«VIOLENCIA SOCIAL Y VIOLENCIA DE ESTADO HOY EN CATALUÑA
Los y las abajo firmantes formamos un grupo que trabaja en el ámbito de la salud mental y nos hemos unido en torno a una preocupación común: comprender la institucionalización de la violencia en la realidad actual de nuestro país, para denunciarla y descubrir algunas hipótesis capaces de enriquecer el marco de referencia. La violencia social y su representación mental son el punto de partida de nuestra reflexión.
Confrontados con los acontecimientos actuales, no dudamos a afirmar:
1.—No todas las violencias son iguales. Desenmascaramos la violencia de estado
No nos gustan los contenedores quemados. Pero todavía nos gusta menos la violencia contra las personas; la violencia de estado contra un pueblo pacífico; que se hagan saltar cuatro ojos en una semana o que se golpee por detrás los ciudadanos. Y todo esto hecho por agentes uniformados, españoles o catalanes, en representación del estado.
El estado hace el uso legítimo de la fuerza, no de la violencia. Si la policía detiene, por ejemplo, a un psicópata sexual y lo protege de la multitud desaforada, entendemos que hace uso de una fuerza correcta. Pero si el estado va más allá del uso justo de su fuerza, entonces acontece un estado violento.
En Cataluña, hoy, el estado ha ultrapasado, y mucho, el uso de la fuerza de la cual es detentador. Y lo ha convertido en violencia con mayúsculas, es decir, en violencia de estado. Esta violencia del estado comporta un alto riesgo: cuando aquellos que son los encargados de proteger son precisamente los que exhiben un poder mortífero, la contradicción explosiva de esta paradoja acontece el desencadenante de la violencia social.
El ser humano, portador de pulsiones destructivas, ha creado varios caminos intrapsíquicos para organizarlas y canalizarlas. Que los más obligados a facilitar la organización exterior de este control (la policía) sean los que más lo desorganizan, tiene unos efectos sociales catastróficos.
No existe una violencia abstracta, descontextualitzada, sino que toda violencia es concreta y tiene un ámbito donde se despliega específicamente. De ninguna forma no podemos posar al mismo nivel el ejercicio violento de la fuerza, amparado desde un estatus institucional, y la expresión otras formas de disturbios o vandalismo.
2.—Las armas de la violencia de estado
Más allá de porras y encarcelamientos, la violencia de estado utiliza armas altamente sofisticadas, que camuflan sus efectos gravemente destructivos sobre el vínculo social: el uso agresivo de la palabra, con fines evidentes sobre los colectivos perseguidos; la perversión del lenguaje para crear confusión y evadir la responsabilidad; y el miedo como arma de destrucción masiva.
3.—Los efectos perversos del miedo producido desde el poder
Para garantizar la vida cotidiana y aportar seguridad, el ser humano crea y recrea sociedad y cultura. El miedo, que es motor de vida contra los peligros, es necesaria para nuestra subsistencia. Pero el miedo que produce ‘el amo’ del poder autoritario (el que tiene el ‘monopolio de la violencia’, según el ministro de Interior, Grande-Marlaska) no es garantía de vida sino de eliminación de la alteritad, de la diferencia. Originando desamparo (el miedo más radical del ser humano), contribuye al sufrimiento mental y hace que se desplieguen la inhibición, la ansiedad, el terror, la angustia, una plétora de perturbaciones psicosomáticas, y también formas primarias de autodefensa, interna y externa.
¿Podemos decir que este miedo está al servicio de la convivencia y de la democracia? Desde el 20 de septiembre de 2017, el estado no protege ni garantiza la seguridad de una parte importantísima de ciudadanos, sino que es la fuente originaria de un gran sufrimiento moral, y muy a menudo también físico.
Cuando se niega el diálogo, cuando la palabra dimite, empieza el dominio de la violencia: se han preguntado nuestros políticos donde es el origen de los contenedores quemados y más disturbios a nuestras calles?
Como garantes de la vida de sus ciudadanos y del orden democrático, a raíz del malestar repetidamente expresado por una parte de su población, los representantes del estado tendrían que ser los primeros en instaurar procesos de diálogo verdadero.
Sin acceso a la palabra no podemos ser plenamente humanos ni plenamente democráticos.
Para entender la situación actual, hay que situarla en su contexto histórico completo: nuestra historia reciente y la situación global del mundo actual. No tan solo es violencia esto que se ve ahora, también lo es la existencia de fusilados en las cunetas, el no-reconocimiento de los maltratados, de los represaliados durante la guerra, la posguerra y la dictadura. Y, ahora mismo, los desahucios, la destrucción de la hucha de las pensiones, negar el cambio climático, rescatar la banca, prohibir y maltratar culturas y lenguas minorizadas. Acumulamos una historia larga, dolorosa y vergonzosa.
