domingo, 30 de abril de 2017

¡Si le hubiéramos hecho caso al Dr. Povedilla!

Ayer, al hilo de la visita de Rufián a la Feria de Abril de Barcelona, Gran Uribe relataba —tangencialmente— algo referido a sus años de 'maestrazgo' en Ripollet (plagados de anécdotas, por cierto), añadiendo que el susodicho Rufián podría haber sido alumno suyo (los tuvo incluso peores). Tot Barcelona comentaba al respecto lo siguiente: "Creo que si hubiera sido alumno suyo hubiera asimilado, al menos, el libro de Urbanidad". G.U. agradece esa frase, que le resulta muy halagadora por venir de quien viene; en el fondo piensa que no le falta razón al amigo Tot, dicho sea con toda modestia.

Consulta del Dr. Povedilla (Viñeta de Forges)
Bien, pues de Rufiancillos está lleno este país, y no es ajeno a ello la mala educación recibida. Muchos doctores Povedilla hubieran hecho falta para que la cosa fuera diferente y no hubiera tanto tontolhaba suelto. Javier Marías, siempre atento, nos lo pone con palabras en su columna de hoy, titulada Generaciones de mastuerzos, para eso maneja la pluma con esa maestría al alcance de pocos [ojo al dato: es un privilegiado, ya que tuvo unos padres competentes (Julián y Dolores) que, pudiendo escoger, optaron por llevarle a un gran colegio, que no era de curas —el Colegio Estudio—].

De lo que escribe se deduce que quizá hubiéramos debido hacer un poco más de caso al puericultor Dr. Job o, ya más tarde, al Dr. Povedilla, psicólogo infantil, y tal vez no le falte razón a Javier, aunque sea políticamente incorrecto decirlo:

«Tengo un vago recuerdo de una viñeta de Forges que quizá cuente veinte o más años. La escena era algo así: un niño, en una playa, se dispone a cortarle la mano a un bañista dormido con unas enormes tijeras; alguien avisa al padre de la criatura –“Pero mire, impídaselo, haga algo”–, a lo que éste responde con convencimiento: “No, que se me frustra”. 


Viñetas de Forges
Hace veinte o más años ya se había instalado esta manera de “educar” a los críos. De mimarlos hasta la náusea y nunca prohibirles nada; de no reñirlos siquiera para que no se sientan mal ni infelices; de sobreprotegerlos y dejarlos obrar a su antojo; de permitirles vivir en una burbuja en la que sus deseos se cumplen; de hacerles creer que su libertad es total y su voluntad omnipotente o casi; de alejarlos de todo miedo, hasta del instructivo y preparatorio de las ficciones, convenientemente expurgadas de lo amenazante y “desagradable”; de malacostumbrarlos a un mundo que nada tiene que ver con el que los aguarda en cuanto salgan del cascarón de la cada vez más prolongada infancia. Sí, hace tanto de esta plaga pedagógica que muchos de aquellos niños son ya jóvenes o plenos adultos, y así nos vamos encontrando con generaciones de cabestros que además irán en aumento. Ya es vieja, de hecho, la actitud insólita de demasiados adolescentes, que, en cuanto se desarrollan y se convierten en tipos altos y fuertes (habrán observado por las calles cuántos muchachos tienen pinta de mastuerzos), pegan a sus profesores porque éstos los han echado de clase o los han suspendido; o pegan a sus propios padres porque no los complacen en todo o intentan ejercer algo de autoridad, tarde y en vano. 



Pero bueno, con los adolescentes cabe la esperanza. Es una edad difícil (y odiosa), es posible que una vez dejada atrás evolucionen y se atemperen.

Lo grave y desesperante es que son ya muchos los adultos –hasta el punto de ser padres– que se comportan de la misma forma o peor incluso. También hace tiempo que leemos noticias o reportajes en los que se nos informa de padres y madres que pegan a los profesores porque éstos han castigado a su vástago tras recibir un puñetazo del angelito; o que agreden a médicos y enfermeras si consideran que no han sido atendidos como se merecen. Semanas atrás supimos de las reyertas de progenitores varios en los campos de fútbol infantil en los que sus hijos ensayan para convertirse en Messis y Cristianos: palizas a los pobres árbitros, peleas feroces entre estos pueriles padres-hinchas, amenazas a los entrenadores por no alinear a sus supuestos portentos.[...]


¿Cómo es que hay tantos hombres y mujeres hechos y derechos con esas actitudes cenútricas? Me temo que son los coetáneos, ya crecidos, de aquel niño de Forges. Gente a la que nunca, a lo largo de la larga infancia, se le ha llevado la contraria ni se le ha frenado el despotismo. [...]Como esa forma de “educar” sigue imperando y aun va a más (hay quienes propugnan que los niños han de ser “plenamente libres” desde el día de su nacimiento), prepárense para un país en el que todas las generaciones estén dominadas por mastuerzos iracundos y abusivos. La verdad, dan pocas ­ganas de llegar vivo a ese futuro».

3 comentarios:

  1. GRAN URIBE:

    Le explico; no deseo sobresalir en nada ya que en nada sobresalgo, pero cuando acabé Teología (siete años), comenzé Pedagogía. Allí comprendí muchas cosa porque tuve muy buenos maestros, que es como me gusta llamar a quien me enseña, y lo que ud. comenta también ya se comentaba en aquellas aulas de Montbau.

    Pero sigo extrañando el libro de Urbanidad de mís 8 años. El ceder el asiento; los buenos días, y el copón de mi madre si se enteraba que había sido reprendido por algún maestro en el barracón que hacía de aula.

    Le comprendo. Esto pinta mal, tal como suena. Y una casa, G.U, debemos hacer una distinción entre padres y progenitores, esto lo dice la Begoña R. que me está dando un posgrado de Filosofía en la Facultad, en Etica Aplicada (Bio-ética) y lleva toda la razón..debemos distinguir. No todos son padres, hay quien sólo hace la función de progenitor, como si fuera una probeta.
    Un abrazo
    salut

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  2. Estos papás tan superprotectores me ponen nervioso. Ya ese casquito que les ponen a los nenes cuando van en su bicicletita (con ruedas auxiliares porque aún no dominan del todo el tema) es penoso. ¡Vigila! ¡Caerás! ¡Ten cuidado! Dentro de poco les pondrán el casco hasta cuando salgan por su propio pie a la calle.

    Pero si molestan al prójimo dando el coñazo da igual. Y no se te ocurra quejarte porque frustarías al chaval creándole un trauma, como dice Forges.

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  3. Hace unos meses vi que una niña de unos tres años le daba una torta a su madre porque le había gastado una broma, se había escondido y no la veía. MJ

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