martes, 8 de septiembre de 2020

Acerca de "La casa", de Paco Roca

El otro día estuvimos debatiendo en casa si nos deshacíamos de una hermosa pieza de cerámica de Talavera (firmada por Niveiro, un clásico) con forma de rosetón heptagonal, que nuestro padre tenía siempre encima de su mesa del despacho cuando traducía libros técnicos o cuando dibujaba esmeradamente con plumilla, algo que le gustaba mucho hacer: se trata de un soporte en el que se insertaban siete plumas, con un recipiente en el centro —con tapa— para mojar la plumilla, probablemente heredado a su vez de su padre (el abuelo Julio). Se trata de una de las pocas cosas que conservamos de él.

Pero ocupa sitio, no disponemos de una casa como las que diseñan Joaquín Torres o Fran Silvestre, no nos caben ni todos los recuerdos ni todos los libros y... ya saben ustedes lo que pasa; pero hubo un momento en que G.U., sentimental que es uno, se puso a llorar como una magdalena con el tintero portaplumas en la mano y doña Perpetua ya comprendió que no nos desharíamos de él tan fácilmente; no se equivocaba. Y aquí sigue hasta la próxima vez que pongamos orden, momento en que se replanteará el asunto.



De todo eso habla un emocionante libro de Paco Roca, un habitual en estas páginas (pueden clicar su nombre en "BUSCAR EN ESTE BLOG"), titulado La casa, que obtuvo varios premios y opta ahora al premio Harvey en la Comic Con, de Nueva York (no se lo darán, aunque lo merezca; la verdad es que el asunto suena bastante poco neoyorquino).

Éste es un cómic que nos conmovió mucho en su día (2016), porque expresa maravillosamente cosas que de un modo o de otro son universales: el paso del tiempo y las sensaciones que se tienen cuando faltan los padres. Y luego, qué se hace con los papeles, con los libros, con los objetos que ellos quizá conservaban a su vez de sus propios padres, con los cachivaches, con la casa. Deshacerse de todo eso ¿es deshacerse de nuestro pasado y del recuerdo de nuestros padres?

Portada de La casa; Paco Roca; Ed. Astiberri, 2015
En este caso, los protagonistas son los tres hijos, que se plantean qué hacer con la segunda residencia — una modesta casita para pasar el verano que se autoconstruyó su padre en el pueblo (nada que ver con las de Fran Silvestre, of course)— y con todo lo que contenía dentro: fotografías, objetos, recuerdos diversos, herramientas, material de jardinería. El hombre, incluso, había montado (para intentar copiar, sin éxito, una que había visto en el chalet de su jefe) una especie de pérgola en plan un poco cutre para cuando los hijos fueran a comer, pero éstos ni le ayudaron a hacerla ni luego vinieron más que el último día que se habitó esa casa, poco antes de que el hombre enfermara y falleciera.

Contraportada de La casa; Paco Roca; Ed. Astiberri, 2015
Por eso, uno de ellos compra una del tipo de las que venden en hipercentros del estilo de Leroy Merlin, AKÍ o Bauhaus, y la montan entre todos, algo ciertamente nada fácil, como sabe bien G.U. Pero, al acabar, se preguntan: ¿pero qué hacemos ahora con ella, si hemos puesto en venta la casa? Es en ese preciso momento cuando la de la inmobiliaria les comunica por teléfono que acaba de encontrar un comprador, algo que no esperaban que sucediera tan rápidamente.

La pérgola, tal como la dejó el padre
La pérgola comprada en Leroy Merlin y recién montada entre los tres hijos
Fue un acierto que lo prologara Fernando Marías, que acababa de publicar en 2015 un libro precioso que tiene precisamente ese tema, el recuerdo del padre, no en vano se llama La isla del padre.

En la contraportada de La casa dice Fernando Marías: «A medida que envejezco siento que el único tema de la literatura —y probablemente de todo lo demás— es el paso del Tiempo.

Y "La casa", que es el libro que un chico quiso dibujar para su padre muerto, es también el libro que ha permitido a Paco Roca dibujar el Tiempo que se va, o que se fue, o que se irá».

Pues eso; nada que añadir.

8 comentarios:

  1. Buena entrada, que hace justicia a un libro precioso. Merecería ese premio que dices.
    Pues ahora no sé si se plantearían vender la casita: está muy buscado tener una segunda residencia para pasar el Covid-19...

    Muchas gracias
    F.G.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es que Paco Roca es un tipo sensible y tiene un dibujo sencillo pero entrañable y eficaz. A mí también me gustó mucho ese libro.

      Eliminar
  2. Me gusta mucho más esta casa que las del arquitecto de los futbolistas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La pieza de Talavera es preciosa.

      Eliminar
    2. Sí, es preciosa, siempre me gustó mucho y me trae recuerdos. Parece que al fin le hemos podido encontrar un hueco digno de ella.

      En cuanto a las casas de los futbolistas, en general las detesto. He colocado estas entradas como consecutivas, por el cambio de registro que suponen si se ven una detrás de otra. Son casas para fardar, pero no para vivir. No debe de ser fácil convertir esos ambientes en algo acogedor y hogareño.
      Y peligro con esas enormes cristaleras en climas como el del Mediterráneo. Poco sitio para colgar cuadros o poner bibliotecas, mucho aire acondicionado en verano, mucha calefacción en invierno y toda una brigada fija de limpiadores de cristales, como para los edificios de oficinas, con sus muros pantalla.

      Eliminar
  3. Ha hecho bien en dejar el ·recuerdo del padre" en el hogar. No se desembaraze de él, después vendría el arrepentimiento hasta el último día, y siempre hay un hueco para siete plumillas. Yo utilizo estilográfica y tengo cuatro, tres de bombín y una de recambio, esta por cierto, me la regaló mi buen Cornadó.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  4. Esa pieza no puede ser "exteriorizada". Antes habría que quitar libros, por ejemplo, pues de estos hay otras copias, y en cambio, un recuerdo como éste es único.
    Es lo que yo haría, al menos.
    Mateo M.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mateo M. y Tot, está decidido. Ya lo tengo claro: me la quedaré como oro en paño. Me habéis convencido.

      Eliminar