ha puesto (hace poco) la lengua de un color casi negro. Los vaticinios de internet eran lúgubres, claro, pero en ninguno de los prospectos de las medicinas ingeridas figuraba este extremo, aunque sí otros muchísimo peores.

Por suerte, en ese momento ha recordado que a su hermano (comentarista habitual en este blog) le sucedió algo similar cuando era pequeño, pero un médico de esos que venían a casa antiguamente, el doctor Castañer, le quitó importancia diciendo que lo suyo no era nada porque "hay gente a la que le llegan a crecer hasta pelos en la lengua y a ti se te irá solo" (sic). Eso le ha tranquilizado bastante a G.U. porque uno aún no ha alcanzado esos extremos de los pelos (si por lo menos crecieran en la cabeza...) y espera que no lleguen a alcanzarse nunca. Si no, mal asunto, a ver qué se hace en un caso así, aparte de dejar de tomar porquerías e ir al barbero.

Bien, Javier Marías no sabemos si es hipocondríaco o no, pero ha tenido ocasión reciente de consultar algunos ejemplos de esa literatura de terror farmacéutica, la de de los prospectos de los medicamentos, y nos lo explica así:

[...] Lo mismo, supongo, sucede con las medicinas. Si uno lee un prospecto, lo normal es que no se tome ni una píldora, tal es la cantidad de males que pueden sobrevenirle. Son tan disuasorios que resultan inútiles. Bien, me recetaron unas pastillas para algo menor. Las tomé seis días y me sentí anómalamente cansado. Así que, contra mi costumbre, miré la “información para el usuario”, seguro de que la fatiga figuraría entre los efectos secundarios. Me encontré con una sábana escrita con diminuta letra por las dos caras. El apartado “Advertencias y precauciones” ya era largo, y desaconsejaba el medicamento a quien padeciera del corazón, del hígado, de los riñones, diabetes, tensión ocular alta y qué sé yo cuántas cosas más.


Fragmento del prospecto de un antiinflamatorio
Pero esto era un aperitivo al lado del capítulo “Posibles efectos adversos”, dividido así: 

a) “Poco frecuente (puede afectar hasta a 1 de cada 100 personas)”; b) “Raro (hasta a 1 de cada 1.000)”; c) “Desconocido (no se puede determinar la frecuencia a partir de los datos disponibles)”. 
Luego venía otra tanda, dividida en: a) “Muy frecuente (más de 1 de cada 10)”; b) “Frecuente”; c) otra vez “Poco frecuente”; d) otra vez “Desconocido”. 

La exhaustiva lista lo incluía casi todo. Piensen en algo, físico o psíquico, leve o grave, inconveniente o alarmante, denlo por mencionado. Desde “erecciones dolorosas (priapismo)” hasta “flujo de leche en hombres (?) y en mujeres que no están en periodo de lactancia”. 

Desde “convulsiones y ataques” hasta “sueños anormales” (me pregunto cuáles considerarán “normales”), “pérdida de pelo”, “aumento de la sudoración” y “vómitos”. Desde “hinchazón de la piel, lengua, labios y cara, brazos y piernas” hasta “pensamientos de matarse a sí mismo” (el español deteriorado está por doquier: normalmente bastaba con decir “matarse”; claro que nada extraña ya cuando uno ha oído o leído en numerosas ocasiones “autosuicidarse”, lo cual sería como matarse tres veces). De “urticarias” a “chirriar de dientes”. De “aumento anormal de peso” a “disminución anormal de peso”. De “alegría desproporcionada” a “desfallecimiento”.

Huelga decir que al sexto día dejé las pastillas. Por suerte nada de lo amenazante me había ocurrido, cansancio aparte. Pero ya me dirán con qué confianza u optimismo puede uno ingerir algo de lo que espera beneficio y no maleficio. Lo que más me llamó la atención fue el subapartado “Efectos adversos desconocidos”. Deduzco que ningún paciente se ha quejado aún de los daños en él descritos. Pero, por si acaso surge alguno un día, mejor incluir todo lo posible. Eso, obviamente, es infinito. [...]

Javier Marías, Literatura de terror farmacéutica, EL PAÍS SEMANAL (6/1172016)

Bueno, Javier sostiene que las farmacéuticas escriben en esos espeluznantes términos para curarse en salud por si algún tocacollons les pone un pleito millonario. Quizá tenga razón, no lo sé.

Por cierto, y ya que hablamos de este autor: tiene un despacho que para sí quisiera Gran Uribe (también envidia el de Oriol Bohigas). Algún día hablaremos de esas simplezas, pero avui no toca (sicum dixit Jordi Pujol).

Javier Marías en su despacho (Fotografía de Carlos Rosillo)

5 comentarios:

  1. Creo que lo mejor es tomarse el medicamento sin leer el prospecto (si hay efectos adversos, reconsiderar), pero nunca jamás, ocurra lo que ocurra, consultar los textos que aparecen en Internet.
    Supongo, como dice Marías, que los laboratorios incluyen tanta información en los prospectos para curarse en salud. Y, claro, si se leen las "advertencias y precauciones" después cuesta horrores tomarse la medicina. Si leo el prospecto, luego tomo lo prescrito con una prevención enorme, como un deber ineludible, por si tengo que volver al médico y éste me pregunta si me he tomado la medicina. MJ

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  2. Bueno, eso en cuanto a los efectos adversos, que quitan las ganas de tomar casi cualquier medicamento. Por lo demás, parece que curar casi cualquier medicamento lo cura todo. Sorprendente, ¿no?

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  3. La hipocondría, que yo también padezco en grado sumo, es una cruz. Estoy con usted. A veces padecemos en vano, y se pasa muy mal. Dicho esto: no se le ocurra a usted nunca meterse en internet cuando note el primer dolor difuso o latidito circunstancial. Le acabarán de hacer polvo.

    ¡Ah! Espero que no le salgan pelos en la lengua: necesitamos sus comentarios sin esos pelos (en la lengua).

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  4. Esto de los prospectos de las medicinas lo había pensado y comentado mil veces, pero nunca tan bien como lo hace Javier Marías. En efecto, la conclusión que uno saca hoy al leer un prospecto cualquiera es que no sirve para casi nada y que, poco menos, que te puede enviar al otro barrio. Por suerte no soy hipocondríaco y tengo una fe casi absoluta en la medicina y en sus veterinarios...
    El Tapir

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    1. ¡No sabe bien como le envidio a usted lo de no padecer de hipocondría! Tuvo todos los números, con la amenaza de futuros pelos en la lengua pero ni por esas. Le doy mi enhorabuena porque se pasa fatal.

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