4.—Conclusión
Estamos, pues, en una situación de revuelta transversal, donde grandes, jóvenes y pequeños, anónimos, de todos los orígenes y condiciones, hace tiempos, mucho, que salimos a la calle afrontando el miedo, con frustraciones y cargados de injusticias.
Sabemos muy bien que cuando la violencia de estado es ejercida contra una parte de la sociedad civil, como hace tiempo que pasa, tiene como único objetivo la eliminación de una categoría de ciudadanos, por su clase social o por su cultura.
En un momento histórico de gran involución y manipulación de la subjetividad, el desvelo de individuos en un movimiento de protesta y desacuerdo transversal es necesario, sano, creativo y subversivo.
Los ataques violentos al derecho de protesta van consolidando un nuevo despotismo que, disfrazado de democracia, ataca la salud mental y física de todos los individuos.
Para establecer un orden que repare los destrozos, hay que unir esfuerzos para distinguir entre las diversas violencias: las originales y las derivadas; las que emanan de componentes destructivos de la pulsión de muerte y las que sostienen el deseo de vida; y, finalmente, aquellas que engendran el efecto simbólico de la ley.
Hace falta que los profesionales de la salud mental entendamos el sufrimiento que nos llega dentro de la historia del contexto psicosocial de los acontecimientos presentes, y que nos hagamos testigos.
18 de noviembre de 2019»
GRUP PROMOTOR
ALTIMIRA, TERESA. COPC. BAJET, JOAN ANDREU. COPC CLAMOSA, ESTER. COPC FORTUNY, LLUÍS. COPC JONCH, FINA. COPC LLEONART, MARTA. COPC MARTÍ, ORIOL. COMB MATA, NÚRIA. COPC MIÑARRO, ANNA. COPC MOIX. ROSER. COPC PIJUAN, JOAN. COPC RIGO, MERCÈ. COPC SALOMÓ. ESTEL. COPC SOLÉ, MARGARITA. COMB TARRAGÓ, REMEI. COMB TOLOSA, JUANJO. COPC.
ADHERITS
MASSIP, JÚLIA. COPC GARRIGA, CONCEPCIÓ. COPC PONS, EVARIST. COPC. ABADIA, LAURA. COPC. PELEGRÍ, MATILDE. COPC. HOMET, GUILLEM. COMB ARMENGOU, JOSEP MARIA. COMB WALTHER, MARC. COMB BAJET, JORDI. COPC FERRER, MONTSE. COMB JANER, MERCÈ. COPC CANAL, MONTSERRAT .COPC XANDRI, JORDI. COMB GUÀRDIA, MONTSERRAT . COPC JULIAN, CARME. COPC. ABRIL, TERESA. Pedagoga jubilada. COMAS, ALBERT. Psicòleg MUÑOZ, MARIA JOSÉ. COPC. ARUMÍ, MONTSERRAT. COPC ALLART, MARIA , COPC GUILLEN, CARME. COPC. VERA, NÚRIA . COPC. DE NADAL, PAU. COPC. FÀBREGAS, JULIAN. COPC. MESEGUER, JOANA. COPC. VENTURA, SÍLVIA. COPC. FREIXES, JORDI. COPC. FONT, ENRIC. Pedagog. SORIANO, M. PILAR. COMB. ARA, MARIA LUÍSA. COPC. BARTOMEUS, ROSA. COPC. CASTELLS, MONTSERRAT. COMB. ROSALES, INÉS. COPC. GAYÀ, MAGDALENA. COPC. ETXEBARRIA, MARIA LUÍSA. COPC. PEDREROL, MARIA AMELIA. COPC. ROIG, ANNA MARIA. COPC. BUENO, NOEMÍ. COPC. MIRALPEIX, RAMON. COPC. BIRBA, MERCÈ. COPC. SOLER, JOSEP M. COPC. BARBANY, PILAR. COPC. TRENCHS, JOAQUIM. COPC. PATUEL, JAUME. COPC. FERNÁNDEZ, RICARD. COPC. BARCELÓ, MERCEDES. COPC. TALARN, ANTONI. COPC. PARELLADA, MARIA ROSER. COPC. LASO, ESTHER. COPC. LUPINAC, SHERRY ELIZABETH. COPC. JORDANA, MARGARITA. COPC. OLIVÉ, ISABEL COPC. LLAURADOR, JOSEP MARIA. COPC. SALOMÓ, EVA. COPC. TORRAS, BLANCA. COPC. RIBES, SÍLVIA. COPC.
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